Leila Scioti estuvo ocho años buscando un empleo; hoy su vida cambió drásticamente; estudia y colabora con los gastos de su casa; se estima que solo una de cada 10 personas con discapacidad consigue empleo
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“No somos angelitos”, dice Leila Scioti por videollamada desde su casa en el barrio porteño de Colegiales, mientras toma una merienda tardía con su mamá. Son las 7 de la tarde y su jornada arrancó a las 5.50 de la mañana, cuando empezó a prepararse para ir a trabajar. Pero no se queja, todo lo contrario. Le llevó ocho años lograr que una empresa pudiera ver más allá de su síndrome de Down y le diera una oportunidad laboral. Después de dos años de estar contratada por media jornada diaria, en abril de este año la efectivizaron full time.
Leila es auxiliar de lavandería del City Hotel NH, un hotel cinco estrellas que es parte de la cadena internacional Minor Hotels. Trabaja ocho horas por día a la par del resto de sus compañeros y, aunque sabe hacer todas las tareas del sector, está a cargo del planchado de fundas y del doblado de toallones.
“Soy muy feliz acá, me encanta trabajar en equipo”, dirá días después durante una pausa laboral y ante la visita de LA NACION a su lugar de trabajo. Su jefe, Matías Cabrera, valora su trabajo metódico y preciso. “Sigue las indicaciones a rajatabla. Me gusta tenerla en el grupo y sé que el resto de sus compañeros se sienten muy bien al trabajar con ella. Todos la cuidamos, quizás la malcriamos un poco por ser la única mujer. Pero a la hora del trabajo, es una más”, dice.
Fue hace dos años que Leila comenzó a trabajar en el hotel, gracias a un programa de entrenamiento laboral para personas con discapacidad que dependía del entonces Ministerio de Trabajo de la Nación. Aquel programa de entrenamiento engarzó perfecto con DowNHState, una iniciativa de la cadena hotelera que tiene como objetivo la inserción laboral de las personas con síndrome de Down.
“Eran jornadas de cuatro horas. Al principio, Leila iba con una terapista ocupacional que la asistió en el proceso de aprendizaje de las tareas”, recuerda Rosa Scioti, su mamá. El programa duraba seis meses con opción a una renovación. El hotel estuvo de acuerdo en renovar y, al cumplirse el año, Leila accedió a otro programa similar que le dio la posibilidad de un año más de trabajo a tiempo parcial. Fue, al terminar ese segundo año, que el hotel le propuso la efectivización.
Marcela Neira, la directora del NH Collection Centro Histórico y del NH City de Buenos Aires, cuenta que el programa DowNHState se inició en la Argentina y que su resultado viene siendo tan exitoso que ya se está replicando en otros hoteles de la cadena de América Latina. “En la Argentina cuenta con el apoyo de Asociación Síndrome de Down de la República Argentina (ASDRA). En cada país donde se replica se busca la asesoría técnica de una organización especializada”, explica Neira, quien agrega que, además de Leila, dos chicos más ya participaron del programa.
Vida independiente
“Trabajar le cambió la vida. Como padres, soñamos una vida independiente para nuestros hijos, y no hay otra manera de acceder a esa vida si no es a través del trabajo”, dice Rosa. Y cuando dice que esta oportunidad laboral le cambió la vida a su hija se refiere a que ahora Leila es más feliz, que se amplió su círculo social y que además contribuye con algunos gastos de la casa, como una manera de ingresar de lleno en el mundo adulto.
De lunes a viernes y un sábado cada 15 días, Leila arranca a las 5.50 para prepararse con tiempo e ir al trabajo. Entre su casa, en Colegiales, y el hotel, ubicado a pasos de la Plaza de Mayo, hay un tramo que hace en subte. “Viajo sola. En invierno, cuando salgo de mi casa, todavía es de noche”, cuenta.
Una vez en el hotel, se pone su uniforme blanco y tiene que fichar para estar a las 8 de la mañana en su puesto de trabajo. “La única diferencia con el resto del equipo es que no se toma el horario de descanso completo, sino que lo fracciona en tres pausas en las que desayuna, almuerza y toma la merienda”, explica Matías, su jefe.
Lucas lleva dos años trabajando en la lavandería del hotel. Cuando se incorporó, Leila ya trabajaba allí. “Nunca en mi vida había trabajado con una persona con discapacidad. Y reconozco que, al principio, tenía la creencia de que no podían trabajar. Pero Lei me demostró lo contrario. Trabaja mejor que muchos de nosotros y además, si le hacés una correción, no se ofende. Todo lo contrario. La agradece y la empieza a implementar”, dice.
–¿Le decís Lei?
–Sí. Otro compañero le dice princesa.
Neira está convencida de que, cuando la inclusión laboral es real, todos ganan. “Es increíble lo que día a día aportan los chicos a nuestros equipos de trabajo. Para ellos, es un gran desafío cumplir con el trabajo, y todo lo que implica: el horario, la vestimenta, la disciplina, etcétera. Y, por otra parte, aporta muchísimo al resto del equipo: humaniza, sensibiliza y, en síntesis, es muy motivador”, sostiene.
Pero todos estos beneficios pierden la pulseada ante los prejuicios y tabúes sociales que conspiran contra la idea de que quien tiene una discapacidad es una persona que también puede aportarle valor a nuestra sociedad. Hace un año, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estimaba que apenas una de cada diez personas con discapacidad en edad laboral tenía trabajo.
En el caso de Leila, el camino no fue fácil ni simple. Después de terminar el secundario, se encontró con que la escuela se negaba a otorgarle el título aduciendo que, por las adaptaciones, no acreditaba los saberes necesarios. “En ese momento le dije a mi hija que tenía que elegir entre dos opciones: hacer un juicio o hacer otra vez la escuela. Y eligió la segunda opción. La hizo en turno vespertino y le fue muy bien. Terminó con el segundo mejor promedio y, por eso, fue escolta de la bandera”, cuenta Rosa.
Una vez recibida, logró una pasantía en una farmacia. “Pero le pusieron muchas barreras en ese trabajo. Decían que tenía que hablar más, todo era una excusa para desvincularla. A los tres meses la echan alegando que no tenía habilidades sociales, sin embargo todos sus compañeros la querían, o sea que socializaba”, agrega.
En los siguientes ocho años estuvo capacitándose en herramientas laborales y comenzó como coordinadora de ASDRA del grupo Eligiendo, integrado por jóvenes de más de 25 años, rol que sigue cumpliendo pese a que el trabajo le deje menos tiempo. Cuando sale del hotel, algunos días hace teatro, otros radio y además, está haciendo una tecnicatura en Turismo. “Sueño con recibirme”, dice Leila. En los más de dos años que lleva de trabajó, solo faltó para tomarse días de estudio.
El haberse orientado al rubro del turismo y la hotelería hace que sea plenamente consciente del trabajo que hace y de la importancia de que su servicio sea de excelencia. “Todo tiene que salir perfecto, y más ahora, que el hotel tiene muchos huéspedes, por las Fiestas”, explica la joven.
Entonces cuenta que, hace un tiempo, el hotel armó una cartelera con una frase que caló hondo en ella, porque resume mucho de su vida y su lucha para estar en donde está. “La inclusión no es pasajera”, dice Leila que decía aquel cartel. Y lo dice con la sonrisa de quien sabe cuánta verdad encierran esas palabras.
Más información
- Si tenés una empresa y querés darle una oportunidad laboral a una persona con síndrome de Down, podés comunicarte con ASDRA al 11-2156-0402 o ingresar a su sitio web para conocer más sobre sus programas de inclusión.
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