- 7 minutos de lectura'
“No tenemos nada, ni harina ni azúcar. Hoy no almorzamos”, dice Gisela Martínez. Una adolescente flaquita de 14 años, en el Lote 48, en el corazón de El Impenetrable. Ya son las tres de la tarde y lo único que ella y su familia tomaron por la mañana, fue un poco de mate.
Es sábado y los fines de semana son los días más complicados porque no almuerza en la escuela. Y hay que aguantar. "Mi abuela se fue a buscar alimentos a Miraflores para comer a la noche", explica.
Desde que nació, a Gisela la cuida su abuela, algo muy común en las familias de la zona. Tienen una casa de material, en la que se amontonan con su tío y sus primos. Su mamá, vive en un container de chapa, ubicado a 20 metros, con su nueva pareja.
Su hermano Daniel tiene 20 años, recién está terminando la secundaria y el año que viene quiere empezar a estudiar para ser maestro bilingüe, en la ciudad de Castelli.
"No tengo papá", dice Gisela, dejando en claro que hace mucho tiempo que no lo ve. Cuando ella era chiquita la dejó a su mamá por otra mujer y nunca más volvió.
Gisela tiene unas calzas azules, una remera negra y el pelo revuelto por el viento. Mientras habla y gesticula, en sus dos muñecas bailan decenas de pulseras de colores: "Necesito una cama porque estamos durmiendo en un colchón en el piso con mi abuela. Tampoco tenemos sillas. Nos sentamos arriba de los bidones", explica. Si bien la casa es de material, no tiene luz, ni agua, ni baño.
Está en 6to grado de una escuela de la que no sabe el nombre y a la que va caminando o en moto. "Se llama escuela", explica con una sonrisa y agrega: "Empecé desde el jardín. Me gustan las letras y los números. Cuando sea grande quiero ser maestra". La escuela es la Nº 1034, anexo lote 58, en la que la organización Puentes del Alma viendo haciendo un gran trabajo solidario y de acompañamiento a las familias. También recibe el apoyo de la Asociación Civil Padrinos de Alumnos y Escuelas Rurales (APAER).
Puentes del Alma se dedica a la construcción y refacción de escuelas en lugares vulnerables. La 1034 del anexo les llevó diez años hacerla desde cero. "Apuntamos en primero lugar al comedor escolar para que a los chicos no les falte la comida. Nuestra tarea es mejorar la desnutrición que vimos en cuanto llegamos. Y los chicos están mucho mejor. Hacemos un trabajo mancomunado para poder atender a todas las familias de la comunidad", explica Patricia Bonadeo, presidenta de Puentes del Alma.
Su mamá, Norma Martínez pide ayuda para que ella pueda cumplir con este sueño: "Les hacen falta útiles y también calzado. Yo siempre les aconsejo que sigan estudiando para que algún día puedan ser docentes y estar mejor que nosotros. Daniel tiene una madrina que lo va a ayudar para que pueda asistir al terciario a partir del año que viene. Dura 4 años".
Norma no sabe cuántos años tiene pero sí que nació en 1980. Vive junto a su pareja que trabaja cortando ladrillos, en un container de chapa. "Es un horno este lugar. Necesito que me den una casa porque cuando hace mucho calor no se puede dormir acá", explica.
Es artesana y vende sus carteras y mochilas para comprar lo que necesita. También le enseña a su hija a hacer cosas con yuca. "Acá no hay trabajo formal. Las mujeres trabajan en la casa y los hombres hacen changas, como leñadores o como granjeros. A veces van al pueblo y hacen changas. Como no entienden mucho el idioma, tampoco tienen mucho poder de negociación. Se van relocalizando por el problema que tienen de la propiedad comunitaria, porque eso es bastante difícil de organizar", explica Alejandro Montagne, Presidente de la Fundación SOS Aborigen.
Esta institución brinda ayuda social, sanitaria, educativa y laboral a varios parajes de El Impenetrable. Sobre la situación de Gisela y su comunidad, Montagne dice: "Estamos en el Lote 44, rodeados de comunidades aborígenes. Acá las familias sobreviven, más que viven. Viven porque respiran. Pero sobreviven porque tienen que caminar a buscar el agua, o buscar la leña para cocinar, o porque cuando sus hijos tienen fiebre quizás se tengan que enfrentar a una sentencia de muerte".
Todos en la familia tienen Chagas pero ninguno toma la medicación. Hasta hace unos años vivían en un rancho de barro y techo de paja rodeados de vinchucas. "Gisela no quiere tomar las pastillas. No me hace caso. Creo que son vitaminas", dice Norma. Sobre la epidemia del Chagas, Montagne explica que "es una enfermedad que los síntomas aparecen en la edad adulta. Primero te infectás y el síntoma quizás lo tenés en 30 años. Una vez que lo detectás, si sos adulto ya no te sirve el tratamiento. Hasta los 10 o 14 años, quizás podés curarte. O en los primeros momentos en que te picó la vinchuca pero es muy difícil eso".
No está del todo segura, pero Norma cree que los dos hijos que perdió fueron por problemas cardíacos, seguramente vinculados al Chagas. "No había cura y se murieron", dice con tristeza en los ojos. Es que en estas zonas la salud es una utopía para muchos. Norma dio a luz a sus hijos en el monte. "Allá la tuve a Gisela", señala apuntando a unos arbustos. Y agrega: "Por suerte salió todo bien".
Gisela camina hasta la represa casi seca que está a unos metros de su casa, acompañada por sus primos Néstor (5) y Alejandro (6). "Estamos jugando y bañándonos con los chicos porque hace mucho calor. Tiene poca agua. Los animales, las chivas, los chanchitos y los perros toman agua de acá", cuenta la adolescente.
En su casa, ella es una de las encargadas de ir todos los días a otra represa que tiene más hacia, y queda a varios kilómetros. Va caminando con algún otro miembro de su familia, con bidones en mano y tardan cerca de tres horas en ir y volver. "No tenemos canaletas para juntar el agua de lluvia. Para ir al baño vamos al campo nomás", cuenta.
En los pocos ratos de juego, corre, tira piedras con sus primos en la represa o juegan al fútbol con una pelota hecha de medias. "La vida acá es linda. Siempre cuidamos a los animales que tenemos. A la tarde los vamos a buscar con mi tío Fermín", dice Gisela.
Como no tienen luz, por las noches se arreglan con linternas o velas. Algunas tardes, su mamá le enseña a hacer artesanías con yica. "Se saca del monte. Nos vamos lejos caminando a buscarla con los perros. También buscamos carpinchos y tatus con mi hermano para comer", agrega.
El tatú es su comida preferida, o casi la única que tiene. "Siempre comen eso. Lo matamos, le rompemos la cabeza, le cortamos las patitas y lo ponemos al fuego", explica Gisela.
PARA AYUDAR
Las personas que quieran ayudar a Gisela y a su familia con comida, cama, zapatillas o becarla para que pueda terminar la escuela, pueden comunicarse con Patricia Bonadeo, presidenta de Puentes del Alma al 03462-663154.