Duelo por suicidio: el rol fundamental de los grupos de pares
Para poder hablar, mitigar el dolor o transformarlo, los grupos para familias en duelo son un espacio fundamental de encuentro entre quienes se enfrentan a la muerte repentina de un ser querido
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Hace cuatro años, cuando faltaba un mes para que cumpliera sus 19, Agustín se suicidó. Había terminado el colegio y empezado la universidad. Unos días antes, su papá, Horacio Curutchet, le dijo a su esposa tras una cena compartida en familia: “Me parece que en cualquier momento se va a vivir solo”. Lo veían maduro, con proyectos, contento. “Cuando se te muere un hijo, estás convencido de que se acabó todo. Sentís que te morís, porque el dolor y el sufrimiento es tal, que creés que no lo vas a soportar. Yo estaba convencido de que me iba a agarrar un infarto”, cuenta hoy Horacio, que tiene 61 años, es ingeniero civil y además de Agustín es papá de Daniela (35) y abuelo. “Ni siquiera nos dejó una carta: lo que sucedió, para nosotros sigue siendo inexplicable al día de hoy”, agrega.
Durante el velorio de Agustín, un amigo le habló a Horacio de Renacer, un grupo para madres y padres en duelo. Diez días después, estaba ahí junto a su esposa. “Cuando fui, lo primero que sentí y que me puso en otro lugar fue la esperanza: vi un montón de padres que hacía varios años habían perdido a sus hijos y recuperado sus vidas”, recuerda. Aquel jueves empezó a recorrer un camino que sería largo y lleno de obstáculos: el de la reconstrucción personal.
Para él, como para muchos padres, madres y otros familiares en duelo, los grupos de pares juegan un rol fundamental. Son espacios de encuentro con quienes atravesaron situaciones similares y que entienden perfectamente lo que están viviendo. Pero, ante todo, un lugar donde los recién llegados ven en quienes llevan más años una perspectiva de futuro: aunque nunca se vuelve a ser el mismo, se puede salir adelante.
Si bien en nuestro país y a diferencia de lo que ocurre en otros como España, no hay grupos de organizaciones que sean específicos para quienes están atravesando un duelo por un suicidio, sí los hay para los que perdieron a sus seres queridos sin importar la causa de muerte. En muchos casos −como el de Renacer− son solo de pares; en otros, están coordinados por profesionales como psicólogos.
Puntos en el camino
Hasta el día de hoy, Horacio continúa participando de los encuentros de Renacer, que actualmente son virtuales. Describe a los grupos como “waypoints” (puntos en el camino), esas gotitas boca abajo que aparecen en el Google Maps y que van indicando las distintas fases del trayecto. “Me acuerdo que cuando llegué miraba a los que llevaban más tiempo y pensaba: ‘ah, al año voy a estar más o menos así; y cuando pasen tres, de esta otra manera’. No solo había una luz al final del túnel, sino que me iban marcando el camino que venía. Eso fue muy sanador”, señala Horacio.
Sin embargo, subraya que los grupos no son para todos: si bien a muchas personas les hacen muy bien, a otras no. Cada duelo es único. En su caso, él empezó yendo con su esposa, pero ella decidió no continuar: sentía que apenas podía con su dolor y le resultaba muy difícil escuchar las historias de los demás.
Más allá de su participación en el grupo, Horacio empezó terapia: necesitaba un psicólogo que lo ayudara a entender la muerte de Agus. “Estábamos llenos de preguntas. Después de tantos años, uno entiende que las respuestas, ya no las va a tener. Por eso, si bien cada tanto vuelven esos por qué o qué pasó, los corro a un costado, porque sé que es energía que gasto sin ningún sentido”, señala Horacio. Eso también lo aprendió entre pares.
Alberto Arias es referente del grupo Renacer que funciona en la parroquia de San Cayetano, en Belgrano. Es el mismo del que participa Horacio. Cuenta que en el último tiempo, luego de que se conociera la historia de Jess Browne, cuyo hijo Nacho se suicidó el año pasado y que comparte su experiencia en Empesares, una página de Instagram, las consultas de madres y padres en duelo por suicidio, se multiplicaron. “En el último semestre debo haber recibido a unos 100 papás”, cuenta Alberto. En su caso, su hijo Manu murió a los 13 años de muerte súbita y él es uno de los “más antiguos” en el grupo.
En Renacer Belgrano, los grupos se dividen en dos: uno para las madres y los padres recién llegados, otro para aquellos que llevan más tiempo. A pesar de su experiencia en ese espacio, Horacio eligió estar entre los primeros: “Llega un momento en que uno empieza a mirar al otro, a decir: ‘yo ya recibí un montón, ahora tengo que empezar a dar’”, cuenta.
Para Alberto, una de las cosas más enriquecedoras de los grupos es la heterogeneidad de sus integrantes en cuanto a género, edad y recursos de todo tipo. “Uno se imagina que el gran filósofo egresado de 15 universidades es más piola que el señor o la señora que tiene menos recursos económicos o posibilidades de acceso a la educación, por ejemplo. Pero como esto es una cuestión humana, no hay uno más vivo que otro, porque la persona más simple puede tirar algo profundo que te llega al corazón y te hace ver lo que el gran filósofo no pudo descubrir”, reflexiona.
Nadie le dice al otro lo que tiene que hacer, no se critica ni se juzga. Se escucha, se acompaña y cada uno toma de los demás lo que piensa que le va a servir: desde cómo pasar ese primer cumpleaños sin la hija o el hijo, hasta qué hacer con su ropa. Sin manuales ni recetas, sus integrantes lo viven como “una escuela de vida”: “Cuando salís de tu propio dolor para abrazar a otro porque en ese momento ves que está peor que vos y que lo podés ayudar, es maravilloso. Ahí se produce el milagro de la sanación”, señala Alberto.
Esa comunión que se da entre quienes pasaron por un duelo de este tipo, es única. Horacio asegura que quien pierde un hijo, se siente “distinto al resto de la gente”: “Ni más bueno ni malo, simplemente te sentís distinto. Cuando fui a Renacer, me sentí entre pares”, recuerda.
Atravesar el duelo es para Horacio un proceso que lleva tiempo. Y después viene el otro desafío: el de volverse a armar; porque indiscutiblemente, después de una pérdida tan enorme no se vuelve a ser el mismo. Cuando Agus murió, su papá le dijo a un amigo : “Siento que perdí mi norte, que el motor que tenía no está funcionando. Se rompió, se apagó”. Hoy, asegura que ese motor está en un 80% reconstruido: empezó a estudiar diseño de interiores (una cuenta pendiente que venía postergando) y tiene varios proyectos. Disfruta mucho de su familia y en especial de su nieto, Joaquín, esperando con ansias al otro que viene en camino. Renacer sigue siendo su espacio de “contacto permanente con Agus”. “Los grupos, los psicólogos, te pueden dar herramientas, pero la decisión de transitar el camino, depende de uno”, sostiene.
Poner en palabras
Lucero tiene 37 años, es profesora de danzas y mamá de Brenda (11) y Josefina (5). Hace tres años, su pareja se suicidó y gracias al pediatra de sus hijas conoció a Fundación Aikén, una organización especializada en acompañar psicológicamente a niñas, niños y adolescentes en duelo, así también como a sus adultos a cargo. Se trabaja en grupos para chicos por un lado y adultos por el otro. En todos los casos, están coordinados por especialistas en salud mental.
“Ellas eran muy chiquitas cuando pasó y yo siempre les fui respondiendo con la verdad a todas sus preguntas, pero me di cuenta de que necesitaban herramientas y yo también. El primer día que fuimos a los grupos, Brenda me preguntó cuándo íbamos a volver y ahí me di cuenta que estábamos en buen camino”, recuerda Lucero. Hoy Brenda es una preadolescente con el flequillo decolorado, como usan muchas chicas de su edad. Por video llamada, cuenta: “Ese primer día no quería ir porque me daba vergüenza. Soy rereservada, a veces pienso algo y no lo digo. Pero después me sentí más cómoda, a parte ahí son re buenos”. Poco a poco, empezó a abrirse y a hablar cada vez más con su mamá y su hermana de sus emociones.
Aldana Di Costanzo, psicóloga especialista en duelo y fundadora de Aikén, explica que cada vez que ingresa una niña o niño nuevo a los grupos, se presenta y cuenta qué ser querido se murió y cómo. “El ir poniendo en palabras, es parte del proceso terapéutico. Lo que se busca en estos casos, es ir sacándole el estigma y poder entender que el suicidio es una causa más de muerte”, cuenta Di Costanzo. Todas las dinámicas incluyen juegos y distintos ejercicios que impulsan el hablar de los seres queridos fallecidos. “Aikén para mi es contención y amor”, resume Brenda.
Metodología. Cómo lo hicimos
Este artículo forma parte de “Hablemos de suicidio”, una guía de Fundación La Nación que incluye las voces y las recomendaciones de algunos de las y los principales referentes en esta temática de la Argentina, así como también testimonios en primera persona. Además de las entrevistas cualitativas, se realizó un análisis de datos estadísticos y una compilación de trabajos elaborados por distintas organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil, y contó con la curaduría de Nora Fontana, psicóloga especializada en tanatología y suicidología y vicepresidenta del Centro de Asistencia al Suicida Buenos Aires (CAS), y Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del departamento de pediatría del Hospital de Clínicas y cofundadora del Centro de Asistencia y Prevención del Abuso Sexual en la Infancia y Adolescencia (Cepasi).