“Mi hijo adolescente fuma marihuana. ¿Qué hago?”
Un día cualquiera, como al pasar y sin formalidades, Javier C., de 18 años, le contó a su mamá Claudia que había fumado marihuana algunas veces. “No te asustes, vos también me contaste que fumaste”, agregó, clausurando cualquier posible discusión con la propia experiencia de su madre. La mujer, lejos de asustarse o enojarse, agradeció internamente la sinceridad de su hijo consciente de que, cuando se trata de hablar con los hijos de sustancias como la marihuana, la honestidad no es siempre lo que prima.
Sin embargo, la realidad aporta datos que invitan a tocar el tema con los hijos e, incluso, a abrir canales de diálogo aún cuando son más chicos. Según las últimas cifras publicadas por la Sedronar, el consumo de marihuana entre adolescentes se triplicó entre 2010 y 2016: pasó del 2,2% al 6,7%. Se trata de una sustancia que, junto con el alcohol y el tabaco, circula con muchísima facilidad entre los chicos, a tal punto que su consumo, según los especialistas, cuenta con una baja percepción de sus riesgos. Algunos supuestos contribuyen a este estado de cosas. Se dice que la marihuana es menos nociva que el tabaco; que, si tiene usos medicinales, tan mala no puede ser, o que solamente es relajante.
Gabriela Torres, secretaria de Políticas integrales sobre Drogas de la Nación, considera que esto también nos habla de una mayor tolerancia social hacia esa sustancia entre adultos. Y lo grafica con un ejemplo muy claro: “Hace un par de décadas, los no consumidores desconocían el olor característico de la marihuana. Hoy, consumas o no, lo conocés. Pero no hay que perder de vista que, cuando se trata de adolescentes, cualquier consumo es problemático”, agrega la especialista.
“En la naturalización del consumo de sustancias como la marihuana tiene mucho que ver la época. Hay una enorme banalización de su consumo. Como existe el cannabis medicinal, la gente supone erróneamente que fumar marihuana entonces no es tan malo. Cada tanto me consultan si se puede fumar para aliviar algún dolor y la respuesta es que no. Si esto pasa entre los adultos, el discurso permea entre los más chicos”, explica Carlos Damin, jefe de la División de Toxicología del Hospital Fernández
Damin explica que la marihuana provoca síntomas inmediatos y a largo plazo. “Dentro de los inmediatos tenemos náuseas y vómitos, ojos enrojecidos, mucha sed, apetito intenso y aumento de la frecuencia cardíaca. Todo esto en el momento que alguien fuma. También risa inmotivada, alteración de la percepción con mucha distorsión de la realidad, enlentecimiento en la percepción del tiempo, hay euforia y puede haber alucinaciones. Hay alteraciones en la función cognitiva inmediata, lo que impide conducir un vehículo”, enumera.
Con respecto a los efectos a largo plazo, el especialista sostiene que dependen de la edad de inicio de consumo y de la cantidad fumada. “Hay impacto en diferentes órganos, a nivel pulmonar, bronquitis crónica y la posibilidad de enfisema, y, a nivel neurológico alteraciones en la función cognitiva con pérdida de la memoria a corto plazo, pérdida de la atención alternaciones endócrinas y aumento de chances a padecer cáncer. También en pacientes que tienen una patología psiquiátrica compensada, la marihuana puede provocar descompensación”, agrega.
En un congreso realizado a fines del año pasado, Marta E. Braschi, médica pediatra y miembro del grupo de trabajo en Adicciones de la Sociedad Argentina de Pediatría, remarcó que, entre 2010 y 2017, se duplicó la cantidad de niños y adolescentes que no consideran riesgoso fumar marihuana. Y aportó algunas características sobre el patrón de consumo en esa etapa de la vida. Según la especialista, está más vinculado al abuso que a la dependencia, es episódico excesivo, es decir, se da en determinadas circunstancias (reuniones, salidas, etc.) pero en un nivel de exceso, y dejó de ser exclusivo de lugares y situaciones particulares, generalizándose a ámbitos no tradicionales de consumo, como podría ser la casa de un amigo o la calle.
Un consumo secreto y accesible
Fue, justamente, en la casa de una compañera, durante un festejo por el día del estudiante, en donde Carolina O. probó marihuana por primera vez. Los padres de la anfitriona estaban presentes, pero en su cuarto. Ella era menor de edad. En esa ocasión, un amigo del grupo, un año mayor que ella y alumno del mismo colegio, había llevado dos “porros” de su cosecha personal, según comentó. El chico los hizo circular entre todos los asistentes en la terraza de la casa. “Esa vez era gratis. Digamos que se estaba promocionando. Si querías volver a consumir, él se ofrecía a ser tu proveedor”, explica.
Con tal facilidad de acceso, la marihuana se convirtió, de ahí en más, en un consumo social que podía darse en diferentes contextos, incluso antes de entrar a clases. “No todas las veces que salíamos a bailar con mis amigas, fumábamos. Casi nunca te diría. Porque a veces no te pegaba bien y no queríamos arriesgarnos a que eso nos pasara de noche y en la calle. Eran, más que nada, un par de pitadas en la casa de alguna amiga que vivía cerca del cole, antes de entrar. Los profesores nunca se dieron cuenta”, asegura. Sus padres no lo saben hasta el día de hoy.
Actualmente, la joven cuenta que casi siempre hay un “porro” circulando cuando se junta con amigos. Cuando se le pregunta por qué nunca se lo contó a sus padres, responde que porque está segura de que ellos no lo entenderían. “Cuando descubrieron que fumaba tabaco, también por esa época, hicieron un escándalo tremendo. Son muy cerrados. Y obviamente sobre la marihuana me machacaron mucho en contra. Pero ellos nunca fumaron. Así que yo quise tener mi propia experiencia y sacar mis conclusiones”, agrega.
En la casa de Javier C. el panorama es otro. Claudia, su mamá, cuenta que en su familia no hay tabúes. “Creo que es muy importante mantener un buen diálogo con los adolescentes, explicarles los riesgos de extralimitarse y la importancia de cuidarse. Escucharlos y que sientan que pueden contarnos cualquier cosa sin miedo a que los castiguemos, porque si se rompe el diálogo es mucho peor: van a hacer lo que quieran igual o más, para rebelarse, y encima no nos vamos a enterar”, considera esta mujer, jefa de familia y abogada de profesión, quien añade que, lo mejor, a su criterio, es dar el ejemplo con una vida sana y equilibrada, con límites. “Todo esto -continúa-, sin perder de vista que, a veces, es necesario transitar experiencias desagradables para tomar conciencia de que nos hacen mal y no repetirlas”.
Pero hay quienes exhortan a no perder de vista que a veces, lo que comienza como experimentación, puede terminar transformándose en algo más serio. María Pía del Castillo, directora de la Fundación Padres, puntualiza que no todos los chicos transitan la adolescencia con una autoestima lo suficientemente sólida como para que el consumo no se convierta en algo preocupante. “Es cierto que adicto no es el que quiere sino el que puede. Pero si uno no aprendió a valorarse, a comunicar lo que le pasa, si anda por la vida sintiéndose no valioso, sin límites, esa experimentación puede ser el primer paso hacia otras cosas”, alerta.
Del Castillo considera que no hay que perder de vista que la inmadurez emocional y la falta de habilidades sociales son características propias de la adolescencia. “En el mundo se sabe que los programas preventivos más efectivos trabajan sobre la autoestima, la comunicación, la toma de decisiones, el manejo del estrés, etc. Pero aquí no se trabajan estos temas. Por eso es importante hacerlo como padres. Dialogar y, sobre todo, fortalecer los valores”, recomienda.
La directora de la Fundación Padres también considera importante estar atentos a los círculos sociales en los que se mueven los chicos y prestar atención si, repentinamente, tienen nuevos grupos de pertenencia. “Es fundamental darles herramientas para que puedan tomar decisiones y mantenerlas sin ceder ante las presiones del grupo. La necesidad de pertenecer al grupo es central en la adolescencia. Pero hay líderes positivos y negativos”, agrega.
Juan Manuel Ordoñez, licenciado en Psicología con vasta experiencia en la recuperación de las adicciones, coincide con las apreciaciones de Del Castillo. “A veces los chicos se inician en el consumo para evitar cargadas u otro tipo de situaciones de acoso si se niegan a hacerlo . Es fundamental ir generando espacios de diálogo con los chicos a medida que van creciendo para que, cuando lleguen a la adolescencia, se sientan cómodos para contarnos qué les pasa”, aconseja.
Ordoñez también cree que es importante no perder de vista que detrás de estas situaciones de consumo, muchas veces, puede haber un llamado de atención. “Por eso es importante también estar abiertos a revisar lo que pasa en el hogar. A veces la negación es tan grande, que es más fácil suponer que un hijo tiene problemas con las sustancias cuando, en realidad, están pasando otras cosas”, concluye.
De una u otra manera, todos los especialistas consultados también hicieron hincapié en que, en una época de múltiples estímulos y potenciales peligros para los adolescentes, la necesidad de un canal de diálogo abierto no debe reemplazar a los límites, sino complementarse con ellos. En ese sentido, Gabriela Torres cree que el estado de situación actual requiere un nuevo acuerdo entre adultos. “Por aquello de ‘si le dijo que no, mi hijo se queda afuera’, somos, en muchas ocasiones, demasiado permisivos –reflexiona–. El adolescente necesita los límites. Si no los encuentra, va a ir por más hasta encontrarlos”.
Pautas de alerta y cómo intervenir
- Estar atentos si se registran notables cambios en el humor y en el estado de ánimo
- Prestar atención si aparece una baja repentina en el rendimiento escolar
- Tomar en cuenta si cambia el comportamiento o si empieza a frecuentar nuevos grupos de amigos
- Evaluar si tiene los ojos rojos porque puede ser indicador de consumo
- El olfato, cuando regresan o incluso en su cuarto, también puede aportar indicios
- Acercarse y hablar. Preguntar. Darle entidad al tema
- Consultar con un especialista ante cualquier sospecha. Si es menor, puede ser con el pediatra, para que evalúe la situación y sugiera acciones posibles
- No vivir la situación con culpa
- Estar abiertos a examinar el clima en el hogar
Fuentes
-Entrevistas a especialistas
-Estudio nacional en población de 12 a 65 años, sobre Consumo de Sustancias Psicoactivas (Sedronar): http://www.observatorio.gov.ar/media/k2/attachments/2018-10-05ZEncuestaZHogares.pdf
-Neurociencia del consumo y dependencia de sustancias psicoactivas (OMS): https://www.who.int/substance_abuse/publications/en/Neuroscience_S.pdf
-Ministerio de Salud de la Nación
Metodología. Cómo lo hicimos
Este artículo forma parte de “Hablemos de adicciones”, una guía que incluye las voces y las recomendaciones de algunos de las y los principales referentes en esta temática de la Argentina, así como también testimonios en primera persona. Además de las entrevistas cualitativas, se realizó un análisis de datos estadísticos y una compilación de trabajos elaborados por distintas organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil, y contó con la curaduría de Carlos Damin, médico especialista en Toxicología y jefe de la División Toxicología del Hospital Fernández de la Ciudad de Buenos Aires.