El año 2020 fue bisagra en sus carreras y, como nunca antes, debieron hacer gala de su habilidad para reinventarse; cómo fue ponerle el pecho a la pandemia y seguir educando a pesar de todo
- 8 minutos de lectura'
Con la fuerza de un tsunami, la pandemia de 2020 arrasó con el año escolar y su olorcito a nuevo. Sin demasiados preámbulos, los maestros fueron los encargados de ponerle el pecho a la catástrofe y llevarse el aula a sus casas. A veces con más ingenio que recursos, tuvieron que cambiar la tiza y el pizarrón por plataformas digitales, videollamadas y mensajes de Whatsapp.
A lo largo del año, el fantasma de la desconexión se convirtió en el enemigo por derrotar. Por eso, mientras hacían malabares con su propia estructura familiar, estuvieron al pie del cañón para lo que hiciera falta: responder mensajes a toda hora, repartir alimentos y apuntalar a los más débiles cuando fuera necesario. En algunos sectores sociales, mientras tanto, circulaba la idea de que no estaban haciendo lo suficiente.
Así llegamos al ciclo 2021. Un año con nuevos desafíos, propios de la presencialidad oscilante, y nueva terminología: “burbuja”, “contenidos prioritarios”, “en proceso”, “exceptuado”, “híbrido”, etc. Ellos, los maestros, continuaron –continúan– haciendo gala de ese superpoder que no todos sabíamos que tenían: el de reinventarse en tiempo récord para seguir enseñando a aprender. A continuación, algunas de sus historias, para celebrarlos en su día.
“Me desesperé. Pensé: pierdo media escuela”
Ya de pequeña, Verónica Figueroa (51) amaba “jugar a la maestra”. Los últimos siete años de los 30 que lleva ejerciendo la docencia fueron al frente de la escuela N° 1 “Juan José Castelli”, ubicada en Recoleta, en donde el 85% de la matrícula procede del Barrio Mugica.
Verónica destaca la plasticidad que tienen los docentes para estar en donde se los necesita de la manera en que se los necesita. “Ser docente es ser un poco abogado, juez, bombero, asistente social, mediador. A veces toca destrabar conflictos menores, pero que para los chicos significan todo”, asegura. La pandemia la obligó a hacer gala de todas esas habilidades. Y más.
A principios de julio último, falleció el papá de sus dos hijos menores. “Fue muy duro. Los chicos no lo veían desde el inicio del aislamiento, pero era un papá superpresente. La primera salida de los chicos en pandemia fue al cementerio, a despedir a su papá”, se lamenta. Así y todo, ella jamás dejó de ir a la escuela.
“El gran desafío era no perder a los chicos, así que apelamos a todos los recursos: grupos de Whatsapp y, después, Zoom. Yo funcioné como puente entre los docentes y las familias de los chicos que no podían conectarse. Aprovechaba los días en que venían a retirar los bolsones con mercadería y ahí me interiorizaba de las diferentes situaciones. Por ejemplo, cuando en la casa no hay wifi, una clase por Zoom equivalía a cien pesos en datos de celular. Y había familias que no podían afrontar ese gasto. Entonces, los docentes organizaban videollamadas con esos chicos, que son más económicas”, ejemplifica Verónica.
Pero, un día, el reparto de la mitad de los bolsones dejó de suceder en la escuela para pasar a una de las entradas del Barrio Mugica. “Recuerdo que me desesperé porque pensé: ‘pierdo media escuela’. Así que empecé a ir al barrio. Llevaba un carro con las tareas que mandaban los docentes y todo mi material de trabajo. Era un momento para ponerme en contacto también con los chicos, enterarme de cómo estaban. Si alguno estaba medio triste, preparábamos encuentros especiales con su maestra o maestro, para apuntalarlos desde lo anímico”, explica la docente.
Cuando mira hacia atrás, Figueroa no tiene más que agradecimiento hacia su equipo docente. “Sé de la entrega y el compromiso de todos. Sé de maestros que armaron clases especiales con los alumnos que no podían conectarse a la hora del Zoom porque no tenían celular. Los padres de nuestra escuela lo valoraron mucho y, en líneas generales, creo que la sociedad se dio cuenta de que enseñar no es para cualquiera. La imagen del maestro se enalteció”, concluye.
“La antigua normalidad no era amable con muchos chicos”
“Te vas a morir de hambre”, le respondían a Martín Vera cada vez que, de chico, decía que quería ser maestro. Una de las principales resistencias venía de su papá. “Terminé el secundario y me puse a trabajar. Tiempo después mi viejo falleció y recién ahí pude estudiar Magisterio. Y, gracias a Dios, nunca faltó el pan en mi mesa”, asegura este docente que está al frente de cuarto grado en la Escuela Primaria N° 64, de Villa Domínico.
Con 20 años de trabajo en el aula, este maestro de 49 años, casado y papá de dos varones, está fuertemente comprometido con la idea de que, a la hora de aprender y socializar en el aula, ningún chico tiene que quedar afuera. Y la pandemia no hizo más que reconfirmarle que el camino es el de la educación inclusiva: después de haberle hecho frente a un año tan atípico como el que pasó, está convencido de que, con ganas, el docente puede enfrentar cualquier situación que se le presente.
No es azaroso su comentario. Con Donato, su hijo menor, de 10 años, Martín conoció una cara nada amable del sistema educativo: la de la discriminación y el rechazo que a veces trae aparejado un diagnóstico de autismo. “La decepción fue enorme. Ver que mis propios colegas decían una cosa y hacían otra diferente me había robado las esperanzas”, reconoce.
A lo largo de su carrera, cuenta, le ha tocado ser maestro de chicos con diferentes diagnósticos. Incluso, su ojo clínico lo ha llevado a detectar ciertos trastornos antes que los propios padres. La pandemia no fue la excepción en ese sentido.
“El año pasado me tocó acompañar a un alumno que tenía un leve retraso madurativo. Trabajamos muy bien con su maestra integradora. Y este año estoy acompañando a una alumnita con dislexia, muy tímida y con dificultades de integración con el resto del grado. Al hablar con su mamá, me contó que la nena no quería ir a cumpleaños porque los chicos la rechazaban. Así que vengo trabajando con ella y con el grupo para que gane confianza en sí misma. El cambio en lo que va del año es muy grande”, cuenta, orgulloso.
Pero Vera sabe que esa no es la experiencia de todas las familias. “Durante el año pasado se escuchó bastante el: ‘quiero volver a la normalidad’, en referencia a la presencialidad en la escuela, antes de la pandemia. Pero lamentablemente no pocas familias dicen: ‘nosotros no queremos que vuelva la normalidad’, porque la antigua normalidad no era amable con sus hijos. Traía ciertas prácticas pedagógicas que dejaban a los chicos con discapacidad afuera. Ojala, ahora con la vuelta, podamos aprender algo y cambiarlas”, sostiene.
En paralelo a su labor docente, Martín es uno de los fundadores de la filial de Avellaneda de la Red Federal TGD Padres TEA. De allí se desprendió, tiempo después, Educadores por la inclusión, que promueve la idea de otra escuela posible. Una con espacio para todos.
“Me encontré con un universo paralelo que desconocía”
En 2020, Alejandra Riella se preparaba para ser maestra de primer grado por cuarto año consecutivo en una escuela pública de Villa Urquiza. Nada podía fallar. Pero una pandemia llegó para desmoronar sus planes. ¿Cómo enseñar a aprender desde la virtualidad?
Docente y psicopedagoga, con más de 15 años frente a un aula, Alejandra se reconoce, desde siempre, enamorada del potencial de la tecnología orientada al aprendizaje. “En los años anteriores, la venía incorporando bastante para lectoescritura. Pero en 2020 tocó aprender más. Me metí en cuanto curso se me cruzaba para aprender a armar aulas virtuales y juegos didácticos, que hicieran mis propuestas más atractivas y convocantes”, explica.
Poco tiempo después, filmaba videos, contaba cuentos y le dio rienda suelta a su veta más lúdica. Como cierre del año, organizó el proyecto “Todos somos superhéroes”, para reconocer el esfuerzo grupal, que consistió en que cada uno se convirtiera en superhéroe. Allí fue la Súper Maestra Ale que, entre sus habilidades, contaba con “mucha fuerza, creatividad y tecnología en su súper bolsillo”.
“A medida que fui introduciéndome en el mundo de la tecnología, me encontré con un universo paralelo lleno de recursos, autores, editoriales y libros sumamente útiles para mis clases. Hasta ese momento, no había pasado de Pinterest”, reconoce. El resultado comenzó a verse en la calidad de sus clases y poco tiempo después alguien le sugirió que compartiera lo que hacía. Así nació @maestracreativaok, una cuenta de Instagram que funciona como recursero para sus propios colegas y ya llegó a los dos mil seguidores.
Este año, por cuestiones de salud, su aula sigue funcionando desde su casa, ubicada en Vicente López. Desde allí es docente de todos los chicos exceptuados y aislados de su escuela, de primero a séptimo grado. Su misión no es nada sencilla, pero la Súper Maestra Ale se tiene toda la fe.
Maestros y héroes en la pandemia: ¿conocés algún caso que quieras compartir? Escribinos a: comunidad@lanacion.com.ar