Luciano Fabbri: "A los varones nos crían para pensar que podemos disponer de las mujeres"
Contra lo que algunos puedan creer, el cuestionamiento de la masculinidad machista también es cosa de hombres. El doctor en Ciencias Sociales (UBA) y licenciado en Ciencia Política (UNR), Luciano Fabbri, es una de las voces (masculinas) más resonantes al respecto. Fabbri sostiene que para arribar a una sociedad igualitaria en la que los casos de violencia de género comiencen, por fin, a descender, es necesario repensar el significado de lo masculino.
"Aunque no seamos abusadores sexuales ni violadores o femicidas, tenemos mucho para revisar sobre nuestra masculinidad", enfatiza Fabbri, integrante del Instituto de Masculinidades y Cambio Social y coordinador del Área de Género y Sexualidades de la Universidad Nacional de Rosario. Su punto de vista es claro: en una cultura en la que está fuertemente arraigada la idea de que los hombres están por encima de las mujeres, valores como el respeto o el consentimiento no siempre son centrales en las relaciones entre ambos sexos.
Pero el acto de reconocer y deconstruir los valores y conductas que sustentan el modelo de masculinidad machista también le compete a las mujeres. En diálogo con LA NACION, el especialista, también miembro del Consejo Asesor ad honorem del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, fue claro con el rol que le cabe al sexo femenino: "Yo creo que debe preguntarse qué espera de las masculinidades. Qué desea. Qué expectativas tiene".
Ud. integra una institución que se dedica, entre otras cosas, a repensar la masculinidad. ¿Por qué es necesario repensarla?
Porque genera relaciones de desigualdad. Porque ser reconocido como un sujeto masculino, o ser asignado como varón en esta sociedad en particular está asociado a ocupar posiciones de jerarquía.
¿De qué manera?
En el marco de una estructura familiar, los varones tenemos muchas más posibilidades de hacer con nuestro tiempo aquello que consideramos importante o deseable, mientras que las mujeres, en general, tienen que ponerlo al servicio de las necesidades de los demás. Si a mí desde pequeño me enseñan que, a la hora de poner o levantar la mesa, yo puedo quedarme en el sillón con el control remoto pero mis hermanas tienen que hacer el trabajo doméstico me están diciendo ya de manera muy temprana que mi tiempo vale más que el de ellas para hacer el uso que quiero de él.
¿Qué otros rasgos o conductas, ya sea en el plano de la vida familiar o fuera de él, le parece necesario repensar?
A los varones nos crían para pensar que tenemos el derecho natural a disponer de las mujeres y de sus tiempos, de sus energías, de sus capacidades y sexualidades. Entonces creemos que una mujer caminando por la calle está a disposición de nuestra mirada para decirle qué nos parece su cuerpo, cómo está vestida, qué le haríamos; o pensamos, en el marco de una relación sexual consensuada, consentida, que nuestro placer sexual es más importante que el de ellas. Por lo general, no nos preguntamos por el placer sexual de nuestras compañeras sexuales sino por nuestro rendimiento y nuestra propia satisfacción. También suele pensarse que el cuerpo de las mujeres es el que debe estar a disposición del cuidado de la salud sexual y reproductiva, son ellas las que tienen que hacerse los controles y tomar los anticonceptivos, las que tienen que prevenir los embarazos, las que tienen que poner el cuerpo en los abortos clandestinos, o las que tienen que destinar una parte de sus vidas a cuidar el fruto de esas relaciones sexuales.
Muchos hombres podrían creer que están exentos de deconstruirse. ¿En qué casos amerita este ejercicio?
Me parece necesario poder preguntarnos como varones en qué medida estamos teniendo vínculos que garanticen el respeto por el consentimiento de aquellas personas con las que nos vinculamos, fundamentalmente en el caso de las mujeres. Preguntarnos si las otras personas están haciendo lo que están haciendo por nosotros porque efectivamente así lo desean, preguntarnos por la reciprocidad, si estamos siendo justos en nuestras relaciones; si esa distribución del tiempo, del espacio, del placer sexual y de las tareas de cuidado son equitativas, si son justas o no lo son. Si nos podemos hacer algunas de esas preguntas, probablemente empecemos a advertir que en muchos de nuestros vínculos no estamos ni respetando el consentimiento ni siendo recíprocos ni justos con nuestras compañeras. Incluso podemos hacer el ejercicio de hacerles esa misma pregunta a ellas. De esa manera vamos a poder identificar que, aunque no seamos abusadores sexuales ni violadores o femicidas, tenemos mucho para revisar sobre nuestra masculinidad de manera de poder construir vínculos más justos y equitativos.
¿Qué rol le cabe a las mujeres en todo este proceso?
Yo creo que deben preguntarse qué esperan de las masculinidades. Qué desean. Qué expectativas tienen. Porque también nos encontramos muchas veces con que se espera de los varones que actúen de la manera más tradicional. Por supuesto esto no tiene que ver con una responsabilización o una culpabilización hacia las mujeres sino con que nadie está exento de revisar los estereotipos de género a partir de los cuales se mueve en la vida cotidiana.
Hay quienes critican esta clase de iniciativas sosteniendo que cristalizan ciertas imágenes según las cuales las mujeres son siempre las víctimas y los hombres exclusivamente los victimarios ¿Qué opina de esta apreciación?
Que tiene que ver con la propia victimización de los varones cuando nos proponen repensarnos de manera crítica. No quiere decir eso que no haya que evitar discursos o políticas que simplifiquen la complejidad de la violencia al punto de pensar que los varones solo pueden ser victimarios y las mujeres solo pueden ser víctimas. Pero algunos varones interpretan que estas iniciativas tienen el único norte de desequilibrar la balanza en favor de las mujeres a partir de un supuesto lobby feminista que ha cooptado el Estado. Es decir, no podemos comprender que nos estén proponiendo una relación de igualdad. Como a nosotros nos cuesta mucho practicar esa igualdad en nuestra vida cotidiana, entendemos que si vienen a cuestionar la relación vigente es porque quieren invertirla y que ahora sean las mujeres las que dominen a los varones. Ante esa sospecha, por supuesto que la reacción va a ser defensiva y ofensiva. Tenemos que hacer muchos esfuerzos pedagógicos, comunicacionales para transmitir que el feminismo no es una política revanchista contra los varones sino una política de igualdad que de hecho invita a repensarse para poder soltar los mandatos que los hacen opresores de las mujeres, pero también opresores de sí mismos.
¿En qué sentido?
Si lo pensamos para el caso de varones adolescentes y jóvenes, hay mayor tasa de suicidio de varones, mayor participación en homicidios, en accidentes de tránsito letales, lo que se llaman las causas externas o evitables. Los varones mueren casi el triple que las mujeres por causas evitables durante la adolescencia y la juventud. En el caso de la tasa de suicidio tiene que ver con que esos varones no se permiten dar cuenta de que están deprimidos, que necesitan ayuda, de que son vulnerables, de que están frágiles. En el caso de los accidentes de tránsito, está relacionado con la idea de la hazaña, el riesgo y la conquista como una conducta temeraria que ratifica la propia masculinidad. También en la mayoría de los casos, cuando uno ve una sala de atención primaria de la salud, ve mujeres y niñas y no ve varones adultos. Y si uno va a una sala de emergencia de un hospital, probablemente vaya a encontrar muchos más varones adultos que mujeres. Esto da cuenta de que la idea de la prevención de la salud está femeneizada y que es una preocupación de las mujeres. Incluso cuando los varones van al médico, muchas veces es por una insistencia constante de sus parejas.
¿Cómo operan estas lógicas en los casos de violencia de género?
Cuando las expresiones más sutiles se repiten de manera cotidiana y sistemática a lo largo de toda la vida tienen como efecto la vulneración de la autonomía, de la autoconfianza, de la autoestima y de los proyectos propios de las mujeres. Esos efectos son bastante similares a los de estar en una relación violenta, solo que no dejan marcas físicas. Son violencias psicológicas y simbólicas de baja intensidad, pero que de todos modos configuran relaciones desiguales. Y cuando lo vemos llevado al máximo extremo, que tiene que ver con los femicidios, también de algún modo el relato del femicida es "la maté porque era mía" o porque se quería ir. Lo que dejan en evidencia esos relatos es que ese varón no soporta ver a la mujer autónoma o libre. No soporta ver a esa mujer distanciándose de la voluntad del varón. Cuando él identifica que está perdiendo el control sobre la vida de esa mujer, está dispuesto a quitarle la vida y a veces a quitarse la vida él mismo porque prefiere no vivir para ver a esa mujer fuera de su control.
¿Cómo podría contribuir el ejercicio de repensar la masculinidad en el descenso de los casos de violencia de género?
Si la violencia de género implica una relación de poder, es fundamental trabajar con todos los sujetos que intervienen en esa relación. Y no solo con quienes son víctimas y destinatarias de esas violencias. En ese sentido creo que cada vez queda más claro que para erradicar la violencia machista hay que trabajar con los varones que son fundamentalmente quienes las ejercen.
¿De qué manera?
Además de políticas de sensibilización y de prevención hay que generar políticas públicas integrales. Qué haya, por ejemplo, asistencia y atención a los varones que ejercen violencia.
Hoy en día existen algunos espacios. ¿Cómo es el perfil de los varones que asisten?
En algunos casos son derivados por el Poder Judicial y, en otros casos intentan encontrar voluntariamente algún espacio de atención para revisar sus prácticas violentas porque empiezan a advertir los efectos dañinos que tienen esas prácticas.
¿Hay suficiente cantidad de espacios de asistencia en todo el país?
Son pocos y no hay en todas las provincias. Muchas veces están desfinanciados, o son asociaciones civiles o no gubernamentales que trabajan de forma voluntaria, entonces no existe la suficiente profesionalización o no hay mecanismos de evaluación de los abordajes de esos dispositivos y de cuáles son sus resultados. A pesar de que también hay muchas experiencias que trabajan hace tiempo y muy bien, en la Argentina en la mayoría de los casos no son parte de políticas públicas de gestión estatal.
¿Es posible cambiar estas conductas, incluso la mirada sobre estos temas, cuando se asiste obligado por la ley? ¿Cómo se trabaja en estos espacios?
Es posible pero, claramente, hay que hacer un proceso por el cual la demanda que está tercerizada, que es una demanda del Poder Judicial y no del varón que asiste al grupo de atención, se reconvierta en una demanda propia. Debe darse un proceso de problematización, de reflexión, de interpelación que le permita a ese varón reconocerse como ejecutor de unas formas de violencia y no solo como víctima de una persona que lo denunció o de un Poder Judicial que lo obligó a asistir a ese grupo que, en general, es como llegan esos varones: enojados porque otros hicieron que tuvieran que ir a ese lugar. Ahora, si ese dispositivo funciona y si la subjetividad de ese varón lo permite, lo que se necesita es un desplazamiento que lo haga implicarse en ese proceso. Reconocer que es un sujeto de género, que la masculinidad que ejerce y practica es una construcción que tiene efectos nocivos para con las personas con las que se relaciona, que genera daño, que muchos de esos daños que genera están vinculados a los daños que él también padeció a lo largo de su vida. Por eso también, en esos dispositivos, suele trabajarse mucho sobre la historia vital y familiar.
¿Cuáles son los espacios que considera más serios o respetables en caso de que alguien quiera acercarse de manera voluntaria?
Retem (Red de Equipos de Trabajo y Estudio en Masculinidades) tiene muchos años de trabajo en esto y ha formado equipos profesionales en varias partes del país; también la Defensoría del Pueblo tanto de Ciudad como de Provincia de Buenos Aires tiene dispositivos; varios municipios de la provincia de Buenos Aires también lo tienen; el Centro Integral de Varones de la provincia de Córdoba, y hay algunas otras iniciativas que se han ido armando en el contexto de cuarentena que son líneas telefónicas de atención a varones, que es una experiencia más reciente.
La cuarentena exacerbó el nivel de indefensión de muchas mujeres que deben vivir con sus agresores. ¿Qué mecanismos de la masculinidad machista se agudizaron como consecuencia del confinamiento?
Creo que se juegan varios factores: la impotencia de no poder asistir al lugar de trabajo y, en muchos casos, de no poder obtener un sueldo y no poder cumplir con el rol de proveedor; la sensación de estar en un ámbito que se supone que es de uno pero a la vez es desconocido, como es el propio hogar para los varones, en donde circulan muchas menos horas que el resto de los integrantes de la familia, en donde, en general, se desresponsabilizan de las tareas domésticas que ahora tienen todo el tiempo frente a sus ojos. Algo que también afecta mucho es la sensación de que la libertad de movimiento esté coartada y que encima sean otros los que te la coarten, cuando en general los varones se socializan en la idea de que son omnipotentes, autosuficientes, que nadie les dice lo que tienen que hacer y mucho menos cómo cuidarse. Por lo tanto ahí hay una sensación de frustración y de impotencia, incluso te podría decir que hasta de castración que suele agudizar las situaciones de tensión. Y se busca compensar todo el control que se pierde controlando a las personas que se tiene cerca.