Lucas Benvenuto: “Mi paso por la Justicia fue como volver a sufrir otro abuso”
El joven de 30 años conversó con LA NACION desde Ushuaia; explicó cómo logró romper el silencio que le permitió denunciar a las personas que abusaron de él desde que era un niño; repasó los casos en los que sus victimarios fueron condenados pero permanecen en libertad; y habló de la reparación que significó que su acusación contra Jey Mammon se hiciera pública
- 16 minutos de lectura'
En diciembre de 2020, el joven Lucas Benvenuto denunció ante la Justicia a Jey Mammon por la violación que, tal como reconstruyó en su testimonio, ocurrió cuando tenía 14 años. No fue una decisión de un día para el otro: como a muchísimas víctimas, le llevó más de una década poder procesar la violencia sufrida, pedir ayuda para sanar y tomar la iniciativa de ir a los tribunales. Tres meses después, la respuesta llegó en una notificación cargada de lenguaje jurídico: la causa había prescripto. En otras palabras, el Poder Judicial le estaba diciendo “no podemos hacer nada”, cerrándole las puertas en la cara.
Su historia, que se hizo pública semanas atrás y ocupó buena parte de la agenda de los medios de comunicación, puso sobre la mesa un drama que en general permanece en las sombras: el que atraviesan miles de víctimas de violencia sexual en la infancia y adolescencia que, cuando logran romper el silencio de años de dolor, se topan en la Justicia con la pared de la prescripción. ¿Por qué? Porque sus casos ocurrieron antes de las últimas reformas del Código Penal (de 2011 y 2015, conocidas como Ley Piazza y Ley de respeto a los tiempos de las víctimas respectivamente) que alargaron los plazos para poder denunciar.
Hoy Lucas recibió una noticia que lo llena de emoción. “Estoy muy contento: es un paso importante. Mi recorrido por la Justicia fue como volver a sufrir otro abuso y esto sería una primera reparación”, asegura el joven de 30 años en diálogo por videollamada con LA NACION. Habla desde su casa en Ushuaia, donde vive con su pareja y Pitta, su perrita.
El motivo es que acaba de enterarse de que el diputado nacional Cristian Ritondo (PRO) está trabajando en un proyecto de ley con su nombre (empujado por el abogado y panelista de televisión Roberto Casorla Yalet y la psicóloga Mariana Barros de la Serna), para promover la no prescripción de los delitos de abuso sexual contra niñas, niños y adolescentes. No es la única iniciativa de este tipo: la asociación civil ARALMA presentó un proyecto con el mismo objetivo en el año pasado.
“No me importa que el proyecto lleve mi nombre o el que sea, lo importante es que se trate y se instale el tema. Lo que me pasó a mí no lo va a cambiar nadie, pero creo que esto ayudaría a que más personas se animen a hablar y denunciar, porque muchas no lo hacen pensando que va a ser en vano. A mí también me pasó: el pensar que una causa no va a avanzar te silencia. Esto haría que se escuchen muchos gritos que estuvieron años y años silenciados”, reflexiona Lucas. Y agrega: “Todavía estoy descubriendo cómo sanar y creo que esta va a ser una gran herramienta, no sólo para mí, sino que va a quedar en la historia: es algo que me sobrepasa”.
Dice que aunque su denuncia contra Jey Mammon no prosperó en la Justicia, el abrazo de la sociedad y el que su caso se hiciera público fue una forma de reparación, al igual que la iniciativa de este proyecto. Sin embargo, pide que los medios no nos olvidemos de las otras víctimas, especialmente del joven que denunció a Marcelo Corazza, que fue lo que motivó la entrevista en la que Lucas contó, espontáneamente y sin habérselo propuesto de antemano, sobre su denuncia contra Mammon. “Yo sabía por lo que iba a pasar ese chico, porque yo lo viví: sabía que se iba a encontrar con la prescripción, que lo iban a soltar, que iba a quedar libre. Sabía eso y me indignó”, se lamenta en relación al caso que involucra a Corazza por corrupción de niños.
La infancia y adolescencia de Lucas estuvo atravesada por el abuso sexual y otras formas de violencia desde sus primeros años. “No tengo fotos de niño tomadas en un cumple, con amigos, en Navidad o en el cole: la única foto que tengo es esta”, dice en relación a la imagen que acompaña esta nota y que días atrás compartió en su cuenta de Instagram. Tenía 12 años y fue tomada por uno de sus abusadores.
Antes de eso, cuando era un pequeño de seis, pudo contarle a sus tías y abuela sobre los abusos a los cuales lo sometía un íntimo amigo de su familia, cada noche en que llegaba a su casa de visita, se quedaba a dormir y se metía en su cama. La respuesta fue la misma que reciben muchas chicas y chicos cuando logran hacer una develación de este tipo: “Sos un mentiroso. Ahora vas a repetir todo esto delante de él”.
El no haber sido creído esa primera vez, dice Lucas, le produjo un trauma inconmensurable y lo dejó sumamente vulnerable a sufrir futuros abusos. La certeza que tenía era que si hablaba, nadie iba a hacer absolutamente nada. Que estaba desprotegido, solo. Que el silencio era la única opción.
A los 11, fue captado por el profesor de música Marcelo Rocca Clement para alimentar la red de trata de niños con fines de explotación sexual conocida como los “Boy Lovers”, liderada por el psicólogo Jorge Corsi. A los 12, Roberto Santy Lozano, un hombre que entonces tenía 37 años, lo tuvo secuestrado durante nueve meses en la librería que sigue atendiendo hasta la actualidad. Durante ese tiempo, lo violentó de todas las formas posibles y filmó material de explotación sexual con el niño, que luego vendía. Todo esto consta en la causa judicial, según reconstruye su abogado, Javier Moral.
Los hombres citados arriba (solamente algunos de los muchos abusadores que arrasaron la infancia de Lucas) fueron llevados a la Justicia y condenados, pero hoy todos están libres. O porque cumplieron penas que Lucas considera insuficientes, irrisorias para los daños que le produjeron, o porque sus sentencias aún no están firmes.
De la mano de Moral, quien sigue siendo su abogado hasta la actualidad y apoyo incondicional, Lucas denunció a Rocca Clement en 2012. El profesor de música aceptó su culpa en un proceso abreviado ante el Tribunal Oral Criminal N°3 y acordó una pena de seis años. Junto a otras por distintos abusos que se le sumaron, el cómputo final fue de 14 años y cuatro meses de cárcel. En 2020 recuperó su libertad.
En 2012, Lucas denunció al librero Santy Lozano. El hombre decía que el niño de 12 años era su “novio” y que no lo tenía encerrado, que era “libre”. “Cuando cumplí los 13, abrió el cuarto donde me tenía encerrado con llave y apareció con una torta con una velita y un arcoíris”, recuerda Lucas. Ese día supo que tenía que escapar como fuera. En 2017 Santy Lozano fue condenado por el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N° 21 a 15 años de prisión, condena que recién cinco años después, en noviembre de 2021, fue confirmada por la Cámara de Casación y que por un recurso extraordinario federal impuesto por su defensa hoy espera la decisión final de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN).
“Mientras tanto él está libre, atendiendo la misma librería estudiantil en una zona en que hay varios colegios, uno de ellos muy conocido”, cuenta Lucas.
—La denuncia contra Jey Mammon fue la última que hiciste, pero hubo varias anteriores. ¿Cómo describirías tu paso por la Justicia en todos estos años?
—Cuando digo que primero fui abusado por todos mis abusadores y después por la Justicia me refiero a que allí me encontré con muchas personas que se supone que eran profesionales que no tuvieron siquiera un poquito de humanidad a la hora de hacerme las preguntas. Te doy un ejemplo: en las miles de veces que fui a declarar, un fiscal me preguntó sobre uno de mis abusadores: “¿Dónde te eyaculó?”, “¿en qué parte del pecho, me podés mostrar?”. No hacía falta hacer esas preguntas: ya sabía que me había violado. Me encontré también con las pericias psicológicas que fueron lo peor. Eran muy largas y encima estaban los peritos de una parte y la otra. Entonces era como una batalla, conmigo ahí adelante, muchas horas de preguntas que son impronunciables, donde todo el tiempo me querían llevar para el lado de hacerme pensar que por ahí me había equivocado: “¿Seguro que fue así?”, “¿pero estás seguro?”. Eso fue terrible para mí. Por eso digo que fui abusado también por la Justicia.
—¿Hubo alguna oportunidad en la que te hayas sentido contenido?
—Creo que la única vez que me sentí respetado fue cuando accedieron, en el juicio contra Roberto Santy, a ponerlo detrás de un biombo. Fue el único gesto, creo que solo porque era muy público el asunto. Pero lo que no fue público, fue terrible. Por eso, creo que tiene que cambiar la ley para que los casos no prescriban, pero también para que las penas sean más largas y para que los profesionales que están en contacto con las víctimas reciban capacitación, porque sino lo que me pasó a mí va a continuar siendo igual.
—Cuando un hombre condenado en primera y segunda instancia por violencia sexual contra niños, como el caso de Santy, sigue libre mientras la Corte Suprema define su situación, se pone en riesgo a muchas potenciales víctimas. ¿Cómo vivís eso?
—Es terrible. Yo no soy psicólogo, pero se sabe que estos abusadores vuelven a cometer los mismos delitos y en muy corto tiempo. Es peligroso y es una responsabilidad de la Justicia. Hace años estamos esperando una firma para que Santy vaya preso. Lamentablemente, la Justicia tarda mucho en actuar y las penas son muy cortas. En mi caso, el Poder Judicial le puso a todos mis dolores términos como “corrupción de menores” o “acceso carnal”, y eso fue sumando años, pero así y todo a Roberto Santy le dieron 15: es muy poco y todavía sigue libre. Me tuvo meses encerrado, grabó pornografía infantil conmigo y la difundió, y no fui el único menor que estuvo ahí, porque tenía grabaciones de todos los niños que habían estado antes que yo, incluso con otros adultos involucrados. Siento que la Justicia no investiga en profundidad estos casos, que se los quiere sacar de encima y pasar de página. Cierra los casos con un sello de prescripción, pero las historias y los dolores siguen: aunque queden en un legajo guardadas en un cajón, para nosotros el dolor no prescribe jamás.
—¿Cómo tomaste la decisión de ir a la Justicia la primera vez?
—Creo que nunca hablé hasta ahora de cómo fue la primera vez. Un día estaba cocinando y escuché en el noticiero: “Cae la banda de los Boy Lovers y Jorge Corsi”. Y empezaron a decir los nombres: Marcelo Rocca Clement, Pablo López Vidal y Augusto Correa. Yo tenía 17 y ahí me estalló todo. Porque hasta ese momento yo creía que era mi culpa, que yo había “accedido”. Me habían plantado en la cabeza que había sido mi decisión y lo tuve silenciado dentro mío mucho tiempo hasta que escuché esa noticia. Y cuando me doy vuelta y veo las fotos que estaban pasando, eran ellos y ya no podía parar de llorar. Creo que ese día entendí que me había pasado algo muy feo y lo había estado guardado dentro mío desde hacía un montón. Poco después falleció mi mamá y fue el otro detonante. No pude conmigo: el grito salió solo. Había visto un programa del periodista Facundo Pastor, me contacté con él y le conté mi historia. Fue quien me hizo conocer a mi abogado, Javier Moral: gracias a él también estoy hoy hablando acá, entero. Hizo muchas cosas como humano y como profesional. Ahí arranqué con las denuncias y fueron muchos años de sufrimiento. Pero sentía que sino denunciaba, ahí sí iba a ser mi culpa, porque ellos iban a poder seguir repitiendo y repitiendo esos abusos.
—¿Cómo es ese proceso que muchas veces tienen que hacer quien atravesó este tipo de abusos, para entenderlos y ponerlos en palabras?
—Te cuento un caso que nos llegó a mi abogado y a mí. Una señora nos escribió el mismo mensaje a los dos contándonos que tiene 60 y pico de años y que cuando estaba escuchando mi entrevista mientras comía con su familia, se quebró en el medio de la mesa y pudo decir por primera vez que su padre la había abusado. Cuando contó eso, la familia le dijo: “¿Pero cómo puede ser si vos amabas a tu papá? Le escribías cartas, siempre estaban juntos, ¿cómo puede ser?”. En ese momento la señora se levantó de la mesa y prendió fuego todas las fotos con el padre. Que una persona tan grande logre hoy, a través de mi entrevista, entender lo que le pasó, nos muestra lo atrasados que estamos en ese sentido. Creo que tendría que haber más información sobre lo que son los abusos que no implican una violación, para aprender a identificarlos.
—En promedio se habla que las víctimas pueden tardar entre 20 y 30 años en poner en palabras la violencia que sufrieron. ¿Cómo fue para vos?
—Todavía se siguen escuchando frases como: “De eso no se habla”. “¿Por qué vas a hablar ahora?” “¿Por qué tan tarde?” “Si no hablaste antes fue porque te gustó”. Parecen frases hechas pero te juro que no lo son. Yo las he escuchado y vivido incluso dentro de mi familia cuando decidí hablar por primera vez a los seis años y me dijeron: “No te creo. Sos un mentiroso”. En determinados ámbitos de la sociedad siguen sin entender que los niños no mienten sobre estos temas: hay adultos que se niegan a ver la verdad o son cómplices de alguna forma. Yo sentí esas frases en carne viva y me causaron traumas hasta hoy, por eso las detesto cuando las leo. Todas esas vivencias me fueron silenciando, hasta que llegó un momento en donde necesité gritar: me salió el grito solo. Pero no hay que llegar a estos puntos a los que yo llegué, no hay que llegar al límite para poder hablar. Hablar sanar.
—¿Te acordás cómo fue poner por primera vez en palabras la violencia que sufriste?
—Primero tuve que ponerlo por escrito, así empecé con mi terapeuta, poniéndolo en letras, y recién ahí pude hablar, así que imagínate lo que fue. Es muy importante para las personas el primer paso y hay que saber que por más que cueste, el silencio que uno lleva adentro se tiene que romper con alguien con quien vos tengas confianza, buscando ayuda terapéutica y fijándote dónde te van a escuchar, porque quizás la persona que vos querés que te escuche en ese momento no es la indicada, como me pasó a mi en mi familia. No hay que esperar a que el silencio te coma por dentro. Hay muchas personas que me dicen que se animaron a hablar después de escucharme y otras que me cuentan a mí, por primera vez, lo que les pasó, que no lo hablaron con nadie. Eso es muy fuerte.
—En otra entrevista contabas que uno de tus abusadores dijo que a los 12 años vos lo habías “seducido”. Lo menciono porque parte de la intrincada trama del abuso es hacer sentir a las víctimas como “cómplices”. ¿Cómo hiciste para trabajar esa culpa impuesta por tus agresores?
—Entendí que siendo tan vulnerable, siendo niño, nunca va a ser tu culpa. Llegué a un punto en donde ya no tenía que buscarle más vueltas, porque sino era pensar: “Es mi culpa, porque así me lo hicieron saber. Yo accedí, ¿cómo puede ser un delito?, ¿cómo puede estar mal?, ¿cómo puedo denunciar algo a lo que yo accedí?”. Lamentablemente, muchas veces recién de adulto entendés que está mal que te toquen, que te besen, que te abusen de la forma que sea, que no es tu culpa que un adulto te haya vulnerado: la culpas de ellos. Eso es algo de lo que me liberé, eso sí te puedo decir que lo solté del todo.
—Sé que sos patinador artístico y profesor de esa disciplina, y que elegiste Ushuaia como tu lugar en el mundo. ¿Cómo es tu vida hoy?
—Antes de la pandemia había audicionado para Disney On Ice. En 2019 viajé a París, aprobé la audición, vine a Buenos Aires y cuando explotó la pandemia se cayó. En 2021 me llamaron de Ushuaia para proponerme venir a dar clases y acepté. Desde entonces sigo acá y de hecho vamos a construir nuestra vida acá. Fue hermoso porque entré en un club muy familiar, el Club Andino Ushuaia, y me sentí muy abrazado. Hoy la vida acá es hermosa. Me siento feliz, siento que es donde voy a lograr pasar la página. Digamos que estoy rodeado de amor, a pesar de que hay una división en mi familia, conservo una parte que es la más importante, que son mis hermanas, sobrinas. Estoy muy acompañado por ellas, por mis amigos, por mi pareja y mi perrita.
—¿Con qué soñás para tu futuro?
—El día de mañana, no sé si ahora porque creo que necesito sanar un poco más para ayudar a otras personas, me gustaría acompañar a quienes pasaron por esto, sin una cámara ni nada de esas cosas. Creo que no lo tomo como una responsabilidad, pero sí como una misión a futuro y creo que ahí voy a descubrir otra herramienta más para sanar. El compartir lo que logré descubrir a lo largo de todo este camino para estar acá parado y poder seguir sonriendo. Creo que va a ser un final bonito, además de que me quiero casar, tener hijos y todo eso.
—¿Qué le dirías a quienes trabajan en el ámbito de la Justicia y a los legisladores, que son quienes pueden cambiar las leyes, como el Código Penal, para endurecer las penas?
—Que el dolor no prescribe. Que tienen la oportunidad de poder cambiar miles y miles de vidas y de futuros abusos que puedan llegar a suceder. Siento que si soy escuchado por ellos, por primera vez voy a sentir que la Justicia está de nuestro lado, y voy a tener esperanzas de que ese niño que fui algún día de verdad se pueda ir, porque todavía sigue acá, esperando que alguno de ellos de el paso, y no se va a ir hasta que hagan algo. Yo les diría que necesitamos la ley Lucas o el nombre que le quieran poner, pero la necesitamos ya.
Dónde pedir ayuda y denunciar
- Línea 137. Llamá a esta línea del Ministerio de Justicia de la Nación si necesitás asesoramiento legal o acompañamiento. Atiende las 24 horas y es para víctimas de violencia familiar, sexual o grooming (acoso y abuso sexual online). También podés enviar un WhatsApp al 11-3133-1000.
- Más opciones de denuncia. Entrá en este link para conocer otras líneas de denuncia, ayuda, asesoramiento y contención para casos de abuso sexual contra un niño, niña o adolescente.
- Más información. Si querés saber más sobre cómo prevenir situaciones de abuso, de qué manera detectar si un niño sufre abuso o qué hacer si sospechás que tu hijo o hija es víctima de abuso, entrá a nuestra guía sobre esta problemática.