En el Barrio Escalada, de Pablo Podestá, una iniciativa vecinal se convirtió en la única asistencia alimentaria que reciben decenas de niños y adultos algunos días de la semana mientras, en paralelo, se compran productos desechados y se cena con té; el ministerio de Capital Humano anunció que está relevando todos los espacios para luego asistirlos con fondos, aunque no está clara la fecha en que se implementaría la medida
- 7 minutos de lectura'
María Fleitas agradece que tres de sus cinco hijos sean grandes y ya no vivan con ella. “La leche se fue de 300 a 1500 pesos. ¿Cuánto hay que ganar para que los hijos de una tomen leche todos los días?”, se pregunta. El sueldo de su marido, que es trabajador informal, alcanza cada vez para menos y no recibe ninguna asistencia adicional. “Me dicen que no me corresponde la Tarjeta Alimentar porque mi marido figura como trabajador en blanco. Pero ese trabajo fue hace ocho años”, explica.
Estamos en el Barrio Escalada, ubicado en la localidad bonaerense de Pablo Podestá. Puntualmente, en el sector que limita con el arroyo Morón, un curso de agua verde oscuro en cuya orilla, cada tanto, los vecinos escarban buscando lombrices que luego venden como carnada de pesca. La calle de María es un pasillo largo que sólo admite el tránsito de personas. “Alguna vez intentaron instalarse unos transas pero los sacamos a patadas”, recuerda la mujer con orgullo.
Lo que no la enorgullece para nada es lo empobrecida que está su mesa. Para hacer rendir más la plata, hay productos que fueron desapareciendo para ella y los suyos: la carne, la fruta, las galletitas. Y se volvió asidua compradora de una feria cercana, en la que los puesteros venden los alimentos desechados en “la quema”, un predio del Ceamse ubicado a la vera de la Autopista del Buen Ayre. “Son cosas golpeadas que los supermercados no pueden vender y entonces tira. Pero están en buen estado. Si vamos al caso, más de una vez la ayuda del Estado son alimentos que están por vencer. O vencidos”, justifica.
Pero lo que realmente está garantizando que sus hijas y otros chicos del barrio siempre tengan algo para comer es una red que armó con sus vecinas. Una red que se inició hace años, pero que se fortaleció tanto en los últimos meses que devino en comedor y merendero para ellas y sus vecinos. “Entre nosotras, nos ayudamos siempre. Si un día una no tiene para cocinarle a los chicos, otra le comparte lo que cocinó. Es un ida y vuelta permanente que es lo que nos viene salvando”, reconoce María.
“Acá muchas veces priorizamos a los chicos y los grandes nos quedamos sin comer. A la ministra que pregunta si tenemos hambre, la invitaría al barrio, para que vea lo duro que es no tener para darle leche a nuestros chicos, o tener que cenar un té”, se lamenta.
María hace referencia al tenso intercambio que ayer tuvo la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, con militantes de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular que reclamaban en una de las sedes del ministerio, ubicada en Recoleta, para que se reactive cuanto antes la asistencia a los comedores comunitarios que se paralizó a partir del cambio de gobierno. “¿Tiene hambre la gente? Yo voy a atender uno por uno a la gente que tiene hambre”, expresó la ministra.
El coordinador nacional de la agrupación Barrios de Pie, Daniel Menéndez, comparó la imposibilidad de alimentarse con “una olla a presión”. “No sólo por el impacto que esto tiene en la salud nutricional de las personas, sino en términos de gobernabilidad. Los comedores están colapsados porque no sólo no tienen qué servir sino que cada vez se acerca más gente a pedir asistencia”, reconoce.
A principios de esta semana, Capital Humano anunció un cambio de modalidad en materia de asistencia a los comedores comunitarios que apunta a tratar directamente con los responsables de cada espacio. La otra novedad es que ya no se entregarán alimentos sino, directamente, una tarjeta con fondos para que cada establecimiento realice las compras y rinda los gastos posteriormente.
Todavía no hay precisiones en cuanto a la fecha de implementación ya que, como paso previo, el organismo está realizando un relevamiento presencial en cada espacio. Busca conocer la cantidad de personas asistidas y los datos de esas personas con miras de brindar, sostienen fuentes del ministerio, una asistencia integral y transparente.
Lo cierto es que en el universo de instituciones que brindan asistencia alimentaria en el país –referentes de organizaciones sociales estiman que son unas 20.000– el abanico es amplio y a la par de instituciones que funcionan de manera formal hay agrupaciones informales, como la de María y sus vecinas.
Victoria Isasi es vecina de María y muestra la cocina en la que los martes, jueves y viernes le ofrecen la merienda a unos 40 chicos y chicas y preparan la cena para más de 60 vecinos: su patio. Se trata de un espacio abierto, con parrilla, dos mesas y unos bancos de material, con un árbol en el centro. “Cocinamos con leña que buscamos en la orilla del arroyo, porque la garrafa está carísima. A medida que se fueron sumando más vecinos, se nos hizo imposible seguir sosteniendo todo con nuestro bolsillo. Ahora nos ayuda Barrios de Pie y recibimos algo del municipio, pero todo se cortó. Tengo apenas tres pollos en el freezer”, dice desesperada.
Los días de merendero y comedor, Victoria es quien cocina mientras que María, junto con Nora, Natalia y Yésica, corta y pica todo lo necesario y ayuda a servir. La que puede, siempre aporta algo más de su bolsillo: un kilo de alitas de pollo o algo de verduras para que el resultado sea un plato digno, aseguran. “La situación está difícil para todos. Yo tengo un solo hijo, de dos años, y a veces me toca darle de comer arroz hervido con orégano, mientras que yo ceno un té”, dice Nora con tristeza.
Ayudar en el comedor y merendero es una manera de garantizar que esa tarde o esa noche, los hijos de una tendrán que comer. “Tratamos de reservar una porción para nosotras. Pero muchas veces pasa que se terminó la comida y te viene a pedir una familia con chicos ¿y cómo los vas a dejar sin comer?”, reconoce María.
Cae la tarde y se acerca Yanina Donato a preguntar si hoy habrá comedor. Yanina tiene 26 años y tres hijos y cuenta que su familia depende de lo que su marido hace por día con un carro en el que junta cartón, latas y cosas que encuentra para revender. “A veces se hace la noche y trae tres mil pesos nada más. Encima, ahora el carro se rompió y ni eso tenemos. Si no fuera por mis vecinas, muchas veces los chicos se quedarían sin comer”, dice. En su casa, su alacena tiene un paquete de fideos, uno de polenta, un envase de arvejas y un poco de harina. “No sé qué voy a hacer cuando esto se termine”, se desespera.
En el patio de Victoria, acuerdan que esta tarde, por el calor, se ofrecerá jugo y pan del día anterior, que Natalia, otra vecina, trae de la panadería en la que trabaja. “A la ministra le propondría hacer un intercambio de dietas conmigo. Acá los adultos a veces pasamos hambre y los chicos comen, pero no siempre se alimentan. No es justo”, concluye.
Más información:
- Para colaborar con esta iniciativa vecinal, podés comunicarte con Victoria Isasi al 11 2543-6896.
- La Red del Banco de Alimentos es otra organización que lucha contra el hambre. Podés colaborar con ellos ayudando a clasificar alimentos o donándolos si sos productor. Conocé más en su sitio web.
- La Fundación CONIN busca erradicar la desnutrición infantil en la Argentina. Con tu aporte apoyás los programas que se desarrollan en los Centros de Recuperación y Prevención de Mendoza. Reciben también donaciones de alimentos, productos y servicios. Conocelos en su sitio web.