Liliana González: “Hay que luchar contra la comodidad del chupete electrónico”
Volver a mirarnos. Esa propuesta, que puede parecer sencilla, es para la psicopedagoga Liliana González uno de los mayores desafíos que tenemos en un mundo donde vivimos aparentemente híperconectados. Y es también el título de su décimo libro –el primero escrito con la colaboración de su hija, Natalia Brusa–, Volver a mirarnos. El reencuentro con nuestros hijos y alumnos en tiempos de urgencia y tecnología, que presentó el viernes en la Feria del Libro.
De visita en Buenos Aires, la cordobesa, que lleva más de 50 años dedicándose a la educación y cuyos videos con mensajes para padres y docentes se volvieron virales, habló sobre las consecuencias del mal uso de los celulares y los dispositivos electrónicos en general, sobre todo en los más chicos.
–Subraya mucho la diferencia entre ver y mirar, ¿cuál es?
–Ver es cuestión del ojo, pero mirar es otra cosa, implica todo el ser, todo el sujeto. La mirada construye subjetividad. Cuando el cachorro humano nace, desamparado e indefenso, podría no transformarse en un sujeto psíquico. Lo hace porque alguien lo aloja en el amor y no lo abandona. En ese acto que empieza con la lactancia, la leche no llega sola, no es un suero: cuando se le da el pecho, se lo mira. Y en esa mirada, ojalá esté el amor, porque en ella el bebé se ancla en la vida. Estoy muy preocupada por las mamás distraídas en el WhatsApp mientras dan la mamadera o el pecho, porque le están privando a ese hijo del amor. Esa mamá quizás después lo sienta a comer la papilla con los dibujitos y estamos en la misma. Se fueron perdiendo y hackeando esos espacios de comer mirándonos y escuchándonos.
–¿Por qué nos cuesta tanto el encuentro real con el otro?
–Cada día trabajamos más por necesidades básicas, pero también por necesidades inventadas. Un papá me decía que trabajaba de 8 a 20 y que entrando a la cochera, rogaba que sus hijos estuvieran dormidos, porque él llegaba sin resto. Yo le pregunté por qué trabajaba tanto. Él me respondió: "Para que nada les falte". Y agregó: "¡Uy!, les falto yo". Se dio cuenta que para que nada les faltara les estaba faltando un papá con ganas de jugar o de charlar. Hay mucho "ombliguismo" y parecería que hay poco tiempo para los chicos. Nosotros elegimos qué mundo queremos para nuestros hijos: si quiero un mundo de palabras o uno de imágenes, si quiero que sepa todos los dibujitos animados o leerles un cuento. El bebé no pide chupete electrónico, se lo damos y hay que luchar contra esa comodidad que muchas veces sirve para calmar un capricho.
–¿Qué le diría a los papás y a las mamás preocupados porque sus hijos hacen un uso excesivo de la tecnología?
–Antes de los dos años no hay que exponerlos a las pantallas. Por eso, les diría que conozcan el tema y tomen una posición, porque cuando uno sabe lo que quiere para sus hijos es más fácil decir que no, filtrar y poner horarios. La tecnología llegó para quedarse. No estoy en contra de su uso. En los primeros cinco años, los chicos tienen que construir el pensamiento simbólico: dibujar, pintar, recortar, armar rompecabezas, mirar el cielo, aburrirse y todo lo que sea motor para la creación y la fantasía. Tenemos que volver a dejarnos cartitas debajo de la almohada, que la escritura en casa también sirva para la comunicación. Hay que darle tiempo a la palabra, al cuento y al ejemplo. Porque si mamá y papá no pueden dejar el celular en ningún momento del día, hasta cuando comen, ¿cómo le vamos a pedir lo mismo a los chicos? Una infancia sin juego es una infancia con severos problemas de aprender después y con muchos problemas de socialización.
–Hoy se habla mucho de los límites. ¿Te preguntan acerca de cómo ponerlos?
–Hoy los límites están en problemas. Los padres me preguntan por la penitencia más eficaz. Lo que me gustaría que me preguntaran es cómo hago para que, en ese poquito tiempo que tengo, le llegue a mi hijo el amor, la idea de que es valioso para mí. Se trata de volver a escucharnos y a mirarnos. Le estoy diciendo a los papás una cosa que es barata y que parece que funciona: algún día, no todos, apagar todas las luces de la casa cuando llegan, poner una gran vela en la mesa, todos sentados alrededor, y que sea el ratito de contarnos cosas. Son algunos minutos donde entra la magia de escucharnos. Ahí solamente va a haber palabra y mirada. Las dos cosas que constituyen al ser humano. Si no nos miran, ni hablan ni escuchan, no nos humanizamos.
–Y ahí entra el tiempo del amor del que hablás que es importante recuperar.
–¿Viste cuando la gente habla de "calidad de tiempo"? Es verdad, no es tanta la cantidad como la calidad. Pero también hace falta un tiempo. Un papá me decía: "Yo no tengo tiempo, pero le doy calidad de tiempo los domingos. Voy a jugar al golf porque me saca el estrés y ellos me acompañan". Eso no es calidad de tiempo. Volver a mirarnos es una invitación a mirarnos como papás, mamás, docentes, funcionarios y ciudadanos. Porque siempre la culpa es del otro. Más que esperar un líder que nos solucione todos los problemas tenemos que empezar a buscar liderazgos por todos lados, a hacer pequeñas cosas cada uno de nosotros.
––¿Por dónde se empieza?
–El cambio tiene que nacer de nosotros. Proclamamos ética pero por ahí a diario tenemos actos cotidianos no éticos, como meternos en una fila que no nos corresponde o no pagar los impuestos. Si los adultos pensáramos que los niños nos miran, nos escuchan, nos copian... Somos referentes. Decimos que los chicos hoy no respetan la autoridad, ¿y nosotros? Que no leen, ¿y nosotros? Que no dejan el celular, ¿y nosotros?
– La invitación es a mirarnos a nosotros, los adultos, primero.
–Este volver a mirarnos es preguntarnos qué tal lo estamos haciendo. Hagamos un alto en el camino, hagamos talleres con padres, pidamos que la escuela nos aloje de otra manera, que no nos llame solamente para anunciarnos cosas o para retarnos, sino que haya un lugar donde una vez al mes los papás juntos piensen cómo lo están haciendo. Porque mientras los chicos estén con nosotros los vínculos se pueden modificar. A los papás a veces les digo: "Ustedes cuando escuchan un ruidito en el auto, ¿qué hacen?", y me responden: "Uy, lo llevo rápido al taller porque no me quiero quedar sin auto". Bueno, cuando escuchamos un ruidito en el vínculo, ese hijo que no te habla, que no te mira, que te desafía todo el tiempo, ese hijo difícil, hagamos un alto, vayamos al taller. Mientras estén con nosotros, hay tiempo.
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