“Le salvamos la vida a un pibe”: las inesperadas consecuencias que tuvo un gesto del Huevo Acuña
La hija de 14 años de Fabián de Ciria, fotógrafo y amigo del lateral izquierdo de la selección, se suicidó; en la final de la Copa América el jugador se puso una camiseta para recordarla y la foto se volvió viral; ahora, desde Qatar, el padre de la chica reconstruye el impacto que ese momento tuvo en él y en otras personas que atravesaban crisis de salud mental
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10 de julio de 2021. Estadio Maracaná, Río de Janeiro. Minuto 94.53 del partido. El pitido del árbitro uruguayo Esteban Ostojich detiene el contador y el alarido de alivio de los comentaristas desgarra la transmisión en vivo. La final entre Argentina y Brasil por la Copa América, se acabó: somos campeones.
Todas las cámaras apuntan a Messi. El crack se desploma de rodillas cubriéndose la cara. Marcos “Huevo” Acuña está muy cerca. Tanto, que cuando corre hacia Leo, es el primero en llegar, el primero en abrazarlo. Unas milésimas de segundo antes que Rodrigo De Paul y Nicolás Tagliafico. Después, los cuatro desaparecen entre la montaña humana que les cae encima.
Se rompe así la racha de 28 años sin títulos para la Argentina y a los jugadores les entregan una camiseta especial. “Campeones de América 2021″, dice en la espalda. Se la ponen todos. Todos, menos uno: el Huevo. Él tiene una blanca con una mariposa naranja y el nombre “Luz” escrito en cursiva. No se lo contó a casi nadie, pero la mandó a hacer esperando ese momento para ponérsela. La foto oficial lo inmortaliza con la mariposa en el pecho.
Cuando le toca subir al escenario para recibir la medalla, el Dibu Martínez lo toma del hombro y, mirándole la remera, le pregunta algo. El Huevo responde. Lo que posiblemente le dijo es lo que las redes sociales nos contarán al resto después. La remera es un homenaje a Luz, la hija de un amigo suyo, el fotógrafo Fabián de Ciria. Dos meses antes, a los 14 años, la adolescente se había suicidado.
El gesto no tardó en volverse noticia. Canales de televisión, radios y medios gráficos de todo el país contaron la historia. Pero lo que entonces resultaba imposible de dimensionar, era el impacto que tendría en la vida de Fabián y en la de muchas otras personas. “El Huevito se fue al carajo. No se imaginó todo lo que provocaría”, dice Fabián en diálogo con LA NACION, un año y cuatro meses después de aquella final.
Ahora mismo los dos están en Qatar y todo parece indicar que pronto van a reencontrarse. En los últimos días, tras las bajas del Tucu Correa y Nicolás González, el Huevo estuvo bajo el foco de Sacaloni y con riesgo de quedar afuera del Mundial por una pubalgia, pero ya respira aliviado: durante el entrenamiento del viernes, respondió a las exigencias físicas del cuerpo técnico y todo parece indicar que no habría más cambios en la lista.
“Cambié de opinión”
Fabián no podría decir cuánta gente lo contactó a partir de ese momento. Recibió una catarata de mensajes. Padres y madres cuyos hijos se habían suicidado o que habían pensado hacerlo, y personas que atravesaban crisis profundas de salud mental. No podía creer que fueran tantos los que estuviesen pasando por lo mismo.
“Hasta me escribió un pibe desde una cuenta fake de Instagram, que se la había creado para no dar su identidad, donde me decía: ‘Yo estaba a punto de hacer lo mismo que tu hija, pero cuando te escuché me puse en la piel de mi mamá, sentí que no le podía hacer eso y cambié de opinión’. No sé quién es, no tengo sus datos. Pero en ese momento, dije: ‘De alguna manera, gané'”.
Al principio, Fabián no quería dar notas. Fue una amiga, que además era la madrina de Luz, la que le dijo que podía ser una oportunidad para instalar la problemática del suicidio. “En general, no se habla de eso. Y además, era una forma de agradecer el gesto humano que tuvo el Huevito. Siendo él tan introvertido, tan callado, pensé: ‘No se da cuenta de lo que hizo, de todo lo que generó’. Un ejemplo es lo que me escribió este chico por Instagram. Sin quererlo, le salvamos la vida a un pibe”.
Pero antes de aquella foto del Huevo con su remera de una mariposa, hubo otra que fue el principio de todo. El comienzo de esa amistad entre el fotógrafo y el lateral izquierdo de la selección, que se iría cimentando con pocas palabras (“es un tipo callado”, aclara Fabián) y gestos definitivos.
La foto con la que empezó todo
Una biografía apretada del Huevo Acuña diría que tiene 31 años y que sus comienzos fueron en los clubes Olimpo, Tiro Federal y Don Bosco, de Zapala, en Neuquén. Que se crio en las 70 viviendas, un barrio de laburantes, y que en el playón cerca de su casa pateaba la redonda con el sueño de llegar a primera. Contaría que a los 17 años se probó en Ferro Carril Oeste y que quedó. Que de ahí saltó a Racing. Que de Racing saltó a la selección. Que de la selección saltó a la Champions League, y del Sporting de Lisboa al Sevilla de España, donde juega actualmente. El de 2018 en Rusia fue su primer mundial. El de ahora, es el segundo.
Una biografía apretada de Fabián de Ciria diría que tiene 41 años, que se crió en Parque Patricios y es hincha de Racing por sus viejos. Que estuvo a punto de hacerse de Boca por culpa de un vecino pero que su papá lo descubrió a tiempo y lo llevó a la cancha, cerrando con la solemnidad del acto la promesa de una afiliación. Que la primera foto que sacó en su vida se la tomó a su mamá en el jardín japonés de Escobar, a los 7 años. Que a partir de 2011 se metió en el mundo de la Academia, donde empezó sacando fotos de las inferiores, y que luego se sumó a la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA).
¿Dónde se cruzan ambas historias? En diciembre de 2014, en ese partido en el que Racing le ganó 1 a 0 a Godoy Cruz y, tras 13 años sin títulos, se consagró campeón del fútbol argentino. El Huevo estaba en el equipo y Fabián se coló en los festejos de los jugadores. No estaba acreditado para sacar fotos y se quedó agazapado en el túnel, esperando su oportunidad: “Cuando llegó el presidente del club a entregar la copa, me pegué detrás de él y entré a la cancha. Gracias a eso, pude sacar un montón de fotos. Una de las primeras fue la de Marcos, con Julia, su mujer, y su hija Mora, que era chiquita”.
En la imagen, Julia abraza a Marcos y Marcos a Mora. Los padres lloran. La beba mira con ojos grandes a un punto indefinido.
La relación entre ellos dos podría haber quedado ahí, en el retrato de un instante. Durante seis meses, Fabián no volvió a la cancha, hasta que un día pensó: “Che, esta foto merece estar en las manos del protagonista”. La hizo imprimir, armó un cuadrito y se fue a buscar a Acuña a un entrenamiento. Lo acompañó su hija Luz, que tenía 8 años, y lo encararon al Huevo a la salida del vestuario.
−Mirá, tengo algo para vos. Tomá −dijo Fabián y le dio un cuadrito.
−Uy, no te puedo creer −respondió el Huevo.
“Se emocionó mal, porque tanto él como su mujer sabían que alguien les había sacado la foto y la habían buscado por todos lados”, cuenta Fabián. El Huevo fue hasta el auto y buscó una camiseta suya que le regaló a Luz: la nena no podía creer nada de lo que estaba pasando. A los pocos días, Fabián recibió un llamado de Julia, la mujer del Huevo, para invitarlo a tomar unos mates. “Justo ese fin de semana Marcos hace un gol y quedó como una cábala: tenía que ir todos los jueves a tomar mate a su casa”, recuerda el fotógrafo.
Decir que en la Argentina el fútbol es una especie de religión, es caer en un lugar común. Pero lo cierto es que su mística, para quienes aman este deporte, trasciende la pelota. En la final de Racing, Fabián le regaló al Huevo esa foto familiar. En la de la Copa América, el Huevo a Fabián aquella otra: la de la camiseta con el nombre de Luz. “Los dos sabemos que uno siempre va a estar para el otro”, resume el fotógrafo sobre su relación.
Luz
Fabián atiende el teléfono desde Berlín. Hace poco se instaló en esa ciudad junto a su pareja, Zeinab, que es alemana y, como él, de Racing. Cómo una berlinesa hija de libaneses se hizo hincha de la Academia es una historia aparte, pero ahora ambos están en Qatar, cumpliendo un sueño. Fabián cuenta que es el primer mundial al que va como turista, hincha y reportero gráfico. “Además, lo voy a volver a ver al Huevito, que hace rato que no lo veo”, dice. La última vez fue en las eliminatorias de Argentina contra Uruguay y Perú.
A Luz la describe como superinteligente y de buen corazón, siempre dispuesta a ayudar a los demás. “A veces, traía los problemas de los demás a casa porque quería ayudarlos. Nosotros hablábamos un montón y me acuerdo que una vez me contó re preocupada que un compañero había dicho que se quería suicidar. Me pidió que le avisara a los padres para que pudieran hacer algo. Qué me iba a imaginar que me iba a pasar a mí”, dice Fabián.
También la recuerda como una chica “a la que le dolía mucho si algún compañero la trataba mal” y que tuvo una época donde “la pasó mal por el bullying”. Le decían “rara” porque le gustaba el animé y escuchaba a BTS, un grupo de pop surcoreano.
Dos años antes de su suicidio, cuando estaba en séptimo grado, el gabinete psicológico de la escuela le sugirió que escribiera una carta contando cómo se sentía. “La notaban tristona y en esa carta contó que no se sentía aceptada ni parte del grupo. Ahí me enteré de que se había hecho unas marquitas en la pierna con un punzón o no sé con qué. Empezó a hacer terapia y vimos varios cambios positivos en ella. Se armó un grupo nuevo de amigos, tenía un noviecito y estaba feliz”, detalla Fabián. Y agrega: “Evidentemente, el avance que vimos estaba bueno, pero dentro de ella seguía existiendo toda esta cuestión”.
Fabián y la mamá de Luz se separaron cuando la niña tenía seis años, y compartía mitad de la semana con cada uno. La última vez que su papá la vio en persona fue en febrero del año pasado, cuando viajaron juntos a las Cataratas de Iguazú. “En esa semana estuvo rodeada de mariposas y estaba feliz de tenerlas encima suyo. Siempre le gustaron un montón y las dibujaba todo el tiempo”, dice Fabián.
El 4 de mayo de 2021, Luz se suicidó. Cuando Fabián recibió la noticia, fue como si alguien apretara un botón de pausa y el tiempo dejara de correr. “En ese momento no pude llorar. Me congelé y estuve así hasta el día siguiente, petrificado. No sé si era como si estuviese en un sueño o qué carajo me estaba pasando, pero como que no reaccioné. Me quedé callado mirando la nada y me calcé al hombro los trámites. Recién me quebré en el cementerio −recuerda−. El día que la enterramos volaban miles de mariposas alrededor nuestro y dentro del dolor, las vi”.
A lo largo de su vida, Fabián había conocido a padres cuyos hijos fallecieron en distintas circunstancias y siente que, de alguna manera que no puede explicar, eso lo fue preparando para lo que nunca nadie está preparado: “Siempre dije: ‘Esta gente es increíble, la fortaleza que tiene para reponerse a eso’. Jamás imaginé que yo iba a ser parte de ese club, que me iban a anotar a la fuerza. Elegí seguir adelante porque es lo que hubiese querido Luz”.
El impacto de la pandemia fue devastador, sobre todo en los jóvenes. Las consultas por intentos de suicidios, autolesiones y otras problemática de salud mental, crecieron el doble y el triple en algunos casos. “Pero es un tema del que en general no se habla. En mi caso, no me la veía venir y de repente nos quedamos sin nuestra hija. La persona que toma esa decisión lo lleva muy adentro y por lo general no lo dice”, reflexiona Fabián.
Por eso, le parece clave “abrir bien los ojos, tratar de escuchar, de hablar, de que los chicos puedan contar lo que pasa” y saber cómo darles una respuesta: “Obviamente hay que pedir ayuda ante el más mínimo indicio. Eso es fundamental”.
“Pedile que ella te va a dar”
Lo que en general las biografías no cuentan, es lo que más les queda a quienes conocieron a alguien. La persona detrás del personaje. Esas pinceladas aparentemente chiquitas que terminan dándole sentido al todo.
Quienes conocen al Huevo lo describen más o menos igual. En entrevistas con distintos medios, desde su maestra de séptimo grado hasta el entrenador del primer club en el que jugó, pasando por amigos de la infancia y la familia, todos hablan de un tipo humilde, de pocas (muy pocas) palabras y perfil bajo.
“El Huevo es supertranquilo. A veces compartimos unos mates y ni hablamos. Es muy callado, aunque también es muy jodón cuando entra en confianza. Podría contarte un montón de gestos, miles, que tiene de solidaridad, pero él no quiere que trasciendan. Nada, el Huevito es así. Tiene un corazón enorme”, asegura Fabián.
Cuando el Huevo concentraba en el predio de Ezeiza para la Copa América, la pandemia había alcanzado otro de sus picos y los jugadores estaban en cuarentena. “Estaba encerrado en la habitación, aburrido, lejos de su familia, y en ese tiempo hablábamos mucho. Para darle un poco de ánimo, le dije: ‘Che, escúchame, vos sabés que Luz te quería mucho. Si necesitás una ayuda, pedile que ella te va a dar’. Después supe que le rezaba todas las noches, pidiéndole que salieran campeones, que se le dé”.
Cuando terminó aquella final en el Maracaná, ahí, en medio del campo de juego, a la primera persona que llamó el Huevo fue a Julia. Después, a Fabián. No se escuchaba nada y apenas intercambiaron algunas palabras. Tampoco hacía falta decir mucho más.
“Vino, trajo pelotas y compartió un mate cocido”
El periodista está parado de espaldas a una canchita sin redes en los arcos, en medio de una plaza sin pasto. El viento se cuela por su micrófono y le corta las palabras. Para los que nos criamos en la Patagonia, ese ruido es la banda sonora de nuestras vidas.
“Exactamente aquí nació la leyenda del Huevo Acuña, en esta canchita el crack zapalino tuvo su contacto con el más lindo de los deportes. No por nada este playón lleva su nombre”, cuenta el presentador mirando a cámara. El video está en YouTube: se llama “Conocé las primeras canchas donde jugó el Huevo Acuña” y es una producción del medio local LMN Neuquén.
En otro, “Desde Zapala a Rusia: la historia de Marcos Acuña”, Cristian Querci, que fue compañero suyo en el club Don Bosco, cuenta sobre el momento en que el jugador de la selección volvió al barrio y al club: “No llegó ni en una cupé ni en un BMW. El tipo estaba caminando, vino, trajo pelotas, compartió un mate cocido con nosotros, un pan con dulce. Esas son cosas que no las tiene cualquier persona: las tiene un tipo que tiene bien firme sus valores”.
“Me alegró el alma”
El Huevo no suele dar notas. Pero un mes después de la Copa América, participó de una entrevista que le hizo el periodista Andy Kusnetzoff por la radio. Se conectó por Zoom desde su casa en Sevilla. No dejaba de frotarse las manos y mirar para los costados, como buscando la salida más cercana. “Se está arrepintiendo desde el minuto cero, ya le veo la cara”, comentó Andy.
Sobre el final de la charla le preguntaron por la remera que usó en homenaje a Luz. En referencia a Fabián, el jugador respondió: “Sí, bueno, él es un amigo. Yo a él le había dicho que iba a hacer lo posible para que esté bien y pueda recordarla de la mejor manera. Él no sabía nada de la remera y de la sorpresa que le iba a dar”, contó el Huevo. “Después de hablar con mi mujer, lo llamé a él, fue el segundo al que llamé y no podía hablar mucho y tampoco podía escuchar porque yo estaba adentro del campo y no se escuchaba bien, pero la verdad es que a mí me alegró el alma poder haber hecho eso y que él se sintiera un poco mejor”.
La foto que sueña sacar
Fabián venía masticando la idea de ir al Qatar desde hacia tiempo. Pero después de la Copa América, con Zeinab no tuvieron ninguna duda de que harían lo imposible para llegar: “Cuando pasó lo de la remera, me esforcé más para estar presente y hacerle el aguante al Huevo, porque sé que le va a tocar a la gloria y va a ser su premio por todas las cosas buenas que hizo. Si Dios quiere, voy a poder sacar la foto que todos los argentinos esperamos y, cuando nos veamos, nos vamos a fundir en un abrazo. Esa es la película que veo hoy”.
Dónde pedir ayuda
- Nueva línea telefónica nacional para atención en salud mental: depende del Hospital Bonaparte y brinda contención e información para problemáticas de salud mental las 24 horas y desde cualquier punto del país. Atienden situaciones de crisis y urgencias. Se puede llamar al 0800-999-0091.
- Línea 135. El Centro de Atención al Suicida atiende 18 horas diarias (consultar horarios en la web), de forma anónima, gratuita y voluntaria. La técnica que utiliza es la “escucha activa”. La línea recibe llamados desde CABA y Gran Buenos Aires. Los números (011) 5275-1135 o el 0800 345 1435 son para todo el país.
Más información
- En la guía “Hablemos de suicidio”, de Fundación La Nación, podés encontrar información sobre señales de alerta, cómo acompañar a personas que atraviesan una crisis de salud mental y mucho más.