Martes 23 de julio. Paraje Arenales, Salvador Mazza. El colectivo Fénix en el que viaja Elvira Cabrera se detiene en el control de Gendarmería sobre la ruta. Su corazón se desbanda. No hace frío y ella tiene un camperón que alerta a una gendarme. Elvira, ojos rasgados y pelo negro, lleva dormido a upa a Dylan, el más chiquito de sus dos hijos, que todavía no cumplió un año.
-Quédese sentada, no se levante.
Así le dice la mujer de uniforme. La palpa. La hace bajar. En una faja en su abdomen, en el bolsillo de la campera y en sus medias, encuentra las 98 cápsulas de cocaína que no pudo tragar y alguien distribuyó entre sus prendas: 1.151 gramos de polvo blanco.
Elvira tiene 23 años y vive en el barrio guaraní Nueva Jerusalén, en Pichanal, a 30 kilómetros de Orán, donde comparte dos habitaciones, una cocina y un baño, con su mamá, hermanas y hermanos, sus parejas e hijos. Son once adultos y seis chicos bajo el mismo techo. No terminó la secundaria y cuatro meses atrás, hasta esa tarde de julio, se sustentaba vendiendo sándwiches. Por Facebook, una conocida le ofreció trasladar la droga por 10.000 pesos. Una fortuna. Jamás había cometido un delito. "Si me va bien, le festejo el cumpleaños a mi bebé", pensó.
Historias como la de Elvira llegan a los medios cuando el final trágico se desencadena y los dedos apuntan al morbo. Pero la mayoría permanece en las sombras. "Mulas", "camellos" o "capsuleras" son algunos de los nombres con los que se deshumaniza a estas mujeres, el último y el más débil eslabón de la cadena del narcotráfico.
Sus perfiles parecen fotocopias: están atravesadas por la pobreza estructural, sufrieron múltiples violencias, la mayoría no terminó la escuela (algunas son analfabetas), están excluidas del sistema de empleo formal, son jefas de hogar y madres solteras.Quienes las captan, lo saben bien. Y, en el traslado de drogas, les ofrecen una estrategia de supervivencia para criar a sus hijos e hijas, en la que ellas arriesgan su libertad y hasta su vida.
En Salta y Jujuy, la cercanía con la frontera estimula la captación: Orán, Pichanal, Tartagal y Salvador Mazza, son algunas de las localidades calientes. LA NACION recorrió la zona para recoger historias de mujeres como las de Elvira, Carolina y Tatiana.
Al igual que ellas, la mayoría no tenía antecedentes y cayeron detenidas en el primer intento de cometer ese delito. En el tráfico de drogas son las que ponen el cuerpo y cumplen las condenas: una vez detenidas, les es muy difícil identificar a quienes las contactaron para hacer "el trabajo".Las investigaciones, generalmente, mueren con su captura.
Según el último informe del Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena (Sneep), en 2018 en la Argentina había 94.883 personas detenidas. De ellas, 4.362 eran mujeres (4% del total) y se estima que más de la mitad fueron privadas de su libertad por infringir la ley de estupefacientes.
El encarcelamiento de mujeres por delitos vinculados a drogas es una tendencia que crece de forma ininterrumpida y preocupante no solo en la Argentina, sino en la región y el mundo. En el país, entre 2015 y 2018, se incrementó en casi un 35% la población de presas por ese motivo en el ámbito del Servicio Penitenciario Federal (SPF).
Clarisa Galán, defensora pública de coordinación de las unidades que la Defensoría General de la Nación (DGN) tiene en Salta y Jujuy, explica que esa es la jurisdicción del país con mayor cantidad de mujeres en conflicto con la ley penal. Entre sus asistidas, el 99% tienen causas vinculadas al transporte de estupefacientes. Por semana, llegan entre uno y tres casos nuevos a cada una de las defensorías de Salta capital, Tartagal, Orán y San Salvador de Jujuy.
"En general, en el último año el traslado de drogas lo estamos viendo no tanto en la modalidad de las cápsulas, sino adosadas al cuerpo: por ejemplo, en fajas en el abdomen o en la ropa interior. Creemos que es porque lleva menos tiempo de preparación de las mujeres y pueden trasladar mayores cantidades", cuenta Galán. Y agrega: "En el caso de las cápsulas, el máximo que pueden tragar es entre 80 y 100. Cada una contiene unos 10 gramos de cocaína y se intenta completar el kilo".
A través de su equipo interdisciplinario, desde las unidades de defensa de Salta y Jujuy se hace un acompañamiento integral y sostenido a las mujeres, no solo durante el proceso judicial, sino después.
La defensora detalla que muchas de las mujeres cruzan la frontera con Bolivia y transportan la droga por el interior de la Argentina. "Les mandan el boleto de colectivo o las suben a un remise, a veces con otras chicas que también llevan droga y entre ellas no se conocen. Ni siquiera tienen valijas y son fácilmente detectadas por Gendarmería", resume Galán
Les mandan el boleto de colectivo o las suben a un remise, a veces con otras chicas que también llevan droga y entre ellas no se conocen.
Como en el caso de los hombres, otra modalidad es el traslado de estupefacientes entre los bultos que llevan los "bagayeros", como se conoce a quienes cruzan la frontera, por unos pocos pesos y en condiciones extremas, cargando desde ropa hasta cigarrillos y electrodomésticos.
Hay mujeres que ni siquiera saben qué es lo que están llevando entre los bultos. Así le pasó a Doris, una joven madre soltera en situación de extrema vulnerabilidad, a quien le habían ofrecido cruzar desde Bolivia un parlante: adentro tenía más de cuatro kilos de pasta base. Por el calor, la cinta con la que se sostenía la droga se despegó y, en un control, el ruido alertó a los gendarmes. Desde la defensoría de Salta lograron su absolución: "Muchas mujeres son analfabetas. Cuando el juez leyó la sentencia y dijo la palabra ‘absolver’, ella no entendió. La miramos y le dijimos: ‘¡Vas a quedar libre, te vas a tu casa!’. Ahí se largó a llorar", recuerda Galán.
Bombas de tiempo
Con las cápsulas en sus estómagos, los cuerpos de las mujeres son bombas de tiempo. Daniel Dib, médico especialista en cardiología y medicina legal, pertenece al equipo interdisciplinario de la defensoría de Salta, que además cuenta con una psicóloga y un trabajador social. Explica que las cápsulas son de látex –se suelen usar preservativos o dedos de guantes–, para que el ácido clorhídrico del estómago y los jugos gástricos no las degraden. Cada cápsula tiene unos siete u ocho centímetros de largo, por dos de ancho, similar al tamaño de una pila AA.
Durante el traslado, que puede durar más de 24 horas, no deben comer nada. Cuando llegan a destino, expulsan las cápsulas tomando laxantes y vaselina
No solamente llevan las cápsulas en el estómago, también en la vagina y el recto. Los riesgos son altísimos. "Si se rompen y la cocaína se libera bruscamente, no hay forma de salvarlas: el corazón hace un proceso que se llama aritmia ventricular y tienen muerte súbita. Otras veces, la cápsula se ‘lastima’ y la droga se va eliminando poco a poco: ahí comienzan a tener síntomas de intoxicación y su vida depende de si llegan al hospital al tiempo", asegura el médico.
A Julieta Loutaif, defensora oficial y supervisora de la unidad de defensa de Orán, hay casos que le quedaron marcados a fuego. "En general, son chicas jovencitas. En 2015 tuvimos el caso de una mujer embarazada de siete meses que había ingerido cápsulas, y de una chica tucumana que había tenido a su bebé hacía menos de una semana. Cuando les preguntamos si tenían conciencia del riesgo que implicaba, nos dijeron que no. Eso habla de su extrema vulnerabilidad", recuerda.
Cuando les preguntamos si tenían conciencia del riesgo que implicaba, nos dijeron que no. Eso habla de su extrema vulnerabilidad
Loutaif subraya que la detención de las mujeres afecta "muchísimo a la familia". "Desde la defensoría realizamos visitas una vez por mes a las cárceles y afectivamente son muy difíciles. Las mujeres tienen toda la carga de si los hijos quedaron solos, de quién los cuida, de quién los controla si son adolescentes", agrega la defensora.
Matías Gutiérrez Perea, defensor público en San Salvador de Jujuy, cuenta que, muchas veces, el motivo que las arrastra son necesidades urgentes como "pagar el tratamiento por alguna enfermedad o discapacidad de sus hijos". Como el caso de V, una de sus defendidas, que tiene 18 años y es madre soltera de un bebé de seis meses, que nació con una discapacidad en sus manos y pies.
V –pide resguardar su nombre– es una adolescente linda, alta y menuda, que vive en un asentamiento en Orán. Cargando su celular cerca de la terminal de colectivos, una desconocida le hizo la propuesta. Le ofreció 6.000 pesos por llevar dos paquetes, en remise, hasta Ledesma, en Salta. "Yo no sabía qué hacer. Me dijo que lo pensara", cuenta la joven mientras le da la teta a su bebé. "Él nació con un problemita y teníamos que llevarlo a Salta capital a ver un especialista, pero no tenía plata ni para el colectivo. Por eso acepté", agrega. No tenía antecedentes penales.
Se encontraron en la terminal. En el baño, la mujer le dijo que se pusiera los dos paquetes de cocaína –en total, 510 gramos– en el corpiño. Cuando llegara a Ledesma, alguien la iba a llamar a su celular. Pero no llegó. El 9 de julio pasado, a las 17.15, en un control de Gendarmería sobre la Ruta 35 a la altura de Río Piedras, la detuvieron. Explotó en lágrimas. "Lo hice por mi bebé", llegó a balbucear. Gracias al acuerdo que logró el equipo de Gutiérrez Perea con la fiscalía, a V. se le hizo un juicio abreviado en el que se cambió la calificación del delito a "tenencia simple", con una pena de tres años de ejecución condicional. Hoy, está en su casa con su bebé.
Mi bebé nació con un problemita y teníamos que llevarlo a Salta capital a ver un especialista, pero no tenía plata ni para el colectivo. Por eso acepté
Desde la defensoría a cargo de Galán buscan visibilizar la imposición de penas que consideran desproporcionadas para estas mujeres –una mínima de cuatro y una máxima de hasta 15 años– y cómo su encarcelación, lejos de afectar el funcionamiento de las redes del narcotráfico, perjudica a sus redes afectivas, como sus hijos e hijas. Están convencidos de que las perspectivas de género y de derechos de los niños, niñas y adolescentes deberían ser los ejes en la determinación de las penas, en los mecanismos alternativos a la prisión y en la implementación de las políticas de drogas.
"La pena no solo es altísima y de cumplimiento efectivo, sino que no pueden acceder al régimen de progresividad: por ejemplo, a salidas transitorias o la libertad condicional, como la mayoría de los condenados por otros delitos. Eso nos parece muy grave y preocupante. Creemos que hay que hacer una reforma legal para poder tener una mayor variación en las escalas penales en estos casos -dice Galán- Estas mujeres no solo no implican una peligrosidad social, sino que es muy raro que vuelvan a reincidir. Pueden ser consideradas como víctimas de trata, ya que hay una captación, un aprovechamiento de una situación de vulnerabilidad y una explotación clara".
Creemos que hay que hacer una reforma legal para poder tener una mayor variación en las escalas penales en estos casos
En la casa hay olor a leche hervida. La cuñada de Elvira, prepara arroz con leche. Ese día tocó lavar ropa y en las sogas que cruzan el patio de tierra no hay espacio libre. Elvira, que es mamá soltera, juega con sus dos hijos: además de Dylan está Thiago (3). Cumple los primeros meses de sus cuatro años de condena en prisión domiciliaria. Por ahora, lo que más se le hace cuesta arriba es la subsistencia, no poder ir a vender los sándwiches por el barrio. Se ocupan su hermano y su mamá, Marisa. Apenas les alcanza -cuando les alcanza - para comer. Pero tampoco podrá llevar a sus hijos al pediatra ni buscarlos en la escuela.
Tenía miedo. Pensaba con quién iban a quedar mis bebés si me descubrían
El día que se fue en colectivo hasta Salvador Mazza para encontrarse con la mujer que la contactó, salió de su casa a eso de las seis de la mañana: "Me fui calladita, no le conté a nadie", dice. Con ella cruzó la frontera a Bolivia. En Yacuiba, la llevó a un hotel y le explicó cómo tragar las cápsulas. Pero a Elvira no le pasaron por la garganta. Se las pegaron al cuerpo y sintió que quedaba más expuesta: hubiese preferido tragarlas.
"Tenía miedo. Pensaba con quién iban a quedar mis bebés si me descubrían", recuerda. Su deseo a futuro es conseguir un trabajo: "Mi mamá me dice que tengo que terminar de estudiar", concluye.
Cómo colaborar
Quienes deseen colaborar de alguna manera con las mujeres, pueden escribir al mail de la defensoría: coordinacionsalta@mpd.gov.ar