Las escuelas pueden construir un país más justo
Mientras la sociedad se hunde en la grieta, absorta por el presente absoluto de la crisis económica, la escuela es la institución de los puentes. Allí necesitamos abrir ideas, debates y pensamientos diversos. No dejar que nadie quede atrapado en dogmas, verdades únicas y pensamientos simplificados en un mundo tan complejo y cambiante. La escuela es la fuerza del razonamiento, los diálogos y las capacidades cognitivas profundas para construir un país más justo.
Hay que recurrir a modos pedagógicos-puente. Clubes de debate que institucionalizan la argumentación, la escucha y la mirada sin temores sobre la actualidad. Tutorías entre los alumnos para enseñar y aprender, para salir del esquema de poder único e irreversible de una serie de dueños del saber y otra serie de desposeídos. Crear proyectos donde se movilizan redes de aprendizaje y no solo imposición de arriba hacia abajo.
Mientras en las pantallas los algoritmos nos absorben el tiempo, automatizando nuestros deseos en nuevas fantasías digitales cada vez más a la carta, la escuela construye la distancia crítica y la paciencia. En la cultura de la instantaneidad todos compiten por adueñarse del tiempo de las personas. Netflix dice que su mayor enemigo es el sueño. La escuela construye puentes colgantes entre el pasado y el futuro enfrentando estos creadores digitales de deseos fugaces.
Para fortalecer esos puentes necesita reconstruir el sentido del aprendizaje, revisar sus pedagogías y estabilizar prácticas más potentes. Los alumnos deben ver el valor del estudio, tecnología "antigua" que implica sentarse y leer (ejercitar, dialogar y ver videos, por qué no) durante horas hasta dominar un tema complejo. Para esto será vital que sus profesores puedan abrir nuevas y diversas puertas al mundo del conocimiento. No basta con las aulas tradicionales. Pero al menos las escuelas siguen siendo una fuente contracultural que promueve relaciones de conocimiento y alteración del mundo que vivimos, enfrentando el camino absorbente de las pantallas que llenan los bolsillos de los nuevos emporios culturales.
Mientras la estructura social se desgarra en la fragmentación, la escuela busca la inclusión, la construcción de la equidad, de lo común, de la justicia social. Argentina es uno de los países más desiguales de la tierra. Sus escuelas públicas y muchas privadas hacen un enorme esfuerzo por enfrentar la desigualdad y dar más oportunidades a los más desaventajados. Donde la sociedad excluye, maltrata, discrimina y consolida en posiciones de dominación y sumisión, la escuela busca caminos para la integración, la solidaridad, el compromiso con la vida y la historia del otro.
Este trabajo es cuesta arriba. La escuela no puede abstraerse de la sociedad. El sistema educativo está segregado y estratificado socialmente. La construcción de puentes requerirá acertadas, sólidas, bien financiadas y continuas políticas educativas para fortalecer a las escuelas. Mientras tanto, dentro del sistema hay una cultura de búsqueda de la inclusión que construye puentes invisibles entre los más pobres y la cultura, que abre alternativas de justicia donde nadie más parece hacerlo. Hay que valorar los esfuerzos de miles de docentes que cada día estiran sus tizas para llegar a las manos y las mentes de los sujetos negados de derechos.
No dejemos solas a las escuelas. Necesitan el apoyo de la sociedad, la protección del financiamiento público y las políticas que construyan mejoras sostenibles en el tiempo.
Para los que formamos futuros agentes de cambio en las universidades esto abre una pregunta crucial: ¿cómo formar estudiantes que construyan puentes en la estructura social, en las categorías teóricas y en la creación de la riqueza basada en una teoría del desarrollo inclusiva? ¿Cómo formar educadores que sean capaces de crear puentes entre el pasado y el futuro del sistema educativo, defendiendo la cultura de las escuelas y creando a la vez nuevos entornos para alimentar las voces de los estudiantes? Este es el gran desafío: ¿cómo hacer de la educación una fuerza más poderosa en medio de un mundo despiadado?
Por Axel Rivas, Profesor y Director de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés