Las cooperativas y los mercados: la salida que le encuentran los parajes para salir adelante en la Patagonia
Miguel Cárdenas llega a la sede de la Cooperativa Ganadera Indígena en Ingeniero Jacobacci, con su camioneta destartalada llena de lana. Tardó dos horas en hacer el trayecto desde Anecón Chico, en donde vive, para entregar su producto. Mete marcha atrás el vehículo en el galpón, baja cuatro bolsas con la ayuda del personal de la cooperativa, las pesan y le ponen su nombre.
"Soy nuevo en la cooperativa. Antes mi mamá era asociada. Perdimos muchos animales con las cenizas pero esperamos poder resurgir y levantarnos nuevamente", dice Cárdenas, quien hoy cuida 350 ovejas junto a dos hermanos. Fue unos días al pueblo a comprar indumentaria de trabajo y herramientas, para después volver al campo.
En los parajes de la línea sur de Río Negro, la mayoría de los hombres son pequeños productores que se dedican a la cría de ovejas y de chivas, y las mujeres se inclinan por las artesanías. Si bien antiguamente vendían sus productos de manera informal, sacando el precio que podían, en los últimos años se fueron organizando en cooperativas y mercados para conseguir mejores condiciones laborales y precios.
"El movimiento cooperativo es muy importante en nuestra provincia y muchas tienen un espíritu de fomento increíble", afirma Luis Di Giácomo, ministro de gobierno de Río Negro.
También existe el "mercachifle", que es el comerciante histórico de la zona que va de casa en casa comprando la lana, el pelo y la carne a los pequeños productores y vendiendo los "vicios", como cigarrillos, alcohol y mercadería.
"Siempre pagan menos y cobran más caros los productos. Yo no entendía por qué usaban al mercachifle si no les conviene, pero también es el padrino de los chicos, el que les presta plata, el que los lleva al pueblo si necesitan, es el que va a ir en todas las estaciones. Lo necesitan de aliado, no es sólo un comerciante", reflexiona Virginia Velazco, extensionista rural de INTA Jacobacci.
Su papá es productor y tiene el campo a 5 kilómetros de Jacobacci. Él, hace 16 años que está asociado a esta cooperativa que busca comercializar la fibra de los animales, de las cabras y de las ovejas, ordenar la provisión de insumos y mercaderías, y el reparto de leña, entre otras cosas.
"La mitad de mi juventud la tengo acá dentro. Y muchos jóvenes apuestan a que esta cooperativa funcione porque es el motor de la economía de nuestras familias. Para el productor que vive en el campo año redondo, y que su salario depende de los animales, hay que darle soluciones para que eso le rinda", agrega.
La cooperativa, que nuclea a 22 parajes de la región sur de Río Negro y de Chubut, tiene un radio de cobertura de 180 kilómetros a la redonda desde Ingeniero Jacobacci.
Actualmente cuenta con 215 asociados, de los cuáles 200 son productores mixtos (de chivas y ovejas). Algunos tienen vacunos, lleguarizos, y otros son solo porcinos.Velazco explica que la Cooperativa Indígena es la más antigua de la región y la que más socios tiene.
"Es una de las pocas que todavía se sostiene porque acá es muy difícil que sobrevivan a las distancias. Cuando hay que ir a buscar la lana tienen que ir a todos los parajes, uno por uno, igual que cuando llevan la mercadería".
El 40% de los socios son analfabetos, y esta es una problemática que la cooperativa tiene que enfrentar a la hora de formalizar el proceso productivo. "Son personas de más de 50 años, que tienen que empezar a ir al banco o hacer un cheque. Siempre lo acompaña un nieto o sobrino a las liquidaciones para que comprueben que está todo bien. De alguna manera le tenemos que buscar una vuelta. La gran mayoría de sus hijos están escolarizados y algunos hasta han comenzado la universidad", explica Marisa Pérez, secretaria de la cooperativa.
En invierno, la cooperativa se encarga de llegar a todos los asociados a través de sus vehículos propios, dándole prioridad a los que están más alejados. "Les llevamos mercadería para que puedan comer durante todo el año. Algunos te piden medias y calzoncillos porque nunca vienen al pueblo", dice Pérez.
Hasta el 2010 exportaban la fibra a la Central Lanera Uruguaya y la fibra de Mohair la comercializaban con una firma sudafricana. "Después del 2011, producto de las cenizas, tuvimos tan poca producción que eran más los gastos que lo que nos quedaba. Por eso hoy hacemos licitaciones con firmas de la región", agrega Mardones.
En 2017, lograron una producción de 55.000 kilos de lana, y de 7000 kilos de Mohair de chiva. "Si bien en algunas cosas nos perjudica el aumento del dólar, nos benefició en el precio de la lana. El más alto fue de $174 por kilo de lana y el más bajo fue en $124, dependiendo de la calidad de lana. El acopiador común de la zona pagó $80", cuenta Pérez.
Otro de los beneficios de la cooperativa es que ofrece un financiamiento para aquellos productores que quieran terciarizar la esquila de sus animales y eso se les descuenta de su producto final. Lo mismo sucede con el forraje que está a disposición de los socios, a precios mayoristas. "Es forraje de maíz y avena para los conejos, caballos, chivas y pájaros que se van repartiendo. Se los financia por unos meses y lo pagan cuando llega el momento de cobrar su lana", resume Pérez.
Dar los primeros pasos
Son las 11 de la mañana en Ojos de Agua, un paraje ubicado en la línea sur de Río Negro. Rubén Huentemil está escuchando la radio y tomando mate con tortas fritas en su casa, en medio del campo. Ya salió temprano a revisar las 180 ovejas que tiene. Hace tres años que murió su padre y él se hizo cargo del campo. Fue ahí cuando decidió hacerse socio de la Cooperativa Agrícola Ganadera Calibui.
"Se vende algún chivo en época de fiesta. Ahora no estoy vendiendo porque quiero progresar y tener más los animales. La lana la vendo a fin de año a través de la cooperativa y con eso hay que tirar", explica Huentemil.
Calibui nació en 2010, justo antes de las cenizas, y tuvo que hacer malabares para poder sobrevivir. Su nombre responde a los tres parajes que la integran: Calcatreu, Lipetrén y Buitrera.
"Sufrimos varios embates y es una cooperativa que se está iniciando. En este momento tiene 40 socios. La mayoría produce lana y algunos son chiveros. Es poca la carne que se vende porque están todos queriendo aumentar su capital para recuperarse de las cenizas. Algunos lo hacen por necesidad pero después tienen que aguantar todo el año", explica Enrique Pedraza, su presidente.
El año pasado vendieron a $150 el kilo de lana cuando el mercachifle lo estaba pagando $70. "A nosotros nos da resultado porque se arma un solo lote y se vende a mejor precio la lana, que es lo que más se produce en la región", agrega Pedraza.
Un mercado que potencia a las artesanas
Soledad Mardones aprendió a tejer, a hilar y a costurar en el taller de artesanías que tenía en la escuela rural a la que iba en Pichileufú. Hoy agradece poder estar poniendo en práctica esos conocimientos a través del Mercado de la Estepa, y aportar al salario familiar.
"Yo soy artesana de alma", dice Mardones orgullosa, mientras carga en sus brazos a su bebé de seis meses. Tiene otros tres hijos que cuidar, pero cualquier momento libre que encuentra lo usa para tejer y teñir. "Cuando más producís, más vendés. Un buen mes hago $4000 pero tengo que estar todo el día produciendo. El Mercado para mí es un trabajo. Mal que mal siempre te ayuda para tapar un bache", dice esta mujer que está alquilando una casilla en Villa Llanquín, para que su hija de 4 años pueda ir al colegio. Su marido es puestero rural y ella cobra la AUH pero dice que les alcanza "con lo justo y necesario".
El Mercado de la Estepa Quimey Piuké (significa buen corazón en mapuche) es una organización sin fines de lucro de artesanoss y pequeños productores rurales que comercializan sus productos en base al comercio justo. Está ubicado en Dina Huapi, en el cruce de la ruta nacional 40, y la provincial 23, a unos 20 kilómetos de Bariloche.
"Surgió hace 15 años cuando Ana Basualdo, su fundadora, vio que las comunidades no tenían en donde vender. Iban a Bariloche y cambiaban los productos por vicios, alcohol y cigarrillos pero no se los pagaban. Gracias a este espacio, señoras que nunca habían vendido nada empezaron a cobran su producto. Eso no tiene precio. Porque tardan cuatro meses en hacer un poncho y ellas le ponen el valor", cuenta Pedro Ceretta, integrante de la entidad.
Hoy son cerca de 200 artesanos de 8 parajes (Mencué, La Meseta Somununcurá, Laguna Blanca, Pilquiniyeu del Limay, Comallo, Pichileufu, Villa Llanquín, Corralito y Dina Huapi) los que venden sus productos de fibra de lana natural como gorros, guantes, medias, bufandas, telas y fieltro, entre otras cosas. También hay bijouterie y dulces naturales. Algunas sólo venden el vellón de lana o el hilado al Mercado y otras artesanas lo compran.
"Los artesanos le ponen el precio a los productos en una asamblea para que estés todos de acuerdo y el Mercado se queda con el 10% de cada prenda para gastos operativos. Todos los miércoles se pagan los productos que se vendieron durante toda la semana. Viene un representante de la comunidad a traer los productos y después a cobrarlos", agrega Cerreta.
El 98% de las artesanas del Mercado son mujeres. En 2017, vendieron alrededor de $800.000.
Son 14 las mujeres de Villa Lanquín que forman parte del Mercado. Cada una trabaja en su casa porque todavía no consiguen un lugar espacioso en donde poder producir, que tenga una pileta y agua caliente para poder desplegar sus máquinas. Mientras tanto, les prestan un pequeño lugar para hacer reuniones. "Le estamos reclamando a la Comisión de Fomento un salón comunitario que está en desuso para poder usar, y que también funcione como un centro de jubilados", explica Magdalena Carimán, una de las tejedoras.
Doly Miguel vive en el campo, en Arroyo Chacay, a 14 kilómetros de Villa Llanquín. Saca la lana de sus ovejas y la hila para entregarla al Mercado. "Este espacio es importante porque entregamos nuestro trabajito. Es una fuente de trabajo, sea mucho o sea poco. Pero uno siempre está recibiendo algo. No tiramos manteca para el techo, pero tampoco nos sobra ni nos falta", dice Miguel, quien está criando a su nieta y a un hermano con discapacidad. "Por eso cada vez me apuro más para hilar", cuenta.
Miriam Currulef está muy contenta con el Mercado porque le dio la oportunidad de crecer. "Antes vendíamos particular pero siempre era malo el precio. No era una venta segura. Capaz te encargaban una pieza y no venían a buscarla. Estamos re agradecidas", dice mientras muestra una de sus creaciones.
Soledad del Valle también aprendió a tejer en la escuela. En este momento está haciendo un tejido con dos agujas que terminará siendo un chaleco. "Hago hilados, tejidos, medias, de todo un poco. Los productos los podemos vender a mejor precio que si los vendiéramos nosotras solas", explica del Valle, que tiene tres hijas y un marido que trabaja de peón rural.
Mejorar las viviendas
Desde las cooperativas también buscan mejorar la calidad de vida de las personas que viven en el campo. En los últimos años, la Cooperativa Ganadera Indígena realizó tareas de electrificación rural y de mejoramiento de viviendas. "Eso le cambió la vida al productor porque puede tener luz, con una pantalla de DirecTV estar conectado a las noticias del mundo. En sus casas, les conseguimos estufas rusas, las aberturas, los techos, y en algunos casos poder contar con baños instalados", dice Mardones.
Datos de contacto:
Cooperativa Ganadera Indígena: FB (Cooperativa Ganadera Indígena)
Mercado de la Estepa:www.mercadodelaestepa.com.ar, (0294) 4459939
Cooperativa Calibui: (0294) 4127186
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