Las Bayas: un pueblo sin chicos
Lo que más sorprende al llegar a Las Bayas, un pequeño paraje ubicado sobre la antigua ruta 40, es el silencio. Son las 11 de la mañana de un sábado y no hay nadie caminando por las calles de tierra.
Es que Las Bayas es un pueblo sin chicos. Y eso le da un tinte sombrío. Faltan los gritos, las bicicletas y la alegría. Desde que se cerró la escuela que funcionaba ahí en la década del 70, la única opción para los hijos de las cinco familias del pueblo, es irse a la escuela albergue de Pilcaniyeu.
"Se extraña el movimiento de los chicos. Cuando mis hijos eran chicos se iban a la residencia en la semana, y volvían los fines de semana. Se ponían a jugar en la cancha con los chicos de los vecinos. Eran como 20. Hoy no queda ninguno", cuenta Ana Baldevenito, mientras espera en la estación de Policía a que uno de sus hijos la llame al único teléfono de línea que funciona en el pueblo.
No tiene Comisión de Fomento, ni plaza, ni despensa. Para comprar cualquier cosa, hay que trasladarse a Pilcaniyeu, a 40 kilómetros. La cancha de fútbol que podría estar juntando fanáticos, está abandonada. Solo tiene una estación de Policía y una salita de primeros auxilios. Hoy, los únicos residentes son personas mayores que trabajan en el campo.
Baldevenito tuvo 8 hijos a los que mandó a la escuela de Pilcaniyeu y después se fueron desparramando por diferentes destinos cercanos en busca de oportunidades laborales. "Los que pudieron estudiaron el secundario en Viedma porque algunos tienen cabeza de plomo", dice Baldevenito. Ella vive con su marido, Marcelino Garcés, un productor ganadero. En la casa de al lado vive su papá, de 81 años.
"Acá a mis hijos los crié como pude. Fue difícil. Yo solía estar sola nomás mientras mi marido estaba en el campo. Los tuve en escalerita, una atrás del otro.", recuerda Baldevenito, de 50 años, quien solo hizo hasta 4to grado de la primaria.
En el pueblo antes había 50 familias y una estancia turística que daba trabajo a varias. Hoy está alquilada y la oferta laboral es casi nula. Los que quedaron, son todos familiares. Recién hace 12 años que tienen luz eléctrica. "Antes alumbrábamos con farol o con chanchones de kerosene. Este era un pueblo fantasma. Ahora por lo menos se puede ver", agrega Baldevenito.
Tampoco hay señal de teléfono ni de Wifi pero algunas familias tienen DirecTV y se informan y comunican a través de la radio. "Hay que ir A 70 kilómetros para enganchar señal. Antes me iba a caballo para poder comunicarme y tardaba 2 horas y media. Yo acá estoy feliz. Si voy al pueblo, a los dos días me quiero volver a mi casa", cuenta Baldevenito. Ella trabajó toda la vida en el campo y ahora hace medias tejidas en su casa. Algunos fines de semana, recibe la visita de sus hijos y nietos.
Su marido salió al campo temprano a revisar a sus 200 ovejas, 100 chivas y 5 vacas. Vuelve a caballo, rodeado de cinco perros y con una yegua, "Monja" que está enferma de "moquillo" para ver si la pueden curar. "Hay que ahumarla para ver si se le afloja el moco. Y sino la tendremos que enterrar", dice Garcés con resignación.
Lo primero que menciona al hablar de la zona es la falta de jóvenes. "No les gusta el campo porque no tiene Internet ni señal de teléfono. En las estancias casi que no hay juventud trabajando", cuenta preocupado. Actualmente él está cuidando un campo ajeno, porque no tiene tierras propias.
Para Garcés la vida en Las Bayas es muy dura por el aislamiento. Justo se le rompió la caja de su camioneta y no tiene como trasladarse. "Acá hay que abastecerse sino estamos jodidos. Acá estamos sin leña porque no nos la traen. Este invierno todavía no llegó la garrafa", explica.
Todas las mañanas, a las 7 de la mañana, Garcés se pone tres camperas y tres pantalones para salir a hacer la recorrida. A veces, también usa rodilleras de cuero de chiva. "Con eso y las botas, no paso frío", aclara.
Su casa todavía está en construcción. Es de ladrillos, con techo de chapa y tiene dos habitaciones. Tienen agua corriente que sacan de una vertiente, luz y se calefaccionan a leña. "Acá la necesidad más jodida es la leña porque está cara. Estamos ahorrando para poder comprarla pero necesitamos es que nos pongan la chanchita de gas como hicieron en otros pueblos. Y acá no llegó nunca", reclama Garcés.
El baño es una letrina al que hay que llegar sin importar las temperaturas. Por eso, están pensando en construir uno instalado dentro de la casa pero les falta ahorrar para poder pagar la mano de obra. "Nos bañamos con el fuentón. Teníamos una ducha eléctrica pero se quemó la resistencia", dice Garcés.
En el paraje las familias se mantienen gracias a una economía de subsistencia. La mayoría tiene gallinas, pavos, chivas, caballos y ovejas. "A fin de año se vende la lana y el pelo del chivo. Y después tiramos todo el año. A veces carneamos alguna oveja o capón. Acá tenés $10 y lo vas a tener en el bolsillo durante dos meses porque no tenés en donde gastarlos", dice Garcés.
En la repisa de su casa, Baldevenito tiene fotos de algunos de sus hijos en el pueblo. Son el único registro de que algún día, alguien pasó su infancia en Las Bayas.
Mamuel Choique
Mamuel Choique es otro paraje cercano que está cerca de correr la misma suerte que Las Bayas. Todavía tiene un jardín, una escuela primaria funcionando con 20 chicos – antes había 60 - , de los cuáles uno solo vive en el albergue y un secundario virtual. El miedo es que termine cerrando por falta de matrícula, como muchos establecimientos de la zona.
"Un pueblo sin chicos es horrible porque en una casa en la que no hay chicos es una soledad. Acá no sentís a los chicos gritar, jugar. Llegás a las 9 de la mañana, y no ves un alma. No se quedan acá porque no hay trabajo. ¿Qué va a hacer un chico en el campo con su papá?", se pregunta Elida Matilde "Pocha" Michelena, integrante de la Comisión de Fomento del lugar.
Nestor "Lolo" Nahuelfill es uno de los chicos que durante un tiempo vivió en Mamuel Choique para poder hacer la escuela primaria, en la modalidad albergue, pero que se volvió al campo, que queda a 10 kilómetros.
Su hermana, Nancy Nahuelfill, hizo el camino contrario. Junto a su marido, Jorge, le acaban de prestar una casita en el pueblo para que sus hijos,Hernán y Eluney; puedan ir a la escuela.
"Yo lo que quiera es educar mejor a mis hijos y por eso nos vinimos acá, que tampoco es muy buena la educación. Quiero que mis hijos aprendan más que nosotros", dice Jorge, que sólo hizo solo hasta 3er grado y se dedica a la ganadería.
En el pueblo viven 38 familias que tienen acceso a luz, gas y señal de Internet en la Comisión de Fomento. Y en el campo, otras 36. Ahí la mayoría son personas mayores que cobran una jubilación y se dedican a la cría de animales. “No hay chicos en el pueblo porque tampoco hay mujeres, entonces no forman familia. Lo que falta es trabajo. Con 100 animales no vive toda la familia, para comer, vestirse. Entonces se tienen que ir”, dice Michelena.