Violencia de género: lastimar a los hijos para golpear donde más duele
Se llama violencia vicaria y se da cuando los agresores utilizan a los chicos y chicas como herramientas para hacerle daño a sus madres; los casos más graves, terminan en homicidios; en la Argentina hubo 11 asesinatos de este tipo en 2020
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“Te dejo en el hotel lo que te mereces”, le escribió por mensaje de texto Martín Ezequiel Álvarez Giaccio a su expareja y madre de su hijo. Hoy el hombre es intensamente buscado por Interpol por ser el presunto asesino del pequeño de dos años, que fue encontrado asfixiado, debajo de la cama, en una habitación de hotel en Barcelona, donde habían ido juntos. El episodio conmociona a España y al mundo. En junio, el caso de las hermanitas también españolas, Olivia y Anna, de 6 y un año, asesinadas por su padre, Tomás Gimeno, ya había puesto sobre la mesa una forma de violencia machista invisibilizada y silenciosa, que suele ganar espacio en la agenda mediática únicamente cuando el desenlace es el peor de todos.
Se la conoce como “violencia vicaria” o “por sustitución” y es una modalidad de maltrato contra las mujeres en que los agresores utilizan a las hijas y los hijos “como objetos” para hacerle daño a sus madres. Las especialistas consultadas por LA NACION advierten que las agresiones pueden incluir distintos modos de violencia psicológica (como insultos o descalificaciones) o física (desde golpes hasta sexual), que suelen ir in crescendo y que, por lo general, se desatan después de un divorcio o una separación.
El homicidio de niños y niñas es la forma más extrema de este tipo de violencia. En nuestro país, la Casa del Encuentro acuñó desde 2008 e instaló, a través de su Observatorio de Femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano”, el concepto de “femicidio vinculado” para hacer referencia a las “las víctimas colaterales” de estos crímenes. La figura incluye tanto a las personas con un vínculo familiar o afectivo con la mujer −en general, sus hijos o hijas, pero también pueden ser hermanos o madres, por ejemplo−, que fueron asesinadas por el femicida con el objeto de castigarla y destruirla psicológicamente, así también como a las asesinadas por el violento al intentar impedir el femicidio o que quedaron atrapadas “en la línea de fuego”.
Según cifras de la Casa del Encuentro, desde 2008 a 2020 hubo 158 las niñas y niños víctimas de femicidios vinculados por parte de sus padres o padrastros. El año pasado, fueron 11 los casos. Las cifras muestran también que en 58 de estos casos, los femicidas se suicidaron después de cometer los asesinatos de las chicas y los chicos, mientras que 22 de ellos intentaron suicidarse pero no lo consiguieron. Por otro lado, fueron 38 las mujeres asesinadas junto a sus hijas o hijos y en 28 ocasiones los femicidas tenían denuncias previas.
“El varón agresor considera a la mujer un objeto de su pertenencia y también a los niños y las niñas. Sin ir al extremo de los femicidios vinculados, la violencia contra los hijos y las hijas para lastimar a las mujeres, lamentablemente, la vemos todos los días”, explica Ada Rico, presidenta de La Casa del Encuentro. Y agrega: “No siempre es física, pero nosotras sostenemos que la violencia psicológica deja marcas imborrables en los chicos: ese continuo agredir a la madre tiene un impacto muy fuerte”.
Rico recuerda como caso emblemático y bisagra el de Tomás, el niño de 9 años asesinado en la localidad bonaerense de Lincoln por su padrastro en noviembre de 2011. Para la referente, fue a partir de ahí que “muchos medios entendieron a qué nos referíamos cuando hablábamos de femicidios vinculados”.
Un daño con graves efectos
Sonia Vaccaro es perito forense y psicóloga clínica, especialista en victimología y violencia contra las mujeres. Es argentina, pero vive en España desde hace años. Ella fue quien acuñó el término “violencia vicaria” en 2012. “Tomé el término vicario como adjetivo: ‘que cumple las funciones de otra persona o lo sustituye’. Es una violencia desplazada, por interpósita persona. A quien se quiere dañar es a la madre y se utiliza a hijas o hijos para ello. Es una violencia sobre las chicas y chicos y contra la madre”, sostiene Vaccaro.
Además de utilizar a las hijas y los hijos, los agresores pueden desplegar esta violencia sobre otras personas significativas de la vida de esa mujer. “El maltratador sabe que el daño a las hijas e hijos es un daño irreversible para esa mujer. Sabe que, de ese golpe, ella no se recuperará jamás”, detalla la psicóloga.
¿Cómo suele manifestarse? Si bien su expresión extrema es el asesinato, Vaccaro señala que hay indicadores previos como la amenaza de “te quitaré a los hijos”. También hay signos en el regreso de las visitas o custodia compartida a la casa de la madre: ropa que estrenaron al irse, regresa desgarrada; llegan descalzos en invierno; interrumpen los tratamientos médicos mientras están en período de visitas o de custodia compartida, entre otros. Además, el padre suele “hablar mal de la madre delante de los niños, los utiliza para que la insulten, permite que otras personas degraden e insulten a la madre en presencia de los chicos, etc”.
Paula Wachter, fundadora de Red por la Infancia, enfatiza cómo en muchos casos los agresores acumulan denuncias previas por violencia de género y pone el foco en la Justicia. “Muchas veces se desestiman los temores de las madres de que los hombres podrían hacerle daño a los chicos, y desde las culpan de no querer fomentar el vínculo paterno-filial. Todavía está marcado a fuego el mandato de: ‘Será un violento (con la mujer), pero es buen padre’”, advierte Wachter. Y agrega: “Los violentos nunca son buenos padres. De mínima, están haciendo sufrir a esos niños y niñas maltratando a sus madres y enseñándoles una forma de violencia que se puede reproducir intergeneracionalmente”.
Desde su experiencia, la violencia vicaria suele desatarse cuando el agresor ya no puede ejercer el maltrato de forma directa contra la mujer. “Cuando ella se va empoderando, va pudiendo poner límites a la conducta del otro y logrando salir de esas situaciones a las que antes estaba sometida. Pero el hombre violento no acepta un no fácilmente y les dice: ‘te voy a pegar por donde más te duele’ o ' a mí nadie me dice que no’. La forma más efectiva de hacerlo es con las hijas o hijos”, señala Wachter. Y advierte que uno de los modos en que se manifiesta esa violencia puede ser el abuso sexual de los pequeños como castigo “para terminar de desbastar a la mujer y sus hijos”.
Sin Justicia
En muchos casos de violencia vicaria, tras asesinar a las hijas o hijos de las mujeres, los violentos se suicidan. “Ahí tenés una última demostración de poder. Cuando el femicida se suicida le quita a la mujer incluso la posibilidad de que la Justicia lo castigue”, subraya Rico. En ese sentido, suma: “Lo que logra, además, es culpabilizar a esa mujer que muchas veces se va a preguntar: ‘¿Qué hubiese pasado sino los hubiese dejado ir con él?’ Muchas veces esos asesinatos se dan en salidas permitidas por la Justicia”.
En esa línea, Alejandra Vázquez, psicóloga, especialista en violencia familiar e integrante de Surcos Asociación Civil, agrega que muchas veces “estos varones con conductas violencias y con un alto potencial de letalidad, amenazan de forma permanente a las mujeres con matarlas a ellas, a sus hijos e hijas”. Destaca que en varias ocasiones, cuando los agresores transgreden medidas cautelares, no hay una sanción penal, lo que aumenta su sensación de impunidad. “La Justicia tiene que garantizar la protección de las mujeres y sancionar penalmente a quien transgrede las medidas cautelares o amenazan u hostigan a las mujeres”, sostiene.
Rico y Vázquez recuerdan que en 2012 en la Argentina se sancionó la ley 26.791 que considera a la violencia de género como un agravante de homicidio. “En el inciso 12, además, agrava el homicidio cometido con el propósito de causar sufrimiento a una persona con la que se mantiene o ha mantenido una relación de pareja. Ahí está hablando, sin nombrarlo, de femicidio vinculado”, explica Rico.
Por su parte, Wachter concluye que si bien la mayor proporción de la violencia se da en el ámbito intrafamiliar, un déficit de las políticas púbicas es que “abordan la violencia contra las mujeres y la violencia contra los niños como dos fenómenos aislados”, lo que implica “invisibilizar y no dar respuesta adecuada y efectiva” a la violencia vicaria.