La última entrevista a César Cigliutti: "Salir del clóset es doloroso"
La muerte de César Cigliutti significó una gran pérdida para la comunidad LGTBIQ+ y para todas las organizaciones que luchan por los derechos de las diversidades. Cuatro días antes, había dado una entrevista a LA NACION, que ahora se publica de forma póstuma. "Salir del clóset es doloroso. Me parece tremendo pensar cuántas generaciones no se lo pudieron decir ni siquiera a sí mismas", reflexionó quien fue presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), desde 1996 hasta su repentina muerte durante el día de ayer, a los 62 años. También hizo referencia a los prejuicios, la discriminación y la vulneración de derechos que siguen calando hondo en una sociedad donde, más allá de los avances legislativos y culturales, aún queda un largo camino por recorrer. "En el grupo de jóvenes de la CHA hay chicos que vienen a escondidas y ni se les ocurre todavía decírselos a los padres. Pero al menos tienen un refugio. Nosotros estábamos a la intemperie o en el submundo", destacó.
Cigliutti fue un pionero. Referente internacional y militante incansable por los derechos del colectivo de LGTBIQ+, impulsor de la Marcha del Orgullo y la campaña Stop Sida, se unió civilmente con Marcelo Suntheim en 2003, luego de una ardua batalla legal, y se convirtieron en la primera pareja gay en ser reconocida por un Estado en América latina. Luchó por la ley de matrimonio igualitario, por la de identidad de género y, su próximo objetivo, era la sanción de una normativa a nivel nacional que contemplara la inclusión y el cupo laboral del colectivo trans y travesti.
¿Sigue siendo difícil hoy "salir del clóset"?
Sí, sigue siendo difícil. Por supuesto, no con la intensidad de lo que vivimos en nuestra generación, porque cuando yo era chico, los únicos referentes eran William Shakespeare o Miguel Ángel, personajes históricos. El proceso de salir del clóset es, primero, siempre interno. Decirse a uno mismo: yo soy el insulto, yo soy "esa palabra": en mi caso, por ejemplo, "puto". Me lo tuve que decir a mí mismo. Pero no me costó mucho, porque en esa época estaba enamorado de un compañero del colegio, tenía 16 años. Después, cuando empecé la universidad, estaba leyendo La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi, que es un hombre burgués que cumple con todas las normas de la época: se casa, tiene hijos y cuando se está muriendo ve a la mujer, ve a los hijos y no se siente reflejado en nada de eso. Yo dije: no quiero esa vida.
¿Y la militancia, cuándo llegó?
Empecé a ir los boliches gays que recién empezaban, lo veía a Carlos (Jáuregui) que había sido elegido presidente de la CHA y para mí era un héroe. Me llamaba la atención que no tuviera tanto reconocimiento de la gente que estaba en el boliche, por ejemplo. Ahí decidí qué clase de homosexual iba a ser yo. Te estoy hablando de 1984.
¿En qué sentido?
Si iba a pelear por los derechos o me iba a conformar yendo a un boliche. Me pareció evidente que tenía que pelearla y luchar por los derechos. Me eduqué siempre en colegios religiosos, pero no me parecía que estuviera en pecado.
¿Cómo fue su infancia?
Mi papá era militar, mi mamá fue maestra durante un tiempo, pero cuando yo era chiquito dejó para ser ama de casa. Era un hogar muy estructurado, estricto, como todos los de esa época. Fui a colegios salesianos, como mi papá era militar estábamos dos años en cada lugar y le daban el pase, fue una vida muy nómade. Cada vez que llegaba a un lugar, tenía que hacerme amigos.
¿Recuerda cuándo tuvo conciencia, por primera vez, de su orientación sexual?
Tuve conciencia cuando era muy, muy chico. Fui al cine con mis hermanas y en la película actuaba Doris Day y no me acuerdo quién. Y yo dije: "A mí me gusta más él que ella, me parece más lindo". Tendría seis años y fue mi primera percepción del peligro. Mi hermana Patricia, yo era superunido a ella, me respondió: "No, a vos te tiene que gustar ella, no él". A mí se me encendió por primera vez la luz roja, como que había cosas que no podía decirlas.
¿Pasaron varios años hasta que pudo hablarlo con su familia?
¡Sí, pasó mucho! Empecé la universidad y a ir a la CHA. No lo contaba, decía que iba a una organización de derechos humanos. Empecé por decir que no me iba a casar, que no era mi proyecto, para que me dejaran de joder con las novias y todo eso. Después, cuando estuve en la CHA, tuve un novio. Una vez estaban todos en la quinta, yo en casa y me encontró mi hermano en una intimidad. Ahí se lo conté primero a mi mamá. Ella, por supuesto, hizo todo el drama de "en qué me habré equivocado", "vas a estar solo", "vas a ser infeliz"… Y yo a eso ya no me lo creía. Ahí tenía veintipico y ya estaba militando. Cuando se lo dije a mi papá, me sorprendió su respuesta. Me dijo: "Mirá César, vos sos mi hijo y yo te amo. No cambia nada". No me lo esperaba. Reaccionó mejor mi papá que mi mamá.
¿Cuáles fueron los miedos de ellos o los prejuicios que tuvieron que ir deconstruyendo?
Hubo todo un proceso de educación y a mí me facilitó mucho estar en la CHA y ser un militante. Fueron varias etapas. En mi familia tuve que hacer docencia. Una vez, un familiar me dijo: "Usás el apellido Cigliutti". Y yo le dije: "¡Y sí, también es el mío!". Una cosa es ser gay, otra decirlo y otra ser público. Va variando el nivel de intensidad y desafíos.
¿Cómo fue su paso a la vida pública?
Al principio, yo era militante pero no era público, el que era público era Carlos Jáuregui. Cuando él murió, hablé yo y lo hice públicamente. Ahí decidí, en honor a él, ser público. Carlos quería que en la Constitución de la ciudad de Buenos Aires existiera un artículo que hablara sobre la no discriminación por orientación sexual. La primera vez que se reunió la constituyente, hice unas fotocopias con la cara de Carlos y puse: "Él está con nosotros". Eso tuvo mucho impacto y el diario La Nación me sacó una foto, es la primera que tengo.
¿Tuvo algún impacto para Ud.?
Al día siguiente, voy al trabajo. Yo trabajaba en la Superintendecia de AFJP, era asistente del gerente general y entraba al mediodía. Mi compañera que iba a la mañana, me dijo: "Pusieron esto en todos los escritorios del edificio". Era una fotocopia del diario La Nación. Yo tenía una relación muy buena con mi jefe. Fui a verlo, entré con la foto y le pregunté: "¿Quiere hablar sobre este tema?". Él me respondió: "A mí me parece muy bien que defiendas tus derechos". Así que siempre tuve su protección.
¿Si tuviera que definir con sus palabras qué implica "salir del closet", qué diría? En un escrito de la CHA, lo definen como un proceso liberador pero que, al mismo tiempo, puede ser muy doloroso.
Es doloroso. Al menos para mi generación. Yo tengo 62 años y fue muy doloroso, porque cuando me dije "soy el insulto, soy esa palabra", no es una cosa que la resolví en un día. No dije: "Bueno, ya está, lo superé". Fue pensar cómo iba a enfrentar yo ese insulto. También me impresionó mucho cuando, por ejemplo, hablábamos con actores que nosotros sabíamos que eran gays y decían: "Yo no soy homosexual". Me pareció tan tremendo pensar cuántas generaciones no se lo pudieron decir ni siquiera a sí mismas. Eso me pareció muy dramático.
¿Cuáles son los miedos o los prejuicios con los que llegan hoy las familias a la CHA?
Algo que me llamó mucho la atención hace años fue cuando llamó una madre de un chico gay y dijo: "Tengo un hijo gay y sé que ustedes son una institución muy seria". Nosotros habíamos empezado con el grupo de jóvenes, porque en una época no podíamos trabajar con chicos y chicas porque era visto como una perversión, por lo que tuvimos que esperar un tiempo y pelear también por eso. Cuando empezaron a llamar los padres y las madres, sobre todo las madres, que no eran muchas, pero hay que reconocer que siempre fueron las mujeres las que llamaron, ahí pensé: "Estamos en otro momento histórico". Muchos años después, llamó Gabriela diciendo que tenía una niña trans.
¿Se refiere a Gabriela Mansilla, la mamá de Luana, la primera niña trans en tener su DNI?
Sí, el tener esta perspectiva histórica te permite poder ver estos cambios. Para mí, la militancia es algo esencial, poder contarles a los jóvenes, a las nuevas generaciones, el marco histórico y la lucha de la CHA.
¿Cómo fue cambiando la mirada de su familia a lo largo de los años?
Cuando salió la ley de unión civil y con Marcelo nos unimos civilmente (el 18 de julio de 2003), fue como una revolución, tapa de los diarios. Fui con mi mamá, mi papá, una de mis hermanas y mi sobrina. A la gente le llamaba la atención. Todas las notas hacían hincapié en que estaba mi familia acompañándome y a parte que estaban contentos. Recibí un montón de mensajes diciendo que no solo nos felicitaban por haber hecho eso, sino por estar con la familia. Hace muchos años, cuando todavía había muchos prejuicios y yo a casa llevaba amigos gays o a una chica trans, mi mamá decía: "¡Qué contenta que estoy, porque me enteré un montón de cosas que jamás hubiese sabido sino hubiera tenido un hijo gay!".
Es ese trabajo de educación del que hablaba.
Sí. Vos sabes que papá era muy atípico como militar. Una vez, unos familiares que eran del interior, muy reaccionarios, gente que se creía no sé qué cosa, en una cena, le dijeron: "Nos enteramos del problema de César". Y mi papá les dijo: "¿Qué problema? Nosotros estamos encantados. Además, estamos recontentos porque nos invitaron a España a un encuentro de padres y madres de gays y lesbianas". ¡Era mentira! Pero era como para decirles: ¡váyanse a cagar!".
¿Y con sus amistades cómo fue?
Con mis amigos fue un tema, perdí a varios. No es una buena noticia, entre comillas. Más en ese momento, era hablar de algo que no estaba aceptado y había que pelearlo. Ahora seguirá habiendo que pelearlo. Porque es un tema como el racismo: será menos intenso, habrá más referentes, pero siempre va a haber un núcleo duro. Durante muchos años y en determinados sectores, se hizo foco en las familias, con prejuicios como "habrá faltado un referente masculino", por ejemplo, en el caso de los varones gay.
¿Eso lo sigue viendo al día de hoy?
Por supuesto que se sigue viendo. Por ejemplo, en las clases medias altas y altas, que son las más rígidas en cuanto a sus tradiciones, esto sigue pasando. Tenemos en el grupo de jóvenes a chicos que son de familias muy aristocráticas que vienen a escondidas y ni se les ocurre todavía decírselos a los padres. Pero al menos tienen un refugio. Nosotros no teníamos refugio, estábamos a la intemperie o en el submundo. Cuando la familia no acompaña, estos espacios se vuelven centrales. Yo no digo que todas, todos y todes sean militantes. Pero sí me parece muy importante que lo pongan en valor. Hay muchas personas que dicen que no creen en el orgullo o en las marchas y a mí me cuesta mucho esa falta de sentido de comunidad.
Dentro del colectivo LGTBIQ+, ¿diría que las personas trans y travestis son las que están atravesadas por una mayor vulneración de derechos? Desde el acceso a un trabajo hasta una vivienda digna y a la salud.
Seguro. Justamente, ahora estamos trabajando desde la CHA, que forma parte del Frente Orgullo y Lucha, por una ley nacional de cupo e inclusión para personas travestis y trans. En la Cámara de Diputados hay como 12 o 13 proyectos y hace unos días presentamos una suerte de dictamen que fue muy agradecido por todas las diputadas y diputados. Así como salió la ley de matrimonio igualitario o la identidad de género, ahora buscamos la de cupo e inclusión laboral travesti-trans.
Es el próximo gran objetivo.
Sí, porque estamos hablando de una comunidad que tiene una expectativa de vida promedio que es la mitad que la de nosotros, donde el 80% está en situación de prostitución, sin ningún tipo de elección. Cuando empezamos hace muchos años con la campaña "Stop Sida" a repartir preservativos en la zona roja, vimos las violencias que representa para una persona estar parada o en los bosques de Palermo o en Constitución. Las consecuencias son tremendas. Devastadoras, no tremendas.