La sonrisa que ilumina los corazones de grandes y chicos
Martita, como la conocen todos, pasó por una infancia dura que lejos de amargarla la llevó a dar cada vez más amor; conoció el trabajo de la organización Manos en Acción y hoy con 82 años es su motor vital y principal voluntaria
El reloj marcó las 5 en punto. Afuera aún era de noche, el sol no había salido y las calles porteñas comenzaban a agitarse. El abogado Ortiz Gruñe miraba nervioso hacia la puerta de la casa, su contacto todavía no aparecía. Las sombras se recortaron cuando la luz de la ventana se prendió. La puerta se abrió y ahí estaba Marta Graciela Vega de la mano de su niñera. Tenían poco tiempo antes de que la familia de la joven se despertara. El abogado abrazó a la nodriza y alzó a la pequeña de 12 años y le prometió que nunca más la lastimarían. Ambos desaparecieron tras los adoquines de una ciudad que no sería la misma, al menos para aquella niña.
Lo que parece ser el comienzo de una novela es, en realidad, una pequeña parte de la historia de Marta Graciela Vega. La parte que ella no duda en catalogar como el comienzo de todo y que hoy termina con ella siendo el corazón de la organización Manos en Acción, a la que le cedió su casa para que funcionara como sede.
"Martita hace de todo. Más que preguntar qué hace hay que preguntar qué no hace. Atiende y cuida de las voluntarias, recibe lo que la gente envía los fines de semana o fuera del horario de atención de Manos, limpia el parque y la entrada. Para ella todo tiene que brillar. Es la encargada del orden y la limpieza, además de ser la luz que nos guía para ser mejores personas", resume sin ahorrar elogios Fifi Palou, la presidenta de Manos en Acción, la OSC que hace 5 años trabaja para mejorar la calidad de vida y brindarle herramientas para un futuro mejor a los chicos en las zonas más marginales de Manzanares y Río Luján.
"Nuestro trabajo se centra en dos ejes fundamentales: la nutrición –por eso le brindamos la cena diariamente a más de 150 niños– y la educación, a través de talleres de apoyo escolar, educación emocional, arte, deporte y desarrollo de habilidades", explica Fifi, mientras Martita asiente orgullosa: "Encima ahora logramos construir un gran centro comunitario con tres aulas y un taller de computación en Río Luján, que nos va a permitir profundizar nuestro trabajo comunitario y al mismo tiempo incorporar nuevas familias y niños a nuestros programas". Marta Vega, más conocida por todos como Martita, nació aproximadamente el 10 de abril de 1933, ya que fue abandonada al nacer y nunca supo su verdadera fecha de nacimiento ni quiénes fueron sus padres. Aunque prefiere olvidar aquellos años, ella vivió con una familia violenta hasta los 12 cuando la rescató este valiente abogado que fue alertado por la niñera de los abusos que recibía en el hogar. "Nunca me voy a olvidar el apellido de aquel abogado: Ortiz Gruñe. Él me rescató, esa noche me dio la posibilidad de tener una vida normal. Hizo un gran bien sin medir las consecuencias porque mi familia era peligrosa."
Luego del osado rescate, Marta fue enviada con una señora inglesa que ofició de custodia brindándole protección y educación. "Ella era muy buena conmigo, me enseñó un poco de inglés, me educó y me inculcó modales de protocolo, algo que yo pensaba que no iba a usar nunca por ser tan pobre", recuerda entre risas Martita, que aún hoy con sus 82 años se mueve con untuosa elegancia y amabilidad.
Tras la horrible experiencia de su primera familia, la vida comenzó a brillar para Marta cuando apareció una familia de clase alta que pese a tener 6 hijos decidió adoptarla. "Siempre recuerdo a la familia Achával Rodríguez. Todo lo que soy es gracias a ellos. Fue dentro de esa casa que aprendí los valores de vida que hoy practico", dice Martita y sus ojos se llenan de lágrimas. "Me adoptaron cuando todos sus hijos ya eran grandes, el más joven tenía más de 20, y siempre me hicieron sentir una más de la familia. Nunca voy a entender por qué me amaban tanto ni por qué una familia puede ser tan buena mientras otras pueden ser tan terribles. Quizá fue porque yo trataba de devolverles todo lo que hacían por mí con todo mi amor", reflexiona Martita. El trabajo honrado dignifica
Dentro de la casa de su familia había una gran máxima que Marta siempre se esforzó en practicar: el trabajo honrado dignifica. Fue quizá por eso que siendo pequeña y trabajando con solventes sufrió un horrible accidente por el que estuvo a punto de morir. "Sin querer se me cayó un frasco encima y me quemé casi todo el cuerpo. Fue gracias a mi hermano Alejandro que era médico que me salvé de morir. Estuve un año internada. Ese accidente me hizo jurarme que siempre iba a estar para él y mis hermanos. Hasta el final." Una promesa que Marta cumplió sin miramientos.
El escritor Víctor Hugo dijo una vez que No es la fuerza lo que falta, a muchos les falta voluntad , y Martita iba a demostrar que tenía ambas. Fiel a su palabra, fue cuidando a sus hermanos y acompañándolos a todos en sus horas finales hasta que partió Alejandro, en 1997.
Fue a comienzo de los años 90 cuando un matrimonio le ofreció trabajo como casera en una chacra para que cuidara las instalaciones y a los niños de la pareja. "Me fui a trabajar al campo y para mí era como un cuento de hadas, había flores, árboles, animales, todo era hermoso."
Si bien al comienzo parecía el trabajo ideal, el matrimonio que la había contratado se divorció y dejaron de enviarle dinero. "Estuve 5 años en esa casa y no podía dejarla porque no tenía plata, no tenía nada, tuve que pedirle ayuda a una señora que cortaba el pasto para que me ayudara a volver a mi casa. Yo estaba débil de los huesos por la falta de alimento y las condiciones en las que vivía", cuenta Marta sin guardar rencor por aquella familia y narra una experiencia religiosa que vivió por aquellos días: "Estaba muy débil por la falta de comida y una vez llevándole el desayuno a la patrona, me empezaron a doler muchos los huesos, el dolor era tan insoportable que pensé que me iba a desmayar, pero levanté la vista y estaba frente mío la Virgen María, la vi perfecto, me dio la mano y me ayudó a mantenerme. Fue tan terrible el shock que no se lo conté a nadie hasta ahora".
La última desgracia
Pese a estar sola y sin dinero, el corazón de Marta seguía siendo altruista y pensando en ayudar a los demás. Fue así que le ofreció ayuda a una familia de la zona para cuidar a sus dos hijos mientras ellos estaban en el trabajo. "Yo quería que esa pareja pudiera ir a trabajar para que sea gente de bien y por eso le ofrecí cuidar a los nenes. Les di de comer, los bañé, los ayudé a estudiar, hacía todo lo que podía, pero un día aquella misma familia me robó todo lo poco que tenía en mi casa." Marta había perdido todo.
En ese momento aparecieron en la vida de Marta el padre Gabriel y Fifi de Manos en Acción, dos personas que la ayudaron en aquel momento de desesperación. "Fueron la mano de Dios que bajó para ayudarme a seguir. Consiguieron que me operara la rodilla, la jubilación y la posibilidad de ayudar a los demás. Rápidamente me involucré con las actividades que hacían y me pareció tan noble el proyecto que decidí donarles mi casa para que hicieran la sede de Pilar", cuenta con orgullo Martita y agrega: "El día que me vaya me voy a ir contenta porque dejé algo para la posteridad".
Marta tuvo una vida de novela, quizá la vida la golpeó incontables veces, pero ella siempre tuvo el coraje de ver el lado bueno de la gente y nunca dejarse llevar por el odio y la victimización. Ella decidió desde que la rescataron de aquella familia a los 12 años, accionar por el bien del otro como habían hecho por ella tantas personas: aquel abogado, su niñera, sus hermanos y sus padres adoptivos. "No sé por qué soy así, a veces me retan por ser tan buena. Muchas veces le regalo lo primero que agarro al que me toca el timbre para pedirme algo, pero lo hago porque creo que la riqueza no reside en las posesiones materiales, sino en lo que tenemos adentro", resume con certeza Martita y achina los ojos al hablar, quizá porque sonríe todo el tiempo. "Hay que ayudar siempre que se pueda porque todo vuelve. Yo, aunque mi vida se escuche difícil, lo tuve todo y por eso también, lo doy todo.