La mejor compañera en los últimos días
A sus 42 años quedó ciega, se recibió de Trabajadora Social y actualmente es voluntaria del Hospice Buen Samaritano
El sol se filtra con dificultad por entre las nubes de esta fría mañana de invierno. El pasto recién cortado del jardín delantero de la casa donde funciona el Hospice Buen Samaritano se ilumina momentáneamente, como si siguiera a Nilda Valdez, que sale a recibir a los invitados con una sonrisa. Viste el clásico delantal blanco con el emblema del Hospice bordado en el centro, y pese a no llevar su bastón blanco se mueve con soltura y comodidad; "Bienvenidos al Hospice", dice esta voluntaria de la entidad, mientras invita extendiendo su mano a los recién llegados: "Pasemos que hace frío".
Dentro del bello chalet, el clima es acogedor. Hay un living central con unos amplios sillones blancos que rodean al enorme ventanal que da a la entrada y su jardín, y una habitación rodeada por ventanas, que en el medio tiene una mesa de madera en la cual los huéspedes –como se les llama a los pacientes del Hospice– pueden comer o tomar mate mientras contemplan la naturaleza. Adentro se siente la calefacción centralizada y el aroma a café recién preparado que trae la Dra. Verónica López, la encargada, junto con el Dr. Matías Najun, de dirigir el Hospice. "Hicimos este lugar cuidando cada detalle para que sea lo más parecido a un buen hogar", explica la doctora, ya que la institución se ocupa de brindar cuidados paliativos a personas a las que la medicina ya no puede ayudar.
"Te pido disculpas si me emociono, pero esto es muy fuerte para mí. Hoy, cuando viajaba en el colectivo para acá venía pensando en mi vida y todo lo que me tocó vivir, así que estoy sensible", se disculpa de antemano Nilda con su dulce voz, que aún mantiene un leve dejo de aquella tonada sanjuanina. "Sé que mis padres estarían orgullosos de mí, de mi temple y de mi lucha", confiesa emocionada, y las primeras lágrimas cruzan sus mejillas.
Es que le parece un sueño haber conseguido cosas como un título universitario y sentir que hoy puede ayudar a muchas personas a pasar sus últimos días en paz y plenitud.
Nilda Valdez nació el 2 de julio de 1956, casualmente, el día en el que se celebraba hasta hace un año (ahora será el 10 de diciembre) la labor de los trabajadores sociales. Vivió en su ciudad natal, Rawson, San Juan, hasta los 24 años. "Nos mudamos para Buenos Aires cuando papá quedó sin trabajo. Fue muy duro para toda la familia, pasamos de tener una casa enorme con huerta, jardín y horno de barro a una casa de cartón y chapa", recuerda.
Una mañana de diciembre de 1998 – cuando tenía 42 años–, viajando para su trabajo, Nilda notó al llegar a la estación de tren de Liniers que algo raro le estaba sucediendo, no podía ver con normalidad, todo era oscuro y poco definido. "Al principio pensé que era algo debido al estrés; como era casi Navidad y tenía muchísimo trabajo pensé que era algo por falta de sueño. Pero al mediodía ya casi no podía ver, así que me fui al médico y me diagnosticaron desprendimiento de retina. Me fui a la basílica de Morón y me quedé un rato, pensando en qué iba a hacer de allí en más."
Gracias a la ayuda de su familia y el apoyo incondicional de su hermana, Nilda decidió que debía intentarlo y aprender a lidiar con su condición para continuar con su vida. "Ana, que era enfermera en un geriátrico, me contó que siempre pasaba por la puerta un hombre ciego que cantaba con mucha alegría, y que iba a la escuela San Martín N° 34 para ciegos y disminuidos visuales, así que me animé y en 2004 me anoté." En la escuela N° 34, Nilda aprendió a utilizar su bastón, a leer braille, computación para no videntes, y lo más importante para ella: que la vida podía continuar.
La vida continúa
"Fui a la escuela para ciegos casi dos años, pero sentí que tenía que hacer algo más en mi vida, y fue ahí que entré en la basílica San José. Era una iglesia muy linda, que tenía como una pequeña casa, donde se le daba atención a la gente que vivía en la calle. Ahí se los bañaba, se los cambiaba y se les daba algo para comer, además de brindarles atención médica en caso de que lo necesitaran." Pero la fuerza de voluntad de Nilda iba más allá y sentía que debía seguir superándose. Salir a misionar por los geriátricos de la zona le hacía bien al alma, pero ella quería cumplir su sueño más grande: ir a la Universidad. "Un día llegué y le dije al padre Martín que mi sueño era ir a la Universidad y recibirme de trabajadora social, para poder ayudar a la gente de manera más efectiva. Yo sabía que con los 600 pesos que ganaba con mi pensión de retiro por invalidez iba a ser muy difícil, pero el padre me instó a que le escribiera una carta al decano de la Universidad del Salvador (USAL) para solicitar una beca, y así lo hice."
Un tiempo después llegó la respuesta del decano diciendo que quería conocerla. Al llegar a la USAL, Nilda fue recibida por el licenciado Juan Pablo Varela. "Me explicó que nunca habían dado una beca completa sin antes conocer al alumno y su rendimiento académico, pero que conmigo iba a hacer una excepción. No tenía ni un peso, ni trabajo, pero era feliz."
Con 46 años y su condición de no vidente, Nilda ingresó en una de las universidades más prestigiosas del país y pese a sus miedos, siempre se obligó a dar un paso más allá de su límite, logrando recibirse tras cinco años de cursada, ante el aplauso y las lágrimas de su familia, compañeros y docentes. "La Facultad para mí fue como un cable a tierra. Durante mis años de cursada fallecieron mis padres y mi hermana Ana, por lo que si no hubiese sido por mis compañeros y mi profesora Paula no habría podido seguir. Y así fue que no bajé los brazos y me recibí en 2009. Como ese año falleció mi hermana, defendí mi tesis (sobre la discapacidad visual adquirida) un año después. Mi exposición fue tan intensa que me contaron que todos los que estaban en el salón lloraron al final."
Al poco tiempo de recibirse, Nilda recibió la noticia de que Marcelo, un amigo suyo infectado con el virus HIV, tenía cáncer terminal, y que su expectativa de vida era inferior a los seis meses. La familia le informó que lo trasladarían al Hospice Buen Samaritano, una especie de casa-hospital en Pilar, donde pasaría los últimos días de su vida en paz. "Cuando lo llamé para preguntarle cómo era el lugar, me dijo emocionado que la casa era hermosa, que estaba viendo el parque, que lo habían bañado, que estaba calentito y que había podido comer bien, él estaba tan feliz que yo lloraba de la felicidad. Cuando lo fui a visitar al Hospice, me atendió el doctor Matías, que fue tan atento con nosotros y tan cálido que no dudé en preguntarle si podía ser voluntaria."
Desde ese día, Nilda viaja al Hospice al menos una vez por semana para ofrecer su granito de arena, y contagiarles su alegría y templanza a los huéspedes. "Para mí, venir acá es tan placentero que si no fuese por una cuestión económica vendría más seguido. Aquí no sólo se le alegran los últimos momentos a una persona, sino que también se aprende con ellos a perdonar a la familia, a los amigos, a aquellos que nos hicieron mal. Acá uno puede cambiar su punto de vista y saber que la vida es hermosa. El Hospice no puede curar el cuerpo, pero sí puede sanar el alma."
La historia de Franco
Cuando Nilda llegó al Hospice tenía el único requisito necesario para ser voluntaria, que es tener un gran corazón, pero no sabía bien en qué área podría aportar realmente su ayuda. Fue entonces, como por obra del destino, que en enero de 2011 llegó Franco, un guapo correntino que, víctima de un tumor cerebral, había perdido la visión. "Franco fue muy especial para mí. Cuando llegó acá, sólo se limitaba a decir qué le faltaba y qué necesitaba; el sentía que había perdido todo y no tenía ánimos de vivir. Las enfermeras le ayudaban a hacer todo, pero yo sabía que él necesitaba otra clase de trato, necesitaba ver que todavía podía hacer las cosas que más le gustaban, y yo me sentía muy reflejada en él. Así que les pedí a las enfermeras que me dieran un plato grande y le enseñé a comer solo, que fue una de las primeras cosas que lo hizo salir de ese estado depresivo y querer intentarlo."
Los días pasaron y la amistad entre ambos se volvió cada vez más sólida e íntima. Franco esperaba a que Nilda llegara cada vez con más alegría, y les pedía a las enfermeras que trajeran un plato para ella, así podía invitarla a almorzar. "Después de enseñarle a comer, le mostré cómo usar el bastón, y el sonido que hace cada superficie para poder caminar con seguridad. Fue muy emocionante un día que se levantó de la cama y caminó solo por todo el Hospice para buscarme, estaba eufórico", recuerda Nilda conmovida.
Para mantener activo a Franco y otros huéspedes, Nilda hizo unos talleres que sentaron precedente para lo que hoy es el servicio de Hospice Día, donde charlaban sobre la historia de nuestro país y de las fiestas patrias. Todo el Hospice se involucró en estos talleres de historia, generando fuertes lazos de solidaridad y logrando que se unieran para dar algo de todo ese potencial que tenían adentro.
Un día de septiembre Franco finalmente falleció. "Fue muy duro verlo partir, pero cada uno tiene un tiempo en la vida y Franco supo aprovechar aquel último tiempo. Esos últimos meses fue feliz, y el sonido de su risa siempre va a quedar en mi memoria", dice Nilda, que si bien perdió su visión jamás perdió su fuerza de voluntad.
BIO
Profesión : licenciada en Trabajo Social
ONG : Hospice Buen Samaritano
Fecha de nacimiento: 02/07/56
Area de acción: voluntaria en tareas de cuidados paliativos
Logros: se recibió de licenciada en Trabajo Social siendo no vidente y es voluntaria del Hospice Buen Samaritano
Como colaborar
- Hospice Buen Samaritano
www.buensamaritano.org.ar