Recorren villas y barrios populares del Conurbano y CABA donde la presencia de redes narco naturaliza la circulación de droga; denuncian que a muchos chicos y chicas los usan para el narcomenudeo o la explotación sexual
Una noche antes de la pandemia, Norma Galeano recibió un llamado. Era una mamá que estaba desesperada. Su hijo se había quedado con droga del transa del barrio y lo querían matar. Norma juntó a un par de compañeras y fue hasta la casa del chico. “Lo sacamos de ahí vestido de mujer”.
La escena transcurrió en un barrio del AMBA. Esa noche, el adolescente durmió en un galpón. “Al otro día, conseguimos un lugar para internarlo por su adicción”, relata esta mujer que tiene muchos más relatos angustiantes como este: lleva 23 años rescatando chicos y chicas de las drogas, cada vez desde edades más tempranas. Arrancó con su propio hijo.
Aunque ganó esa batalla personal hace años, Norma ayuda a otras mamás que, como ella alguna vez, no saben qué hacer con ese hijo que consume. Hace años fundó la agrupación Madres Territoriales (línea fundadora), que reúne a unas 100 mujeres: madres de adictos y exadictos que están en alguno de los destinos posibles para una persona que atraviesa esta problemática: la recuperación, la calle, la cárcel o el cementerio.
Los primeros grupos de madres como el de Norma se hicieron conocidos hace 20 años, con la irrupción del paco en los barrios vulnerables. Buscaban visibilizar el drama mientras daban una respuesta inmediata de contención y asesoramiento. Hoy, su misión sigue en pie. Es frecuente que se las caracterice como una red. Eso son, justamente, cuando buscan contener a un chico que consume, sobre todo si otras redes (como la familia o la escuela) no lo consiguen, ya sea porque no existen o porque fallan.
Al igual que en el caso de Norma, el intento desesperado de salvar a un hijo o una hija fue el germen de muchas de ellas. Por eso, exhiben su condición de madres ante todo: Madres contra el Paco y por la Vida, Madres del Ser, Madres en Lucha contra el Paco, Madres Guiando la Vida contra el Paco y Madres por un Futuro sin Droga, entre muchas otras.
Chicos de 7 años que entregan droga
Si se le pregunta a Norma por qué sigue haciendo lo que hace, responde categórica: “Porque si el Estado no lo hace, alguien lo tiene que hacer”. Y para justificar lo que dice, cuenta lo que ve cuando recorrer barrios del Conurbano y del resto del país:
“Vemos chicos adictos desde los 8 años. El paco ya quedó viejo. Lo último es el crack, una droga que viene de Brasil, es mucho más adictiva y se puede conseguir a cambio de una garrafa o de una llanta. El transa le dice al adicto qué necesita y el adicto va y lo roba para él a cambio de la droga. Además, antes, en los barrios, se compraba en los búnkers. Ahora usan a chicos chiquitos de 7 años en adelante para llevar la droga”, se indigna.
Su testimonio echa luz sobre un drama que en la Argentina crece a la par del narcotráfico: el aumento de niñas, niños y adolescentes que empiezan a consumir a edades cada vez más tempranas y son captados por redes narco en villas y asentamientos del conurbano. Lo confirman por lo menos 20 referentes territoriales, médicos, trabajadores sociales, psicólogos y psiquiatras, especialistas en adicciones y funcionarios entrevistados para una investigación publicada por LA NACION.
“Estar en el territorio” significa, para Norma, ser un poco la mamá de todos los chicos con los que se cruza. A veces, cuando es un barrio “picante”, la acompañan otros vecinos (suelen ser chicos o chicas recuperados de las adicciones gracias al trabajo de la red), como señal de respaldo ante las miradas recelosas.
Mientras Norma camina con paso rápido y seguro, los vecinos la ponen al día sobre los casos más preocupante del barrio: el adolescente que recayó y tuvo un intento de suicidio, el joven que dejó la comunidad terapéutica, la adolescente embarazada que está en consumo. Ella los busca, (“los encaro antes de que ellos me encaren”, dirá después), les habla, los invita a las reuniones que organiza en la iglesia más cercana.
“Estar en el territorio” es también ser testigo muda de situaciones extremas que, a fuerza de su repetición, se naturalizan. Es saber que una dosis de cocaína está entre 3000 y 4000 pesos. Y que por 2000 o 2500 pesos se puede conseguir paco.
“En los barrios más pobres, un chico puede ganar 5000 pesos por día trabajando para los narcos como soldadito o como delivery de droga, lo que por ahí gana el padre. En una familia con siete u ocho chicos, por ahí tenés a cinco o seis vendiendo. Al principio, muchos lo hacen por la economía familiar. Pero la mayoría cae en el consumo y empieza a trabajar a cambio de droga”.
La situación de las chicas, sostiene, es variable: “A veces se dedican a la venta pero también están las que se prostituyen para conseguir plata para comprar droga. A veces con los propios narcos. Pero cuando la adicción es profunda, hasta el narco la expulsa. Esa chica se queda en la calle.”.
La organización que dirige tiene referentes en todas las provincias. Ella encabeza el trabajo en zonas del Conurbano como Lanús, Lomas de Zamora, Monte Grande e Ingeniero Budge. Camina por calles y pasillos que no cuentan con ningún tipo de propuesta del Estado en materia de recuperación. “Muchos supuestos espacios ambulatorios son una fachada para hacer política nada más”, se enoja. Por eso, la agrupación coordina grupos de reflexión a los que van chicos y chicas en consumo. Si los chicos quieren, la organización los ayuda a encontrar un espacio para hacerlo.
“Chicos que nacen viendo a sus padres drogarse”
Marcela Monzón perdió la cuenta de la cantidad de veces que alguien vino a decirle: “En aquella casa venden droga, vayan y hagan algo”. “Pero esa guerra no la tenemos que dar nosotras. Lo único que podemos hacer es tratar de salvar a nuestros hijos”, se lamenta la líder de Madres en Lucha por una Juventud Despierta, una organización que nació en Merlo en 2017.
“Mi hijo empezó con marihuana a los 13, hace 20 años. Dos años después había consumido de todo. Lo interné varias veces. Con cada recaída, yo salía a buscarlo. He llegado a encontrarlo en situación de calle, comiendo de la basura, con barba, con olor. A veces me veía llegar y se escondía. Pero yo le decía: ‘No te voy a dejar morir así’”, dice con resignación.
Cada vez que salía a buscar a su hijo, Marcela se cruzaba con otros chicos a los que nadie buscaba. “El Estado no logra impedir que los chicos tengan acceso a la droga, pero no se hace cargo de su impericia: no promueve la prevención de las adicciones ni facilita su tratamiento. Hay chicos que nacen viendo a sus padres drogarse. Pero hay otras familias para las que la droga es algo ajeno. Por eso, no saben qué hacer con la adicción de sus hijos y los terminan expulsando”, explica esta mujer de 52 años, que además maneja un merendero en Merlo. “Si los chicos no tienen opciones sanas de contención, ya sabemos cómo terminan”, sostiene.
A medida que se hizo conocida en su barrio, Marcela empezó a recibir pedidos de ayuda de otras mamás. Así que se capacitó, fundó su organización y trabaja en red con madres de otras provincias. “Somos más de 30″, dice. La red da charlas sobre prevención, ayuda a gestionar espacios de desintoxicación y funciona como espacio de contención para las familias, especialmente para las madres.
Una noche de insomnio, hace ya varios años, Silvana Da Silva dio con la página de Facebook de la organización. Buscaba ayuda. Su hijo de 12 años había empezado a consumir. “Había empezado con marihuana, pero después experimentó con todo: cocaína, paco y crack en pipa, que es la droga que los está matando. Les quita el hambre, quedan como zombies, con los dientes rotos y la boca y los dedos quemados”, explica. Aquella noche, Silvana y Marcela hablaron por teléfono. El padecimiento de una exponía el de la otra. “Marcela me dijo ‘bienvenida’ y yo no sabía muy bien a qué. Pero me hizo sentir que ya no estaba sola”, recuerda Silvana.
Mientras batalla contra la adicción de su hijo, que ahora tiene 26 años y va a un grupo de Narcóticos Anónimos, todos los días, camino a su trabajo en el centro porteño, Silvana para varias esquinas de CABA donde sabe que hay chicos en situación de calles. Les lleva el desayuno y aprovecha para hablar con ellos. “Desde Once hasta la Casa de Gobierno está inundado de chicos y chicas adictos que viven en la calle. Fueron expulsados de sus casas”, denuncia la mujer, que asegura que desde la pandemia empezaron a ver chicos cada vez más chicos en la calle.
“Cuando les preguntás por qué están en la calle, la mayoría te habla de situaciones de abuso intrafamiliar. Algunos pasaron por hogares, pero se escaparon por malos tratos”, revela esta mujer de 50 años que vive en Morón. Cuenta que es frecuente verlos en grupo, durmiendo en el mismo colchón para protegerse de potenciales violaciones. “A veces se despiertan y descubren que los violaron, porque tienen los pantalones bajos”, dice con tristeza. Y agrega que es frecuente encontrarse con casos de HIV, lepra y tuberculosis.
“Nosotros estamos perdidos”, “No les importamos a nadie”, “Nos dan la droga porque quieren que nos matemos”, “Somos la escoria”. Esas son las frases que Silvana recibe con frecuencia cuando se les acerca con chocolatada caliente y bizcochuelo e intenta conversar con ellos. “Es clave la forma en la que les hablás. No tenés que tocarlos, sobre todo si están bajo los efectos del consumo. Tenés que hablarles y mantener el contacto visual”, explica.
Hace un tiempo, pudo entablar una conversación con un adolescente. “Charlamos y logré que comiera un sándwich. ‘¿Te puedo pedir un favor?’, me preguntó. ‘Hace días que no duermo porque me andan buscando. ¿Puedo dormir y vos me cuidás?’. Y me quedé ahí dos horas, con él durmiendo sobre mi falda, acariciándole la cabeza”, recuerda.
Tejer redes entre madres es también luchar contra los prejuicios de la sociedad sintetizados en frases como “la culpa es de los padres” o “si sigue consumiendo es por falta de voluntad”. También batallar contra el desentendimiento del entorno más cercano, como padres que no se implican en el problema o familiares que aconsejan con liviandad: “Dejalo solo, así aprende”.
“A veces sentís que sólo otra mamá puede entenderte. Muchas veces la gente pierde de vista que esto es una enfermedad en la que muchos chicos se inician experimentando”, dice Norma Castaño, fundadora de Madres Solidarias, una agrupación de Santa Fe con miembros en todo el país.
Hace 20 años, a Norma se la conoció como “madre Coraje” porque se había infiltrado en la red que le vendía droga a su hijo de 19 años. Con toda la información que obtuvo, denunció en la Justicia la presencia narco en su ciudad con la esperanza de frenar ese avance. A la luz de las noticias que llegan desde Rosario, hoy no sólo sabemos que Norma tenía razón, sino también que la problemática se profundizó a niveles alarmantes, con réplicas en diferentes zonas del país, como el AMBA.
La mujer asegura que, si hace 20 años, en los barrios con presencia narco de cada 10 chicos consumían dos, ahora la proporción se invirtió: de cada 10, consumen ocho. “Sabemos de chicos de 10 años que salen a robar para consumir. De chicas de 12 que se prostituyen con ese fin. Las podés ver en avenidas de Rosario y Santa Fe, aunque también se les ofrecen a los narcos”, alerta.
En estas dos décadas, la organización llegó a tener dos sedes en las que recibían, por día, a decenas de madres. “En Santa Fe no hay espacios gratuitos de desintoxicación. Eso complica mucho las cosas”, se queja. La última sede la tuvieron que cerrar. “Los dueños del local que alquilábamos, recibieron amenazas y dejaron de alquilarnos”. Hoy el trabajo en red se hace vía zoom, en espacios de otras agrupaciones o en la sede temporaria de la organización: su propia casa.
“Somos una asociación civil que no tiene ayuda del Estado. Así que, para llevar adelante nuestra tarea, nos valemos del trabajo voluntario de médicos, abogados y hasta bioquímicos”, explica Norma, quien casi adivinando el desconcierto de esta cronista ante el último punto de su enumeración amplía: “Cada vez que empieza a circular una sustancia, investigamos cómo está compuesta. Ahora dicen que hay una droga nueva. La tengo que mandar a comprar para que alguien la analice”.
Cómo colaborar
Si querés contactar a alguna de las organizaciones o colaborar con ellas, podés hacerlo de la siguiente manera:
- Madres Territoriales tiene página de Facebook y un WhatsApp de contacto: 11-6812-0366
- Madres en Lucha por una Juventud Despierta tiene página de Facebook y cuenta en Instagram; también atiende mensajes al 11-5475-8540
- Para hablar con Madres Solidarias, de Santa Fe, se puede llamar al: 3424-27-7876 o escribirles por su página de Facebook