La lucha de los comedores comunitarios en los lugares más pobres del país
En un escenario de elevada inflación, fuerte pérdida de poder adquisitivo, precarización del empleo y aumento de la desocupación, los comedores de organizaciones sociales y comunitarias hacen malabares para garantizarle un plato de comida a las cientos de personas que se acercan todos los días. La demanda explotó en los últimos meses y afirman que donde antes iban solo chicos, ahora reciben familias enteras.
Los números del Indec publicados esta semana reflejan cómo los índices de pobreza se dispararon en el primer semestre de este año. Subió más de ocho puntos, alcanzando al 35,4% de los argentinos, es decir, 14,4 millones personas si se toma como referencia una proyección de la población urbana total (sumando la rural, serían 15,8 millones de pobres). Los más vulnerables de todos son los chicos: el 52,6% de los niños y niñas de hasta 14 años eran pobres en el primer semestre; mientras que, hace un año, la cifra era de 46,8%.
Desde las organizaciones que trabajan en territorio advierten que, si bien el último año creció el número de comedores y merenderos, la mayor demanda por un plato de comida se está haciendo sentir y mucho. No dan abasto, incluso en aquellos casos en que reciben subsidios o alimentos de los gobiernos provinciales o nacional.
Según los datos de la EPH, la mayor pobreza relativa por personas se observó en Concordia (52,9%), Entre Ríos. A esa ciudad le siguieron Gran Resistencia (46,9%), Chaco, y La Banda (44,8%), Santiago del Estero. En términos absolutos, la mayor cantidad de pobres aparece en el Gran Buenos Aires (12.226.210), donde se sumaron casi 100.000 pobres en un año. LA NACION conversó con referentes de comedores comunitarios de estos cuatro puntos del país, que cuentan sobre su lucha diaria para dar respuesta al hambre.
Concordia, Entre Ríos: "Cada vez tenes que raspar más la olla o agregarle agua al guiso para que alcance"
"Desde hace unos días veo gente muy ordenada en su vestimenta que llega a buscar comida: no solo va al comedor el que no tiene trabajo, sino que la clase media está recontra complicada. Llegan con mucha vergüenza", cuenta Pedro Sena, que tiene 44 años y es director de Cáritas Concordia.
En esa ciudad entrerriana, que mostró el índice más alto de pobreza relativa, hay un comedor y cinco merenderos que dependen de Cáritas, que abren sus puertas de lunes a viernes, incluyendo feriados, asistidos por un total de 35 voluntarios. Todos funcionan dentro de parroquias: Estancia Grande, Stella Maris, Fátima, San Pedro y Pompeya. "A los merenderos asisten un promedio de entre 300 y 350 personas. Antes, eran solo para chicos, pero ahora viene toda la familia: papá, mamá y abuelos. Con el comedor, donde tenemos un registro de unas 300 personas que vienen a retirar la vianda, pasa lo mismo", detalla Sena.
En dos de los cinco merenderos se da la merienda reforzada: le suman un sándwich y una fruta. En los otros, se entrega solo una copa de leche y lo que logran junta o preparar, a pulmón, los voluntarios. "En el comedor, cada vez tenés que raspar más la olla o agregar agua porque a veces no llegas", explica Sena y agrega: "Nos arreglamos con lo que hay. Pero no podemos bajar la calidad de la comida".
Es que a la hora de cocinar la inflación se hace sentir: "Para comprar los alimentos -describe-, recibimos un subsidio del Gobierno nacional, que le transfiere a Cáritas nacional y ellos a nosotros. Hasta hace unos meses, pagábamos un bolsón de leche en polvo 4800 pesos y hoy está aproximadamente 7200 pesos. Se dificulta muchísimo llegar a cubrir las necesidades de la gente".
Además, Sena detalla que frente a la gran necesidad incluso se empezó a dar de comer los fines de semana. En la Parroquia Gruta de Lourdes, por ejemplo, los voluntarios juntan donaciones para cocinar los viernes y los sábados a la noche: "Comenzaron haciendo un guiso para 50 personas y hoy comen 350", cuenta.
Una de sus mayores preocupaciones es que hay personas, "las más pobres entre las pobres", que no llegan al comedor: "Yo recorro muchos lugares y hay gente que vive en la indigencia que no se arrima a un merendero. El otro día conocí a un señor de 62 años que no puede caminar ni hacer changas, porque está enfermo. Tiene una pensión de 400 pesos por mes: con eso ni siquiera compra cinco kilos de pan. Es como dice el Papa Francisco: hay que ir a buscarlos".
Según Sena, se ven cada vez más comedores y merenderos que nacen a pulmón, del compromiso de vecinos: "En Concordia te diría que hay más 150 merenderos provinciales, otro tanto nacionales, los de Cáritas, los de las escuelas y esta modalidad que se formó que es la de cuatro o cinco familias que se unen y armaron un merendero".
Ese es el caso del comedor "Con poquito hacemos mucho". Nació hace siete meses de la mano de Matías Peralta, de 33 años, su esposa y un grupo de vecinos del barrio Palmeritas.
"Un día estábamos con mi esposa sentados afuera de nuestra casa y veíamos a los chicos que pedían casa por casa algo para echarle a la olla. Le propuse si me quería acompañar a darles un plato de comida y se fueron sumaron unos vecinos. La primera semana fueron 35 chicos, a mediados de mes 85 y hoy son 150, contando a padres y abuelos. No damos abasto", cuenta Matías, que tiene tres hijos, es albañil y hace changas. "Sobrevivo con lo que puedo. Hacemos y vivimos por los chicos que van al comedor. Les damos la merienda, la cena, calzado y ropa. El nombre del comedor surgió a partir de que con un poquito de cada uno, podemos llenar la pancita de un niño", agrega.
No reciben apoyo de ningún grupo político u organización. "Con un amigo recorremos los negocios de la ciudad de Concordia. Andamos molestando y pidiendo, pero por una causa buena. Por ahí, una vez a la semana una panadería nos dona facturas. Tuvimos una infancia dura y sabemos lo que es que te falte la comida y la leche y tratamos que otros nenes no pasen por esta situación", relata Matías.
Organizaron una rifa para comprar las maderas con las que hicieron los tablones y los bancos del comedor. Así, pudieron agradar el garaje de la casa de Matías: en esos 25 metro de largo por cinco de ancho, nadie se queda afuera. "Cocinamos a leña siempre. Lunes, miércoles y viernes, damos la cena; martes, jueves y sábado, la merienda", detalla.
Con respecto al perfil de quienes se acercan al comedor, Matías explica que la mayoría de los vecinos trabajan en la cosecha de cítricos, arándanos y aserraderos. "Pero están pasando por un momento caótico y son familias muy numerosas, de cinco a nueve chicos. Hacemos un esfuerzo grande. Cuando vemos un chico que cuando se va nos sonríe y nos dice gracias, eso se vale todo", concluye Matías.
Para colaborar con el comedor "Con poquito hacemos mucho", llamar a Matías: (0345)433-1813. Para contactarse con Cáritas Concordia, llamar al (0345)422-1973.
Gran Resistencia, Chaco: "Los papás y las mamás perdieron la vergüenza de tener que pedir para comer".
Gilda Prieto conoce de primera mano la pobreza de su provincia: desde 2008, trabaja en dos merenderos, Panza Llena y Corazón Contento, en Resistencia, Chaco, fundados por la agrupación social Madres sin Techo. "Ahora veo adolescentes, por ejemplo, que antes no venían", dice.
Si bien la situación fue desmejorando con los años, todo empeoró aún más en 2019. Así lo ve Alberto Fogar, encargado de la pastoral social de Cáritas Argentina en la catedral de Resistencia: "Veo cada vez más personas en situación de calle y personas de los barrios que vienen a pedir ayuda", asegura el sacerdote.
Hoy, Gilda brinda comida y leche a casi 160 personas, principalmente niños, que asisten desde las 3 hasta las 7 de la tarde. Además, cuenta que cada vez son más las familias enteras que vienen en busca de platos de comida: "Los papás y las mamás perdieron la vergüenza de tener que pedir para comer".
En estos espacios, también brindan talleres, charlas y capacitaciones en los que se abordan problemáticas como la violencia de género y familiar, adicciones y trabajo infantil, entre otras.
Para colaborar con Agrupación Madres sin Techo, llamar al (0362) 404-8424
La Banda, Santiago del Estero: "Necesitan un oído que los escuche".
"Este año fue una locura", asegura María Villalba, fundadora del merendero Manos Solidarias en La Banda, Santiago del Estero, donde la pobreza alcanza al 44,8% de las personas. "Las mamás llegan con vergüenza y me dicen: ‘Tengo que venir porque no me alcanza’", relata María, que trabaja brindando platos de comida a personas en situación de vulnerabilidad hace 15 años.
Además de ofrecerles una merienda de arroz con leche o pan recién amasado a casi 260 chicos, Manos Solidarias les da a las mamás del barrio bolsones de frutas y verduras que les dona el Banco de Alimentos de Santiago del Estero, organización que ayuda a 200 comedores, merenderos y escuelas de la provincia.
El merendero también funciona como un espacio de acompañamiento y contención. "A veces, nos sentamos a charlar sobre los problemas en los hogares de cada una; necesitan un oído que las escuche", resume Gilda.
Para colaborar: Llamar al Banco de Alimentos al (0385) 425-0498; escribir al mail bancodealimentossde@gmail.com o ingresar a
Marcos Paz, Buenos Aires: "No tenemos harina para hacer pan"
Lidia Giagnoni tiene 63 años y sabe lo que es pasar hambre. Nació en Villa Soldati y se crio entre una escuela de monjas y la calle. "A los 15 me casé para ser menor emancipada y poder acceder a un trabajo. Siempre estudié: viviendo con las monjas o debajo de un puente, era la primera en llegar al colegio", recuerda, y agrega: "Las maestras me ayudaban muchísimo, me daban de comer, un par de zapatillas. Veían mi fuerza de voluntad".
Se recibió de enfermera y dedicó su vida a sus dos pasiones: su profesión y el trabajo como voluntaria en comedores comunitarios. Ayudó a fundar varios, desde Villa Zavaleta hasta Soldati. En 1998 se mudó a Marcos Paz, con sus tres hijos. "Me encontré con un pueblo que parecía el fin del mundo, alejado de la civilización. Nos organizamos con las vecinas y creamos una asociación civil. Para el 2000 le estábamos dando de comer a 4000 personas –cuenta–. Conocí el hambre, lo que es estar sola con hijos, pasé por todas esas situaciones y eso me capacitó para entender el sufrimiento del otro".
Hoy, desde la asociación civil Todos por los Niños, Lidia coordina dos comedores, en el Barrio del Bicentenario y La Trocha, de Marcos Paz. "La situación es muy difícil. En el barrio del Bicentenario hay 55 familias, en total son casi 250 platos de comida. No recibimos ayuda gubernamental. Antes una bolsa de cebolla la comprabas con 400 pesos, hoy sale casi 1000. Lo mismo con la bolsa de papas", cuenta.
En el comedor se sustentan con donaciones de particular y empresas, que cada vez son menos. Lidia no duda de poner de su propio bolsillo cuando hace falta. "Hace diez días tuve que sacar un préstamo de la Anses para solventar los gastos de los dos comedores. Toda la vida trabajé y una parte de mi sueldo lo dedique a este trabajo social", describe.
Asegura que la situación es critica. "En el barrio del Bicentenario cocinamos tres veces por semana: hay 70 familias que van a retirar alimentos. Hay empresas que no donan más. Marcos Paz no es como en la Ciudad, donde los comedores han recibido siempre ayuda. Nosotros no estamos encuadrados dentro de ningún partido político o movimiento social", dice.
La necesidad le golpea la puerta de su casa todos los días. "Hay gente que viene a pedir un poco de shampoo o jabón para bañar a los chicos. Eso yo nunca lo había visto", sostiene. Su sueño, de tener un lugar propio para el comedor (por ahora se la rebuscan como pueden en su casa), parece cada vez más lejano: "Hasta hace seis meses, con una parte de las donaciones comprábamos ladrillos para edificar nuestro lugar. Hoy ya no podemos", asegura. "Tenemos horno y una amasadora de 50 kilos, pero hoy no podemos hacer el pan porque no tenemos harina".
El teléfono de Lidia suela las 24 horas. En cualquier momento, puede llegar el pedido de una familia. "La situación y problemática de cada una es particular: algunas no tienen garrafa, por ejemplo, para hervir los fideos, y te piden que se los hiervas. Hay otras que te pide dos cebollitas, papas, un poco de pollo y lo preparan en su casa. Acá no hay nada estricto: nos adoptamos a las necesidades de cada uno. Aún en los peores momentos, siempre que viene alguien a pedir, algo se lleva. Nadie se va con la bolsa vacía", concluye.
Para colaborar con el comedor de Lidia, ingresar en todoporlosniños.org o llamarla al 11-6577-5433