La locura de armar una empresa social exitosa
Este psicólogo es el fundador de La Fageda, un revolucionario emprendimiento productivo de fabricación de postres lácteos que funciona en una comarca española y que emplea a 150 personas con discapacidad intelectual
El español Cristóbal Colón Palacín tiene en su rostro el temple estoico de aquellos filósofos de piedra, esos rasgos que sólo se ven tallados en el mármol de las ciudades perdidas. Al hablar recurre a los silencios para buscar en su cabeza los recuerdos de una vida llena de aventura. Estuvo preso, armó a los 18 años su propia empresa, decidió escapar de la ciudad para criar a su hija lejos de los problemas cosmopolitas y cumplió el sueño de su vida: ayudar a los demás. En 1982, con objeto de integrar a personas con discapacidad mental al mundo laboral, fundó La Fageda, una empresa de fabricación de postres lácteos que cuenta con un 56% de sus empleados con discapacidad, es la tercera de productos lácteos más importante de la comarca y factura 13 millones de euros al año. Su fundador, Cristóbal Colón –invitado al país por la ONG Puentes de Luz que también asiste a personas con discapacidad intelectual– nos cuenta su historia. Escucharlo es un viaje en el tiempo donde sólo se puede aprender. "Supongo que mi nombre fue un acto de humor de mi padre. Cada vez que tengo que viajar a América y decir que me llamo Cristóbal Colón, lo recuerdo con cariño", comenta simpáticamente Cristóbal, antes de comenzar a hablar de su historia.
"Nací en 1949 en Zuera, un pueblecito muy cerca de Zaragoza, en Aragón, España. Mi padre murió cuando yo tenía 13 años, y para ayudar a mi familia tuve que dedicarme desde pequeño a la sastrería. Mi tío Paco, que era el sastre del pueblo, me explicó el oficio, pero yo sabía que no era lo que quería para mi vida", explica Cristóbal. Motivado por lo que él llama inquietudes filosófico-existenciales desde muy pequeño, fue un chico solitario que sobresalía del resto por ser un niño inquieto al que le gustaba investigar y hacerse preguntas. "Fue así que comencé a leer sobre psicólogos y psiquiatras, y preguntarme sobre qué es el hombre, qué es el alma y por qué algunas personas pierden el control de esa cosa maravillosa que es la conciencia."
Al morir su madre unos cinco años después, entendió que la vida no era eterna y que debía seguir su sueño y su vocación: ayudar a los demás. Lamentablemente, el llamado a la milicia hizo que tuviera que postergar un tiempo más este deseo. "Al volver del ejército comencé a militar en el Partido Comunista de España y gracias a ello conocí a intelectuales de todas las áreas, entre ellos a un psiquiatra que me consiguió la oportunidad de comenzar a trabajar como mozo en el manicomio de Las Delicias, el principal de Zaragoza." Pese a no contar con el secundario completo, Cristóbal comenzó a formarse allí como auxiliar de clínicas, una tarea que no demandaba tener completo el bachillerato. "Por suerte cuando cumplí 24 años, el Ministerio de Cultura estableció una norma de acceso a la Universidad de forma directa para los mayores de 25 años. Me preparé para dar el examen y lo aprobé. Si bien quería estudiar medicina, yo necesitaba seguir trabajando y no podía dedicarme a la carrera de manera intensiva, por lo que me incliné por estudiar psicología."
El destino lo llevó a Barcelona, lugar donde conoció a su actual mujer y la madre de sus hijos. "En Barcelona trabajé en dos hospitales más, donde veía con pena que los manicomios eran estructuras confinatorias, con celdas de castigo, patios cerrados; era un cementerio viviente donde veía deambular cuerpos que habían perdido el alma. Tenía que hacer algo para ayudarlos y sabía que la respuesta iba estar en el trabajo, porque es lo que dignifica." Así fue que Cristóbal Colón creó en el hospital donde trabajaba la laborterapia, concepto que fracasó ya que la tarea no era consistente en el tiempo, sino que terminaba cuando el paciente era enviado a su hogar.
"En 1980 entré en crisis personal con las prácticas profesionales y los planteamientos ideológicos de la psiquiátrica oficial, y decidí continuar con mi vocación en un escenario completamente diferente. Mi mujer estaba embarazada y yo quería ir a vivir a la montaña, en un lugar donde nuestro hija pudiera nacer con otros valores. Así que nos mudamos a la Garrocha, que es una comarca al norte de Cataluña, cerca de la montaña", recuerda Palacín.
Pero su mundo iba a cambiar con la llegada de su hija, María, en 1981. "Cuando la tomé por primera vez en mis manos, me di cuenta de que aquello que venía creciendo en el vientre de mi mujer era mi responsabilidad. Entendí en un segundo que la estructura económica que tenía no era la adecuada para sostener a una familia y tenía que hacer algo. No fue una idea que nació en ese instante, pero en ese momento tomé la decisión de llevar a cabo los sueños que venía postergando."
Pese a no tener dinero, una vieja camioneta de segunda mano y su perra Dana, Cristóbal decidió emprender "un proyecto de locos" en la Garrocha, donde un amigo había montado con su ayuda el primer servicio de salud mental en 1974.
Un espacio para sanar
"Hable con mi amigo, el doctor Josep Torrel, y le comenté sobre mi idea. Él ya se había consolidado allí como psiquiatra, tenía su prestigio, su formación y sus ingresos, y yo le estaba llevando un proyecto que era complementario a su labor en la comarca. Mi amigo los medicaría y juntos les daríamos un trabajo para reinsertarlos en la sociedad activamente", explica Cristóbal, mientras sonríe recordando a uno de sus primeros pacientes. "Me acuerdo de Esteban Llagostero, un paciente que sufría de esquizofrenia y que tenía situaciones de agresividad con su madre cuando estaba desequilibrado. Hoy es un anciano entrañable del pueblo y fue uno del primer grupo de 14 personas que comenzó el proyecto."
Su primer trabajo fue en Olot, una comarca particularmente bella, con una tradición pictórica muy fuerte. Allí, en aquella ciudad de tradición artística, se pusieron en contacto con dos fábricas y comenzaron a fabricar los
minis, unas pequeñas figuras del niño Jesús de bebe, que elaboraban artesanalmente y con mucha dedicación.
"Si bien fue el primer paso no estaba contento, yo no quería trabajar para otros, quería que nosotros fuésemos autosuficientes. Así que fui a ver al alcalde de Olot con fotografías de los espacios más bellos de la ciudad: fuentes, patios, casas, murallas, todos esos lugares que la población había disfrutado antes de la televisión y que se habían deteriorado con el paso del tiempo y el abandono. Y le pregunté si podíamos ir a limpiar esos lugares sin pedir nada a cambio. Aceptó sin dudar", explica Cristóbal mientras sonríe con picardía. "Cinco meses después, los lugares estaban impecables, por lo que cuando me reuní con el alcalde y le expliqué que lo habíamos hecho nosotros, y cómo trabajábamos, su respuesta fue que a partir del año siguiente tendríamos una partida presupuestaria destinada a nuestras actividades. Después de aquella conversación salí a caminar con la mente clarificada, había encontrado el camino; por primera vez era realmente feliz haciendo lo que hacía."
Un año después, en 1986, el mismo alcalde, encantado con el proyecto, ayudó a Cristóbal a buscar y comprar un predio donde podían construir una sede y comenzar a trabajar en otras áreas. "Para mí era fundamental que fuera un entorno natural, que emanara paz. Lo primero que pusimos fue una granja de vacas para producir leche. Pero yo tenía en claro que no quería trabajar para otros, quería que nuestros emprendimientos empresariales fueran propios, porque entendía que eso era lo que tenía un valor real en la rehabilitación del individuo."
Al poco tiempo llegaron más pacientes al proyecto y se abrió un vivero que llegó a producir cuatro millones de árboles por año, y sirvió para reforestar las montañas de España. "Nos volvimos los jardineros de la comarca, nos dieron para que cuidáramos los jardines del Ayuntamiento y los bosques del parque, y no porque trabajáramos con personas con capacidades diferentes, sino porque los servicios que realizamos son realmente eficaces."
Emprendimiento exitoso Cuando La Fageda alcanzó a tener 500 vacas en su estancia, decidieron expandir el mercado lácteo y comenzaron a fabricar yogures. "Nuestros yogures son tan buenos que hoy competimos contra Danone, y ellos nos admiran porque saben lo difícil que es colocar un producto, y nosotros ya vamos veintitantos años con éxito. No es una cosa pasajera." Cristóbal asegura que el éxito del producto no depende del marketing de la fundación, sino de su calidad.
"En este momento están vinculadas al proyecto alrededor de 300 personas: 110 o 115 con enfermedad mental o disminución intelectual, que perciben un salario fijo; 40 personas con graves discapacidades que no están en condiciones de recibir un salario, pero que los acogemos para darles una actividad recreacional, y luego está el grupo de profesionales", resume Cristóbal.
En la actualidad, La Fageda cuenta con varias instalaciones donde producen vegetales, mermeladas y productos lácteos como leche, yogur, helados, natillas y flanes que comercializan y les generan ingresos de más de 13 millones de euros anuales. "Se producen más de 100 kilos de yogur, 4 millones de vasos de leche y 50 mil unidades de helado por año, pero pese a ello seguimos innovando y creciendo; sabemos que el éxito está en seguir creyendo en nosotros. Ahora mismo por ejemplo estamos investigando en la producción de biomasa para combustible, un producto que además de permitirnos producir el combustible que utilizamos para la fabricación del helado nos ayuda a limpiar los bosques y ríos del lugar."
Cristóbal Colón Palacín es de esas personas con las que uno no puede dejar de asentir cuando lo escucha. Su espíritu ve en cada crisis una oportunidad, y en cada oportunidad, la posibilidad de ayudar a los que más lo necesitan no dándoles el pan, sino enseñándoles cómo utilizar el rastrillo y la hoz.