La inclusión educativa requiere cambiar el aprendizaje uniforme por la flexibilidad
Bienvenidas la conciencia inclusiva, las pedagogías Waldorf, Montessori y otras, las metodologías, enfoques, personas e instituciones que se flexibilizan al respecto. Mas allá de esta porción de humanidad con buenas intenciones, existe una ley que resulta dogmática, inflexible y en varios casos excluyente. Necesita urgente revisión fuera de la formalidad de un escritorio, evitando manuales o censos y en connivencia con quienes estamos en contacto con el dilema de acompañar a personas especiales (como si no lo fuéramos todos) o con capacidades diferentes (como si no las tuviéramos todos).
Sin embargo, el problema más grave radica en circunscribirse solo a la población con patologías, secuelas o de diversa nivelación evolutiva. La verdadera base del cambio va a ser abordada con eficacia cuando se comprenda que absolutamente todo el sistema socio educativo -incluida la crianza familiar-, no tuvo ni parece estar logrando conciencia de singularidad.
No hay educadores, padres, guías ni tutores suficientes que hayan resuelto dentro suyo la idea de inclusión. Inclusión implica desprejuicio, desprejuicio conlleva la palabra juicio, juzgar al otro, clasificarlo, calificarlo según reglas generalizadoras. No hay una observación artesanal del individuo que lo inste a desarrollar sus propias capacidades, y recién a partir de sus fortalezas llevarlo a conquistar las zonas débiles. No hay en nosotros mismos un intento de guiar a niños y adultos a pensar por sí mismos, a autoevaluarse, a no compararse con nadie mas que con su propia marca.
Se celebran las notas altas y se aplaude la uniformidad. Allí comienza el verdadero drama: todos debemos ser como se dice que debemos ser. Y la tragedia: debemos serlo "cuando corresponde". El cuándo es el punto álgido. Hay pesos, medidas y edades promedios para alcanzar metas en niños y adultos.
No es muy diferente la incapacidad de aceptar que una mujer no desee hijos o que un hombre elija una sexualidad alternativa a la estándar o que una persona se vista de modo original, de la incapacidad para aceptar que un niño se maneje por señas. Imaginen a un psicólogo que trabaja con chicos especiales cuyo manual reza que "el niño necesita su espacio de pertenencia y para eso debe trabajar en consultorio", si esa persona no piensa por sí misma no va a detectar que hay casos en los que el niño rinde más haciendo terapia a domicilio, no va a investigar el porqué de esa tendencia, no va a responder con efectividad al apoyo y por mas diplomas que cuelgue en su pared, ese profesional no sirve.
En suma: la inclusión requiere flexibilidad; tanto en las leyes actuales como en los accesos a coberturas sociales, en las asistencias terapéuticas, en las personas e instituciones especializadas, pero sobre todo en la calle y en casa. En la infancia, mi propia personalidad no respondía -ni responde hoy- a los cánones habituales, he sufrido y sufro el sentirme diferente. La soledad y el aislamiento que eso provoca no hace mayor mella en un adulto con recursos, pero en un niño sí, en un niño con dificultades mas aún, y en un adulto a cargo de una persona con discapacidad genera una certeza de injusticia abrumadora.
Tenemos entonces dos puntos que atender. Por un lado la ley de inclusión tiene que cambiar en los siguientes ítems, entre otros: 1- Los niños que así lo requieran deben poder repetir el grado las veces que sean necesarias; 2- Aquellos a quienes no les convenga repetir deben poder seguir adelante con su grupo de pertenencia, plan especial e integradora; 3- Las escuelas e instituciones terapéutico educativas especiales no deben desaparecer pues hay niños que no tienen recursos para integrarse a la currícula común, 4- Todas las escuelas comunes deben estar preparadas para recibir niños con capacidades diferentes, y no me refiero al estudio sino al cambio de conciencia, pues cualquier buen educador, entendiéndose éste como observador, flexible, artesanal, creativo y amoroso, puede acompañar la inclusión. 5- Dichas decisiones deben ser de concreción ágil y tomadas en equipo entre terapeutas, padres e institución a cargo.
El segundo punto es aún mas importante: consiste en que de nada vale esta lucha si vos, yo, tus padres, hermanos y amigos no aprendemos a respetar a los demás y a respetarnos entre nosotros. Tomar al otro tal cual es, no condicionarlo ni auto condicionarse, aceptar la diferencia entre conocidos y desconocidos -en la era de las redes, el juicio crítico a una tecla de distancia y el bullying, tenemos la responsabilidad de ser prudentes antes de intervenir a otro ser-, esto involucra tolerancia. La tolerancia nace de la aceptación. La aceptación no nivela chicos y grandes por edad sino por intereses comunes y puntos evolutivos, ama sin exigir resultados que respondan a nuestras propias expectativas y educa sin medir en relación a tablas masificadoras. No hablo de anarquía. Hablo de creatividad. Creativo es aquel que naturaliza su flexibilidad. Y acepta la flexibilidad del prójimo. Ejercitémoslo.