Hace casi dos décadas, la humorista se había quedado sin techo y sin dinero, pero el actor y vestuarista Diego Moyano la ayudó casi sin conocerla y le abrió la puerta a nuevas oportunidades
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Hace casi 20 años, tras una temporada teatral fallida, Costa había regresado de Mar del Plata sin dinero y se había quedado en la calle. Era, en rigor, su segunda vez en la calle. “Pero la primera vez había sido por elección mía. Yo vivía con mi hermano y decidí que no quería seguir viviendo con él. Me quedé sin plata para la pensión y pasé un tiempo en la calle porque yo lo había elegido. Esta vez era distinto. Yo no la había buscado”, recuerda la humorista, que todas las mañanas es parte del equipo de “El club del Moro”, por la 100 FM y, por las tardes, es movilera en el programa “Cortá por Lozano”, en Telefe.
En el tiempo que llevaba viviendo en Buenos Aires –a los 17 años se había venido de Córdoba, su provincia natal, con intenciones de estudiar Ciencias Económicas– no había logrado armar una red de amigos que pudieran ayudarla en esa situación. Desesperada como estaba, solo atinó a llamar a Diego García Moyano, un actor y vestuarista muy reputado en el circuito under, para preguntarle si sabía algo de una persona que tenían en común y que quizás podía darle una mano. Diego no sabía nada de esa persona, pero allí se enteró de las penurias de Costa.
–¿En dónde estás? –le preguntó.
–En la calle –respondió ella.
–¿Qué hacés en la calle? Venite para casa –le indicó García Moyano.
Costa terminó ese mismo día viviendo en la casa de Diego, quien, además, le dio trabajo. No eran amigos. Apenas tenían personas en común. Pero, según recuerda ella, el hombre no dudó en ofrecerle un cuarto. Por eso, si tiene que pensar en las personas que le han dado oportunidades a lo largo de su vida, la artista no lo duda: el primero de todos fue García Moyano. “Yo estaba en la calle y Diego confió en mí casi sin conocerme. Lo más fuerte es que me descifró, vio mi potencial incluso antes de que yo lo viera”, reconoce, emocionada.
Hoy, convertida en una figura popular y reconocida, la vida le da la chance de agradecerle públicamente aquel salto de fe, ya que Diego es parte de su espectáculo teatral “De Costa a Costa”. “Para mí siempre fue un sueño poder coincidir los dos en un show. Era como una deuda de honor que yo tenía. Y logré cumplir ese sueño justo en mi cumpleaños número 40, cuando hicimos un espectáculo nada menos que en el teatro Lola Membrives. Y de ahí seguimos haciendo shows”, sostiene.
Pero en aquel momento, después de aquella experiencia al volver de Mar del Plata, Costa sentía que su carrera había terminado antes de empezar. Había debutado un par de años antes en un pub, con un show de transformistas, en tiempos en los que estaba afianzando su identidad como mujer trans pese a seguir usando el nombre que le pusieron sus padres: Gonzalo. “De día trabajaba de lo que fuese: cajera, telemarketer, vendedora ambulante… y de noche me la pasaba en boliches y pubs gays, obnubilada con los shows de transformistas. Comencé como asistente y tiempo después ya estaba arriba de un escenario. Vivía en pensiones, muy al día”, recuerda.
Cuando se instaló en la casa de Diego, había retomado, justamente, su veta de asistente. “Diego es un gran vestuarista. Y en aquel entonces estaba preparando el vestuario de la última revista que hizo Ethel Rojo. Primero lo ayudé con la confección del vestuario y después tenía que vestir a toda la compañía. Pero un día entran dos señores que me dicen: ‘Vos hacés shows’. Yo respondí: Sí, pero no lo hago más, me vine de Mar del Plata y me puse con esto. ‘No, no, tenés que volver a hacer shows, vamos a hablar con el dueño de un lugar así te llama’, me dicen. Y esa persona me llamó”, rememora con tono sorprendido.
Allí retomó los shows, pero de la mano de García Moyano, quien la apuntalaba, le preparaba la música y todos los looks que iba a lucir. “En mis primeros tiempos, para mí era vital que Diego me armara el cuerpo, me armara el personaje. Me decía: ‘Vas a usar este pelo, te vas a poner estos zapatos con esta ropa’. Diego fue y es una persona esencial en mi vida y en mi carrera.”, reconoce.
La charla tiene lugar en el teatro Lola Membrives, cuyo escenario pisaron por primera vez juntos algunos meses atrás. García Moyano sigue atentamente las palabras de Costa y matiza su rol en la vida de su amiga. “Yo simplemente vi lo que mostraba, porque yo no la construí, ella se construyó sola. Era un diamante en bruto. La gente tenía que conocerla, pero primero tenía que conocerse ella”, reflexiona.
Costa aporta: “Pero yo aprendí mucho con vos. Una de las cosas que Diego me enseñó es que un artista siempre debe cuidar a su público. Sean diez, cincuenta o quinientos, la entrega debe ser la misma”, afirma. “Nuestro público es nuestro tesoro más grande”, agrega Diego y ella suma, casi cerrando la frase de su amigo: “Y es nuestro pan también”.
Nacido en Capital, pero criado en Hurlingham, García Moyano hizo del arte una forma de vida. Hijo de Rubén, uno de los mejores pintores fileteadores de la Argentina, y de Graciela, un ama de casa que debió salir a trabajar cuando su marido falleció y que le transmitió a su hijo el amor por la costura, Diego es patinador –fue campeón nacional–, actor, transformista, vestuarista, realizador y tiene formación en maquillaje y posticería.
En los noventa fue parte de “Chance”, un programa de Canal 9 al estilo “Fama” que no tuvo mucho éxito, pero lo sumergió en el mundo de la televisión. “Cuando teníamos baches y mis compañeros se iban a pasear por ahí, yo me metía en maquillaje, en escenografía, y aprendía todo lo que podía”, recuerda este hombre de 48 años, quien considera que aquella actitud que tuvo con Costa, cuando apenas la conocía, no debería causar asombro.
“Es muy satisfactorio para uno haber sido parte de la formación o de la vida de alguien, porque todos nos formamos todo el tiempo, todos somos influencers en la vida de los demás. Hay personas que pasan por tu vida y sin darse cuenta te ayudan tanto…Tenemos que aplicar la frase de ‘hacer el bien sin mirar a quien’, porque eso mismo va a pasar con vos, también te van a dar. A mí la vida no siempre me ha dado la posibilidad de devolverle a otros lo que hicieron por mí, pero he podido dar sin esperar que me devolvieran. Así se va formando una cadena”, reflexiona.
En la vida de Costa, esa cadena se fue forjando con eslabones cada vez más virtuosos. Con el tiempo, otras figuras, como Flavio Mendoza y Jean Francois Casanovas, aparecieron en su camino y fueron posicionándola en otros espacios de mayor masividad. Este nuevo lugar la fue acercando a otras personas, como Lizy Tagliani, Verónica Lozano y Santiago del Moro. Para todos ellos tiene palabras muy elogiosas y cargadas de agradecimiento. Como es el caso de Del Moro.
“Santiago es todo. Me vio. Me hizo popular, me hizo masiva. Lo más fuerte que hizo fue desexualizarnos. Yo no estaba sentada en el panel de Intratables por el cupo laboral trans. Yo estaba por mis ideas, por mis pensamientos, por mi historia, por mi lucha. Cuando me pregunta el nombre y yo le digo ‘Gonzalo Costa’, él me dijo: ‘Mirá, es difícil explicarle a la gente que te llamás Gonzalo pero sos una chica trans… Acá en la radio te vas a llamar Costa’. Mirá si no es importante Santiago en mi carrera, en mi vida. El nombre… el nombre del padre. Yo no me saco Gonzalo porque es el nombre que me pusieron mis viejos y Santi me rebautiza Costa. ¿Qué más lindo para mí que llevar el apellido de mi padre?”, dice con emoción.
A veces, cuando reza, a Costa la conmueve observar su propio recorrido y lo bendecido que es su presente. ¿Sería este su presente si no hubiera llamado aquella vez a esa persona que, sin conocerla, le abrió tantas puertas? Ella cree que sí. Que de alguna manera la vida la hubiera conectado con quienes la ayudaron a ser quien es. “Era de Dios. Pero esto también hay que decirlo –concluye–- cada vez que Dios me mandó la suerte, esa suerte me encontró trabajando”.
Agradecemos al Teatro Lola Membrives (familia Spadone y Gonzalo Bussetti)
Sobre Redes Invisibles
Redes Invisibles es un proyecto de Fundación La Nación que nació en 2019 con un firme propósito: combatir y desterrar los prejuicios instalados en nuestra sociedad en torno a la pobreza. En esta nueva serie, rescata el concepto de las oportunidades como un valor que enriquece no sólo a quien las recibe sino también a quien las da. También cuestiona la idea de que únicamente quien tiene recursos –económicos, materiales, de conocimiento, etc.- puede hacer algo por los demás: todos, desde nuestro lugar, podemos tener gestos o acciones que abran puertas y contribuyan a cambiarle la vida al otro.