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Llegar a La Firmeza ya es una odisea en sí misma. Queda a mitad de un camino de tierra, polvo y baches, entre San José de Boquerón y Monte Quemado, casi al límite sudeste de la provincia de Santiago del Estero. Al llegar a este paraje olvidado, que ocupa el cuarto lugar en el ranking de pobreza infantil, la desolación es absoluta.
El centro del pueblo – que en un momento supo albergar a 70 familias y hoy solo tiene cuatro – se fue desmoronando de a poco desde que en el 2001, dejó de funcionar la posta sanitaria. No tiene Policía, la escuela – solo jardín y primaria - es hoy la única institución que se mantiene en pie pero no tiene luz y ha sufrido tres robos en lo que va del año.
"Nosotros vivimos como abandonados. No tenemos sala, no tenemos nada. El registro civil está metido a 20 kilómetros en el monte. Estamos cansados de pedir que nos hagan la sala y el destacamento, que nos traigan al doctor", dice Ángel María Maldonado, quien vive en el pueblo hace 50 años y puede dar cuenta del deterioro que fue sufriendo en las últimas décadas. "Nadie tiene casa de material, son todos ranchos. Ahora "La Firmeza" es un nombre nomás, porque son solo cuatro casas nomás. La juventud se fue yendo a Buenos Aires porque no hay trabajo y los viejos se van muriendo. Y así se fue perdiendo todo. No tenemos nada", resume Maldonado.
Salvo por la directora y los dos docentes, la presencia del Estado es nula. Las cifras acompañan este deterioro: según datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, son 69 las personas que viven en La Firmeza. De ellas, ninguna tiene acceso a agua de red ni baño de uso exclusivo ni cloaca. Además, el 53% no tiene heladera, el 88% son viviendas precarias y el 88% de los jefes de hogar están desocupados. La gran mayoría, trabaja sacando la madera del monte o haciendo carbón.
"El tinglado enfrente a la escuela son oficinas que se hicieron para un destacamento, una sala de primeros auxilios y para un registro civil. Pero no se consigue personal para trabajar ahí", cuenta Fredy Oscar Maldonado, presidente de la Cooperadora Escolar de La Firmeza.
"El camino, la escuela secundaria, la sala y más trabajo". Este es el mantra que todos los vecinos repiten cuando se les pregunta cuáles son las necesidades urgentes a atender. "Nos estamos muriendo de hambre. Aquí un poste no vale nada y está $50 un litro de nafta. No nos alcanza. Antes el Estado se hacía cargo de los cajones para los muertos y ahora nos tenemos que pagar la mitad nosotros", agrega Ángel María Maldonado, quien trabajó toda su vida de la madera y de las cosechas golondrina.
Nadie sabe muy bien qué pasó con la posta sanitaria que se prendió fuego hace más de 15 años. Algunos cuentan que fue la misma enfermera que trabajaba ahí la que la destruyó porque no quería trabajar más o porque tenía problemas con su marido. La clave del misterio, es que encontraron las llaves de la enfermera adentro, entre los escombros. "Acá tenemos que comprar todos los remedios porque en la sala nos daban la leche para los chicos, las vacunas, los pañales y algunos remedios", cuenta Ángel María Maldonado, para dar cuenta del peso económico que también significó este cierre. Hoy, el edificio está abandonado y destruido, sin ningún tipo de uso.
El camino, una alfombra de arena movediza que se va desarmando con el paso de las cientos de motos diarias y algún que otro auto, deja al pueblo en un aislamiento total. "Está feo el camino. Hay partes muy fieras. Y si no llueve va a ser peor porque no se termina de asentar", dice Manuel Vera, un vecino que vive a 10 kilómetros del centro junto a su mujer y sus tres hijas, alumnas de la escuela. Junto a su hermano, se dedican a hacer carbón. Su mujer, vende comida casera en su casa como sándwiches de milanesa, hamburguesas y pizzas.
El drama de no tener caminos
Lucía Cuella le agrega más dramatismo a la falta de un camino de ripio y en buenas condiciones. "Cuando hay elecciones prometen que van a hacer el camino pero nunca lo hacen. Cuando viene una tormenta es peor. Hay personas que sale en canoas, se hunden las camionetas y las motos. Cuando hay temporales nos quedamos acá aislados. Si una persona tiene un problema de salud, se va a morir", cuenta.
Si bien el camino es de tierra, a nivel oficial figura como asfaltado. "Han dicho que lo iban a asfatlar, han hecho 7 kilómetros en agosto pasado y lo han dejado ahí. Ya lo tendrían que haber terminado", dice Carlos César Córdoba, docente de la escuela.
El no tener una escuela secundaria en La Firmeza también pone en jaque la continuidad de los estudios de los adolescentes, y los obliga a irse del pueblo si quieren seguir. La posibilidad de tener una escuela secundaria en contraturno está planteada, pero el cargo de director está vacante porque nadie quiere agarrarlo.
Natalia Vera – hija de Manuel - tiene 12 años, está por terminar la primaria y la opción más cercana que tiene para poder hacer la secundaria es en Monte Quemado. "Como no queremos dividir a la familia es probable que me tenga que ir a vivir yo con mis tres hijas allá y mi marido se quede acá trabajando", explica Sandra Cortés, su mamá, quien cobra una pensión por tener Mal de Chagas.
Es el mediodía, Natalia acaba de volver del colegio junto a sus hermanas más chicas en moto. Como ya almorzaron en la escuela, se ponen a hacer la tarea. "También ven las chivas, ayudan con la casa, se lavan la ropa y se hacen la cama. No le dejamos ver mucha tele y les gusta jugar a la pelota", cuenta Cortés.
La casa la fueron armando de a poco, con mucho trabajo, y hoy tiene varios paneles solares, DirecTV, heladera y freezer a gas."Veníamos bien pero ahora el problema es que las cosas están muy caras, sobretodo la nafta y el trabajo no aumenta. Por eso ahora la estamos peleando", dice Vera. Y agrega: "Hoy sin el estudio no sos nada".
El no tener una posta sanitaria pone en riesgo a todo el pueblo. La mamá de Vera sufre del corazón y se tiene que trasladar a Saénz Peña, a Chaco para hacerse ver. "Toma medicación que le tenemos que comprar allá porque en Monte Quemado no se consigue esa pastilla", cuenta.
Pero el impacto del cierre se sintió muy fuerte en los chicos. "A mi nene se le quemaron los neuronas de chico porque tuvo principio de epilepsia y no tengo nadie que lo mire o lo atienda acá", se queja Cuella, mamá de Wilson, un nene con retraso madurativo de 9 años. "Empezó con convulsiones a los 2 años y tuve que pagar un remis para que me llevaran a Monte Quemado a atenderlo porque no tenía como llevarlo. Le dieron un jarabe durante 5 años que después le dijeron que se lo tenía que sacar porque le estaba haciendo mal", dice Cuella. Hoy, Wilson no recibe medicación ni tratamiento ni ningún tipo de estimulación. Va a la escuela del pueblo, en donde aprende lo que puede.
Lucía tiene una familia ensamblada. Vive con sus dos hijos, Wilson y Mateo, su marido y las dos hijas de él. Por Wilson cobra una pensión por discapacidad y la AUH por su otro hijo.
“Aquí pagan una miseria por el carbón, su marido trabaja de hacer postes y carbón pero no alcanza porque está todo muy caro”, resume Cuella.