"La doctora me dijo que a los chicos no hay que mentirles"
Cuando mi hija Melina tenía tres años y medio, le detectaron leucemia. Fuimos a la guardia por una fiebre alta y los médicos se dieron cuenta de que se trataba de algo grave. En seguida me dijeron que necesitaban hacerle una transfusión de sangre urgente y, días después, llegó el diagnóstico desolador.
Cuando me enteré se me derrumbó todo. La noticia fue devastadora. No te lo esperás. Uno se pregunta ¿por qué? ¿Dónde está Dios? Pero después te das cuenta de que la fe es la única forma de salir adelante. Aunque por momentos la esperanza desaparezca, hay que hacerla volver. Es importante mantenerse positivo, hay que pensar que va a estar todo bien, de esto se sale.
El tratamiento duró dos años y lo hicimos en el Hospital Materno Infantil de San Isidro, donde funciona la Fundación María Cecilia, que brinda atención médica gratuita a niños con enfermedades oncológicas. En este lugar nos encontramos con un gran equipo de profesionales al que vamos a estar siempre agradecidos.
Cuando a la doctora Angie Fernández Barbieri, oncóloga pediátrica, le informaron que Meli tenía leucemia, ella estaba de vacaciones y volvió antes para atenderla. Angie es una persona maravillosa, sus pacientes son como sus hijos. Es nuestro ángel porque nos devolvió la vida de mi hija.
La doctora me dijo que a los chicos no hay que mentirles. Entonces a los tres años Meli era consciente de todo lo que le estaba pasando. Y se la bancó y salió adelante. Me acuerdo el día en que le dije la verdad: mi amor, tenés una enfermedad en la sangre que se llama leucemia, si no tomás la medicación te podés morir. Fue una puñalada en el pecho, pero a partir de ahí ella hizo un cambio y empezó a esforzarse por tomar el remedio. Incluso, trataba de evitar vomitar cuando tenía arcadas.
Se le cayó el pelo pero no quedó completamente peladita. En los momentos más fuertes del tratamiento Meli permanecía aislada porque tenía las defensas muy bajas. Una vez que ella entraba en la habitación, yo me quedaba durante cuatro días consecutivos sin moverme de ahí, porque había que tener los más extremos cuidados para evitar cualquier tipo de contagio. Era tremendo, tenía ganas de arañar las paredes, salir por alguna ventana pero yo quería verla bien y eso me ayudaba a tener paciencia. Para sacarle una sonrisa le hacía masajes, cosquillitas en la espalda; trataba de hacer de todo lo que estuviera a mi alcance para animarla: pintar, dibujar, leerle un libro.
La primera internación de Meli estuvimos 15 días fuera de casa, y sin sin ver a Carolina, mi hija menor que en ese entonces tenía un año y medio. Como mi marido trabajaba y yo estaba la mayor parte del tiempo en el hospital, vino a ayudarme mi hermana de Santiago del Estero que se quedó durante todo el tratamiento.
Son muchas cosas las que como mamá te pasan en ese momento. Y cuando yo estaba perdida, la Fundación María Cecilia se transformó en mi casa, en mi familia. Nunca me faltó nada, me dieron todo. Los voluntarios son el cable a tierra que necesitás. El apoyo de ellos fue incondicional. Cuando Meli estaba hecha un trapo de piso, la entretenían, le hacían títeres, jugaban con burbujeros. Además de los remedios, también me ayudaban con el remis a mi casa en las etapas del tratamiento donde a los chicos les bajan mucho las defensas.
Hoy ya pasaron 12 años y estamos libres de cáncer. Mi hija está enorme, pronto va a cumplir 17 años. Mi sueño es que ella termine la secundaria, pueda seguir una carrera universitaria y sea feliz. Quiero seguir al lado de mis hijas y, en unos años, cuidar a mis nietos. Me siento eternamente agradecida. Me cambió la perspectiva. Aprendí a darle importancia a las cosas pequeñas que es lo más grande que tiene la vida ¡Hay que disfrutar cada momento!
Luisa Guzman, mamá de Melina de 16 años