La cuarentena la encontró "derrotada" y encontró la forma de resignificar su vida
En un primer momento y sobre todo lo demás, la imprevista llegada de la cuarentena significó para la vida de Justina una sola cosa: interrumpir el tratamiento de fertilización asistida al que, con algunas pausas en el medio, venía dedicando toda su energía desde hacía diez años. Sin embargo, con el paso de las semanas, el aislamiento obligatorio se convirtió para este mujer de 41 años en una oportunidad tan desafiante como única, que la llevó a "dejar de mirarse el obligo" para centrarse en los demás. No solo encontró un anhelado equilibro en lo personal y familiar, sino que pudo volver a dedicar tiempo y ganas a una misión que siempre la había convocado, pero que tenía algo relegada: dar una mano a quien pudiera.
"Los tratamientos te hacen centrarte mucho en vos y por más que siempre seguí ayudando, lo hacía más mecánicamente", cuenta Justina, que vive en la zona norte de la provincia de Buenos Aires. Cocinar es una de sus pasiones y durante la cuarentena para prevenir la propagación del COVID-19, decidió, entre otras actividades, preparar viandas para quienes el contexto actual golpea de forma más dura. "Empatía" es la primera palabra que se le viene a la mente cuando piensa en los últimos meses. Como parte de la convocatoria que hizo LA NACION a su audiencia para compartir los aprendizajes que está dejando la pandemia, ella decidió contar su historia.
"Me olvidé de los demás, estoy centrada en mí". Esa certeza, asegura Justina, se le presentó como una revelación. Psicopedagoga de profesión, sostiene que ayudar formó siempre parte de su ADN. Colaboró con comedores de la villa La Cava, en Beccar, y su casa se caracterizó por ser un punto de recolección de donaciones. "Con los tratamientos, eso se había frenado. Con la pandemia, fue como volver a abrir los ojos. Me di cuenta que primero tenía que estar bien yo para poder ayudar a quienes lo necesitan", reflexiona. Y agrega: "Aprendí a salir de mí misma, de ‘mi tema’, ocupándome de estar bien, de los que quiero y ayudando. Pude reconectar con los demás, valorar los afectos que siempre estuvieron pero daba por sentando, expresarlo y tener más empatía".
Risottos, guisos con verduras y carne, pastel de papas, forman parte del menú que, con dedicación y pensando en que sean lo más nutritivos posible, se dedica a elaborar. Además de colaborar con comedores, empezó a llevarles viandas a personas que, cada día, "trabajan 12 horas seguidas exponiéndose para cuidarnos a todos", como personal médico, de seguridad y quienes limpian las veredas. "La comida es una excusa para, tomando todas las precauciones, escucharlos, compartir miedos, sentimientos o tan solo una charla para que el tiempo se haga más fácil", detalla Justina.
Del derrumbe, a la acción
Durante los años de fertilización asistida, Justina perdió dos embarazos, de cuatro y cinco meses. La última pérdida, en diciembre pasado, la "desmoronó en todo sentido". "Fueron muchos años de tratamientos, estudios, visita a médicos, hormonas, hormonas y un poco más de hormonas, inyecciones, sobre todo mucho tiempo y una falsa sensación de control hasta que se me vino el mundo abajo", describe la mujer. Y agrega: "Estaba por empezar un nuevo tratamiento, más fuerte, y ya tenía todas las recetas para la medicación. Cuando llegó la cuarentena lo primero que pensé fue: ‘¿Y ahora qué hago?’".
El parate obligado la hizo darse cuenta de que necesitaba un descanso. "Lo primero era estar bien física, espiritual y mentalmente, vivir el presente, agradecer lo que tengo hoy y el futuro ya se verá", remarca. Admite que nunca manejó bien la incertidumbre y que ahora no le queda más opción que convivir con ese sentimiento y sacarle el jugo. "No sé si en algún momento voy a poder retomar el tratamiento. La pandemia me sirvió para no quedarme estancada en lo que pasó, sobre todo en la pérdida del último embarazo. Hay una problemática actual donde me tengo que ocupar de mí para cuidar a los demás", asegura.
Con unos padres superactivos y saludables que, ante la amenaza del COVID-19, pasaron a convertirse en población de riesgo, Justina sintió la necesidad de estar más cerca que nunca, no solo de ellos, sino también de sus hermanos y sobrinos. "El vinculo familiar siempre fue muy fuerte. Pero ahora, por ejemplo, surgió con fuerza la necesidad de acompañar, compartir cosas, sonreír. Incluso, ahora miro a mis sobrinos con otros ojos. De alguna manera, antes pensaba que mis hermanos tenían lo que yo no pude", dice Justina.
El momento de pasear a su perro también se convirtió para ella en una oportunidad de encuentro con adultos mayores de su barrio, muchos de los cuales están solos. "Al principio me di cuenta que trataban de hacer coincidir los horarios de paseo con los míos para encontrarnos casualmente y poder conversar. Ahora empezamos a quedar a la misma hora. Me dijeron que les hace bien y la verdad es que a mí también", admite Justina con una sonrisa.
Siente que los aprendizajes que le dejó la pandemia y la cuarentena, le van a durar "para toda la vida": "Cuidarse a uno mismo para ser solidario es un aprendizaje maravilloso. Con el ritmo cotidiano, uno a veces se olvida de eso, pero yo no me lo voy a olvidar nunca más", concluye.
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