La conmovedora historia de la jueza que formó una “gran familia” con chicos que vivieron en la calle
Cristina Deluca tiene 76 años y cuando era una joven abogada empezó a colaborar con un hogar que recibía a niños en situación de gran vulnerabilidad; con el tiempo, fue generando con muchos de ellos un vínculo a prueba de todo; hoy tiene seis hijos del corazón y varios nietos
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“¿Y si te digo que él me eligió a mí? Porque cuando me dio la mano ese día, nos agarramos muy fuerte y no nos soltamos más. No sé, qué sé yo… No hay algo racional. Nos elegimos mutuamente”. Así describe Cristina Deluca el momento en que con su hijo Carlos se convirtieron en familia. El chico tenía unos 7 años y, aunque recién cuando cumplió los 20 Cristina lo adoptó formalmente, desde ese entonces empezaron una relación de madre e hijo.
“Hoy él ya es un hombre, tiene 39 años y lo hemos hablado varias veces: ese darnos la mano en ese momento, fue muy fuerte. Él estaba con una capucha puesta, la cabeza baja y la cara fruncida, enojado. Yo le tiré la mano y me la recibió. Fue un apretón que inició todo”, sigue Cristina, que tiene 76 años y hace cuatro se jubiló como jueza penal en la ciudad de Buenos Aires.
Si bien Carlos es su único hijo “en los papeles”, la mujer aclara rápidamente que tiene otros “del corazón”: Romina, Marcelo, Gonzalo, Nadia y Sonia. La característica que comparten es que tuvieron niñeces atravesadas por la vulneración de derechos e incluso, algunos de ellos, llegaron a vivir en situación de calle. Hoy, son adultos que tienen hijos a quienes Cristina considera sus nietos.
Pero para entender cómo esta exjueza llegó a formar esa “gran familia”, hay que retroceder 38 años atrás, a cuando era una joven abogada, soltera y que trabajaba en un juzgado de instrucción. En ese entonces, empezó a colaborar con la Asociación Civil El Arca, que estaba dando sus primeros pasos y arrancando la apertura de un hogar en el barrio porteño de Parque Patricios, de donde es oriunda Cristina. El objetivo era brindar un espacio de contención para niños y adolescentes que vivían en situación de calle.
Muchos de esos chicos llegaban en tren desde el conurbano a la zona de Constitución, sin nada ni nadie, dejando atrás hogares arrasados por la pobreza, la falta de oportunidades y las violencias. En general, perdían los vínculos con sus familias de origen y quedaban a la deriva. En ese contexto, el hogar de El Arca se proponía ser un salvavidas durante la tempestad: un espacio de contención y restitución de derechos.
“Muchos eran perseguidos por la policía y terminaban teniendo causas judiciales simplemente por estar en la calle. El Arca nace con la idea de abrir una posibilidad para que los pibes conocieran otro modo de vida, para poder romper con ese círculo perverso y donde fuera posible construir lazos que les permitieran volver a confiar en el mundo adulto”, cuenta Betina Perona, presidenta y cofundadora de la asociación civil. Con Cristina se conocieron un sábado por la tarde en la iglesia de San Antonio, en Parque Patricios, a donde Betina había ido a contar el proyecto.
“Cristina se sumó como voluntaria desde el día uno: fue nuestra primera colaboradora. Todos los viernes venían a buscar a los chicos que habían vivido en la calle y habían llegado desde hacía muy poquito al hogar”, agrega Betina. Fue con varios de esos chicos con quienes Cristina terminaría formando su familia.
Un vínculo indestructible
Antes de empezar a colaborar con El Arca, Cristina había trabajado en un juzgado de instrucción y dos años en Formosa como secretaria del Superior Tribunal de esa provincia. De vuelta en la ciudad de Buenos Aires, entró como abogada a la Caja Nacional de Ahorro y Seguro, siempre especializándose en derecho penal.
“Lo que me quedó del juzgado de instrucción y de mi experiencia en Formosa, es que la mayoría de los procesados, los presos y los involucrados en las causas más corrientes, estaban atravesados por situaciones de mucha vulnerabilidad”, recuerda Cristina. “Las cárceles están llenas de gente pobre, no solo de dinero, sino vulnerables en cuanto a las familias, al entorno, a la falta de estudios y de oportunidades”.
Cuando conoció a Betina y las historias de los chicos cuyas vidas se proponían acompañar desde El Arca, no dudó: se ofreció para pasarlos a buscar todos los viernes, cuando salía de trabajar, en su Renault 12 color beige y llevarlos a pasear. “Si me retrasaba por algo, llegaba y estaban todos sentados en el cordón de la vereda, bañados y listos. Para mí era mucha responsabilidad, pero me encantaba”, reconstruye. Para los chicos, “el premio por portarse bien en la semana” eran esas salidas.
La primera vez, fueron a comer hamburguesas a un restorán en Corrientes y Callao. Cristian había llevado con ella a cinco chicos. “Uno de ellos, Diego, me dice que quiere ir al baño. Los chicos estaban bañados y cambiados, pero con ropa humilde. Cuando sale, un mozo se le acerca y le pone la mano en el hombro para echarlo. Yo creo que volé por arriba de las mesas y le pregunté al señor: ‘¿Qué pasa con mi nene?’ El mozo se quedó helado y a la sonrisa de Diego todavía la veo cuando cierro los ojos y me emociono de contarlo”, recuerda Cristina. Él, como otros niños que habían pasado por la calle, se sentían, por primera vez, cuidados.
Las salidas iban desde Parque Centenario, donde Cristina les alquilaba bicicletas a los chicos, hasta el entonces Italpark, el mítico parque de diversiones que estaba en Recoleta. Un día, Cristina pasó con el auto frente a la puerta de su departamento, en Parque Patricios, y les señaló a los chicos su edificio. Ellos les dijeron que querían conocer su casa, y arrancó una nueva rutina: los viernes, alquilaban una película y comían panchos. Así, el vínculo fue volviéndose cada vez más estrecho.
−¿Qué te motivó a asumir esa responsabilidad con el hogar y los chicos?
−En ese momento, no sé. La explicación la encontré muchísimos años después. Una vez, un compañero juez me dijo algo que posiblemente sea la explicación de mi compromiso: “Al mundo no lo podemos cambiar, pero sí a la realidad de alguien que nos rodea”
“Soñaba con una familia grande”
Tiempo después de empezar a colaborar con El Arca, Cristina se casó con Paco, su primer marido. Un día conoció a Carlitos, un chico que había llegado al hogar junto a sus hermanos más grandes. Si bien él no había vivido en la calle, el mayor de ellos sí. Fue en el casamiento de Betina, la fundadora de El Arca, donde pasó la magia. Ese día, Cristina le tendió la mano a Carlitos, que estaba “muy chinchudo”, y no se separaron más.
A partir de ese momento, el niño, que tenía unos 7 años, empezó a quedarse a dormir en su casa los fines de semana junto con Marcelo, otro de los chicos del hogar. “Se fue quedando, quedando y no se fue más. Se dio naturalmente”, dice hoy Cristina. “Él tenía una medida de protección pero tenía vínculo con su familia de origen, y a mí y a Paco nos dieron la guarda. Muchos años después, hablamos de la posibilidad de la adopción, Carlitos dijo que sí y lo planteamos en el juzgado”.
Cristina y Paco se separaron al tiempo, y siguieron teniendo un “vínculo excelente”. La adopción salió en 2005, una semana después de que Paco falleciera de una enfermedad. Carlos estaba por cumplir los 20 años. “En esa época la mayoría de edad era a los 21. Él prestó conformidad para la adopción y su familia de origen también”, detalla Cristina.
Carlos es el único hijo que, “en los papeles”, Cristina adoptó. Sin embargo, tiene varios otros a quienes también conoció a través del hogar. “Sus hijos son mis nietos”, dice Cristina, y agrega: “Yo soy hija única, no tengo vínculos biológicos y cuando era chica, salía con mis padres y veía las mesas de familias grandes, pensaba: ‘Qué lindo, yo quiero eso’”. Hoy, su sueño está cumplido. Hace un año, además, se volvió a casa con Rubén, “un amigo de toda la vida”. “Es un tipo más que bueno, cocina como los dioses y mis nietos lo llaman abuelo”, cuenta Cristina.
El foco en la prevención
Cristina, que fue jueza desde los 46 hasta los 72 años en dos tribunales orales penales, afirma que la prevención es clave para evitar que muchos jóvenes sumergidos en la falta de oportunidades y vulneración de derechos, terminen en conflicto con la ley. Por eso, hasta hoy sigue colaborando activamente con El Arca. Aunque no le gusta generalizar, para ella lo que hace falta muchas veces en el Poder Judicial es “empatía” y “tratar al otro con humanidad”.
Este año, El Arca cumplirá 38 años ininterrumpidos trabajando por los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Mantuvo su hogar abierto en Parque Patricios durante 25 años: “Fue una experiencia exitosa, pasaron más de 300 chicos y tenemos historias de quienes lograron estudiar en la universidad”, reconstruye Betina.
En el 2000, la organización social comenzó a trabajar en el barrio Cuartel V, de Moreno, con una serie de proyectos de los que actualmente participan 5000 chicos desde los tres hasta los 18 años, trabajando de forma articulada con escuelas públicas y centros comunitarios. Dos de sus ejes principales son la inclusión educativa (acompañando las trayectorias educativas de 700 niños de forma directa) y la participación ciudadana, organizando consejos territoriales en los que los chicos se juntan una vez por semana para hacer propuestas al gobierno municipal sobre cómo mejorar su barrio.
“Trabajamos también con una secundaria y tres primarias en la organización para el buen trato: es decir, que los chicos puedan elegir sus delegados, aprendan a tener asambleas o consejos áulicos en la primaria, que armen el centro de estudiantes en la secundaria, que resuelvan conflictos por la palabra y que se organicen para hacer propuestas”, explica Betina. “A una de las escuelas, por ejemplo, llegamos porque había muchos problemas de violencia dentro y fuera de la institución y gracias a ese trabajo disminuyeron los casos”.
Además, cuentan con “puntos de encuentro” en las escuelas donde brindan asesoramiento sobre los derechos de la niñez, prestan libros y juguetes; una jugoteca ambulante que despliega actividades pedagógicas; espacios recreativos donde “se prioriza el buen trato y los vínculos saludables”; talleres de alfabetización para las familia; una escuela de fútbol y un apoyo escolar virtual que desarrollan de forma articulada con la UCA.
“Mi vida sería un embole”
Volviendo a Cristina y su familia numerosa, la exjueza cuenta: “Cuando nos vamos de vacaciones, mínimo somos 12 o 13 personas, no bajamos nunca de ese número”. Entre risas, detalla: “Lo que hago siempre, sobre todo con mis nietos, es escribir un contrato de convivencia y firmarlo todos juntos, estableciendo horarios para irse a dormir o usar el celular”.
Dice que su vida sería “un embole” sino hubiese conocido a estos jóvenes gracias al hogar. “Estoy por cumplir 77 años y tengo una vida activa. Hace cuatro o cinco años me diagnosticaron apnea muy severa, que son interrupciones del sueño que pueden provocar un ACV o un paro cardíaco. Cuando me explicaron los riesgos, me dio vuelta la vida”.
Hoy, disfruta de cada momento. Junto a su hijo Carlos, por ejemplo, les encanta hacer tirolesa cuando están de vacaciones, además de ir al teatro y salir a comer afuera. “Más allá del familión, nos tomamos algunos espacios para estar nosotros dos, a los que sumó también Rubén, mi compañero. Nos gustan mucho los paseitos de a tres”, concluye Cristina.
Cómo colaborar
Quienes deseen colaborar con El Arca pueden hacerlo de diferentes maneras:
- Con una donación mensual, apoyando iniciativas de alfabetización y acompañamiento escolar.
- Apadrinando a un niño o niña, colaborando con su educación y contribuyendo a su participación en espacios colectivos.
Para más información, escribir por WhatsApp al +54 9 11 6563‑4135 o hacer click aquí.