La becaron para que pudiera estudiar en la universidad y consiguió un trabajo que le permitió recuperar a su hija
Débora Quintana fue mamá cuando tenía 17 años; una fundación la ayudó a retomar el secundario y anotarse en la facultad; se recibió de contadora y consiguió un empleo en una multinacional; así pudo volver a vivir con su hija, que había quedado a cargo de la familia en Tucumán
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Cuando Débora Quintana quedó embarazada cursaba cuarto año y terminar el secundario fue algo que dejó de ver como una opción. Lo único que le preocupaba en ese momento era la crianza de su hija y poder conseguir un trabajo para mantenerla. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que para conseguir uno que le permitiera soñar con un futuro más prometedor para ambas, debía continuar sus estudios. Y si bien fue muy doloroso, tomó la decisión de dejar a su hija, Sofía, en Tucumán, a cargo de su mamá y su abuela, y quedarse en la ciudad de Buenos Aires para intentar cambiar su vida.
Ahora Débora tiene 30 años y en febrero, Sofía, que hace poco cumplió 13, finalmente se mudó para vivir con su mamá en una casita que alquila en el barrio porteño de Lugano. “Es la primera vez que vivimos las dos juntas, solitas“, cuenta Débora con una sonrisa de oreja a oreja. Esa sueño lo logró después de completar el secundario, terminar dos carreras y conseguir trabajo en una empresa multinacional.
“Tener la oportunidad de estudiar me cambió la vida”, asegura. Para conseguirlo, recibió el apoyo de la Fundación Integrar, una oportunidad que realmente le permitió progresar: “Necesitaba el aliento o las herramientas para poder lograrlo, fue algo en conjunto. Sola sola no hubiera podido”.
“Hasta para limpiar te piden secundario”
Débora nació en Buenos Aires y hasta su adolescencia vivió con su mamá y sus tres hermanos menores en la portería del edificio en el que trabajaba su abuela, quien se volvió a Tucumán, de donde es oriunda, después de jubilarse. Si bien el resto de la familia se quedó un tiempo más en Buenos Aires, cuando Débora fue mamá, con 17 años, toda la familia decidió seguir los pasos de su abuela.
Allí, Débora se dedicó un tiempo a criar a su hija pero se le vino el mundo abajo cuando decidió que era el momento de conseguir un trabajo y encontró que todos les cerraban las puertas. “Quería salir adelante, pero vi que si no estudiaba no tenía posibilidad de conseguir empleo, porque hasta para limpiar te piden secundaria completa”, cuenta.
Fue ahí cuando tomó la difícil decisión de dejar a Sofía al cuidado de su familia, en Tucumán, volver a Buenos Aires, conseguir un trabajo y, en primera instancia, terminar el colegio. Lo hizo en un colegio de adultos nocturnos, al que iba después de trabajar 12 horas al día como vendedora en un local de la calle Avellaneda. Apenas terminó, quiso ir por más.
Según el estudio “Consecuencias socioeconómicas del embarazo en la adolescencia en Argentina”, publicado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) en 2020, solo el 38% de las adolescentes que tienen un hijo o una hija no logra completar la secundaria. Y apenas un 1% de ellas accede a la universidad.
Desde que llegó a Buenos Aires, Débora alquila la misma casa en Lugano, y frecuenta la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, en Ciudad Oculta. Allí, un cura le comentó sobre Integrar, una fundación que ofrece becas a jóvenes de bajos recursos económicos que quieren continuar sus estudios e insertarse en el mercado laboral de manera competitiva, y así favorecer su movilidad social.
Luego de completar una serie de entrevistas, la fundación le otorgó una beca para estudiar la Tecnicatura en Administración de Empresas en el Instituto Nuestra Señora de la Paz. Además, le asignan una tutora, Milenka Wanek, que la acompañó emocional y académicamente durante todo el trayecto.
En Argentina, solo 1 de cada 10 jóvenes de los sectores más pobres llega a la universidad, según un relevamiento de 2021 del Observatorio de Argentinos por la Educación. Además, expone que las personas con título universitario ganan más que las que solo completaron la secundaria: el salario se incrementa alrededor de un 10% por cada año adicional de educación.
“Al principio dudaba sobre si había tomado la decisión correcta”, cuenta Débora, que cuando desaprobó matemática llegó a pensar “en dejar todo” y que el último año y medio había sido “una pérdida de tiempo”. Sin embargo, el apoyo de su tutora y el deseo de volver a vivir con su hija y darle un futuro mejor la motivaron. Así fue como cuando volvió a cursar, la cerró con 10. “Falta menos para que ella esté acá”, pensaba.
Para poder disponer mejor de sus horarios, trabajaba como empleada doméstica. Sin embargo, luego de hacer una pasantía consiguió un trabajo fijo como administrativa. Con el primer sueldo, se pudo comprar una computadora, algo que Débora describe como “su primer gran logro”. Ya entrada la carrera, la necesitaba para varias materias, pero hasta ese entonces se arreglaba con el celular o se la pedía prestada a alguna amiga.
“Soñaba con volver a vivir con mi hija”
“Recién caí en que me había recibido en el acto de colación, cuando me dieron el título”, expresa Débora. Por la pandemia, se atrasó casi dos años, pero se llevó la grata sorpresa de haber salido primera escolta por haber tenido el mejor promedio de su camada: “Fue algo hermoso que reconocieran mi logro”, asegura.
De hecho, fue ese elevado promedio el que le permitió obtener una de las tres becas del 100% que ofrecía la Universidad de Kennedy, donde validó algunas materias y logró recibirse de contadora pública. Durante esa segunda carrera, continuó recibiendo el apoyo de su tutora de Integrar, a la que a esta altura considera una gran amiga.
Poco antes de terminar su segunda carrera, y luego de haber pasado por otros estudios contables y empresas, en octubre del año pasado consiguió un trabajo en IDL, una multinacional. Ya recibida y con un buen trabajo, decidió que era momento de que su hija, a quien visitaba todos los veranos y que ya estaba por empezar el secundario, volviera a vivir con ella.
Algo que le angustiaba mucho era no estar ahí para verla crecer, no poder estar con ella en momentos importantes. Por eso la llenó de emoción acompañarla a su primer día de clases. Además, pudo organizarle una fiesta de cumpleaños por primera vez. “No lo había hecho nunca, tuve que pedir ayuda”, bromea Débora. Le regaló a Sofía unos guantes de boxeo y un celular y le cocinó empanadas tucumanas, que le salieron “buenas” pero no tan ricas como las de su abuela.
El momento más feliz para ella fue cuando Sofía la acompañó a su segundo acto de colación, en el que finalmente recibió su título de licenciada: “Me siento muy satisfecha. Fue el símbolo de haber logrado y cerrado una etapa”. Sin embargo, más que un cierre, espera que sea el comienzo de una nueva vida, esta vez, junto a la irremplazable compañía de su hija.
Más información
- La Fundación Integrar ofrece becas destinadas a jóvenes de sectores socioeconómicamente vulnerables que necesitan ayuda para hacer estudios superiores. Actualmente apoya a 136 estudiantes y suma 179 graduados. Se puede colaborar con su obra mediante donaciones.