La abandonaron sus padres y le quisieron comprar a sus hijos: la artesana resiliente que empoderó a las mujeres de una “joya” turística
Primitiva Coronel tiene 72 años y es de Caspalá, uno de los diez mejores pueblos del planeta, según la Organización Mundial del Turismo; aprendió a bordar cuando era adolescente y le enseñó el oficio a otras vecinas de esa comunidad jujeña; juntas conforman una cooperativa que comercializa los tradicionales rebozos
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Primitiva Coronel tiene la piel arrugada y la sonrisa amplia. Nacida en el pueblo jujeño de Caspalá hace 72 años, se sobrepuso a la muerte de tres de sus nueve hijos. Se sobrepuso a no conocer nunca a su padre. Y también al abandono de su madre.
Las privaciones y el dolor físico nunca fueron un límite para Primitiva: como de niña no tenía zapatillas para ir a estudiar, iba a la escuela en ojotas, aún cuando la temperatura de invierno le congelaba los pies. Empezó más tarde que otros chicos y fue hasta sexto grado: llegó a ser abanderada de su clase.
A los 16 años, tuvo que abandonar los estudios. La ausencia del padre en su hogar la puso en otro rol. A esa edad, aprendió a bordar sobre un cartón: no tenía telas para practicar las puntadas. Pero eso no la detuvo. Siguió hasta bordar flores y letras dibujadas en todo tipo de prendas. “Si querés hacer algo lo hacés. Nada te detiene”, dice Primitiva con una sonrisa inmensa.
Luego de varias décadas de criar hijos y trabajar para que haya qué comer, Primitiva es hoy referente de las tejedoras reunidas en Flor de Soldaque. La red agrupa a una decena de artesanas de su pueblo natal, una comunidad ancestral con fuerte impronta andina de apenas 350 habitantes ubicada entre dos ríos y dos montañas, en el noreste de Jujuy.
A esas artesanas de la red les enseñó todo lo que sabía. Les enseñó a bordar y a tejer con cinco agujas. “Ella es la primera artesana de Caspalá”, asegura Mirta, una de las hijas que heredó de su madre el oficio.
Pasaron las décadas y las cinco hijas mujeres cursaron la primaria. Dos de ellas pudieron hacer también la secundaria. Y todas son artesanas, como Primitiva. El noveno hijo, el único varón, ahora tiene 28 años y se fue a estudiar a la armada argentina.
Ella se quedó con las cinco mujeres que sobrevivieron en Caspalá, el pueblo que hasta 2009, no tenía camino vehicular. Hasta entonces, ella estaba acostumbraba a caminar un día entero y dormir en una cueva en el cerro cuando juntaba tenía algo de dinero como para ir a hacer compras a Humahuaca, a dónde hoy se llega después de viajar cuatro horas en vehículo.
Ahora ya no camina hasta Humahuaca pero peregrina entre los cerros en los días de fiesta, cuando sale a agradecer junto a la gente de su pueblo a Santa Rosa de Lima. Católica prácticamente, no falta a misa los domingos y se junta a cantar con las mujeres de su congregación religiosa.
“Tuve nueve hijos. Tres han muerto. Me casé, pero no sirvió de nada. Crié a mis hijos yo sola, aún cuando me los querían comprar, cuando querían cambiármelos por una yunta de bueyes para llevárselos al cerro. Pero no, mis hijos son míos y de nadie más”, dice esta mujer, que ahora vive junto a sus hijas y sus nietas en la calle Principal de Caspala, ubicado en el departamento de Valle Grande de Jujuy y elegido uno de los diez mejores pueblos del planeta, según la Organización Mundial del Turismo.
En el pueblo, las artesanas tienen sus cooperativas y muchas de ellas salen juntas a trabajar la tierra para sembrar papas o maíz. Los varones fabrican las telas que bordarán las mujeres en los telares y se ocupan de criar ganado en los parajes cercanos.
Primitiva duerme en una habitación de dos por tres metros repleta de piezas de tela tejidas o bordadas. No tiene baño privado, ni comedor. No tiene televisor, ni radio. Solo su cama. Y sus agujas.
Se despierta a las cuatro de la mañana y se pone a tejer hasta que sale el sol. Allí en la oscuridad y con temperaturas bajo cero, teje con cinco agujas: medias, guantes, gorras, polainas.
Una vez que sale el sol toma un té de hierbas para el desayuno y empieza a bordar. Luego de comer queso de cabra, sopa de majada, guiso de charqui o picante de mote, vuelve a sus agujas y a sus telas. Esa es su vida: ella fue una de las impulsoras de bordar con letras góticas los rebozos con que visten las mujeres del lugar.
Los rebozos son piezas de sayeta de colores brillantes -parecidas a pequeñas capas más cortas que ponchos- que usan las mujeres de su pueblo con bordados de flores del lugar. Los hay de todos los colores: fucsias, azules, verdes, colorados.
Los de Primitiva tienen flores y letras góticas bordadas. “Cuando yo era chica acá las mujeres se vestían con rebozos de colores lisos, sin bordar”. Ella fue una de las que impulsó la idea de llevar la ropa decorada con flores que se ven en los paseos a los cerros, afirman las mujeres en Flor de Soldaque. Las flores que dibujan en los rebozos son las que quedan grabadas en los caminos de piedras.
Ahora a los 72 años, Primitiva no usa anteojos para tejer de noche ni para bordar de día: lo hace de manera automática y lo que no ve en la oscuridad, lo adivina.
¿Cómo colaborar?
- A la cooperativa de artesanos Flor de Soldaque se la puede ubicar por teléfono a los siguientes celulares +54 9 3885165910 o al +54 9 3884595165. Hay que insistir porque muchas veces las mujeres no tienen señal.