Jorge Gronda: el médico de la élite que acudió al llamado de la Puna: "Nos estamos muriendo"
Jorge Gronda no se olvida de la vez que visitó, junto a la ingeniera jujeña Magui Choque Vilca, un colegio de la zona Norte de Buenos Aires. Después de que ambos les contaran a los chicos sobre la realidad de los pueblos originarios, uno de ellos replicó: "Todo eso que ustedes dicen es mentira. Porque a los indios los matamos a todos".
Este médico jujeño posee amplia trayectoria en el mundo de las organizaciones internacionales que buscan el bien común. No por su labor como ginecólogo precisamente, sino por su estrecha vinculación con las comunidades originarias de su zona. A pesar de estar inserto en una provincia con fuerte presencia indígena, asegura que el desprecio hacia las comunidades originarias es moneda corriente por ahí. Que es más que frecuente escuchar "coya de mierda" o "china de mierda" en referencia a ellos, y que el funcionario de un banco puede denegarles con impunidad la solicitud de un crédito para maquinaria sosteniendo que "los coyas no necesitan tractores sino patrones".
Gronda ha visto pasar por la Puna demasiado dinero en forma de iniciativas y proyectos que buscaban mejorar la vida de las comunidades originarias. Pero sostiene que el impacto de todos ellos ha sido prácticamente nulo. "Con el tiempo, pude darme cuenta de que el problema es la supremacía blanca que prima en muchas de esas organizaciones. Con buena voluntad, mandan a alguien a hablar, a tratar de enseñarles a las comunidades lo que tienen que hacer. Justo a ellos, que llevan 14.000 años viviendo de manera próspera en condiciones en las que uno no soportaría ni un día", reflexiona.
Pero no fue de un día para el otro que este hombre empezó a cuestionar el sentido y la eficacia de reunirse a hablar de pobreza e inclusión en hoteles de lujo. "Un día me di cuenta de que, pese a haber nacido, al igual que ellos, en América latina, yo me sentaba a la mesa para tratar esos temas, mientras que los indios eran parte del menú. Tienen que dejar de ser parte del menú y sentarse ellos también a la mesa", interpela.
Capital social y oportunidades de antemano
El doctor Gronda recuerda que, a los veintipico y recién recibido, ya estaba listo para jugar en las grandes ligas simplemente por haber nacido en el seno de una de las familias fundadoras de Jujuy. "Eso ya me reportó un capital social enorme. Cuando el juez es tío tuyo y vienen todos a tu casa: desde gobernadores y senadores para abajo, la voluntad de trabajo que tengas es importante, pero las oportunidades ya las tenés de antemano. Nacer en una familia con privilegios ya te las da", reconoce.
Tras formarse en Córdoba, hacer su residencia en el Hospital Argerich, de la Ciudad de Buenos Aires, y luego de seis meses por Europa, al joven doctor Gronda lo esperaba en Jujuy el consultorio de su tío –el más famoso de la provincia– y un puesto en el hospital. "Enseguida me di cuenta de que el racismo impregnaba a todo el sistema de salud", asegura. "A la mañana, en el hospital, se me morían el 50% de mis pacientes y a la tarde, en el consultorio, con aire acondicionado, secretaria y OSDE, no se me moría nadie. En el sector de Maternidad, podías llegar a encontrar a dos mujeres que acababan de parir compartiendo la misma cama", grafica.
Fue en un viaje a la Puna, impulsado por el interés de un emprendimiento con vicuñas, que se cruzó con Rosario Quispe, emprendedora social descendiente de pueblos originarios. "Rosario me dijo: ‘Doctorcito, déjese de joder con las vicuñas y venga a curarnos porque nos estamos muriendo’. Y entonces me topé con historias de mujeres que morían en los partos o por no haber podido acceder a tiempo a hacerse un papanicolau", rememora.
Ahí empezó a viajar periódicamente al interior de las comunidades, a operar a las mujeres sobre una mesa, y a descubrir que el servicio doméstico era, en el mejor de los casos, el destino de las niñas del lugar. "El NOA y el NEA siguen regidos por un sistema feudal que nunca fue muy amable que digamos con los pueblos originarios. Mis ancestros eran monárquicos. Los señores feudales son los que hacen la plata, pero aquí la población es en un 80% indígena. Yo crecí escuchando: ‘son unos coyas de mierda’, o ‘la china de mierda’, para referirse a las mujeres del servicio doméstico", se sincera.
Con cada viaje, el vínculo con las comunidades se fue haciendo más estrecho. Gronda cuenta que su tradicional grupo de pertenencia lo fue apartando hasta sentirse comprendido únicamente por su mujer y sus cuatro hijos.
Desaprender para aprender
"Este fue un proceso de profundo desaprendizaje, que fortaleció mi integridad –afirma–. Mi amigo y hermano de la vida René Calpanchay, un emprendedor atacameño, me lo explicó basándose en la neurociencia: ‘Así como vos tenés en tus surcos cerebrales la idea de ser patrón, yo cargo una historia de más de 500 años de ser el peón. Cuando te machacan con eso durante tanto tiempo, te lo terminás creyendo’, me dijo".
–¿Y qué aprendió luego de desaprender?
–En lo personal, aprendí a administrar lo escaso, a soltar, a liberarme y tener la mochila liviana. Estas comunidades tienen una estructura, una cosmovisión, una mirada de la sustentabilidad y del medio ambiente que nos puede agregar mucho valor. Pero si no les agregás valor al destino de la mitad de tus niñas que hoy terminan en el servicio doméstico, no estás pensando en el futuro de tu comunidad. No lo hagas por bueno sino por inteligente.
Actualmente, Gronda forma parte de Pueblos originales, un emprendimiento que ofrece experiencias turísticas poniendo en valor a las comunidades originarias del noroeste argentino. Está integrado por personas "criollas" y de las comunidades, y la distribución del poder y de las responsabilidades se da de manera completamente simétrica. Ahí el doctor Gronda se desempeña como chofer.
"Me costó hablar de mi socio indio, que lo recibieran como me reciben a mí –asegura–. Hace un tiempo me invitaron a dar una charla y yo pedí de ir con mi socio. ‘¿Quién es tu socio?’, me preguntaron. ‘Un indio’, respondí. ‘Mejor vení vos…’, me dijeron. ‘Pero la empresa es de ellos’, tuve que insistir. Al final logré que fuéramos los dos."
Gronda cuenta que, al subir al escenario, le pidió a su amigo René que subiera también. Acto seguido, les pidió a los asistentes que adivinaran quién de los dos era el chofer, para dejar en evidencia cuán internalizadas tenemos ciertas suposiciones acerca de lo que puede o no puede hacer una persona valiéndonos solamente de su etnia o su color de piel. "Creamos una empresa entre empresarios caucásicos y líderes indígenas... es un aprendizaje tremendo", analiza. Y concluye: "El racismo aparece a cada rato. Nos hemos equivocado con la supremacía blanca, que viene en nuestra matriz cultural. El desafío de derribarla es enorme, pero es el único camino posible".