El exproductor de televisión habló de sus inicios en el consumo y de las “locuras” que hizo a lo largo de 30 años de adicción; “pedir ayuda no es fácil, pero es el paso clave“, afirma; su hija, Lola, reconocida relatora de fútbol, revive el momento en el que supo que su papá tenía un enfermedad y cuál fue la forma que encontró para hacerle sentir que lo amaba
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Era otro día normal en el colegio. Joaquín “el Flaco” del Carril observaba, según su relato, a uno de sus compañeros y notaba cómo el joven se dirigía a los demás. Era extrovertido, no parecía tener inconvenientes para sociabilizar, se divertía. El espejo, para el Flaco, no le devolvía la misma imagen.
“Sentía que era todo lo opuesto a mí, que yo nunca iba a ser así”, le cuenta Joaquín a LA NACION. Él, por el contrario, presentaba dificultades para concentrarse, tenía hiperquinesia, y los exámenes le eran devueltos con baja calificación. Joaquín la estaba pasando mal, pero no podía decirlo con la claridad con la que lo verbaliza hoy, a sus 54 años. El Joaquín de los 17 no tenía las herramientas para hacerlo. A esa edad, cuando consumió por primera vez, sintió cómo su verborragia se volvía incontrolable. Era el chico que se movía con comodidad y no el que esperaba los fines de semana para irse al campo. “Siempre, desde muy chico, lloraba abrazado a mi caballo porque no quería volver al suplicio del colegio”, reconoce sobre sus días en el campo La Junta de Lonquimay, La Pampa, su “lugar en el mundo”.
Cuando empezó a jugar al rugby en CUBA (Club Universitario de Buenos Aires), sintió que había encontrado un propósito y llegó a la primera división. A los 33 años, dejó el deporte y no pudo asimilarlo. Su adicción, que había comenzado más de una década atrás, empeoraba.
La primera vez que se chocó con la realidad fue en el colegio St. Brendan’s de Belgrano y, luego, cada vez que la vida le daba un revés, como la separación de la madre de sus hijas, Lola, de 25 años, y Carmela, de 22. “Yo le llevé unos pasajes para irnos a México y ella me dijo que se quería separar. Estaba tan aislado de todo, que no registraba mi entorno”, recuerda sobre ese consumo desenfrenado que prosiguió hasta que un día tocó fondo.
“Paré el auto y me puse a llorar como cuando era chico. Sabía que tenía que parar, y pedí ingresar a la comunidad”, explica. La Comunidad Cenacolo tiene cuatro casas en la Argentina: tres de hombres en Pilar, Mercedes y Catamarca; y una de mujeres, en Villa Rosa. Fue creada por una monja italiana, Madre Elvira, y es gratuita.
A sus 49 años, el Flaco fue recibido por un “ángel custodio” de 25 y estuvo allí casi dos años. Cuando salió, ya había cambiado de rumbo. Sigue vinculado a PEGSA, la productora del ex Puma Agustín Pichot, a quien le agradece el apoyo. “¿Cómo no te voy a bancar?”, le dijo el excapitán de Los Pumas. Gracias al acompañamiento de sus amigos y su familia, hoy puede hablar.
“Ahora sabe comunicar lo que siente”, le asegura a este medio su hija, Lola, su gran sostén junto a Carmela. En efecto, Joaquín ya no es ese joven tímido. Joaquín ahora llama a las cosas por su nombre. Joaquín comparte para salvar.
—¿Cuánto incidió en tu consumo el aspecto emocional?
—Siento que las adicciones no pasan por las sustancias. Si uno llega a eso, es porque hay un trasfondo emocional, en mi caso de armado de personalidad. Tenía una herida mayor sobre la que me di cuenta mucho tiempo después. Yo tenía hiperquinesia y trastorno por déficit de atención con hiperactividad, más todos los rasgos que tiene un adicto, como la hipersensibilidad. Estaba en movimiento constante, con cero paz y concentración. En ese momento, iba al colegio inglés St. Brendan’s. Había que estudiar y luego ir a la facultad, pero yo no pertenecía a ese sistema.
—¿Cuándo notaste esa falta de pertenencia?
—Nunca tuve dudas. Veía a un compañero que se llevaba bien con todo el mundo y pensaba que no tenía nada que ver con ese chico y así empezó mi herida. No daba pie con bola en el colegio, repetía, no me interesaba. Esa fue una herida que me condujo al consumo, la comparación con mis amigos.
—¿No pensaste nunca en trabajar la herida desde otro lugar?
—Es que era muy tímido. En ese instante solo sabía que era feliz en el campo, pero de lunes a viernes la pasaba mal. Llamaba la atención constantemente, fui de los primeros en agarrarme una borrachera. Entonces ahora cuando doy mis charlas digo que si ven a alguien así lo ayuden, porque al adicto no se le pone límites. Yo estaba en penitencia todos los fines de semana y mis amigos hablaban con mi vieja para que me dejen salir. Y terminaba cediendo.
—¿Tus padres estaban al tanto de tu consumo en tu adolescencia?
—No, no tenían ni idea. Mi padre se murió cuando yo tenía 27, y nunca supo que tenía problemas de adicción. Mis padres confiaban y me permitían salir. Ellos hicieron lo mejor que pudieron. Cuando uno tiene un adicto cerca, es difícil, pero como padre hay que poner límites, esa falta de enseñanza después se paga. Mi mamá después estuvo firme en mi internación.
—¿Vos podías ocultar tu adicción?
—Sí. La cocaína empieza de una forma y después de tanto tiempo de consumo, un día te hace un click y empieza la persecución. Entrás en la locura, hacés cosas impensadas. Yo fui a comprar droga con mi hija. Hoy sigo pensando en ese momento y se me parte el corazón. Contarlo es parte del proceso de sanación.
—¿Cómo vivís el estigma sobre las adicciones, la falta de empatía y que muchos no la consideren una enfermedad?
—Decir ‘drogadicto” es fuerte, violento. Y la gente tiene relacionada las drogas con la violencia. Sí hay casos, pero yo por ejemplo soy cero violento. Eso duele, como también cuando se habla del adicto como una persona a la que le gusta la joda. Si yo iba al boliche y terminaba como terminaba era porque tapaba dolores, heridas. Al otro día la pasaba mal. La primera vez que consumí, que fue en un boliche a los 17 años, yo salía con una chica que me gustaba y cuando aceptó salir conmigo no le hablé en toda la hora que estuvimos juntos. Era muy hermético. Después, cuando empecé a consumir, me animé, ¿pero a qué precio? Es muy engañoso. Hay que registrarlo, porque hay muchos chicos que tapan el sufrimiento.
—¿Cómo era el día después de consumir?
—Vacío existencial total. Angustia. Depresión. Cuando veía el sol después de haber estado en el boliche, para mí era la muerte. Yo rezaba, decía que no quería más eso y volvía a caer. Todo adicto pasa por un proceso de negación fuerte. Yo tenía una familia unida, sana, amigos sanos, que cuando se dieron cuenta de lo que me pasaba me lo dijeron. Así fui a Narcóticos Anónimos, pero no había tocado fondo. Uno se empieza a recuperar cuando toca fondo verdaderamente.
—¿Y recordás ese momento?
—Sí, lo recuerdo muy claro. Estaba entrando al country en el que vivo, pasé la garita con el auto, estacioné y me puse a llorar como un chico, solo. No podía más. Sabía que no quería más eso. Ya no estaba en un trabajo en el que no la había pasado bien, me había separado. Ese fue un gran quiebre. El adicto es muy infantil, de crecimiento tardío, es muy inmaduro.
Yo a los 27 años no tenía una profesión, conseguí trabajar en TyC Sports, pero antes jugaba al rugby. Y cuando conocí a mi primera esposa, y después nacieron mis hijas, disfrutaba de eso, pero no registraba que venía consumiendo. Cuando me separo, se me cayó la estantería porque yo tenía la idea de la foto familiar, que es algo que voy a querer siempre, pero no estaba registrando nada. Entré en una escena de consumo fuerte, vivía solo en una zona que no me gustaba. Fue un combo que me mató.
—¿Qué implica el no registrar para un adicto?
—En mi caso, no hablar. El adicto se aísla, es muy solitario, muy egoísta. Ahora estoy hablando más, expresando más lo que pasa, a ser más empático con el otro. Pero en ese momento no hablaba nada, no registraba lo que compartía a nivel familiar o con amigos. Yo no era un adicto que desaparecía sino al contrario, no podía salir de mi casa.
—¿Y ahora estás en pareja?
—Sí, desde hace 11 años, con una internación en el medio. Cuando nos conocimos, nos fuimos a vivir enseguida, y yo quería esa foto familiar de vuelta. En ese momento tampoco registraba que había una fusión de familias que no funcionó como yo pensaba, y volví a flaquear y a los meses tuve ese quiebre en el auto y pedí ingresar a la comunidad, y conocer a los chicos. Quería entrar y lo hice totalmente desarmado. No me quería, no me valoraba. Y la comunidad lo que hace es ponerte límites. Tenía 49 años cuando ingresé y tenía un ángel custodio de 25 años y yo pensaba “Salí de acá pendejo”. Con el tiempo fui entendiendo que me estaba cuidando, pero en ese momento me decía frases que yo no entendía, y me trataba con mucha paciencia y con mucho amor, aunque yo estuviera negado.
—¿Cómo te tomabas las charlas familiares cuando se te pedía que busques ayuda?
—No me lo tomaba bien, pero porque el adicto está enojado con uno mismo. Si tu casa está desordenada, es porque vos estás desordenado. Yo estaba enojado con la vida. Y cuando ingresé a la comunidad, pasé por un proceso de mucho dolor al principio, a mis hijas no las vi duramente seis meses.
—¿Cómo los atravesaste?
—Fue muy duro. Cuando estás en carrera de consumo, cuando estás en la rueda como un hámster y no podés salir, hay que correrse de este mundo por un tiempo, que es lo que más cuesta. Pero yo dije “Voy”. Tenía que sanar. Y luego me empecé a divertir mucho. Además, cuando escuchaba otras historias pensaba que tenía que valorar mi vida, mi entorno, el apoyo. El esfuerzo que puse por mí y por mis hijas valió la pena. Estuve un año y ocho meses. Cuando me dijeron que era momento de salir, no quería dejar esa paz.
"El adicto se aísla, es muy solitario, muy egoísta, y se va perdiendo cosas"
Joaquín del Carril
—¿Qué impacto tuvo el reencuentro con el afuera?
—Recaí dos veces. Salí, mi familia me había alquilado un departamento, estaba chocho, tenía laburo con Agustín Pichot en su productora. Agustín es una persona a la que le debo mucho. En ese momento vi a mi pareja, el amor seguía intacto, pero ninguno estaba listo para volver, yo me sentía tranquilo, quería ir de a poco. En ese interín, ella empezó a salir con otra persona, y el combo me hizo recaer hasta que me di cuenta de que había hecho un gran esfuerzo por salir adelante, que no podía tirarlo por la borda. A los tres meses nos reencontramos y nunca más nos separamos.
—¿Cómo lidiás con las malas noticias sabiendo que hay lugares a los que no podés volver?
—Trato de estar en contacto con la comunidad, porque sobre “el después” vos tenés poder de decisión, y yo puedo seguir yendo a la comunidad, brindar mi apoyo. Eso me hace bien. Ahora no pienso en volver a consumir, no es algo que esté en mi cotidianidad. Yo no pienso que soy un adicto para toda la vida, pero sí que debo tener cuidado, por eso voy a fiestas de cumpleaños, pero no salgo a boliches. Mi día empieza a las 6 de la mañana. Acepto y entiendo todas las terapias que le hacen bien a uno para dejar de consumir. Valoro mucho al que se mantiene limpio y que cambió su vida desde el dolor a la sanidad, porque hay que ser fuerte para lograrlo. No es joda.
—¿Hay cosas que te pesan todavía?
—Si te digo que no, te miento. El haber ido a comprar droga con mi hija a las diez de la noche, en un lugar oscuro, inhóspito. Ella se largó a llorar y me pidió ir con su madre. Eso no me lo olvido más, como tampoco las veces que no pude ir a buscar a mis hijas porque no podía agarrar el teléfono, pero tampoco me las quiero olvidar más porque es lo que me ayuda a no volver a eso.
—¿Cómo vivieron ellas tu proceso?
—Ellas no me veían consumiendo. Mi cara no era buena, pero no más que eso, aunque no digo que eso sea poco. Ellas siempre me apoyaron, me dijeron que me amaban, que me querían ver bien. Uno piensa que la familia te va a extrañar o va a estar triste cuando te internás, pero muchas veces la familia para seguir estando con vos, tiene que estar feliz de que estés sanando, aunque en mi caso tengo momentos en los que me avergüenzo.
—¿Te da vergüenza todavía?
—Sí, eso queda, el ser adicto por 30 años. ¿A quién le va a gustar tener un padre adicto? Pero uno no elige. Hoy me valoro, me enorgullezco de la fuerza que le puse para salir, por eso doy charlas, no tanto para mí sino para el otro. También veo mucha gente con negación a decir “Yo me drogo”. A mí me costó, al adicto le cuesta hablar, y además viene de mentir, mentir, y mentir. Pedir ayuda no es nada fácil. Ese es el paso clave. Por eso lo que me gratifica de las charlas es el amor que recibo, el respeto, eso me da fuerza.
Cuando Joaquín se mira el espejo, ya no recibe la imagen de una persona insegura sino la de quien sabe que, para marcar una diferencia, hay que hablar, hay que comunicarse. Él mismo se convirtió en ese ángel custodio de otras personas que batallan contra adicciones, se desempeña como orador motivacional en colegios, equipos de rugby y empresas, y también ayuda desde sus redes sociales. “No quiero que nadie sufra lo que yo sufrí”, expresa con los ojos llenos de lágrimas cuando recuerda el largo camino hacia la recuperación y los sacrificios.
“Ponerle límites a un adicto es decirle ‘te amo’”
En diálogo desde España con LA NACION, Lola del Carril, que es relatora de fútbol, recuerda el momento en que supo que algo le sucedía a su padre, algo que implicaba una intermitencia en su contacto con él. Lola tenía 10 años: “Mi mamá nos sentó a mí y a mi hermana en un cuarto y nos dijo que papá tenía una enfermedad como cualquier otra, y que íbamos a empezar a arreglar visitas en momentos determinados, y supe que tenía que cuidar de mi hermana”.
Así cómo Joaquín atravesó muchos estadios en sus tres décadas de consumo, lo mismo le sucedió a su hija mayor. “Uno pasa por muchas cosas, y yo lo tenía muy idealizado a mi papá porque era el deportista, el que me hablaba de hockey, el que estaba codo a codo”, cuenta y añade: “Yo asociaba a las drogas con la violencia, no sabía qué iba a pasarle, sentía la tristeza, sufría el desapego, me enojaba porque me preguntaba por qué no podía estar bien por nosotras, y luego empecé a informarme sobre el tema, que es lo que nos falta como sociedad, el entender a la adicción como una enfermedad, y con el tiempo aprendí a decir que no, a que poner límites es una manera de decir ‘te amo’”.
Para Lola, es importante remarcar que el hijo de un adicto no debe tomarse todo personal. “Llegás a pensar que te está haciendo algo a vos, pero no es así, son personas que escapan de lo que no pueden sanar, por eso hay que acompañar, porque muchas veces el adicto te sumerge en el mundo de la mentira, del pedido, y como hijo hay que disociar también, comprender que nadie vino acá a salvar a nadie, uno tiene que seguir haciendo su camino, y el otro debe tener ganas de recuperarse; el adicto, sin ganas, no sale”, expresa.
Lola añade que buscó “no paralizar” su vida sino apoyar desde otro lugar y destaca la valentía de su padre. “Me pone orgullosa que haya llegado a la instancia de pedir ayuda siendo una persona grande”, subraya, haciendo hincapié en cómo en diversos contextos el asumirse como adicto es análogo al dar un salto al vacío.
"Como sociedad nos falta entender que la adicción es una enfermedad"
Lola del Carril
“El tenía una cierta imagen en el club, es una persona a la que quiere mucha gente, y por eso el decir ‘Esta es mi realidad, voy a desaparecer por dos años’, en pos de su sanación personal, me pone muy orgullosa, como también que dé charlas, que se siente con familias por su espíritu solidario, porque se está sanando a sí mismo al ayudar al otro”.
Al evocar esos instantes en los que necesitó a su padre pero él no podía estar presente, Lola reconoce que la distancia “fue dolorosa”, pero clave en la recuperación: “Ahora veo cómo aprendió a exteriorizar lo que siente, ahora se comunica, tiene sus herramientas para progresar, antes estaba desbordado”.
Dónde pedir ayuda
- Línea 141: la Sedronar tiene una línea gratuita y anónima que brinda información, atención y acompañamiento para situaciones de consumo problemático de alcohol y otras sustancias, funciona durante las 24 horas, los 365 días del año, en todo el país.
- Narcóticos anónimos: el número gratuito es 0800-333-4720 o por WhatsApp al 1150471626.
Más información
- Para informarte sobre las señales a las que hay que estar alertas y cómo acompañar a un familiar que tiene consumos problemáticos, podés navegar la guía de LA NACIÓN sobre adicciones.
Cómo comunicarse con Joaquín:
- Para comunicarse con Joaquín del Carril, se le puede escribir un mensaje por Instagram o por WhatsApp al 1134891569.