Después de vivir duras experiencias, hoy Angelina Chinque se abre paso en el mundo de la tecnología gracias al apoyo que recibió durante su capacitación, especialmente de parte de Rocío, su orientadora
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“Esta es la historia de cómo pasé de vivir en la calle a programar y… vivir de eso”. El video dura 55 segundos y superó el millón de reproducciones en Tik Tok en menos de un mes. En él, Angelina Chinque, su protagonista, una joven rosarina de 25 años, resume el infierno que vivió como víctima de abuso y violencia intrafamiliar, el calvario que debió atravesar para salir de él y cómo fue que sumergirse en el mundo de la programación le abrió una puerta que le está cambiando la vida.
Antes de encontrar esa puerta, había una familia de la que preferiría no acordarse, aunque todavía no puede. Después de años de soportar diferentes tipos de abuso y violencia, una noche, hace aproximadamente dos años y medio –las fechas se le borran, pero cree que era verano–, habló de un episodio de su infancia, perpetrado por un familiar, con sus progenitores. La reacción estuvo lejos de ser la que necesitaba y se fue.
“Al principio, fui a casas de conocidos y amigas. Hasta que se volvió insostenible. Después dormí en la plaza a cara de recontramil perro (sic). Tiempo después, me acerqué a la Secretaría de Desarrollo Social y me derivaron a un refugio en el que tampoco lo pasé bien. Faltaba todo. Faltaban comida, contención, cosas para hacer en el día, porque no te dejaban salir. Los casos de mis compañeras eran tremendos. Y yo, que quería empezar a mirar para otro lado, mirara a donde mirara, me chocaba contra la misma pared. Estaba sola, sin ningún tipo de red”, rememora la joven.
Por sugerencia de una asistente social, Angelina llegó a la sede de Cilsa, una organización que, de diferentes maneras, busca la inclusión social de las personas con discapacidad y de quienes viven en contextos de vulnerabilidad. Y allí, de la mano de Julio, su profesor de programación, pero sobre todo de la de Rocío, la orientadora de la organización, quien le habló del curso y le explicó de qué se trataba programar, se fue abriendo una salida. Con ella, vendría la posibilidad de irse del refugio y vivir sola.
“Yo no tenía idea de en qué consistía programar. Antes, era tatuadora. Y Rocío, al explicármelo, generó que me diera curiosidad, que me interesara. En teoría, ella se encarga de prepararte para buscar trabajo: cómo tenés que hacer tu curriculum, cómo te tenés que presentar en una entrevista, cómo tenés que hablar. Pero hizo mucho más que eso conmigo. Imaginate que yo venía de una familia en donde el apodo de mi viejo hacia mí era: ‘negra de mierda’. De repente, encontrarte con que hay que venderse como una persona útil era todo un cambio. Y Rocío, entre otras cosas, me ayudó a ganar seguridad. Yo hoy estoy en donde estoy, en gran parte, gracias a ella, reconoce Angelina.
Rocío es Rocío Raccuglia. Es psicóloga, tiene 29 años, y cuenta que su función dentro de Cilsa le permite combinar de manera virtuosa varios de sus intereses: los Recursos Humanos, la psicología y el compromiso con la comunidad. Por momentos, parece sorprendida por el impacto que tuvo en el despegue de Angelina, como si estuviera tentada a decir: “Yo solo hice mi trabajo”. Pero reconoce que lo sucedido le hizo pensar en el impacto positivo que podemos tener en la vida de los otros simplemente trabajando con empatía, conectando con las necesidades de quien se nos acerque, y haciendo por esa persona lo que esté a nuestro alcance.
Todavía tiene fresco en la memoria aquel día en el que conoció a Angelina. “Recuerdo que había venido con una compañera del refugio. Desde el primer momento me pareció una chica sociable, dada, se notaba que tenía muchos recursos. Ella no tenía idea sobre programación, así que le expliqué y arrancó. Dentro de ese curso yo daba talleres sobre empleabilidad orientada al mundo de la tecnología. Ella siempre se mostró abierta conmigo, aunque no contaba grandes cosas ni yo invadía su privacidad. Yo sabía que venía de este refugio, y ya venir de un refugio dice mucho de una persona”, rememora Raccuglia.
La cursada fue durante la pandemia y la virtualidad complejizó el contacto. Sin embargo, Rocío no dejó de estar pendiente de Angelina. “Cuando logré mudarme sola, al principio no tenía nada y estaba muy complicada. Rocío llegó a darme comida y hasta a regalarme ropa suya cuando se vino el frío y yo no tenía ropa”, agrega la joven programadora.
Durante la cursada, comenzaron a surgir algunas oportunidades laborales en el área de programación y fue cuestión de tiempo para que comenzaran a surgir otras posibilidades en el mundo de la tecnología, como community manager. Con el correr de los meses, comenzó a sentir como una gran contradicción el hecho de ser una experta en redes sociales y tener sus propias cuentas personales –en las que se presenta como @anwilina– cerradas.
“Me harté de tener las redes sociales privadas, de no poder mostrar las cosas que me gustan, de sufrir en silencio, de vivir con miedo. Un día entendí que eso hacía que no pudiera dar vuelta la página. Me impedía decir: ‘Esto ya pasó, ya no estoy ahí’. Pero todavía me cuesta. Tengo pesadillas recurrentes. Sueño con carne podrida todo el tiempo”, se lamenta.
Y fue así que, haciendo pruebas para un cliente de la empresa en la que trabaja, se animó a contar su historia con la tranquilidad de que su cuenta solo tenía dos seguidores. Tras el video, ya supera los 25.000. “A pesar de hacer terapia, me recuesta pasar página. Entonces pensé: ‘Bueno, voy a contar mi historia’. Me puse a investigar cómo funcionaba Tik Tok y le puse todo lo que sabía. Todavía no puedo creer que haya llegado al millón de reproducciones. Fue un shock bastante grande. De repente decir: ‘Yo soy esta y me pasó esto’, y tener esta devolución tan positiva fue muy fuerte”, sostiene.
La publicación fue una novedad, incluso, para su entorno más cercano. “No me sorprende lo que está pasando con ella ni el impacto que está teniendo su video porque se notaba que era una chica talentosa. Ahí tuve detalles de su vida que yo desconocía, pero que no me hicieron falta para ser empática con ella y tratar de ayudarla en lo que pudiera, sin necesidad de ser su terapeuta, pero reparando en sus necesidades y acompañándola”, sostiene Rocío.
Esas necesidades fueron cambiando con el tiempo. Y, de hecho, después de la publicación del video, la enorme cantidad de mensajes y de pedidos de ayuda de chicas que son víctimas de abuso y no encuentran la salida fue demasiado para la joven, quien recurrió a la mano siempre amiga de Rocío. “Yo no soy mucho más grande que ella, y no entiendo mucho de medios, pero pude contenerla y acompañarla en ese momento”, reconoce.
Pero no solo en el plano personal es que la terapeuta enriqueció la vida de su alumna. “Los consejos que Rocío me dio me resultaron superútiles. Posta que estaba en la nada. Yo venía de un lugar en donde me decían: ‘Si no te levantás a las 6 de la mañana y te vas a repartir curriculums al centro, sos una vaga que no querés encontrar trabajo’. Y me encontré con otras herramientas, todas buenas, que me las diste desde un lugar de comprensión y completamente desinteresado”, le dice a su exorientadora, vía Zoom, con La Nación.
—Hoy me siento una persona que se cuida y toma decisiones acertadas —agrega—. Desde que tuve un trabajo y empecé a relacionarme con otro tipo de personas, me di cuenta de que sí valgo la pena. Todo este crecimiento personal en parte me lo dio el trabajo, pero también te lo da tener cerca a personas como Rocío, que te hacen sentir importante y que te ayudan
—Lo que te pasa hoy es el fruto de lo que hiciste vos —le responde Rocío.
Cuando Rocío responde sobre qué le genera saber que tuve que ver en el crecimiento de Angelina, no duda: “Me enorgullece un montón por ella y me motiva también. Me reconfirma que el modo de hacer las cosas es implicándose, tendiendo puentes, trabajando en red. Si puedo brindar un contacto o algún otro tipo de ayuda, ¿por qué no hacerlo? A veces, para tener impacto en la vida de los otros, solo es cuestión de mirarlos y de trabajar con compromiso”.
Hoy en día, mientras se esfuerza para dar vuelta la página, Angelina tiene varios proyectos de cara al futuro. Y, para todos ellos, necesita una computadora de última generación, que hoy está fuera de sus posibilidades. “Hace un tiempo, a través de Cafecito, una app que te permite hacer colectas, mucha gente me donó plata para mi computadora. La plata te queda retenida un tiempo, aunque ya se me libera en estos días. Pero con la devaluación en el medio, algunas cosas aumentaron su valor así que no voy a poder comprarme todo. Me van a faltar la pantalla, el teclado, el mouse y algunos extras más”, se lamenta.
También sueña con seguir estudiando. “Me gustaría estudiar Ciencias del Comportamiento, que es una carrera universitaria que no existe acá en Rosario y que puede aplicarse en diferentes ramas, por ejemplo, en marketing, inteligencia artificial, datos o programación. Solo se dicta en la Universidad de San Andrés, en Buenos Aires, cuya cuota está fuera de mis posibilidades, pero ojalá lo logre porque me encanta. Y la posibilidad de tomar distancia de Rosario me entusiasma también”.
Feliz y todavía sorprendida por el impacto de su video, Angelina no deja de pensar, en embargo, en la cantidad de jóvenes que le escribieron pidiendo ayuda. Dice que, tras la publicación, durante los primeros días, su celular colapsaba por la cantidad de mensajes. “Me escribieron chicas de diferentes puntos del país, incluso de otros países, víctimas de abuso. Me pedían que les enseñara a programar, para poder irse ellas también. Ojalá también encuentren la manera de dar vuelta la página”, finaliza.
Si querés colaborar con los proyectos de Angelina podés escribirle a: angelina.chinque@gmail.com
Para conocer más sobre Cilsa, ingresá a: www.cilsa.org. También podés seguirlos en Facebook e Instagram
Sobre Redes Invisibles
Redes Invisibles es un proyecto de Fundación La Nación que nació en 2019 con un firme propósito: combatir y desterrar los prejuicios instalados en nuestra sociedad en torno a la pobreza. En esta nueva serie, rescata el concepto de las oportunidades como un valor que enriquece no solo a quien las recibe sino también a quien las da. También cuestiona la idea de que únicamente quien tiene recursos –económicos, materiales, de conocimiento, etc.– puede hacer algo por los demás: todos, desde nuestro lugar, podemos tener gestos o acciones que abran puertas y contribuyan a cambiarle la vida al otro.