Huyó con sus hijos de un marido violento y reconstruyó su vida en un rincón cordobés: “Si no me escapaba, me mataba”
A 1500 kilómetros de su Bariloche natal, Susana Padilla cumplió su sueño de ser enfermera y pudo salir de la pobreza; mientras estudiaba y cuidaba a sus hijos, trabajó limpiando talleres mecánicos; hoy es una referente para otras mujeres
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Aquel sábado de hace 15 años, durante una Semana Santa, Susana Padilla dejó su Bariloche natal para no volver. Apretó lo que pudo dentro de un bolso y con sus tres hijos pequeños fue a la terminal de ómnibus y compró los pasajes. A las 13, ya estaban los cuatro en sus asientos rumbo a Córdoba. El destino era la pequeña localidad de Chacra de la Merced, una zona suburbana a 20 kilómetros al este de la capital cordobesa.
No tenía la menor idea de a dónde estaba yendo, qué la esperaba, cómo iba a sacar a su familia adelante. Se aferraba a una certeza: “Sino me escapaba, me mataba”. Habla de su expareja, el padre de sus dos hijos más chicos. Desde hacía años, Susana era víctima de todo tipo de violencias por parte de ese hombre: “No me dejaba ni trabajar y me controlaba todo el tiempo con el teléfono. Por ejemplo, si me llamaba, yo no lo podía dejar sonar más de una vez. Tenía que atender en el primer ring. Por eso, cuando llegué a la terminal, del miedo que tenía lo tiré a la basura, con chip y todo”.
Susana hace un silencio y ceba otro mate. Está sentada en la puerta de su casa, junto a la ruta que recorre Chacra de la Merced. En ese punto del camino, todo es monte y sol. Ella está vestida con el ambo que usa para trabajar. En ese rincón cordobés, a donde llegó “con una mano atrás y otra adelante”, se recibió de enfermera y transformó su vida. “¿Viste eso que se dice tanto de que el trabajo dignifica? Bueno, es tal cual: poder salir adelante te cambia”, dice Susana (52), que es mamá de dos chicas de 30 y 25 años y un varón de 18.
Su historia es una de las tantas que dieron un vuelco gracias a Las Omas, una asociación civil que nació en 2011 en Chacra de la Merced y trabaja con mujeres en situación de pobreza, que sufren violencia de género y están atravesadas por la falta de oportunidades. Con el foco puesto en la contención, la capacitación y la promoción del empleo mediante unidades productivas y talleres, muchas lograron salir de la pobreza, convertirse en emprendedoras y referentes para otras, como Susana.
“Perdí todos los dientes”
Susana se crio en Las Mutisias, un barrio popular de Bariloche. Es la mayor de ocho hermanos y sus padres apenas pudieron hacer los primeros años de la primaria. Su papá era mecánico de oficio y había empezado a trabajar a los 8 años. Su mamá cuidaba hijos ajenos desde que era una niña.
“Tuve una infancia normal, en una familia pobre, pero mi mamá trataba de darnos siempre todo lo mejor y mi papá trabajó hasta llegar a tener un taller mecánico propio, con empleados y todo. Pero vino la época de Menem, después la devaluación y eso lo mató: ahí nos fuimos otra vez para abajo”, recuerda la mujer sobre aquellos años.
Ella fue la primera de su familia en terminar la primaria, la secundaria y en hacer un terciario. “Me convertí en maestra por mi papá. Él era todo para mí y sentía que le debía eso por el esfuerzo que había hecho para que yo estudiara. El orgullo que sintió una vez que fue a dejarme las llaves cuando yo estaba dando clases, no se lo sacó nunca nadie. Y a mí tampoco”, cuenta.
Tenía 35 años y era mamá de su hija mayor cuando conoció a quien se convertiría en el padre de sus dos hijos más chicos. “Al principio sentía que él me iba a proteger, pero después cambió todo. Empezó la violencia y yo arranqué a mentir: ‘me caí de tal lugar’, ‘me golpeé con tal cosa’. Estando embarazada de mi hijo más chico, fue más violento todavía, y nació sietemesino. Cada vez era peor: perdí todos los dientes”, reconstruye sobre aquellos años en que la tristeza fue haciendo nido en su pecho.
Cuando nació el menor de sus hijos, Susana dijo “hasta acá”. Fue un familiar quien le propuso irse a Chacra de la Merced, donde él vivía. Susana y sus niños se instalaron en una casita en la que no había prácticamente nada. Los cuatro dormían en la misma cama y una vecina le calentaba el agua para que le preparara la leche a sus niños. Llegó un sábado y al lunes siguiente ya estaba trabajando, limpiando baños en los talleres mecánicos de la zona.
Aún estando a 1500 kilómetros de Bariloche, el pánico la habitaba desde que se despertaba hasta que se iba a dormir. “Veía un hombre parecido a él y me hacía pis encima. Tenía miedo de todo. Tuvo que pasar mucho tiempo para poder ir a comprar, para no sentirme perseguida. Fue como curarme”, asegura. Al mes de llegar, Susana conoció a Alida Weht, cofundadora de Las Omas, y a partir de ese momento entablaron una relación entrañable que se mantiene hasta hoy.
“¿Cuál es tu sueño?”
Susana empezó a participar activamente de Las Omas y fue en el marco de un “taller de sueños”, coordinado por una psicóloga, en el que le preguntaron cuáles eran sus anhelos. “Me acuerdo que al principio todas hablamos de nuestros hijos: que pudieran hacer esto o aquello. Pero la psicóloga nos dijo: ‘No, me refiero a los sueños de ustedes: qué es lo que quieren hacer’. Ahí una dijo que quería ser peluquera, otra terminar la primaria, y yo conté que siempre había querido ser enfermera”. El resto no dudó en motivarla: “Lo podés hacer, estás a tiempo”. A los días, sin contarle nada a nadie, se inscribió en el curso de ingreso de la Universidad Nacional de Córdoba.
Empezó a cursar todas las tardes. Sus compañeras de Las Omas la veían irse sin saber a dónde, y la ayudaban retirando a sus niños de la escuela o en lo que necesitara. Un día, Alida le preguntó qué le pasaba, porque estaba preocupada. Ahí, Susana le contó: “No quería decir nada por si desaprobaba el curso”, admite hoy.
Aprobó, pero su esperanza empezó a languidecer rápidamente: le pidieron que comprara un uniforme, estetoscopio, tensiómetro, termómetro y varias cosas más que no tenía la menor idea de dónde iba a sacar. Sin embargo, en una semana Las Omas se movilizaron y consiguieron todo: el enfermero del centro de salud donó algunas cosas y otras personas se fueron sumando a la causa.
Mientras estudiaba, Susana trabajaba los siete días de la semana limpiando departamentos de jóvenes universitarios en la ciudad de Córdoba y en una fábrica metalúrgica. Dice que el esfuerzo “no se notaba, porque implicaba salir adelante: tenía un objetivo”. Aún antes de recibirse de enfermera, pudo empezar a trabajar de lo que había estudiado. Hoy, junto a una de sus hijas (que es técnica superior en emergencias médicas) tienen un servicio de enfermería domiciliaria.
Son las 11, el sol pica sin tregua y Susana apura los mates porque tiene que ir a ver a una paciente.
−¿Cómo definirías a Las Omas?
−Para mí, desde el principio, fue contención. Nos sentíamos contenidas las unas a las otras, como hermanas. Y ahí aprendí a pedir ayuda, cosa que antes no hacía.
Cómo colaborar
- Para seguir dando oportunidades a más mujeres, Las Omas ofrece los productos que realizan en sus talleres (como mochilas, ajuares de bebés, cartucheras, entre otros) y los servicios de sus unidades productivas (catering, cuadrilla de mujeres obreras, etc.). Actualmente, con el apoyo de Ingeniería Sin Fronteras Argentina, se encuentran en plena construcción de su nuevo “Espacio-taller”. Ya inauguraron una parte, pero todavía queda mucho por hacer. El lugar contará con tres salones grandes, uno para capacitaciones y talleres y los otros para producción; una sala maternal y el gabinete de asistencia psicosocial. Quienes estén interesados en colaborar, pueden escribir a lasomasong@gmail.com o llamar a Laura (+54 9 351 695-6518) o a Sandra (+54 9 351 633-0102). Para más información, visitar sus redes sociales: Facebook e Instagram.