Tiene 13 años: Vive entre canteras y basurales y sueña con tener una bici para llegar a la escuela
Franco Zárate vive en el Camino de la Semillería, en la zona de Chacras de la Merced, en Córdoba, al otro lado del río Suquía; no existe el transporte público hasta su casa y necesita un puente para poder cruzar
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CÓRDOBA. “Me paso todo el día en viaje para llegar a la escuela”, dice un Franco Zárate cansado de caminar durante más de una hora de vuelta a su casa. Tiene 13 años y vive en el Camino de la Semillería, en la zona de Chacras de la Merced, en el límite de la ciudad de Córdoba.
Su casa está del otro lado del Río Suquía y a falta de un puente o una pasarela, tiene que dar una vuelta interminable porque no existe transporte público que lo alcance. Sus opciones son caminar, tomarse un remis o que algún familiar lo alcance hasta el puente que queda a varios kilómetros y de ahí tomarse el colectivo de la línea 68 que hace todo el camino de la circunvalación para llegar hasta la escuela. “Es lejísimos. Hay que tener cuidado porque hay gente que te sale a chorear”, cuenta.
Durante un tiempo existió una pasarela para cruzar pero el río se la fue comiendo de a poco hasta que se terminó por caer. Como a su papá -Fernando Zárate- se le rompió el rulemán de la caja de dirección de la camioneta, a Franco no le quedó otra opción que volverse caminando. Cuando llega, se pone a alcanzarle herramientas a su papá. “Cambiate la remera que te vas a manchar todo”, le sugiere a su hijo.
Mientras tanto, sus hermanos Rodrigo (10) y Alan (9) se ponen a hacerse unos pases con la pelota de fútbol o a jugar con basquet con un aro improvisado colgado de un árbol. Su hermana Mía Natacha (6) se sienta en una sillita de madera y se pone a peinar a su muñeca.
Lugar de nadie
“Este es el lugar de nadie”, dice Laura López, su mamá. Y agrega: “Acá llamás a la ambulancia y nunca vienen. Dos veces se nos incendió el campo, llamamos a los bomberos y todavía estamos esperando. Cuando llueve acá es imposible entrar por el barro”.
Cuando Franco nació el puente que los hacía parte del pueblo ya no existía. Su día a día está atravesado por el aislamiento y las grandes distancias. Actualmente la escuela le queda a 12 kilómetros y si pudiera cortar camino serían solo 3. “El puente está allá, atrás de los yuyos. Quedó un pedazo solo y del otro lado los caños. Con la crecida del río se fue rompiendo”, cuenta Franco, que volvió contento de la escuela porque se sacó un 9.
Este año arrancó la secundaria y lo que más le gustan son las actividades de la granja. “Me ponen números ahora, no excelente o muy bien como antes. Me encanta la huerta y estar con los animales. Te enseñan a usar la pala y las máquinas removedoras de tierra. Esa casita de madera la armé yo para los animales pero después vino un perro y mató a todas las gallinas. Cuando volvía de la escuela, juntaba los huevos para hacer huevos fritos o bizcochuelo”, recuerda este adolescente que está acostumbrado a ir al basural a rescatar cualquier cosa que le pueda servir, incluso comida. “La vez pasada nos vinimos con unos yogures que estaban frescos”, recuerda.
De fondo, se distingue el humo de la quema de gomas y basura que empieza a picar en los ojos. El cielo se pone negro y un viento huracanado es el presagio de la tormenta que se avecina.
“Acá los chicos no tienen garantizado el derecho a la educación ni al transporte. La fragilidad a veces significa no tener un boleto para el colectivo o un par de zapatillas. Hay mucho abandono”, señala Aida Whet, fundadora de la ONG Las Omas que nació para dar respuesta a las situaciones de vulneración social de las mujeres de la zona de Chacras de la Merced.
La referente reconoció que hacía falta un espacio de contención para las mujeres que venían a traer a sus hijos a la escuela y que se quedaban esperando en la plaza durante cuatro horas hasta que salieran. “Algunas era por un tema económico para no pagar tantos boletos de colectivo, otras por temas de distancia y también por la enorme cantidad de situaciones de violencia que había en sus casas”, recuerda.
Para Whet esta zona está fuera del sistema, casi borrada del mapa. Eso hace que las familias empiecen a naturalizar los atropellos a sus derechos. “Como sociedad nos volvemos impermeables a estas situaciones. Hay una desigualdad terrible desde lo más básico. Hasta lo ves en el nivel de los colectivos. Acá te subís adelante para no llenarte de polvo y no saltar hasta que te duelen los riñones”, se queja Whet.
“Necesitamos un puente”
Cuando sea grande, Franco tiene muy en claro que quiere construir cosas con madera, como la casita que hizo para sus animales. “Me gustaría tener cabras, ovejas y patos”, dice.
Si pudiera pedir un deseo, sería tener una bicicleta para poder ir solo a la escuela. “Antes tenía una pero se me rompió y no la pudimos arreglar. Voy todo por allá y cruzo para la escuela”, cuenta.
Su casa es de material, tienen luz pero no agua potable. Tienen que pagarle a un camión para que les traiga agua para cargar los tanques. “No tengo agua de canilla. Para bañarnos tenemos una bomba, cargamos el agua del tanque, la ponemos en una olla para calentar y después la subimos”, explica Franco.
Fernando trabaja haciendo changas de albañilería y Laura López, su mamá, es ama de casa. Para ellos, tener que pagar $1400 por día para que un remis lo lleve a Franco al colegio es insostenible. “Lo que gano en la semana es para el remis y para la comida. Cobro $12.000 si hago la semana completa. Todo en negro. Me llaman para hacer el revoque de una casa”, señala Fernando.
Entre lo que gana él y lo que cobran por las AUH de sus hijos, el ingreso familiar no llega a los $80.000. Durante la pandemia venía un transporte a buscar a los chicos para que fueran a la escuela, pero ahora dejó de hacerlo.
“Estamos pidiendo un puente como una pasarela pero no tenemos respuesta. Cuando tenía la motito mi mujer llevaba a los chicos por acá que se puede cruzar pero con el auto no. Después me la robaron”, agrega Fernando.
Laura hace mate y refuerza que el principal problema que tiene la familia es el transporte. “Esa camioneta, cuando funciona, la usa él para ir a trabajar. Un día me paró la caminera y me dijo que no podía caminar más por la ruta porque era un peligro por los camiones. Cada tanto hay accidentes. En invierno es de noche cuando vamos a las 7:30 para la escuela”, cuenta.
Sus días transcurren en llevar a sus hijos a la escuela y quedarse esperando en la plaza de enfrenta junto con las otras madres que integran la organización Las Omas. “Si está oscuro, nos quedamos un ratito en el dispensario hasta que vamos al salón. Nos tomamos unos mates y se nos pasa el tiempo. Estamos llenando las bolsitas de caramelos para hacer unos pesos. Estaría bueno poder conseguir un trabajo estable pero no me dan los tiempos”, cuenta.
Sobre Franco, Laura cuenta que ama sembrar y arar la tierra, que siempre que puede está con una pala en la mano o cerca de los animales. “Yo quiero que él pueda cumplir todos sus sueños”, concluye.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran ayudar a Franco y a su familia pueden:
-comunicarse con Alina Whet de Las Omas al +54 9 3516 52-2510.
-donar en esta cuenta
Mercado Pago: ASOCIACION CIVIL LAS OMAS
CVU: 0000003100005160550240
Alias: alamo.castor.sean.mp
CUIT/CUIL: 30715411144
Banco Patagonia:
CBU 0340070808709862737009
Alias BAMBU.OSO.LLAVE