“Ser joven es difícil”: El drama de los adolescentes que dejan la escuela, empiezan a consumir y llegan hasta intentos de suicidios
En la zona de las Yungas, en Jujuy, Endepa promueve a través de talleres artísticos un proyecto de vida a jóvenes de pueblos originarios marcados por la falta de oportunidades
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Fueron dos intentos. En el primero, Carolina Sánchez y su pareja chocaron la moto en la que venían contra una casa. En el segundo, encendieron la garrafa de gas natural para prender fuego su colchón y a ellos mismos. Tomás, su hijo de 3 meses, miraba la situación sin entender. Eran jóvenes y el mundo les resultaba insoportable.
“El punto de inflexión fue cuando quise quitarme la vida y mi hijo me vio. Y ahí entendí que tenía que seguir por él, que iba a ser mi motor para salir adelante”, dice esta joven que ahora tiene 22 años y muchas ganas de vivir. Lo hace desde el patio de su casa en Yuto, un pueblo de 8000 habitantes en las Yungas jujeñas. “Antes era tímida, tenía vergüenza y ahora me siento más fuerte para hablar y con la confianza para poner en palabras las cosas”, agrega.
Son siete las comunidades originarias en Yuto y Carolina pertenece a la de Tentakavi, que quiere decir “casa grande” en guaraní. Ahí, los chicos crecen rodeados de enormes dificultades, teniendo que lidiar con la discriminación y la falta de oportunidades. No hay trabajo en la zona, y las familias tienen que migrar a otras provincias para participar en las cosechas.
“Uno de los principales desafíos es lograr que los jóvenes se capaciten, que encuentren y construyan un proyecto de vida esperanzador, y todo lo que venimos trabajando para combatir las adicciones, la drogadicción y los suicidios que son muchos en la zona. Hace ocho años que la problemática es crítica, antes no se veía” -explica Silvia Torres, coordinadora de la zona del ramal jujeño por el Equipo Nacional de Pastoral Aborigen; donde también coordina con FUNDAPAZ, en el marco de trabajo del PIT (Programa Integrado Transfronterizo), que financia Church World Service (CWS) en Yuto en El Bananal.
Consumo precoz
Como muchos de sus amigos, Carolina empezó a consumir drogas desde muy chica. “Arranqué a los 14 años. Primero con marihuana y después pasamos a pasta base y Rivotril”, recuerda. Y agrega: “Yo vendía unas pastillas que tomaba mi tío que tiene una discapacidad. Cinco chicos casi se murieron por esas pastillas y ahí cambió todo. Ahora ni siquiera tomo alcohol ni fumo. Dejé todo”, recuerda Carolina.
Torres identifica un vínculo directo entre la deserción escolar, la drogadicción y el suicidio. “Se están acercando a las sustancias desde muy pequeños y el consumo en estos momentos es casi libre. El alcohol es el paso previo a la droga. Muchos jóvenes han muerto producto del alcohol y de las drogas”, señala.
La primera apuesta de Endepa y de los líderes de la comunidad es a la palabra: generar espacios de charla y contención para que los chicos puedan empezar a verbalizar cuáles son sus demonios. Carolina dejó la escuela a los 14 años, fue mamá a los 16 y a partir de sus intentos de suicidio empezó a ir a una psicóloga. Además, la mburubicha (líder de la comunidad) Alicia empezó a juntar a los adolescentes para escuchar sus problemas y aconsejarlos. “Yo me cortaba y una tía de mi marido, la mburubicha de la comunidad, venía a darnos charlas y gracias a eso pudimos salir adelante. Algunos han escuchado y otros no y hoy están en la cárcel”, dice Carolina, que actualmente vive con su marido que trabaja en la cosecha y con su hijo. Ella es parte del equipo de Endepa y está estudiando enfermería. Además, lleva adelante un merendero que da de comer a 60 chicos.
La importancia de poder hablar
“No todos los jóvenes son malos sino que hay que aprender a sobrellevar la vida. Yo tengo amigos que eran delincuentes, robaban las escuelas, hasta que un día los traje acá y salieron adelante. Solo hacia falta charlarles y tener alguien a quien contarle sus problemas”, agrega Carolina.
El objetivo es volver a conectar a estos jóvenes con la educación y ofrecerles posibilidades de capacitación en oficios. También, que puedan participar de distintos talleres artísticos que los conecten con su cultura.
Ana María Rivas, es la suegra de Carolina y la coordinadora de Educación de la comunidad Tentakavi. Junto a Alicia, se sentaba a escuchar a los jóvenes y aprovechaba para darles alguna artesanía o pulsera para hacer. “Acá venían muchos jóvenes con problemas de adicción, alcoholismo, distintos tipos de violencia y mucha discriminación. Después de que les hablamos mucho, ellos dejaron de consumir y fueron cambiando su mentalidad”, dice.
Ahora la meta era poner en marcha proyectos en los que ellos puedan trabajar y sentirse útiles. Uno es una carpintería para la que necesitan cerrar el tinglado y así poner en funcionamiento. Para el emprendimiento textil les faltan insumos como telas e hilos.
“El único futuro que pueden tener los chicos hoy en día es estudiar. Sino solo les queda ir a las quintas, el aserradero, el monte o el campo. Solo hay secundaria acá y para hacer un terciario se tienen que ir a otro lado, Ledesma, Jujuy, Córdoba o Salta. Para eso tienen que tener fondos”, señala Rivas.
Carolina hoy tiene un proyecto: poner un centro para ayudar a jóvenes y madres solteras. “Yo no quiero nada para mí, quiero ayudar a los demás. Y espero que algún día se me cumpla. Aunque sea de cartón tengo que poner algo y abrirlo”, dice convencida.
Bailar para olvidar los problemas
En El Bananal viven alrededor de 1800 personas y existen dos comunidades originarias. Acá también las familias solo pueden acceder a trabajos informales y mal pagos. “Un jornalero cobra $1200 sin aportes sociales ni jubilatorios y están condenados a ese trabajo. Hay trabajo golondrina y las familias viven separadas la mayor parte del año. Hay que cambiar la estructura del sistema capitalista y de la sociedad para que todos tengamos cabida en una sociedad más pluriétnica y más pluricultural”, agrega Torres.
A Aldana Meriel Estucasio le dicen “La negrita” y tiene 20 años. Tiene el recorrido errático de una joven de bajos recursos y hoy quiere cambiar su presente. A los 11 años se fue a vivir a Buenos Aires a la casa de su tía. Dejó la escuela y empezó a trabajar de niñera.
“Me llevaban a la chiquita a mi casa al principio y así arranqué. Después empecé a ir a otras casas. Me gustaría retomar el estudio para aprender. Hoy vendo pan, estaba haciendo masitas, lavo ropa en las casas. Cada granito que gano es para salvar el día. No me pagan mucho pero lo suficiente como para tener el pan de cada día”, dice sentada en una piedra en la vera del río de vuelta, en El Bananal, mientras se acaricia la panza de seis meses que carga a su primer hijo. A unos kilómetros, está la provincia de Salta.
Tuvo que sobrellevar el suicidio de uno de sus hermanos producto de una sobredosis de droga y hace 4 años ella también estuvo al borde de seguir su camino. “Estuve muy mal de la cabeza y me quería hacer algo malo. Empecé a tomar de muy chica, a los 10 años. Tenía muchos problemas y no tenía una familia que me escuchara. Me sentía muy sola. Hasta que un día me fui para abajo, quería seguir tomando, hasta que agarré el vicio de tomar todos los días. Fui a un psicólogo que me ayudó bastante. Y ahora estoy mejor”, dice con una sonrisa, mientras agrega: “ahora estoy construyendo mi familia”.
En El Bananal funciona la propuesta de la Movida Show que reúne a los adolescentes y jóvenes todas las tardes a bailar. En la época del verano, cuando no hay otras actividades en el lugar, se presentan en corsos y les brindan capacitación en oficios. “Los chicos pueden reunirse y se les hace una contención. También hay talleres de textilería, de carpintería y de soldadura. En algo que ponemos mucho esfuerzo es en que puedan conocer las ciudades, que puedan ver una universidad, ir a un shopping, ver una escalera mecánica, proyectarse hacia el futuro, saber que pueden salir adelante”, agrega Torres.
Aldana forma parte del espacio Danza Show y se sumó a bailar el Pim Pim, una danza tradicional, con su panza. “Nos vamos a entretener cuando tenemos muchas cosas en la cabeza. Todos tenemos problemas familiares y cuando voy allá nos despejamos un poco. Yo nunca me quedo quieta”, cuenta Aldana.
Su marido trabaja en una gomería arreglando autos y sino en las fincas. Están ahorrando de a poco para su casa. “Ojalá que tengamos alguna ayuda de alguien para poder construir una pieza y un baño. Una cocina que es lo que más hace falta. Tener un bebé me hace tener ganas de salir adelante. Yo lo que nunca tuve se lo voy a dar a él, que si quiere estudiar pueda hacerlo”, agrega.
La problemática de los embarazos adolescentes sigue siendo muy profunda en la zona. “Hay muchas violaciones que es un tema tabú en la zona que aun no está bien trabajado. Muchas de las chicas se embarazan a los 12 o 13 años y recién ahí, al ir al hospital, se ponen el chip. Hay que trabajar en los primeros 1000 días porque muchas veces eso niños no fueron deseados y ahí se desencadenan después problemas de adicciones, alcoholismo y suicidio”, explica Torres.
Para Torres hay muchos chicos que quieren algo mejor y lo más importante es que no los juzguen ni discriminen. “Y que la sociedad reconozca sus valores, sus posibilidades y sus sueños. Me da la tranquilidad de que en el mundo de la droga los especialistas dicen que de 100 se salva 1. Y saber que nosotros hemos podido sacar a más de uno, sin tener los elementos ni ser especialistas, es tocar el cielo con las manos”, concluye.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran ayudar a Carolina o a Aldana pueden comunicarse con Silvia Torres de Endepa al +54 9 3886 65-1909.