Lilian Fernández Ojeda vive en la comunidad Jasy Porá de Iguazú y lo que más le gusta es jugar al fútbol; su mayor deseo es poder tener un baño de material que no esté lleno de moscas
- 7 minutos de lectura'
MISIONES.- Es la hora del entrenamiento de fútbol en la comunidad Jasy Porá, de Iguazú, Misiones y Lilian Fernández Ojeda se sienta en el piso de la canchita para ponerse los botines. Desde que nació que le falta la mitad del brazo derecho pero eso no le impide arreglárselas para calzarse sola. “Cuando era más chica algunos chicos se burlaban de mí y yo los retaba. Les decía ´ustedes no saben nada, ¿qué van a hacer si después tienen un hijo así´?”, dice con seguridad.
Hasta allá viajó LA NACION para conocer su historia y la de muchos otros chicos que a pesar de tener algunos de sus derechos vulnerados, luchan por salir adelante. “De todos mis hijos Lilian es la más importante para mí. Ella es mi vida. Porque nació así y estuve sufriendo mucho tras de ella. A medida que crecía no la quería mandar más a la escuela porque los compañeritos se burlaban de ella y a mí me dolía mucho”, dice su mamá, Reinalda Ojeda, que es promotora de salud en su comunidad. Todos los días se ocupa de medir el peso y la talla de los niños para evitar situaciones de desnutrición o bajo peso.
Ya quedaron atrás los días de burlas y Lilian se acomoda con mucha delicadeza la colita para que los mechones de pelo no la molesten en su rol preferido: ser arquera. Se ubica confiada debajo de los cuatro palos y empieza a rebotar pelotas con todas las partes de su cuerpo. Siempre con una sonrisa.
“Es lindo tener muchos hermanos. Jugamos a andar en bicicleta y al fútbol. Mi ídolo es Carlos Tevez”, dice esta adolescente de 13 años, sentada en un tronco frente a su casa precaria hecha de madera. En total son siete hermanos criados solo por su mamá Reinalda y todos colaboran de alguna manera. El piso es de tierra, les faltan camas, no tienen agua potable y están colgados de la luz. “Yo también ayudo a limpiar la casa. Me ocupo de barrer y de lavar los platos”, agrega.
Un baño de tierra y plástico
Cuando tiene que pedir tres deseos, a Lilian se le ilumina la cara y dice rápido: “una bicicleta y botines nuevos”. Después lo piensa un poco mejor y agrega: “Y tener un baño porque el que tenemos está feo y lleno de moscas. Es peligroso por el dengue”.
Nos lleva a conocer el baño que queda a unos metros de la casa en el límite con la selva, y es un pozo en el piso con paredes de plástico negro. “Lo más difícil en mi casa es cocinar porque es a leña. Por eso ahora tenemos el fuego prendido. También tenemos que traer el agua desde muy lejos”, explica Lilian, cuando ya se acerca el mediodía.
En Jasy Porá son 54 las familias Mbya Guaraní que viven principalmente del turismo en una reserva natural de 60 hectáreas. La apuesta del cacique, Roberto Moreira, es preparar a los jóvenes para desarrollar proyectos autosustentables, que le permitan a la comunidad generar sus propios ingresos.
“La idea es que los chicos que terminan la secundaria vayan a estudiar para algún día poder ser maestro o abogado porque necesitamos que defiendan nuestra cultura y derechos”, dice. Sobre Lilian, solo tiene elogios: “Es una nena muy especial que a pesar de su discapacidad no siente la falta y sigue adelante. Le gusta mucho el fútbol y, por su fuerza de voluntad, es un ejemplo para el resto de sus compañeros”, señala.
Dentro de su programa “Valores en la cancha”, en 2018 la Fundación River Plate construyó una cancha polideportiva en esta comunidad que no tenía ningún espacio de educación física, ni siquiera en la escuela. En ella los chicos y las chicas de 6 a 14 años, de cualquier equipo de fútbol, hablan un idioma universal a través del deporte, aprenden a patear la pelota pero también de valores como la igualdad, la perseverancia y la solidaridad.
“Cuando llegamos al primer entrenamiento notamos que las chicas y los chicos nunca habían hecho una clase de educación física. El profesor arranca diciendo “vamos a entrar en calor” y no sabían de lo que hablaba, empezaron a correr por todos lados y se chocaban entre sí. Cuando les decíamos que había un horario de entrenamiento para cada grupo les costaba entender y venían todos y todas a la misma hora. Lo cuento para mostrar la enorme diferencia cultural que había y todo lo que tuvimos que aprender nosotros también”, explica Lucía de la Vega, directora ejecutiva de la Fundación River Plate, que además de esta, tiene otras siete escuelitas funcionando (una en Santiago del Estero y las otras en provincia de Buenos Aires), a las que asisten alrededor de 550 chicos y chicas.
Lilian es una de ellas. Sigue atenta las indicaciones del entrenador y corre cada pelota. “Tiene una mirada profunda y llena de luz. Lilian es en esencia alegre, luchadora y emprendedora. Trabaja en equipo, tiene la humildad de dejarse ayudar y la energía de intentarlo siempre”, agrega de la Vega.
Estudiar para ser repostera
Todas las tardes Lilian se sienta en la mesa que tienen al aire libre junto a sus hermanos para hacer la tarea del colegio. Está en 7mo grado y va caminando a la escuela. Reinalda, como loba protectora, se acerca para ver si alguno necesita ayuda. “Quiero seguir estudiando. Mi sueño es ser pastelera y preparar muchas tortas de chocolate y vainilla”, dice esta niña de pelo negro largo y sonrisa tímida que a falta de ingredientes reales, cuando era chica jugaba a hacer pasteles de tierra. “Así aprendí, solita”, agrega.
El año que viene Lilian arranca la secundaria y eso es un obstáculo porque la que tiene más cerca queda en una comunidad vecina. “Nosé como voy a poder ayudar a mis hijos. Tengo dos en la secundaria y para mí es muy difícil. Acá se consiguen todos los útiles con los maestros, no es necesario comprar. Pero para los que van a la secundaria sí. Me gustaría que todos pudieran ser profesionales y que no sufran como yo que tengo cantidad de chicos”, se lamenta su mamá.
La principal necesidad que tiene la familia es poder mejorar su casa porque duermen todos en el mismo ambiente. De nuevo, Reinalda resalta la urgencia de un baño: “Necesitamos baños para toda la comunidad, no solo para mí. En la salita también falta un baño para mí”.
Cae el sol y se escuchan los gritos divertidos en la cancha. Se termina el entrenamiento y las chicas se sacan la pechera naranja y ordenan los materiales. “Gracias a que hoy tenemos la canchita podemos mantener a los jóvenes ocupados y en esta comunidad. El efecto positivo del deporte en los chicos es que aprenden a dar y a recibir de sus compañeros. En la canchita se ve mucho eso. La emoción de los chicos es muy grande”, señala Moreira, a la vez que aclara que la idea es ampliar la oferta de deportes.
Para de La Vega, los beneficios que observan en los chicos y las chicas dependen del contexto en el que viven, pero asegura que todos adquieren pequeñas conductas asociadas a la responsabilidad y al compromiso. “En La Matanza, por ejemplo, tenemos chicos y chicas que antes por vivir en barrios distintos tenían cierta enemistad y ahora son un equipo dentro de la cancha que festeja abrazado. También nuestras escuelitas son mixtas y desde el primer día niñas y niños entrenan juntos, sin ninguna diferencia”, señala.
Además de la pensión por discapacidad por Lilian, Reinalda cobra un sueldo fijo todos los meses que apenas le alcanza. Gracias a su experiencia, sabe lo importante que es el estudio para poder conseguir un trabajo estable. Por eso pone todo su esfuerzo en el futuro de Lilian: “A mí me gustaría que alguien la ayude si ella quiere estudiar. Que se cumpla su sueño. En esta comunidad de Iguazú pienso que va a ser difícil. A mí me gustaría que salga y que cuando sea más grande pueda trabajar en algún lugar que no esté tan lejos de mí”, dice conmovida.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran cumplir los sueños de Lilian o apoyar el trabajo de Fundación River Plate pueden comunicarse por llamada o WhatsApp al 11 3629 5655 o donar directamente en https://donaronline.org/fundacion-river-plate/hambre-de-futuro