Nehuel Rivero tiene 9 años y vive en la comunidad chané de Tuyunti, en Salta; en su casa solo tiene dos camas que comparten entre ocho personas y no tiene lugar para dibujar o estudiar
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En la casa de Nehuel Rivero hay solo dos camas para las ocho personas que conforman su familia. Tiene 9 años y vive con sus papás y sus cinco hermanos en la comunidad chané de Tuyunti, en la localidad de Aguaray, en Salta. Todas las noches se apretuja como puede, cuerpo con cuerpo, para dormir con varios miembros de su familia. Su sueño es poder tener un hogar en el que todos vivan un poco más cómodos.
“Acomodamos los chicos para los pies y en la otra cama nosotros. La bebé duerme con los más chicos y los más grandecitos con su papá, por separado, digamos”, explica Cintia Cabero, su mamá.
- Nehuel, si pudieras pedir 3 deseos, ¿cuáles serían?
- Tener una bici para llegar a la escuela y una computadora.
- ¿Y el tercero? Te falta uno.
- Una habitación para mí. Quiero tener más espacio para mí y para mis hermanos.
“A mí me gustaría tener una casa buena para que mis hijos se críen ahí. Las chapas son bajitas y se siente mucho el frío en invierno y el calor en verano. También que tengan más lugar para estudiar”, refuerza Carlos Rivero, su papá.
El diálogo con Hambre de Futuro sucede en el patio de su casa, que tiene paredes de adobe, palos de madera y están cubiertas de bolsas de plástico negro para que no les entre el agua cuando llueve. El techo es de chapa y adentro solo hay espacio para unos estantes y unas sillas para apoyar cosas. ”Nehuel siempre dice, ´mamá yo quiero tener casa de dos pisos´y yo le digo que para eso él tiene que estudiar”, cuenta Cintia, entre risas.
El baño queda afuera y lo comparten con el resto de la familia de su mamá. En total son 14 personas, entre tíos y primos. “Su familia tiene muchas de las características de los chané que el espacio del “oca” que es la casa, un territorio en el que vive el abuelo, los padres y los hijos. Como que se van haciendo clanes que se van ampliando en las comunidades”, explica Juan Ramón Velázquez, un fraile franciscano que trabaja en la zona. Junto a la comunidad, pusieron en marcha un comedor comunitario y un proyecto de huertas.
Nehuel está vestido con una remera de Boca, short negro y unas ojotas estilo Crocs. Es sábado, el calor es empalagoso y falta el aire. Sin embargo, Nehuel siempre está listo para salir a jugar a la pelota con sus amigos. Se quedan descalzos, arman dos arcos con zapatillas, se dividen en dos equipos mixtos y se ponen a perseguir la pelota.
En época de pandemia, Nehuel y sus hermanos están yendo a la escuela presencial en Aguaray, dos veces por semana. Queda a 3 kilómetros y su papá lo lleva en la bicicleta de su abuelo. “Antes pasaba el transporte urbano pero con la pandemia se cortó. Hace poco se largó una lluvia fuerte y ya tuvo que faltar porque no tenía cómo llevarle y el camino que va de acá hasta Aguaray se pone feo y se llena de barro”, cuentan sus padres.
El desafío de la virtualidad
La virtualidad es un desafío enorme para su familia – y todas las de la comunidad- que en su mayoría no tienen conectividad. “Nosotros no contamos con Internet, celular o computadora. Yo intento encontrar la forma de que puedan hacer su tarea. El año pasado directamente no hicieron nada, se sentían aburridos, y decían “mamá, no hay clase”. Igual yo los despachaba y se iban con su papá a la huerta”, explica Cintia. Ella cobra $10.000 por la AUH pero cuenta que no les alcanza. “Tenemos que poner la comida para la olla y comprar la leche para mi hijita. A veces mi mamá no tiene y también la ayudo yo”, agrega.
En tiempos pre Covid, Carlos solía irse por temporadas de varios meses a la cosecha de limones y todos sus hijos quedaban al cuidado de su mujer. “Rivero trabaja en la cosecha en Salta y también en Tucumán. A veces llegaba con las manos llenas de pinchaduras de las plantas de limón. Está un tiempito por acá y si sale se pone a trabajar como albañil. Es un matrimonio que tiene mucho para brindar a sus hijos pequeños y se preocupan por su futuro”, cuenta Velázquez.
Por la pandemia, la demanda de trabajo bajó y Carlos empezó a hacer changas que le alcanzaban solo para comprar la comida. En agosto pasado, arrancó a trabajar en la huerta. “Es un tiempo muy duro porque no hay trabajo. Antes me iba a la cosecha de manzanas a Río Negro y después a la moraleja de limón. Capaz estaba seis meses fuera de mi casa. A veces volvía y mis hijos no me conocían. Los alzaba y lloraban”, recuerda conmovido.
La mayoría de las familias tienen una micro huerta familiar en donde siembran el maíz que es el cultivo básico de los pueblos originarios guaraníes. En la casa de Nehuel se ponen a hervir choclos de su huerta para cocinar humita para el almuerzo.
“Lo que más me gusta es ayudar a mi papá con la huerta. Lo acompaño algunos días nomás”, cuenta Nehuel con su sonrisa contagiosa. Es tímido, le cuesta hablar y prefiere mostrarnos cuáles son sus actividades preferidas del día. “Dibujar”, dice. Elige acostarse sobre la cama, el único lugar que tiene adentro de su casa. Saca unos lápices de colores de su cartuchera y se pone a garabatear un león en una hoja en blanco.
“Me gusta dibujar cualquier cosa. Animales, ríos”, dice con entusiasmo. Acto seguido, nos muestra unos ya terminamos de una tortuga ninja o otro de toda su familia. “Acá está Angélica, Tomás, Belén y Gustavo. También están mis papás”, agrega.
Si bien todavía es chico, Nehuel tiene muy en claro qué su futuro está en la cocina: “cuando sea grande quiero ser chef. Me gusta preparar tortas con mi mamá”, cuenta este chico que como no tiene televisión, no puede inspirarse con las recetas o platos que miles de argentinos ven todas las noches en los desafíos de Masterchef Celebrity. “Me ayuda a hacer la masita dulce”, cuenta su mamá con emoción.
Sobre los posibles futuros de estas infancias, Velázquez señala que él siempre les dice que tienen que tener alas para volar alto. “Muchos se ven identificados con nosotros, los franciscanos, otros con el Ejército porque están en la zona cuidando la frontera, con la gendarmería, con el ser maestro o con el ser chef”, detalla.
Su papá agrega más datos sobre el día a día de Nehuel: “juega a la pelota y a los pistoleros. Es tímido pero es bien respetuoso también. Ayuda a su mamá con la fritada y le pone el pan rallado a las milanesas”. Carlos hizo hasta 7mo grado de la escuela y después dejó porque tenía que trabajar. “Para mí es importante que estudien para que sean algo en la vida, no como yo que estoy trabajando en el campo, asoleándome por meses. Es muy sufrida esta vida”, agrega.
Atacar el hambre
A las 4 de la tarde, Nehuel sabe que es hora de ir al merendero comunitario que su mamá impulsó junto a otras vecinas del barrio. Después de ver chicos que andaban por la calle chupando frutas verdes, Cintia le propuso al fraile Juan la posibilidad de armar un espacio para darles algo de comer. “En un principio éramos 15 mamás y ahora quedamos cinco que somos voluntarias y no cobramos sueldo”, explica. Nehuel agarra una taza de plástico y camina dos cuadras hasta llegar. El menú es jugo, chocolatada, pan y medialunas.
Funciona de martes a viernes, por la tarde y son aproximadamente 250 los que asisten. “Decidimos abrirlo en el centro comunitario que es un espacio abierto para todo el que quiera ir. Cintia es la mamá que siempre ha estado, con lluvia, con calor, y a veces sin leña para el merendero. Son las mujeres las que se organizan para ir al monte a traer la leña y para asegurar la merienda a los chicos”, agrega Velázquez. Sólo en Aguaray asisten a dos comedores con 500 niños y a 13 merenderos en diferentes comunidades.
Lizet Cabero, su hermana mayor que tiene 14 años, también ayuda en el merendero y su apuesta es ser abogada. “Me quiero ir lejos. Se que esta carrera se puede estudiar en Tucumán. Quiero prepararme para después ayudar a la comunidad”, explica. El resto de sus hermanos se llaman Manuel (6), Igidio (5), Emiliano (3) y Angela de 7 meses. Los fines de semana, su mamá hace pan casero para que sus hijos vendan en el barrio. “Cuando tenemos hacemos dos comidas pero en general es una comida nomás. A veces es un guiso o una sopa”, reconoce su papá.
La familia se reúne alrededor de una mesa de madera que tienen debajo de un árbol. Ponen el agua a calentar. “Ahora a la noche tomamos un té y nos vamos a dormir hasta mañana”, dice Nehuel, cuando el sol ya se está empezando a esconder.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran ayudar a Nehuel a cumplir sus sueños, pueden:
- comunicarse con Fermín Delettieres quien pertenece a los hermanos franciscanos al +54 9 11 6683-8719.
- Donar en esta cuenta:
Empresa: ORDEN DE FRAILES M V SAN FRANC
CUIT: 30669128807
Banco: Santander
Cuenta: CC$ 154-009795/6
CBU: 0720154320000000979568
Alias: MISION.AGUARAY.TERE