En San Martín, en la ciudad de Paraná, Entre Ríos, la mayoría de las familias sobreviven de lo que sacan de El Volcadero; desde que empezó la pandemia, cada vez hay más niños entre la basura
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Le dicen “el shopping”. Porque cuando necesitan algo como unas zapatillas o una cartuchera para el colegio, van ahí a conseguirlo. Son 25 hectáreas en donde llegan alrededor de 300 toneladas de basura en camiones municipales y volquetes privados durante las 24 horas del día. Al basural El Volcadero todos lo conocen como “el Volca” y es el corazón del barrio San Martín, en la ciudad de Paraná, Entre Ríos. Linda con una laguna que cada vez tiene más basura y menos agua limpia, y más atrás se encuentra la costa del río Paraná.
En el barrio viven alrededor de 300 familias. El 90% de los vecinos van todos los días a revolver las bolsas buscando lo básico: comida, ropa y cualquier cosa que necesiten. También separan diferentes materiales como metal, vidrio, plástico, cartón y cobre para vender a centros de acopio.
“Pesan los materiales y los pagan en el día. El metal lo juntan por semanas o por mes, para tener más plata. Yo juntaba el metal por mes para poder comprarle un regalo de Navidad a mis hijos, para que ellos pudieran tener una pilcha nueva”, recuerda Gisela Zapata, que a los 9 años empezó a ir al Volca con su mamá.
Algunos usan guantes pero siempre está el riesgo de pincharse y contagiarse de algo. “Lo que sirve para comer, se lava y se come. Es un trabajo difícil pero que te deja muchos aprendizajes en la vida porque te enseña mucho de compañerismo y otra cosas, porque aprendés de valores”, cuenta Gisela, de 34 años y referente provincial de represión y política de Gaucho Rivero de La Poderosa. Producto de esos años de trabajo aspirando el humo de la quema de la basura, hoy tiene asma.
No existen días de descanso. Se sale con tormenta, con calor y con frío. Todos - pero especialmente los niños que pasan muchos años en ese entorno hostil- terminan expuestos a enfermedades en la piel, problemas respiratorios y a cortes de todo tipo.
“Es una infancia triste pero no había otra cosa. Yo trabajé de chica ayudando a mi mamá en el Volcadero y seguí hasta los 4 meses de embarazo de mi hijo mayor. Es un trabajo insalubre y agotador. El que no tiene, pone el pecho y trabaja acá. A veces no tenés para comprarte ropa y decís “voy para el Volca” y sacás un par de zapatillas”, dice Alicia Almada, vecina y referente de Salud del barrio San Martín de La Poderosa. Sus dos hijos terminaron el secundario gracias a lo que sacaban del basural.
Algunas personas eligen pasar ahí toda la noche para poder juntar algo. María Cristina Rodríguez no fue mucho a la escuela y no sabe leer ni escribir. Recién de grande aprendió a firmar. A los 14 años empezó a ir a la noche con su hermana a esperar a los camiones y se quedaban hasta el otro día. “Un día dije “esto no era para mí” y entré a trabajar en casa de familia con cama adentro”, recuerda.
A falta de otros trabajos más dignos, cientos de familias con niños se mueven como hormigas sobre las montañas para poder tener un futuro mejor. El deseo que se repite en su cabeza es siempre el mismo: salir de ahí.
“Para nosotros, los pobres, el Volca es nuestra familia. Nos vestíamos, nos calzábamos y teníamos un plato de comida del Volcadero. Lo digo con orgullo. No es un trabajo digno pero es honrado. Cuando se planteó cerrarlo a nosotros se nos vino el mundo abajo. Lo que necesitamos no es que lo cierren sino que mejoren las condiciones de trabajo o que les den otros trabajos”, dice Juliana Zapata, referente de Género y de espacios de cuidado de niños del barrio San Martín de La Poderosa. Como ella son muchas las mujeres que pudieron dejar atrás la basura y empezaron a luchar por mejorar el barrio.
Marisa Paira, Ministra de Desarrollo Social de Entre Ríos, reconoce este problema y señala que están fortaleciendo muchas cooperativas de cartoneros. “Lo estamos haciendo a través del programa Potenciar Trabajo, que implica un ingreso para la familia. Lo que buscamos es garantizar el cuidado y evitar el contacto de los niños con la basura”, dice.
Cuando era adolescente, Mercedes “La Chami” Borras se fue a vivir con su abuela. Tuvo que dejar la escuela para empezar a trabajar a los 14 en el basural. Lo hizo hasta los 20 y lo recuerda como algo muy duro. “Hace mucho frío y mucho calor. Tenés que hacer fuego cuando hace frío. Y los días de calor, ves una botella que tiene un poco de agua y te la empinás de la sed que tenés. Una vez me vi en medio del humo y no podía respirar. Y me dije: “Yo no quiero esto para mí, quiero salir de acá”, recuerda. Desde hace varios años es la encargada del Merendero Pancitas Felices, que alimenta a los gurises del barrio.
Frente a los posibles proyectos de cierre del basural o de relocalizar al barrio, Chami responde: “algunos dicen que nos tendríamos que ir del barrio y que nos den viviendas en otros lados. Pero a mí me sacan muerta de acá. Yo dejo de hacer lo que me gusta que es darle una tacita a los gurises, y me muero. Es toda una vida. Yo lo hago porque desde que no fui más al volcadero es una manera de ayudar a los más chicos”.
Chicos flacos pero con panza
Desde hace tres años La Poderosa pisa fuerte en el barrio. Junto con otras entidades, fue la encargada de administrar la ayuda alimentaria y sanitaria durante el 2020 para que los vecinos tuvieran para comer y minimizaran los riesgos de contagio. Gracias al trabajo de las vecinas de La Poderosa y a la colaboración de Unicef, se logró sostener y mejorar la calidad de los alimentos que daban en los comedores y merenderos y se repartieron dispensers de agua segura para las viviendas.
“Tenemos un servicio de agua con conexiones muy precarias, con mangueras que se comprar y se enganchás con el vecino. Y la presión es muy baja. Gracias a Unicef, todas las familias ahora tienen 20 litros de agua segura para tomar”, dice Gisela. El asfalto llega hasta la mitad y hay muchas calles sin urbanizar. La instalación de luz es muy precaria y peligrosa. Están acostumbrados a los cortocircuitos y a que los cables se prendan fuego.
Durante la pandemia, muchas familias nuevas se instalaron alrededor del Volca para poder sobrevivir en ranchos muy precarios. “El año pasado creció muchísimo la población porque la gente no podía pagar los alquileres y acá había terrenos al lado del volcadero municipal que es fuente de trabajo para muchas familias. Muchos se hicieron ranchitos de chapa, con lo que aiga”, explica Gisela.
Con el aislamiento y los colegios cerrados, los padres no tenían con quién dejar a sus hijos y no tenían más remedio que llevarlos con ellos al basural.
“Muchos chicos dejan la escuela porque tienen que ayudar a sus familias y durante la pandemia se vieron muchos más gurises. Ves nenes de 2 años sentados sobre el cajón, mientras la mamá trabaja”, cuenta Juliana.
El país se paralizó y las familias no tenían ingresos para el plato de comida diario. La emergencia alimentaria hizo que La Poderosa pasara de dar 200 raciones a 400 en unas semanas. La tarea se les hacía insostenible. Gracias a un aporte de Unicef, pudieron financiar el aumento de porciones. “Cuando llegaron las tarjetas alimentarias, bajó un poco la demanda y empezamos a darles verduras y frutas. Si cerrábamos el comedor, se morían de hambre”, explica Gisela.
Los principales problemas de salud que tienen en el barrio son la malnutrición, la obesidad, la diabetes y la hipertensión. Es por eso que desde La Poderosa se quejan de la calidad de alimentos que reciben desde el Ministerio de Desarrollo Social de La Nación.
“Son todos a base de harinas y no es sano. Te llena la panza pero no te nutre. Tenemos muchos chicos flaquitos y con panza. ¿Por ser pobres no podemos tener acceso a una fruta, carne o una verdura? No llega aceite que es lo que más necesitás para cocinar, tampoco azúcar ni salsa de tomate”, reclama Gisela.
En la provincia de Entre Ríos, el programa de Apoyo Alimentario desarrollado por Unicef en conjunto con La Poderosa, funciona en tres barrios y consiste en fortalecer los comedores y desarrollar talleres de lactancia, derechos de niñez, huertas comunitarias e iniciación musical. En San Martín, funciona desde el 2017 el comedor “El Rockito”, bautizado en memoria del hijo de una de las cocineras. Los martes y jueves abre sus puertas en el Centro Cultural de La Poderosa.
“Gracias a este programa se destacó la mejora en la calidad y variedad de alimentos entregados y preparados a las familias, y la posibilidad de sumar frutas, verduras y proteínas. Con el apoyo de UNICEF junto con La Poderosa se aseguro la comida dos días a la semana. La merienda sostenida de lunes a viernes asegura a las niñas y niños un complemento nutritivo diariamente”, explica Sebastian Waisgrais, Especialista de Inclusión Social y Monitoreo de Unicef Argentina.
También se apoyó al merendero Pancitas Felices que desde el 2017 garantiza la merienda. “Cuando arrancó la pandemia repartimos hasta 14 litros de leche por día. Pudimos mejorar mucho el menú y los gurises están muy contentos con el yogur”, cuenta Mercedes “La Chami” Borras, encargada del merendero.
El futuro hipotecado
Desde la calle Florentino Ameghino se desprenden cortadas de tierra que no tienen nombres. Las viviendas tampoco tienen numeración. Los carros tirados por caballos van y vienen. Hay ferias de ropa en la calle y el agua de la última lluvia sigue drenando. Con la última tormenta, muchas casas se inundaron y rebalsaron las cloacas. El barrio era una pileta de agua nauseabunda.
“Tenemos un caño de cloaca abierto y por más mínima que sea la lluvia, se inundan no solo con agua sino con material fecal. Es como que el barrio San Martín es el desagüe de todos los otros barrios”, se queja Juliana.
La gran cantidad de vulneraciones de derechos que sufren los niños hace que sus oportunidades de futuro se vean muy limitadas. Empiezan a trabajar desde muy chicos. Cargan demasiadas mochilas. “Mi sueño es que ningún pibe más vuelva a pasar hambre. Que cada familia tenga una vivienda digna, que no sea una chapa que cuando llueva te tenés que mover de acá para allá, o que cuando se te vuela el techo tengas que correr a la casa de una vecina para refugiarte. Que los pibes puedan seguir soñando”, dice Gisela emocionada hasta las lágrimas.
En la adolescencia, el fantasma de la droga se hace presente y los va consumiendo. La solución más fácil para salir del hambre y de los problemas de la casa, es el consumo.
“Con la droga no comen, no se bañan, no les importa como están vestidos. La mayoría entra por una diversión y se quedan ahí porque les resulta más fácil soportar su vida. La mayoría muere en manos de un policía, en un robo, en la cárcel o en el consumo. Tenemos muchos pibes que se han quitado la vida. Ellos no lo pueden resolver solos. Lo más fácil es el poxirán y ahí siguen”, explica Gisela con desesperación.
En el barrio la violencia doméstica es moneda corriente. Con el encierro, las situaciones se multiplicaron y las respuestas oficiales no llegaron a tiempo. En San Martin no hay una oficina especializada en esta temática o quien acompañe a las mujeres más que La Poderosa.
“Lamentablemente en Paraná tenemos un Estado y una Justicia ausente en el momento de acompañar a una mujer violentada”, explica Juliana, que vivió esta situación de cerca con una de sus hermanas y por eso levanta la voz cuando habla del desamparo que sienten las mujeres. “Sentir que un violento te están arrancando una parte tuya, es terrible. Mi mamá me decía “la voy a tener que retirar de la casa en un cajón”. Ella recibía todos los golpes, tenía el botón antipánico y cuando llegaba la policía, él ya se había ido. No puede ser que vos denuncies, te den una perimetral y que el agresor igual llegue a tu casa. Tenés que ponerle una tobillera al violento y así lo vas controlando. No tenés crédito en el teléfono y no tenés vida”, resume.
Para La Chami la única manera de que los gurises salgan adelante es con educación, con deportes y alejados de la calle. “Mi sueño para mi hija es que estudie y por lo menos termine la secundaria. Ella dice que quiere llegar hasta más arriba y estudiar criminología. Yo la voy a acompañar. Ojalá lo logre”, concluye.
CÓMO AYUDAR
Para apoyar a UNICEF para que siga brindando asistencia alimentaria, ingresá a unicef.org.ar/colabora o llamá al 0810-333-4455.
Para colaborar con La Garganta Poderosa, ingresá a https://lapoderosa.org.ar/ o escribiles a colectivolapoderosa@gmail.com