Repitió el 2020: Vive en el campo a 60 kilómetros de la escuela y tiene que subir a una montaña a caballo para buscar señal
Fabio Reuque tiene 18 años y vive en el paraje Mina de Indio junto a sus papás y su abuela; su objetivo es terminar la secundaria y para eso necesita una computadora porque la que tenía se le rompió
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“Muchos compañeros repitieron durante la pandemia”, dice convencido Fabio Reuque, un adolescente de 18 años que vive en el paraje Mina de Indio, en la zona de la meseta de Chubut. La Escuela Agrotécnica CEA de la Fundación Cruzada Patagónica a la que asiste queda en Cholila, a 60 kilómetros, y el aislamiento estricto lo dejó a él, y a muchos otros chicos que viven en las zonas rurales, desconectados de la escuela. “Fui dos meses a la escuela y dejé porque no tenía conexión. No había aprendido nada y decidí hacer el año de nuevo”, recuerda mientras ensilla un caballo.
El aislamiento y la falta de conectividad de las familias es uno de los principales desafíos para las escuelas de la zona. Mariano Peralta, director de la escuela Agrotécnica CEA Valle Cholila, señala que durante la pandemia hicieron un enorme esfuerzo pero que en muchos casos no fue suficiente.
“Al no tener forma de conectarse para los chicos fue muy difícil trabajar vía WA. Esa es la primera dificultad. En el ciclo lectivo de 2020-2021 fueron 9 los alumnos que repitieron y 6 fueron de residencias. A algunos chicos realmente les encanta el campo y ahí uno vocacionalmente redobla la apuesta y hace lo mejor para que el día de mañana tengan más oportunidades”, dice Peralta, quien siente una enorme responsabilidad por acompañar a 165 alumnos, en su mayoría del égido de Cholila y otros de distintos parajes rurales.
“Nadie me podía explicar la tarea”
El 2020 Fabio lo pasó en el campo junto sus papás y su abuela, ayudando con todas las actividades de la cría de animales y visitando a alguno de los pocos amigos que tiene cerca. En Mina de Indio solo viven 12 familias desparramadas a kilómetros de distancia. “La tarea me la mandaban en fotocopias impresas. Pero no tenía señal para hacerla ni alguien que me explicara. Entonces no la hacía. Mis papás casi no me podían ayudar, había cosas que ellos no sabían porque no terminaron la primaria”, explica Fabio, vestido con boina roja, un sweater a rayas, jogging y alpargatas.
Ariel Reuque, su papá, se crió en el campo y a los 12 años tuvo que dejar la escuela para trabajar. “Yo nací acá en unas casitas de adobe que se están cayendo abajo. De chiquito empecé a salir a andar a caballo a buscar a los animales y yo se lo fui enseñando a él. Cuando no está, se nota su ausencia enseguida”, cuenta.
Fabio, que es hijo único, se queda durante quince días en el albergue de la escuela y después vuelve un fin de semana a ver a su familia. Una traffic lo lleva desde la escuela hasta la entrada del camino a Mina de Indio y ahí lo van a buscar sus papás. Todo ese trayecto demora alrededor de cuatro horas.
“Intentamos medir el desarraigo de los chicos con las familias. A los más chiquitos es a los que más les cuesta. Tenemos una casa de mujeres y otra de varones. El aprender a convivir es algo transversal a toda la escuela. Cuando pasan por las residencias se llevan eso, y es una dinámica que les da un plus distinto al resto de los chicos”, señala Peralta.
Caminos intransitables y sin comunicación
El principal obstáculo que tienen los pobladores son los caminos que cuando llueve o nieva mucho se tornan intransitables. “Necesitamos que mejoren el camino vecinal. Hoy entraron bien pero si tuviéramos dos horas de lluvia ya es otra realidad. Hace como 10 años se había empezado a poner ripio, pero hicieron una parte y lo dejaron. La máquina pasa cada cuatro años”, se queja Ariel.
Para Irma, su mamá, lo más agradable de vivir en la meseta es la tranquilidad. “El silencio y los pajaritos es lo más lindo. El amanecer es lindo porque se escucha cada ruidito y el aire del campo”, señala.
Otra limitante muy fuerte es la incomunicación: a su casa no llega ni la señal de teléfono ni Internet. La única manera de intentar conseguirla es subir a la parte más alta del cerro. “Ensillo el caballo para no tener que caminar tanto y me voy hasta allá. Subo y ya se en dónde está la señal en distintas rocas. Hay que quedarse quieto ahí. A veces voy hasta allá y no se consigue”, señala Fabio, que ya está subido al caballo y demora cuarenta minutos en ir y volver. “Había señal. Me entraron algunos mensajes de texto. Si llego más alto capaz engancho Whatsapp con los datos”, cuenta cuando regresa.
Trabajar desde chiquito
Hace dos días que Fabio no va a la escuela porque su papá lo necesita para trabajar con los animales y justo se venía un feriado largo. Es la época de pelada de ojos y de descole de las ovejas, y hacen falta manos. “Nací y me críe acá. Desde chico tenés que aprender a hacer las cosas del campo, la rutina diaria, echar leña, darle de comer a los animales. La vida del campo es tranquila y es de mucho trabajo. La parte más dura es el frío porque hay que cuidar a los animales que se van lejos”, dice mientras agarra a las ovejas para pasarle la máquina. Mientras, explica la tarea: “Estamos haciendo el desoje en los carneros para que puedan ver bien porque están todos tapados de lana. Se hace cada seis meses, los carneros van a entrar en el servicio ahora”.
En su clase son 16 compañeros. Fabio cuenta que en la escuela está aprendiendo bastante sobre agricultura y animales, y que intenta aplicar esos conocimientos en su día a día. Las materias que más le gustan son matemáticas y química. “En la que no voy tan bien es en lengua. En las prácticas tenemos forraje y producción porcina. También tengo microbiología de la leche pero a esa todavía no le puedo agarrar la mano”, cuenta entre risas.
También hizo un curso de esquila, y participa de ese proceso cuando está en su casa. “Desde chiquito arrancó, uno se va criando y lo mandamos a buscar un palo de leña, a buscar el agua, la tarea que puede hacer cualquier chiquito en la casa”, cuenta su papá.
La familia de Fabio vive desde siempre de la cría de ovejas y chivas y eso hace que su economía sea anual. “Cuesta un montón porque aquí no tenés un sueldo a fin de mes, no esperes nada. Si uno necesita plata urgente, tiene que vender los animales. En el tiempo de la cosecha, en primavera, hay corderos y lana para vender. Ahí hay un ingreso grande que tenemos que intentar que nos dure el resto del año”, explica Ariel.
Hace varios años que la familia de Fabio está intentando mejorar su casa. La que tienen es de adobe y la están cambiando por una de material. Hace poco les pusieron unas pantallas solares que les alcanzan para cuatro focos y para el resto de las cosas usan el generador eléctrico, cuando tienen plata para la nafta. “Lo vengo haciendo yo de a poco porque es imposible pagar a un albañil. Necesitas un kilo de clavos y te tenés que ir hasta Maitén. El flete te mata. Todavía tenemos el baño afuera. Ya está armando pero falta la instalación del agua”, cuenta Ariel.
Apostar al campo
Todavía Fabio no puede pensar a futuro. Su objetivo principal es terminar la secundaria, ahí tiene puesta su energía. “Me quedan dos años. Tengo tantas cosas que no sé. Voy a estar muy orgulloso si termino la escuela”, dice Fabio, que para eso necesita una computadora porque la que tenía se le rompió.
Para Ariel es muy importante que su hijo pueda tener el estudio que él no tuvo. Que se capacite y pueda apostar al campo con mejores herramientas. “Quiero acompañarlo lo que más pueda y que no pase el sufrimiento que ha pasado uno. Después enseñarle todo lo que uno sabe. Por ahora no sabe lo que quiere hacer. En algún momento se decidirá por algo y ahí estaremos para apoyarlo”, concluye.
El objetivo de Peralta y de Cruzada Patagónica es acompañar a los adolescentes y jóvenes a seguir construyendo su proyecto de vida. “Lo fundamental es que lo que aprendan acá les de herramientas para valerse autónomamente y con otros, que los prepare para las complejidades y las incertidumbres que tiene el mundo, que no se sientan solos ante esa ansiedad que a veces los invade. En general los jóvenes de las comunidades tienen baja autoestima y por eso lo más difícil es construir la autoconfianza. Uno tiene que acompañarlos en el descubrimiento de sus talentos. Los chicos tienen muchos sueños y esperanza”, concluye.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran colaborar con Fabio y su familia pueden:
-comunicarse por WA con Rosario Armas de la Fundación Cruzada Patagónica al +54 9 115577-0930
-donar directamente en este link: https://cruzadapatagonica.org/webfcp/blog/2022/07/14/hambredefuturo/