“Quiero aprender más”: tiene 13 años, vive en los valles calchaquíes y necesita una moto para llegar a la escuela
Miguel Benicio vive en la comunidad Quilmes y cursa segundo año en una escuela que le queda a 5 kilómetros, y a la que va caminando; para su mamá, “es una esponja que todo lo absorbe” y su sueño es poder seguir estudiando
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TUCUMAN.- Quiere aprender más. Que no sea tanto esfuerzo llegar a la escuela. Quiere llegar a ser profesional. Todas esas cosas dice en voz alta Miguel Benicio, de tan solo 13 años, sentado a la sombra en su casa en la comunidad Quilmes Bajo, entre los valles calchaquíes, en Tucumán.
“Si pudiera pedir tres deseos sería tener un celular para poder hacer mejor las tareas e ir a una escuela en la que me enseñen más materias. A veces los profesores faltan y perdemos tiempo para aprender. Como voy caminando, hay días que llego tarde. Necesitaría tener una moto o un transporte público que me lleve”, dice Miguel. A su lado, su hermana Aurora (4) lo sigue en cada cosa que hace. El resto de la familia está compuesto por su hermana Valentina (16), su mamá y su papá que no vive con ellos.
Este adolescente está en 2do año de la secundaria que funciona en la comunidad. Como es una escuela plurigrado, comparte el aula con alumnos de 1er y 3er año. En total, son 30. Miguel es uno de los becados de la Fundación León, una institución que trabaja hace dos años en los valles calchaquíes con programas educativos y sociolaborales. “Miguel es un joven fuera de serie, que cuestiona un montón y eso nos gusta. Camina mucho para ir a su escuela y tiene una de las mejores notas. La beca que le damos viene a sostenerlo y a mostrarle otros mundos posibles. Como Miguel, tenemos un montón de becados hoy, que empezaron a preguntarse qué quieren hacer cuando sean grandes”, señala Federico Díaz Marino, director de Programas de la institución.
Le gusta estudiar, entender cosas nuevas, seguir investigando, contestar a todas las preguntas. Este espíritu curioso y emprendedor lo sacó de su mamá, Mariana Flores, que con mucho esfuerzo se recibió de maestra, pero todavía no consiguió un cargo en la zona. “Durante la pandemia como los docentes no llegaban, empecé a dar clases de apoyo a los chicos en la puerta de la escuela porque ahí se podían enganchar a Internet. Ya que le daba a los míos, sumaba a algunos más, especialmente con la lectura”, cuenta. También hizo cursos de costura y cocina, y se las rebusca haciendo vestidos o arreglando ropa. Su sueño es poder tener un trabajo estable y comprar una máquina de coser más avanzada para poder hacer trabajos más complejos.
“Miguel es una esponjita que todo lo absorbe, todo lo pregunta, él todo hace. Es una buena escuela a la que va, es familiar y muy contenedora, pero él siempre dice que quisiera hacer más cosas”, dice su mamá, a la vez que sí reconoce que casi todos los días tienen alguna hora libre.
“La Pachamama es vida”
Daniel Choquis es el director de la Escuela Primaria Nro 213 Cacique Martín Iquin a la que asistió Miguel. Durante toda la trayectoria escolar de los alumnos, señala, buscan revalorizar su cultura y lo que sus antepasados solían hacer en el trabajo de campo, con la cestería, la alfarería y el canto, entre otras disciplinas. “En la escuela los niños aprenden a teñir la lana y a usar telares. Se trabaja mancomunadamente con todo lo que tiene esta región del valle calchaquí, tenemos una huerta que los niños siembran y esos recursos nos sirven como insumo al comedor escolar”, cuenta Choquis.
Sobre el perfil de los alumnos, señala que provienen de familias de escasos recursos económicos, muy numerosas, con trabajos informales y que muchos no pueden acceder a medios de comunicación como una televisión, computadoras, tablets y celulares. “Los chicos viven en su mundo tan particular que les ofrece la madre naturaleza, que es la Pachamama. Son familias humildes pero que tratamos de brindarles mucho amor y cariño, buscando los medios para poder tener todos los recursos necesarios para sumar a sus aprendizajes”, agrega.
Miguel es muy consciente de sus orígenes diaguitas calchaquíes y los abraza. Para él “la Pachamama representa la tierra, la vida, el aire, lo que respiramos y el agua. Ese es el significado que tiene para mí. Las ruinas de Quilmes las conozco, la profe de historia nos enseñó muchas cosas de cómo vivían antes”, señala.
Después de desayunar, Miguel y Aurora son los encargados de ocuparse de la huerta y de darle de comer a las gallinas. Revisan los brotes de acelga, rabanito, perejil, lechuga, remolacha, zanahoria y la cebolla de verdeo. “Tenemos los tomatitos que recién han crecido, los agarró el frío y están todos chamuscados. Aquí están las frutillas, se pueden ver. Les ponemos este plástico para que no se helen. Tengo que venir a sacar el plástico del invernadero para que les de aire y no se sequen. Y también que le de la luz a las frutillas para que se pongan rojas”, señala Miguel, que se toma el tiempo para explicar cada una de sus tareas.
Junto con su mamá y su hermana construyeron el invernadero con hierro y alambre, desmontaron el terreno para hacer la huerta y también levantaron el gallinero. “Los caballos y las cabras que teníamos antes los hemos vendido porque hacían mucho daño a la huerta. Ahí mi mamá ha puestos porotos y habas. Tenemos un sapito que se mete en las frutillas a la noche, y sabe comer las hormigas”, agrega Miguel. Lo que más le gusta hacer es venir a la huerta, jugar a la pelota y a las escondidas con su hermanita.
Como está fresco, Aurora ella se pone una campera rosa y él un buzo gris y una gorra. Riegan con tachos, se fijan si las frutillas están creciendo bien, revisan el estado de los plásticos de los invernaderos y sacan los yuyos. “Reina, poné más agua acá”, le dice a Aurora que enseguida sigue sus órdenes.
Adentro, su mamá teje en el telar, actividad que también le enseñó a hacer a Miguel, que ya sabe hacer tejidos con hilo doble. “Gracias al Plan Progresar doy taller de producción textil a las mujeres para hacer chales o alfombras. También fui al ministerio a presentar notas para que me dejaran dar dos cursos de formación profesional, uno es de electricidad u otro de carpintería. Convencí a un hombre que tiene una carpintería para dar el curso juntos y nos presta las máquinas”, dice esta mujer.
Caminar con frío y calor
Son alrededor de 600 familias las que viven en esta zona árida en la que solo llueve durante los meses de enero y febrero, de tierra agrietada y arbustos. De fondo, la silueta de los cerros envuelve el paisaje. “La vida acá es difícil pero linda. Uno obtiene lo que come de la tierra, desde los animales, las verduras y las frutas. El trabajo es duro porque no hay días de descanso”, dice Mariana.
La casa de Miguel es de adobe y piedra, tiene luz eléctrica, agua y un calefón para poder bañarse. En una soga puesta entre dos arbustos, la ropa de seca al sol. Debajo de un árbol, una silla y una mesa de madera hechas por Mariana son el lugar ideal para que sus hijos se sienten a hacer la tarea. “Mis hijos saben de carpintería. También hicimos juntos los platos de madera y bandejas, lo bueno es que esos no se rompen. Los chicos me ayudan en todo, en la casa, en la huerta, con los animales. Todo lo que se necesite, ellos lo hacen igual que yo”, agrega Mariana.
Desde la Fundación León detectaron que la mayoría de los padres de los alumnos de la escuela de Quilmes no habían terminado la escuela y por eso la apuesta fue a que ellos sí pudieran completar su trayectoria educativa. “A partir del respeto, empezamos a sostener la educación porque es la herramienta principal para que las comunidades puedan movilizarse. Cuando Miguel egrese va a tener su primer logro porque su papá no había terminado la primaria. Ya ahí ganó una generación. Y si después decide hacer estudios superiores, ahí ya gana una segunda generación. Para nosotros esos son los mayores logros que un hogar puede alcanzar, ir escalando educativamente porque sin dudas con eso vienen las oportunidades laborales, los ingresos económicos y el crecimiento cultural de la familia”, agrega Federico Díaz Marino.
Como no existe transporte urbano en la zona, todos los mediodías Miguel tiene que caminar cinco kilómetros abajo del rayo del sol hasta la escuela. En invierno sale en la oscuridad temprano a la mañana y con helada. Y en tiempo de primavera y de verano se enfrenta al calor que es muy fuerte. “Si llega a llover los primeros días de diciembre, les toca ir igual. Yo me esfuerzo por que ellos vayan todos los días”, dice Mariana.
Cerca de las 11:00 Miguel se empieza a preparar para ir a la escuela a la que entra a las 12:10. Tarda alrededor de 40 minutos en llegar porque el camino es todo cuesta arriba. “En general voy caminando pero hay veces que señores me alzan y me llevan. No importa si hace mucho frío o calor, hay que ir igual”, agrega Miguel. La amplitud térmica es una característica de la zona, y el calor se empieza a sentir. Por eso, Miguel pone el delantal en la mochila, se protege con una gorra y lleva una botella de agua para refrescarse.
Volver a su tierra
Todavía Miguel no tiene del todo en claro qué quiere ser cuando sea grande. Estuvo barajando la posibilidad de ser abogado y ahora se inclina más por ingresar en la Fuerza Naval. “Me gusta nadar y quiero aprender las materias que se dan ahí”, dice convencido. Durante un tiempo su mamá trabajó en un complejo hotelero en el que lo dejaban nadar cuando no había muchos huéspedes.
“Ahora Miguel dice que se quiere ir a la Naval y a él le gustaron mucho todas las actividades. Veía el ARA San Juan, la Fragata Libertad y quedó enamorado. Veía el barco y el mar que son cosas que acá no las tienen”, cuenta su mamá.
Las becas secundarias y universitarias de la Fundación León tienen un doble componente, por un lado el económico que cubre los gatos educativos y, por el otro, está el acompañamiento de un técnico que todos los meses asiste a los alumnos en su trayectoria escolar.
“Elegimos a los que están motivados y que muestran un compromiso. No nos interesa que sean los mejores alumnos, sino que lo intenten. Una de las cosas que nos pidió la comunidad es que no invitásemos a los chicos a irse a estudiar a otro lado sino que estudien acá cerca y después trabajen en su propia comunidad”, señala Díaz Marino.
Las familias de la zona viven de la tierra, algunas trabajan en la ciudad sagrada de Quilmes y otras en la escuela. Para ellas, es casi imposible poder afrontar los costos de que sus hijos puedan irse a estudiar a alguna ciudad. Para Mariana, más allá del apoyo económico que recibe Miguel por su beca, lo más importante para él es el acompañamiento que recibe. “A él le encantó que vinieran otras personas, psicólogos, psicopedagogos con otras maneras de ver las cosas y de explicarle. El siempre busca personas en las cuáles poder afirmarse más. A veces le abren más horizontes de los que nosotros quisiéramos”, dice entre risas.
En su casa no tienen Internet y solo consiguen señal de celular de a ratos. Mariana está ahorrando para comprar una moto usada para que sus hijos puedan llegar a la escuela a tiempo y no vuelvan tan cansados. Tiene muy en claro que lo más importante es apostar por el futuro de sus hijos. “Ahora Miguel está averiguando sobre las distintas profesiones. Sería fantástico que él pudiera estudiar algo mejor y tener una educación a la que nosotros no tuvimos acceso. Yo vivo a través de ellos”, agrega Mariana.
Choquis refuerza la cosmovisión que tiene la comunidad de formar estudiantes que se animen a salir al mundo para convertirse en profesionales y después vuelvan a volcar todos sus conocimientos en la tierra que los vio nacer. “Los chicos lo que necesitan es escuchar a la gente de afuera, ver todo el campo laboral que existe. Hay que guiarlos a través de cursos y talleres para que no tengan miedo de salir de este territorio, de ir en búsqueda de un título y luego regresar aquí”, dice.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran colaborar con Miguel pueden:
-comunicarse con Diego Esper de la Fundación León por WA al +549-381 620-5847.
-donar directamente en https://donaronline.org/leon/por-el-sueno-de-miguel-por-la-educacion