“Que no haya más paros, que bajen los precios y se urbanice el barrio”: Los tres deseos de un chico de 11 años de Río Gallegos, que vive con miedo a que se le prenda fuego su casa
Santino Meza vive con su familia en el barrio Madres a la Lucha, ubicado al lado del basural municipal y con conexiones precarias a los servicios; sus papás viven de changas y él vende chatarra para conseguir algo de plata
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SANTA CRUZ.- “Si pudiera pedir tres deseos serían que las escuelas no hagan más paros, que el barrio se urbanice y que bajen los precios de las cosas”, dice Santino Meza. Tiene solo 11 años y no sueña con juguetes o pelotas de fútbol. La realidad que vive en el barrio Madres a la Lucha en Río Gallegos es tan urgente, que eso lo obliga – a la fuerza - a ser consciente de todo lo que le están quitando de su infancia.
Hace más de 15 años que en Santa Cruz no se cumple con el ciclo lectivo completo y eso se traduce en chicos que terminan la primaria sin saber leer ni escribir. Durante la primera mitad del 2023, los estudiantes tuvieron apenas 27 días de clases contra 58 de paros. “Tuvimos muchos días en los que no hubo clases y me aburría en mi casa. Lo que más me gusta aprender es matemática. Ahora estamos con las divisiones de dos cifras. No lo entiendo mucho”, dice este alumno de 5to grado, que cuando sea grande quiere ser militar. Y agrega: “Mis papás no pudieron terminar la escuela. Por eso yo quiero terminar la primaria y la secundaria”.
Como su mamá – Lorena Gutiérrez – no quiere que Santino se atrase en la escuela, lo manda al apoyo escolar que se brinda en el SUM del barrio, gestionado por la organización La Poderosa. Allí repasa contenidos de Lengua y Matemáticas, además de recibir una merienda y jugar con otros vecinos. “La seño me está haciendo copiar un cuento del libro de mi escuela. Me cuesta un poco”, cuenta Santino, que está esperando ansioso a que se abra el taller de inglés para anotarse.
Claudia Samudio es esa “seño” que recibe todos los días a niños y adolescentes del barrio en un espacio en el que no solo socializan sino que se ponen al día con lo que no aprenden en la escuela. “Hace mucha falta este espacio. Después de la pandemia los chicos estaban muy retraídos y no podían jugar. Muchas mamás los mandan porque necesitan repasar y reforzar. Aprenden con el otro, con el compañero de al lado, van perdiendo la vergüenza y abriendo su mente”, dice convencida.
Todos los lunes, miércoles y viernes, los niños se reúnen en este lugar para pasar el rato y no se quieren ir. “El próximo sueño es poder tener más talleres para los chicos como inglés o arte”, agrega Samudio.
Detrás suyo, varios chicos se reúnen alrededor de una mesa y se organizan para arrancar con el Juego de la Oca. Las vecinas se turnan para alimentar la salamandra con maderas para combatir el frío. “Fue medio triste perder este lugar”, dice Santino. Y se refiere al incendio que dejó al SUM hecho escombros y humo. Más de dos años tardaron los vecinos y La Poderosa en volver a construir este espacio vital, en donde desde el mes pasado se volvieron a dictar distintos talleres.
Vender cobre y aluminio
Lorena pone la educación como prioridad para su familia y por eso se anotó en la Escuela N19 para poder terminar la secundaria. “Lo hice para darle el ejemplo a mi hijo y por mí también”, afirma. En relación a Santino, le preocupa su calidad educativa y reconoce que todavía le cuesta mucho leer y escribir. “Él siempre quiere aprender más. Estoy viendo si lo puedo hacer entrar a la escuela privada así no tiene más paros. Pero está difícil porque hay mucha lista de espera. La escuela más barata está $40.000 y hay otros que llegan a $100.000″, se queja.
Su mamá trabaja haciendo tareas de limpieza por las tardes y su papá es albañil. “Nos cuesta tener para comer porque todo sale más caro”, dice este niño ya habituado a los embates de la inflación. Para tener unos pesos para él, Santino junta cobre, aluminio, fierros y latas en el fondo de su casa para después vender. “Salgo a buscar afuera. Mi mamá y mi papá también me traen. Lo vendo y con eso hago plata. Con lo que saco a veces me compro un helado”, agrega. Lo que más le gustaría poder comprarse es ropa, una bicicleta nueva porque la que tiene le queda chica y unos botines.
“¿Cómo te fue ayer en el trabajo? Mañana podés descansar un rato”, le pregunta Santino a su mamá. Él se preocupa por todo y por todos. “Es un chico muy respetuoso. A dónde voy me felicitan por él, porque siempre dice Buen Día y Hasta Luego. Es raro ver que hayan chicos educados así. Es un buen chico. Se que va a tener un buen futuro algún día. Le encanta hacer de todo”, cuenta su mamá.
Cada vez que puede, Santino sale a andar en bici o se pone a jugar al fútbol con unos chicos de su cuadra. “Salimos afuera de las casas y jugamos ahí porque en la canchita no nos dejan. Nos quieren cuidar y estamos medio lejos”, explica, mientras su hermano Mirko, de 4 años, juega con otros vecinos a los muñecos.
El peligro de los perros
Sus papás se instalaron hace 14 años en este barrio que está ubicado al lado del basural municipal cuando solo existían tres casas por manzana. Levantaron una casilla de chapa y ahí se acomodaron para poder sobrevivir. De a poquito, pudieron construir la casita de material en la que viven ahora. “Es lindo saber que les vamos a poder dejar una casa que es de ellos. Costó mucho pero valió la pena. Ahora estamos necesitando terminar con lo que es el piso y el baño para estar mejor”, dice Lorena emocionada.
Uno de los principales riesgos en el barrio, son los incendios que se generan por las conexiones clandestinas de luz que generan cortocircuitos. Y también, las formas precarias que tienen las familias de calefaccionarse.
“El gas no funciona y se queman muchas casas. Usan estufas o el horno a gas. Nosotros también en mi casa y me da miedo de que se prenda fuego. El agua a veces se nos corta, se nos escarcha la manguera. Cuando hace frío tenemos que comprar un montón de garrafas. El agua que sale de la canilla no se puede tomar, compramos el bidón”, dice Santino que es fanático de Boca Juniors y cada vez que puede ser viste con el buzo o el pantalón de su equipo.
Los camiones de basura llegan hasta “El Vaciadero” para tirar todo tipo de desperdicios, incluidos los desechos atmosféricos. En algunas oportunidades hasta se han quemado neumáticos, generando un humo muy tóxico para las familias.
“Al basural voy a veces a tirar la basura porque no pasa el camión por el barrio. Lo más peligroso acá son los perros, está lleno. Una vez me mordió uno negro chiquito. A veces vengo con piedras o con palos para ahuyentarlos porque son malos. Cuando llueve no se puede ni salir. Las calles se llenan de charcos y barro”, dice Santino mientras empieza a caer agua nieve.
Luchar por servicios básicos
El barrio Madres a la Lucha nació en diciembre de 2007 a raíz de la desesperación de un grupo de familias que no conseguían dónde vivir. “Había mucho desempleo, no podíamos conseguir terrenos a través del municipio y los alquileres eran carísimos. Nos asentamos aquí después de las 6 de la tarde, en tierras lindantes al vaciadero”, recuerda Julia Ríos, una de las referentes más antiguas del lugar.
Con mucho esfuerzo, las familias se fueron organizando para armar ollas populares, comedores comunitarios, la salita médica y el SUM que hoy es el centro de vida del barrio. Lorena es una de las vecinas que empezó a construir ese espacio para que las mamás que trabajan pudieran dejar a sus hijos ahí como una guardería. “Nos costó mucho levantarlo. Lo hacíamos vendiendo empanadas. Con eso comprábamos las maderas para levantar el SUM y los maridos iban a levantar los postes”, recuerda.
Para ella, la principal necesidad del barrio es la urbanización, para que así todos los vecinos puedan tener un acceso seguro a la electricidad, el agua potable y el gas. “Se queman muchas casas. A mí me tocó vivir el incendio de acá enfrente. Casi muertos se la sacó a la gente. El agua la hacemos de la red principal con las mangueras”, señala.
Después de 15 años, la actual gestión municipal asumió el compromiso de urbanizar el barrio, hizo los estudios de suelo necesarios y se espera que se avance en el diseño del éjido urbano.
“No contamos con los servicios básicos como debe ser. Seguimos enganchados de la luz y del agua. Al no contar con gas, hace que tengamos que estar con la frazada encima y por eso nuestras casas son muy húmedas. Y esperamos que ojalá el próximo invierno no tengamos que pasar por nada de eso”, agrega Ríos.
Para ella, la llegada de la agrupación La Poderosa al barrio fue fundamental para que se formalizara todo el trabajo que las mujeres venían haciendo a pulmón. “Acá había mucho desempleo y trabajo en negro. Ellos vinieron desde Buenos Aires y nos acercaron los Planes Trabajar, para que pudiéramos empezar a tener un ingreso extra por lo que ya veníamos haciendo en distintos espacios. Y así las mujeres que trabajamos en el merendero, las que preparan la merienda, las ollas populares, los proyectos de huerta o que gestionan el roperito, tenemos un ingreso”, agrega Ríos.
Con respecto a Santino, su mamá tiene un solo deseo: “me gustaría que se reciba y que logre todas las metas que yo no pude conseguir. Porque él es un chico inteligente y yo sé que él puede”, concluye entre lágrimas.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran ayudar a Santino y a su familia, pueden comunicarse con Lorena Guitiérrez, su mamá, al +54 9 2966 21-3625 o donar directamente en la siguiente cuenta:
- Banco Nacion Argentina
TITULAR: Yesica Lorena Guitiérrez
CBU: 0110433630043319218929
Quienes quieran saber más sobre el trabajo que realiza La Poderosa en el barrio, pueden comunicarse con Violeta Pavón al +54 9 2966 50-4908.