Pandemia: Violencia, hambre y falta de clases, las heridas que dejó en los niños
Hambre de Futuro viajó por todas las regiones del país para conocer las heridas más profundas que el aislamiento trajo en los niños y las niñas más vulnerables
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La pandemia que paralizó al mundo, y también a la Argentina, tuvo impactos visibles y otros invisibles. Algunos de ellos, todavía ni siquiera son evidentes. Lo que sí se sabe es que el aislamiento social obligatorio vino a profundizar las desigualdades ya existentes en dimensiones tan básicas como la alimentación, la educación y la salud física y mental, entre otras. En particular, en los hogares más pobres.
Según una encuesta del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA las consecuencias más graves fueron el aumento de la pobreza, la pérdida de clases y la explosión de la violencia familiar.
Este estudio fue realizado en exclusiva para el proyecto Hambre de Futuro, que busca mostrar cómo son las infancias de los niños y de las niñas en los lugares más vulnerables del país. Un equipo de LA NACION viajó durante este año a diferentes provincias para indagar cuáles fueron las heridas que la pandemia dejó en sus vidas. Y como ese parate, limitó – aún más – sus oportunidades de futuro.
En el interior del país, especialmente en las zonas rurales, la pandemia se vivió como una hibernación forzosa que había que atravesar con lo poco que ya se tenía. En muchas de las comunidades originarias que visitamos en Misiones, los niños perdieron todo tipo de contacto con la escuela por problemas de distancias y de conectividad. Sus padres, acostumbrados a subsistir de la venta de artesanías y orquídeas a los turistas, se quedaron sin ingresos. Tuvieron que conformarse con el maíz, la mandioca y la batata que podían sembrar en sus huertas.
En las grandes ciudades de Entre Ríos, como Concordia y Paraná, la precariedad se manifestó en la vivienda y las panzas que crujían de hambre: vimos a cientos de chicos revolviendo basurales para encontrar algo para comer y recién mudados a casillas precarias, sin acceso a luz, agua o baños.
En el Chaco salteño, los niños Wichi viven con sed y hambre. Crecen casi sin comida y con cuadros de desnutrición que, en algunos casos, los ponen en riesgo de muerte. Gabriela Aparicio vive en la comunidad La Paloma, en Hickman, Salta, con su marido y sus siete hijos. Los dos más chicos, Eribelberto y Miguela, están desnutridos. Si no tienen para comer, tiran con mate cocido y pan.
“Ser un chico pobre hoy en la Argentina es ser un chico sin oportunidades, mal alimentado y que va a reproducir las condiciones previas de vida, esto es la pobreza intergeneracional”, explica Daniel Arroyo, Ministro de Desarrollo Social de la Nación, a la hora de hacer un diagnóstico de la realidad contra la que lucha todos los días.
En el 2020 el país quedó en silencio y la economía se apagó casi por completo. Cerraron miles de negocios y el combo explosivo de que los padres no pudieran salir a hacer changas, de la pérdida de sus trabajos informales, y el aumento de los precios de los alimentos, hizo que las cifras de pobreza infantil pasaran de un 59% en 2019 a un 64% en 2020. “Aumentó muchísimo la pobreza, que ya venía aumentando. Los indicadores económicos empeoraron todos por lo que la pobreza monetaria también empeoró”, explica Ianina Tuñón, coordinadora del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la UCA.
Unicef Argentina también realizó varios relevamientos para medir las consecuencias de la pandemia en los más chicos. El último fue en octubre de 2020, y arrojó que el 41% de los hogares habían visto reducidos sus ingresos laborales (en abril la cifra ascendía al 60%). Esto llevó a que el 21% dejaran de pagar servicios como luz, gas teléfono, celular o Internet. “El 16% de los adolescentes nos comentaron haber hecho actividades laborales. La mitad de ellos, comenzaron a realizarlas en el contexto de pandemia. Esto muestra cómo los adolescentes necesitaron entrar en el mercado laboral tempranamente, y eso incide en su posibilidad de seguir los estudios”, se lamenta Luisa Brumana, representante de Unicef Argentina.
“Que mi papá esté sin trabajo es difícil porque no conseguimos para comer”, dice Michelle Ríos. Tiene 12 años y vive junto a sus papás en una casilla de madera, con techo de lija y bolsas de plástico, en el barrio Mendieta en Concordia. Todos los días tarda dos horas en llegar al colegio – la primera se la pasa caminando a través del campo- para poder cumplir su sueño: ser abogada.
Su papá estaba empleado en negro en un aserradero y durante la pandemia se quedó sin trabajo. La AUH que cobra su mamá (el único ingreso familiar), apenas alcanza para la comida. Los útiles escolares de Michelle, tienen que esperar. Arrancó la secundaria solo con una mochila, un lápiz, una goma y una carpeta.
Para Brumana las familias y los niños que viven en contextos vulnerables han sido impactados por la pandemia de manera desproporcionada. Y que como un efecto dominó, esto puso en rojo todos los indicadores sociales vinculados a la niñez. “Los niveles de pobreza infantil monetaria tienen un impacto directo en la salud, la nutrición y en la protección de los niños, niñas y adolescentes. Por eso, en estos contextos, hay que continuar haciendo políticas públicas orientadas a mitigar estas múltiples vulnerabilidades”, resume.
Arroyo reconoce que la pobreza infantil es la situación más crítica en el país y que hay que atacarla de manera integral: “Hay varias maneras de abordarla. Una es el tema alimentario, otra es el desafío de construir jardines, la tercera es aumentar los ingresos de las familias y, por último, mejorar las viviendas”.
Emergencia alimentaria
En este marco, la emergencia alimentaria fue la más urgente. Conseguir que ninguna familia – especialmente los niños – se quedara sin un plato de comida. Si se hace un zoom en los chicos que viven en el estrato social más bajo, los datos de la UCA muestran que en el 62% de sus hogares tuvieron que reducir la cantidad de comida por problemas económicos durante 2020.
“Tuvimos un contacto muy estrecho con organizaciones barriales para intentar contrarrestar esta crisis alimentaria y ellos detectaron un crecimiento en la necesidad de las familias de recurrir a los comedores que alcanzó al 10%”, cuenta Brumana.
La Tarjeta Alimentar, medidas excepcionales como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y el refuerzo de la Asignación Universal por Hijo (AUH) fueron fundamentales para evitar la tragedia. Las organizaciones sociales que repartieron bolsones de comida y redoblaron la asistencia en comedores, merenderos y copas de leche, también fueron cruciales.
“En cada casa hay como seis o siete chicos. Desde que empezó la pandemia, el más grande de los hermanos viene a retirar la leche y el pan y lo reparte entre todos. Creció mucho la cantidad de gente los últimos meses”, dice Carmen Vera, mientras carga el horno a leña para calentar la leche y hacer el pan para los chicos del barrio San Cayetano, en El Dorado, Misiones. El Jarro de Leche que ella lleva adelante depende de Cáritas y reparte comida para alrededor de 100 chicos.
Yennifer Mierez, su hija de 10 años, la ayuda en la tarea. Tiene las uñas pintadas, un pantalón de fútbol, una musculosa y ojotas. Le gustan las matemáticas, jugar al fútbol y su sueño es tener una habitación para ella sola porque duerme con su mamá.
La educación, la gran deuda
La educación es la otra gran deuda pendiente para los niños más vulnerables. Durante 2020, el 6,9% de los niños del estrato más bajo directamente no tuvo contacto con la escuela. Fue un año perdido. En este estrato, el 85% de los niños no cuentan con celular ni Internet en su casa por los que les fue imposible seguir conectados de forma virtual.
“Está claro que la pandemia, de todos los problemas que generó, el más grave es que aumentó la desigualdad educativa”, explica Arroyo, que se comprometió durante 2021 a poner en marcha 800 jardines, generar 300.000 puestos de trabajo y urbanizar 400 barrios.
Nicolás Benitez vive en un ranchito del barrio Fátima, en la ciudad de Concordia, junto a sus papás y sus seis hermanos. Tiene 8 años y cuando sea grande quiere ser policía. Durante 2020 Nicolás no fue a la escuela. Sus hermanos tampoco. “Cuando arrancó la pandemia ya cerraron todo. Ni siquiera los deberes te mandaban. Ahora arranca la escuela pero yo no los puedo mandar a los chicos. Es la 74. Tengo que ir a averiguar cómo es el tema”, dice Joana Benitez, su mamá.
En algunos casos el abandono no fue total, porque las familias hacían malabares para conseguir un celular y se las arreglaban como podían. Xiomara Morales vive con sus hermanas mellizas Sandra y Andrea de 8 años, Wendi de 6 años y sus padres en el barrio Picada 9, en El Dorado, Misiones. En su casita de material, no existe la televisión, la radio ni el agua potable.
Como en la mayoría de familias más vulnerables, en la de Xiomara nadie tiene celular. Y a la hora de seguir conectada durante la pandemia con la escuela, el desafío fue enorme. “Para hacer la tarea tenía que irme a la casa de mi abuela para que me prestara el celular y copiar los deberes. Había veces que la maestra mandaba algo que había que buscar en Internet y yo no podía. Le pedía ella que me sacara capturas así yo lo podía copiar. Después mi maestra se lo llevaba para corregir y ahí recién sabía si estaba bien o mal”, dice esta adolescentes de 11 años, rodeada de naturaleza.
Para Tuñón, es difícil imaginarse que en la mayoría de los hogares argentinos haya habido una continuidad educativa. “La educación privada que es casi un monopolio de la Ciudad de Buenos Aires y algunas zonas urbanas, tuvieron muchas más posibilidades de ofrecer educación virtual y esos hogares son los que tuvieron más capacidad de adaptarse. Todo el resto de la Argentina, que comprende prácticamente al 75% de los chicos que van a la escuela, tuvieron vínculos que son difíciles de determinar. Lo que sí sabemos es que allí se visualizaron mucho las desigualdades tecnológicas y de conectividad”.
Desde Unicef Argentina también pusieron sobre la lupa los efectos en el bienestar psicológico que trajo el encierro y el nulo contacto con otros compañeros. Según sus mediciones, un 24% de los chicos y las chicas dijo sentirse angustiado, casi el 14% está asustado y hay un 12% deprimido. “Y esto fue creciendo durante el año. No es un diagnóstico clínico pero es lo que ellos sentían”, dice Brumana.
Más gritos y golpes
Otro indicador que preocupa es el aumento de la violencia intrafamiliar durante el 2020 en todos los hogares, especialmente en los de mayores dificultades socioeconómicas. En el estrato social más bajo, el 50% de los niños vive en hogares en los que se usó la agresión física para disciplinar y un 82% en hogares en los que se los retó en voz fuerte.
“Siempre existe esa desigualdad, que en principio tiene varios factores. Algunos tienen que ver con un clima educativo y con mayor malestar psicológico de los adultos que están con los chicos y esto se profundizó en la pandemia”, dice Tuñón.
Las marcas que dejó la pandemia son muy profundas. Lentamente se vislumbra una leve reactivación económica y la apertura de los colegios trajo un respiro para las familias. Pero el panorama de recuperación de los indicadores sociales, sigue siendo desalentador.
“No soy muy optimista. Creo que la situación de pobreza se va a mantener e incluso podría empeorar. Sí creo que está más controlada la situación de la indigencia o de la pobreza extrema, porque se está haciendo un muy buen trabajo para sostener esta situación en términos de políticas públicas. Ojalá las escuelas puedan seguir abiertas. Creo que tiene que haber una militancia de la escuela abierta sobre todo en los sectores más bajos. El efecto que tiene una escuela cerrada en el capital humano son terribles. Hay estudios internacionales que dicen que los chicos por la pérdida del año escolar ya tuvieron un 20% de poda en su desarrollo humano”, resume Tuñón.
Desde Unicef Argentina también apoyaron el retorno a clases, y esperan que este año se implemente todo lo necesario para garantizar los plenos derechos de los niños, y que puedan volver a tener oportunidades de vida y de aprendizaje.
“En el marco de incertidumbre que estamos viviendo, incluso en 2021, ya sea por cuestiones de la pandemia o por el contexto económico, nuestra expectativa es que las políticas públicas sigan priorizando la niñez, ya sea en su programa o en su inversión, en particular para los más desfavorecidos”, concluye Brumana.