Mauricia Navarrete tiene 24 años y vive en la Comunidad Nuevo Asentamiento Barrio Curtiembre, en Ingeniero Juárez, Formosa; el plan en agosto es mudarse a Buenos Aires para seguir sus estudios
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Un peluche. Eso es lo que Mauricia Navarrete guarda para recordar a su hijo Matías, que murió a los 2 años de una neumonía. Todo lo demás se lo fue donando a sus sobrinos a medida que nacían. Pero ese animalito de fantasía con el que su hijo jugaba todos los días - una mezcla entre conejo y perro- es el que quedó como testigo de su promesa: recibirse de enfermera para salvar a la mayor cantidad de chicos que pueda.
Esta joven de 24 años vive en la Comunidad Nuevo Asentamiento Barrio Curtiembre, en Ingeniero Juárez, Formosa, junto a otras 80 familias Wichí, en donde abundan los perros desnutridos y las calles de tierra. Recién el año pasado terminó la escuela secundaria -Formosa tiene una tasa de sobreedad en la secundaria de 34,60%- y su sueño es poder ir a una ciudad a seguir sus estudios.
Hacen más de 30 grados y el calor se siente en todo el cuerpo. Mientras barre el piso de su casa, Mauricia vuelve a ese día de 2018 en el que su vida se detuvo para siempre: “Tenía neumonía. Le dieron un remedio pero yo no siempre tenía plata para comprarle en la farmacia. Lo llevé rápido al hospital de Juárez, estuvo dos días ahí y lo derivaron a Formosa. No podía respirar bien y murió cuando ya estábamos allá. A partir de eso decidí que quería estudiar, hacer muchas cosas y ayudar a otros chicos”, dice en voz muy bajita.
Muertes evitables
Mauricia está vestida con calzas, zapatillas y un saquito color crema. Tiene el pelo atado con una colita y una sonrisa tímida. Mira más al piso que a la cara y, de a poco, va contando lo difícil que es para ella -y el resto de las mujeres originarias de la zona- acceder a una salud de calidad. “A veces los agentes sanitarios no quieren atender a las mujeres aborígenes por su vestimenta o algo de eso. Si alguien está enfermo, a veces no se apura la ambulancia cuando la llamamos. Y hay veces que los chiquitos se mueren. Hay gente que vive en el monte, si llueve hay mucho barro en el camino, y la ambulancia no llega ahí”, confiesa.
Francisco Luna, es el presidente de la Comunidad y también padrastro de Mauricia, a la que llama cariñosamente “Marita”. Estuvo muy cerca suyo tratando de contenerla durante la tragedia de su hijo y sostiene que “es muy común que los chicos se mueran por falta de atención médica. Es la lucha que nosotros venimos peleando como pueblo originario. Cuando tratamos de llamar a una ambulancia se demora, muchas veces tenemos que trasladarnos a pie o en la moto de algún vecino. Como dijo ella, hay madres que lamentablemente no se expresan bien en castellano o que no entienden y esas son las que más sufren”, señala Luna, quien también menciona que en el hospital de Ingeniero Juárez suelen faltar los medicamentos y que recién se deriva a la gente cuando están al borde la muerte.
Las viviendas son la otra gran deuda pendiente para las familias de la Comunidad Nuevo Asentamiento Barrio Curtiembre. Muchas solo tienen un rancho de palos de madera y techos de nylon para protegerse de los calores insoportables del verano y los crudos inviernos. “Las viviendas las hicieron las familias pero tardan entre 3 y 8 años en levantarlas. Este no es un barrio, es una comunidad, sino tendría otras prestaciones y servicios”, señala Luna.
Estudiar y volver a la comunidad
Una vez que termina con el piso, Mauricia va hasta el frente de su casa en donde tiene la única canilla que la provee de agua. Carga un fuentón y lo lleva hasta la mesa debajo del árbol para limpiar los platos y lavar la ropa. Vive con su marido, Alfredo Torres, y sobreviven haciendo changas. “Yo tengo un patrón para el que hago limpieza, lavo su ropa y me da lo que puede”, señala esta mujer que antes de tener otro hijo, quiere estudiar, recibirse y después volver a su comunidad para ayudar a los chicos.
Este es el mismo camino que hizo Nicolás Fariña, presidente de la ONG Ayuda a Pueblos Originarios, que nació en Ingeniero Juárez, tiene una abuela con sangre Wichí, se fue a estudiar abogacía a Buenos Aires y volvió hace 17 años para invertir en la educación de los jóvenes originarios. “El originario que se va para estudiar una carrera, siempre vuelve. Yo soy un ejemplo de eso. La idea es que Mauricia se venga a vivir a Buenos Aires en agosto para arrancar con la carrera de enfermería. Primero vamos a darle un hospedaje primero y los voluntarios se van a pelear por atenderla. Invitamos a colaborar a todas las personas que quieran sostenerla a ella y al resto de los becados para que puedan llegar a ser profesionales”, dice Fariña, quien con su organización apadrina a 23 escuelas rurales y comunidades en Chaco, Salta, Formosa y Misiones.
El futuro de los jóvenes es lo que más desvela a Fariña y a Luna. El estudio parece algo inalcanzable para muchos de ellos y tampoco existe la posibilidad de desarrollarse en lo laboral. “Hay varios chicos que trabajan en una finca que se llama La Moraleja en la provincia de Salta, otros fueron a San Luis o Río Negro en busca de trabajo. Van por tres o cuatro meses porque acá no hay emprendimientos ni apoyos a la juventud”, se queja Luna. Alfredo está intentando terminar la secundaria y la acompaña a Mauricia en su aventura. “Es importante que estudie para que el día de mañana pueda ser alguien. Son muchos los jóvenes que quieren seguir estudiando pero el problema es que no hay plata”, dice.
El caso de Mauricia no es aislado. Son muchos los chicos de su comunidad que hacen un gran esfuerzo por salir adelante pero que no siempre tienen las oportunidades y apoyos que necesitan. “Nosotros creemos que ellos serán nuestro futuro y nuestro apoyo cuando seamos más viejos. Queremos que sean profesionales que vuelvan a trabajar en la comunidad. Apostamos por Mauricia porque nuestra esperanza es el mañana”, agrega Luna.
Brecha cultural y discriminación
La situación de las comunidades originarias en Formosa es muy vulnerable. La brecha cultural y la discriminación hace que muchas veces no puedan acceder a derechos básicos. “Hay muchas carencias. Lo más importante, antes que una donación de alimentos que dura una semana o días, es llevar una capacitación en medicina, educación, deportes o ingeniería. Lo que más pregona la ONG es el sistema de becas y eso significó que muchas mujeres puedan soñar con terminar la secundaria”, refuerza Fariña.
Cuando arrancaron a trabajar hace 17 años, lo que más pedían las madres para sus hijos eran alimentos y ropa. Hoy, eso cambió por carpetas y útiles escolares. “Mi sueño es que haya una universidad con un 50% de jóvenes originarios y que desparramen esos conocimientos entre su gente. Lo que buscamos es que ellos no pierdan su cultura ni su lengua. Nos pasa con los chicos que llevamos a Buenos Aires que dicen con orgullo de donde son y cuál es su pueblo”, agrega Fariña.
Para poder cumplir con su sueño, Mauricia necesita un celular y una computadora, así puede estar al día con las materias y los trabajos que tenga que entregar. Si pudiera pedir tres deseos, son estudiar para ser enfermera, ayudar a su familia y ayudar a los que pueda. “Me gustaría volver para ayudar a los chicos de mi comunidad”, concluye.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran sumarse para becar a Mauricia pueden escribirle a Nicolás Fariña al +54 9 11 5879-4455 o donar directamente a:
Razón Social: ASOCIACION CIVIL AYUDA A PUEBL
Número de CBU: 0720015120000003551004
Alias: PUEBLOSORIGINARIOS
Tipo de cuenta: Cuenta Corriente en Pesos.
Cuit ONG 33-71666402-9
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