Yenifer Miérez tiene 11 años y vive en una casa precaria en el barrio San Cayetano de Eldorado, Misiones; desde chiquita que va al hospital por diferentes afecciones suyas o de sus familiares
- 8 minutos de lectura'
MISIONES.- El calor es agobiante. Estamos sentados en el quincho de la casa de Yenifer Miérez en el barrio San Cayetano, de Eldorado, Misiones y el viento se levanta con fuerza. Los gotones de lluvia se clavan de punta en la tierra colorada del patio, en los árboles de mango y en el techo de chapa de su casa precaria. La puerta está rota y le falta la última madera que llega al piso. Cuando se larga el diluvio y su mamá se apura a bloquear la entrada del agua a la vivienda con el trapeador, Yeni sale disparada en short, remera y descalza a tirarse por los toboganes de barro que se arman en la calle. Se ríe a carcajadas, grita y levanta las manos para sentir más la velocidad.
Esta felicidad era impensada para ella y para su mamá, hace tan solo tres años cuando sufría bullying en la escuela porque nació con seis dedos en las manos y en los pies. “La escuela anterior no me gustaba. Me decían seis dedos o veinticuatro dedos. Eso a mí me hacía sentir triste. Y pedí cambiarme de colegio”, dice esta nena de 11 años una voz nasal que por momentos se pierde y es difícil de entender.
Yeni vive en un barrio humilde de gente que solo consigue trabajos informales, con sus papás y tres de sus cinco hermanos. Las dos más grandes se fueron a Buenos Aires a trabajar este año y ya las extraña. Es tímida y le cuesta entrar en confianza. Al principio de la charla mira mucho al piso y se raspa el resto de esmalte rosa que le queda en las uñas de las manos. Mientras su mamá —Carmen Vera— se pone a preparar unas tortas fritas en el horno de barro, Yeni la ayuda a estirar la masa. “Ahora que tengo amigos estoy mejor”, agrega para reforzar lo obvio.
Su mamá se acerca para sumar cómo vivió ella las burlas hacia su hija: “Me molestó mucho pero es cuestión de hablar con los papás para que hablen con los hijos y les digan que no hagan eso. Yo un día fui a hablar con la maestra de la escuela pública y me dijo “mira mamita, yo no puedo ver todo. Cuando yo hablo con uno acá, dos allá hacen desastre”. Entonces decidí sacarla”, recuerda con la voz entrecortada.
Un nuevo comienzo
Así fue como Yeni entró a la Escuela Divino Niño Jesús y pudo empezar un nuevo capítulo en su vida. “Ella es una niña con características muy especiales. Es muy querible, solo ver su sonrisa, te ilumina. Cuando llegó a la escuela no sabía leer, le costaba mucho escribir y era una nena muy insegura. Sabíamos que teníamos que trabajar junto con la familia su autoestima porque ahí estaba la mayor dificultad. Y verla ahora con tantas ganas de crecer y de poder proyectar su futuro, es grandioso”, dice emocionada María Silveria Nuñez, representante de la Fundación Familia de Nazareth, que tiene a su cargo esta escuela y los jarros de leche.
Es que el daño emocional que sufrió Yeni fue tan grande que también la afectó en su rendimiento. Por su edad debería estar en 7mo grado y recién está cursando 4to, en donde está aprendiendo a leer y escribir. “Si bien mejoró un montón queremos encontrar una maestra particular que trabaje a contraturno con ella. Siempre su problema estaba en lo pedagógico y en lo fonoaudiológico. Al costarle hablar, también le cuesta leer y escribir. Hoy por suerte se le entiende cuando habla y eso la ayudó a madurar”, agrega Nuñez.
Durante la pandemia, su familia hizo un gran esfuerzo para que ella pudiera seguir sus estudios de manera virtual a través de libros, fotocopias o con el celular. “Es más complicado para nosotros porque no tenemos computadora. Lo hacíamos como podíamos con un solo celular para todos mis hijos o mandaba a imprimir las copias. La fuimos luchando”, explica Carmen, quien es delegada barrial, está estudiando en la Escuela para Jóvenes Adultos para terminar la primaria y trabaja junto a otras mujeres en una huerta comunitaria que usan para consumo personal y para vender en el barrio. Además de ese trabajo, cobra una pensión por discapacidad por su hijo y otra por su marido, y también la AUH por sus dos hijos y su nieta que está a su cargo. “No me alcanza para nada porque los precios de la mercadería y de los medicamentos están por el aire. Muchas veces tengo que estar debiendo acá y acá, voy cubriendo otras partes y debo en otro lado”, dice sin bajar los brazos.
El sueño de curar a todos
La enfermedad es una nube negra que persigue a su familia y ella deja bien en claro que por eso su sueño es llegar a ser médica. Su hermano Richard (20) tiene una discapacidad mental y Walter (16) presenta un retraso madurativo. Su papá es hipertenso, tiene enfermedades cardiovasculares crónicas, problemas en los riñones y asma severa. El mayor miedo de Yeni es que a su papá le agarre un paro cardíaco y no lleguen a llevarlo al médico. “Quiero estudiar para ser doctora porque mis papás están enfermos, a veces mi hermano, a veces yo. De fiebre, de dolor de cabeza, del estómago, del pulmón y del corazón. Cuando yo era chica tenía un problema en el corazón y fui mucho al médico. Me gustaría aprender a operar”, explica esta nena que es fanática del mondongo y a la que le encantan las matemáticas.
Si pudiera pedir tres deseos serían pasar de grado, tener una bici y una computadora para poder estudiar. También sueña con tener una habitación para ella sola. “A veces duermo con mi mamá y otras con mis hermanos”, dice sonriente.
Cuando Yeni se cansa de armar pastelitos, se pone a hacer pases de fútbol con su hermano con una pelota pinchada. Su pasión más fuerte es el fútbol y cada vez que puede se escapa a la canchita del barrio a jugar con sus amigos. Es de Boca Juniors y nunca se cansa de correr atrás de la pelota. “Lo que más me gusta hacer es patinar pero no tengo patines. Y el fútbol también. Me gusta meter goles y defender”, dice mientras hace jueguito.
Su casa está llena de animales. Tienen gatos, conejos, gallinas y ocho perros. Yeni acompaña a su mamá a la huerta para arrancar unas zanahorias para darle de comer a Nel, uno de sus conejos. En el camino de vuelta, se sube a un árbol y sonríe para la cámara con la seguridad de una modelo profesional. “En la tele me encanta mirar a las princesas. Elsa es mi preferida”, cuenta.
Que ningún chico pase hambre
Carmen es un huracán de energía que no solo lucha por el bienestar de su hija sino por el de todo el barrio. Le dicen “la madraza” porque cuando alguien necesita una orientación, una palabra de consuelo o resolver un problema, acude a ella. Desde hace varios años también lleva adelante un Jarro de Leche para que ningún chico tenga que pasar hambre.
“Decidí abrirlo en mi casa porque había muchos chicos que necesitaban una ayuda. Un día nos reunimos, hicimos el quincho rústico de madera y con la ayuda de Cáritas arrancamos. Antes la tomaban acá pero ahora con la pandemia son veinte los chicos que vienen a buscar la merienda todas las tardes, de lunes a viernes, y se la llevan al resto de sus hermanos. Me da una alegría enorme verlos llegar sabiendo la necesidad que tiene cada familia. Es una motivación extra”, explica mientras fríe los pastelitos.
La Fundación Familia de Nazareth hace 6 años que acompaña a Cáritas y coordina los jarros de leche de la parroquia aportando la harina, la leche y el azúcar. Para mejorar el servicio que brindan en la casa de Yeni, están necesitando aportes para arreglar el quincho. “Hoy necesitás hablar de higiene y de un lugar limpio y por más que Carmen barra su quincho quince veces es de tierra y necesita que se le pueda construir un piso de material. Cuando se moja es todo barro. Y si bien es hermoso ver su horno de barro es muy sacrificado porque tiene que salir a conseguir leña, cortarla y hacer el fuego. Si alguien pudiera brindarle una cocina a gas sería fantástico”, señala Nuñez.
Como Carmen no pudo terminar la escuela, reconoce que muchas veces le cuesta ayudar a Yeni con la tarea. “Mi hija sueña con ser doctora o maestra de matemáticas y hay que seguir los pasos para llegar a esa meta. Yo quiero que ella consiga un trabajo firme en el que pueda ser independiente. Espero que le vaya bien”, concluye.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran cumplir los sueños de Yeni o ayudar a Carmen con el jarro de leche, pueden comunicarse con María Silvera Nuñez al +54 9 3751 47-1050 o donar en la siguiente cuenta:
Fundación Familia de Nazaret
CBU 2850003430094137484001
Cuit. 30714901091