“Mi sueño es que alguno se reciba”: Vive en el Impenetrable junto a sus hijos y un grupo de gente solidaria les arregló las bicicletas para que puedan llegar a la escuela
Manuel Caciano es Wichí y se tuvo que hacer cargo de sus 8 hijos cuando su mujer murió en el último parto; gracias al grupo “Los Hijos del Monte” recibe ayuda alimentaria y donaciones en forma sostenida
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“Muchas gracias por su ayuda y por haber venido hasta acá desde tan lejos. Queremos seguir adelante y tratar de estar mejor a pesar de las dificultades porque acá es muy difícil”, dice Manuel Caciano a LA NACION, a través de un intérprete. Es Wichí, está aprendiendo a hablar y a escribir en castellano y vive en el paraje Techat, en el Impenetrable Chaqueño.
LA NACION lo conoció en 2018, cuando cavaba pozos para sostener a sus 8 hijos que vivían con él: le pagaban con mercadería. Su mujer se había muerto desangrada esperando a la ambulancia que nunca llegó a su casa mientras daba a luz a mellizas que fueron dadas en adopción.
La situación era desesperante. Como las pocas bicicletas que tenían estaban rotas y no tenía nafta para la moto, sus hijos no estaban yendo a la escuela. Cuando le preguntamos qué se imaginaba para el futuro de sus hijos, Manuel contestó: “Solo quiero que vivan”. Las urgencias del presente no dejaban lugar para imaginar ningún mañana.
LA NACION volvió a visitar a los Caciano para ver cómo estaban después de tantos años y cómo había mejorado su vida gracias a la visibilización de su historia. Hoy tienen las bicicletas en condiciones para que sus hijos vayan a la escuela y reciben ayuda alimentaria y donaciones en forma sostenida.
Llegamos junto a Diego Fernández, director de la Escuela EEP Nro 366, del Paraje La China al que asisten Manuel de forma libre y sus hijos de manera presencial. Lo acompaña Eduardo García que es Auxiliar Docente Aborigen (ADA) de la escuela y oficia de traductor y Adriana Cragnolini, supervisora de la escuela y fundadora del grupo solidario Los Hijos del Monte que se generó a partir del programa Hambre de Futuro.
“La primera historia que visibilizamos con ustedes fue la de los hermanos Palavecino que habían quedado huérfanos. La gente me empezó a llamar de todos lados y yo no entendía nada porque no pensé que iba a tener esa repercusión. Era gente de todas las provincias de la Argentina pero también de otros países como Estados Unidos, España, Italia. Se ve que el programas se ve en todos lados. Decidí armar un grupo de Whatsapp con todos para organizar la ayuda y así surgió el grupo Hijos del Monte”, explica Cragnolini, que junto con Fabiana López son las que coordinan esta iniciativa solidaria.
Después de construirle a los Palavecino una vivienda de material con dos ambientes, cisterna de agua, baño y dejarla equipada, el grupo no quiso parar y se comprometió con otros casos: se hicieron otras viviendas, más aljibes, se construyó una salita de 5 para una escuela y muchas obras más.
“Creo que Hijos del Monte ayudó mucho a las personas a pasar las pandemia porque tenían alguien de quién ocuparse. No es solo donar dinero, sino también difundir, conseguir medicamentos, contactos. Y su cabecita estuvo atenta a ayudar a otros y no tan centrados en el difícil momento que estábamos pasando. Otro aspecto muy lindo del grupo es que le dio trabajo a gente de Miraflores como albañiles, carpinteros, los que hicieron los aljibes. Y todas las cosas se compraron en Miraflores, así que la plata quedaba en los comercios de la zona”, agrega Cragnolini.
Estudiar, lo más importante
Actualmente el grupo está ayudando a los Caciano para que mejoren su vivienda y los hijos puedan tener las bicicletas en condiciones para ir a la escuela. En la camioneta, Fernández trae un colchón para dejarles, mercadería, sábanas, toallas y ropa para toda la familia. Las mujeres se ponen a revisar las bolsas y a probarse la ropa.
“Paula me había pedido un colchón y acá lo tiene. Lo puede compartir con una de sus hermanas. Muchas personas están queriendo mandar cosas pero estamos viendo cómo traerlas de las otras provincias. Todo va a estar llegando a Miraflores y yo te lo voy a estar trayendo. Pero hay que cuidarlo. ¿Te queda algo de los jabones que te dejamos el otro día? ¿Harina? ¿Fideos? Ahí te traje un pollo para que coman hoy. Mañana te mando otro porque con este calor se va a poner feo”, le dice Fernández al padre de familia.
Paula, Armando, Susana, Magdalena y Angela asisten a la escuela que queda a 8 kilómetros en las únicas tres bicicletas que tienen y ya fueron reparadas. Si no tienen cómo ir, Fernández pasa por su casa y acerca a los chicos en su camioneta. Manuel le comenta que una de las bicicletas está rota y enseguida Fernández pone manos a la obra: “Nos llevamos la rueda y mañana te la traemos con la cámara y la cubierta nueva”, dice convencido.
El único que se comunica con nosotros es Manuel. Sus hijas se mantienen a una distancia prudencial y prefieren no interactuar. Entienden lo que decimos y hablan entre ellas en Wichí.
Sin luz ni agua de red
“¿Cuándo van a volver?”, pregunta Manuel con una ternura que emociona. Es que solo no puede. Ya no consigue trabajo en el monte, el calor es insoportable, no tienen luz, apenas tienen agua en los bidones que le carga la municipalidad y estira la Asignación Universal por Hijo como puede.
“Necesitamos harina, fideos, cebolla, lo que sea para comer. Zapatillas también. Yo calzo 36″, dice mientras muestra unas alpargatas bastante agujereadas. Sus hijos almuerzan de lunes a viernes en la escuela y cuando sobra les entregan bolsones para que se lleven. “A la noche yo les hago fideos o puré. Hay veces en que no hay nada, ni grasa. Esta es una piel de iguana, ¿la conoce? Esa la comemos. La cazo en el monte. La cocino en la olla que es más rico”, agrega Manuel.
Para él lo más importante es que sus hijos vayan a la escuela. Hace varios años que la maestra de adultos de la escuela se empezó a acercar a lo de Caciano para enseñarle de forma personalizada a Manuel y dejarle tareas. “Esta hoja me la trajo ella hoy. Estoy aprendiendo a leer. Es difícil. Antes no sabía nada y ahora alguito. Se escribir mi nombre, mi apellido, mi DNI y las letras A, E, I, O, U. Hay otras letras que todavía no sé cómo son”, dice mientras escribe las vocales en su cuaderno. Y agrega: “La única salida es estudiar y estudiar. Mi sueño es que alguno de mis hijos sea profesional y consiga un trabajo”.
Dominga Caciano es la hija mayor. Tiene 25 años y vive con su marido Carlitos y su hija en una casa que alquilan en Miraflores. Se acercó a la casa familiar para poder vender algunas de las artesanías que hace con sus propias manos. “Lo hacemos con hojas del monte que saco con machetes. Tardo 4 días en hacer cada una. Lo vendo en Miraflores para comprar harina y cocinar. Yo no voy más a la escuela. Se escribir y leer un poquito en castellano. Necesito colchón que sea usado. Tengo uno pero está viejito y es muy finito”, dice con mucha timidez.
Paula, otra de las Caciano, se acerca con una hoja escrita a mano con el pedido de cosas que necesitan: una cama, una carretilla, un colchón, un rastrillo, un hacha, calzado y mercadería.
Herramientas para la vida
Una vez que terminan de dejarles las donaciones, la camioneta de Fernández sigue hasta la escuela EEP Nro 366, Paraje La China. Allí, los alumnos están recibiendo las clases del día. Son 20 en primaria y 4 en la modalidad de adultos que asisten de forma presencial.
“Ella es Magdalena Caciano y está en 4to grado. En primaria en este momento la tenemos a ella con Armando. El trabajo con ellos es de mucho apoyo por el tema del idioma. Acá en la escuela reciben la única socialización con el castellano y por eso es muy importante el trabajo con el auxiliar. Son constantes en la escuela. Si faltan dos veces en el año es mucho”, explica Fernández. La temperatura llega casi a los 50 grados y los alumnos asistieron igual. La escuela tiene luz eléctrica, por lo que los ventiladores están prendidos.
“Después tenemos a Susana que está en el nivel de adultos. A ella la acompaña la misma maestra de Manuel. Hay épocas en las que no vienen a la escuela porque hace mucho frío. O cuando hace mucho calor, también vienen menos. Se ve una mejora en el nivel educativo de toda la familia. Nosotros tratamos de darles más herramientas para la vida”, agrega Fernández.
Eduardo García entra al aula y empieza a trabajar. Él es el nexo entre los docentes y los alumnos, y viceversa. “Cuando los chicos llegan a la escuela les cuestan algunas palabras, expresarse y ahí entro yo a mejorar la comunicación entre ellos. Es muy común que los alumnos estén atrasados en su escolaridad. Faltan mucho en los tiempos difíciles de frío o calor y se atrasan. A veces viajan lejos y cuando vuelven les cuesta retomar”, explica García, que es de la etnia Wichí.
Haciendo un resumen del trabajo de Hijos del Monte, Cragnolini se anima a decir que ya fueron cerca de 2000 las personas que fueron parte del grupo, que está en constante movimiento. Algunos se suman y otros se dan de baja por distintos motivos. Actualmente, son alrededor de 50 los miembros activos.
“Yo siento orgullo por cada uno de los chicos que acompañamos. Ahora estamos ayudando a los Caciano. Pero, ¿cuántas familias como los Caciano habrá? Yo sé que no podemos llegar a todos. La vida en el monte es muy difícil y es lindo saber que uno puede hacer una diferencia”, resume Cragnolini.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran colaborar con los Caciano, pueden comunicarse con Adriana Cragnolini al +54 9 364 459-2933.