“Mi sueño es poder salir de acá”: tiene 17 años, vive en un paraje rural y quiere mudarse a una ciudad para poder convertirse en psicóloga
Ayelén del Rosario Concha se crió en Palomino, Tucumán; este año termina la secundaria y piensa en grande: quiere viajar, conocer otros lugares, ir a la universidad y ser la primera profesional de su familia
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TUCUMAN.- “Mi sueño es poder salir de acá”, dice Ayelén del Rosario Concha. Tiene 17 años, está en 6to año (y último) de la escuela secundaria de Palomino, una zona rural en Simoca, Tucumán. Le gusta la tranquilidad de la vida en el campo pero todo lo queda lejos.
“El camino es de tierra y es complicado trasladarse. Me gustaría vivir en otro lado. Sería hermoso poder viajar y conocer otros lugares. Nunca salí de la provincia”, dice esta adolescente que junto con sus compañeros fueron los primeros en tener un viaje de egresados en su escuela. Después de organizar rifas, torneos y eventos, lograron juntar lo necesario para que unos pocos pudieran viajar a Villa Carlos Paz, en Córdoba.
Su mamá, Patricia del Valle Concha, que la conoce mejor que nadie, se imagina a Aye viviendo en una ciudad como San Miguel. “No le gusta estar acá porque ve como nosotros pasamos el día a día sin poder comprar cosas. Ella ve que en la ciudad hay otra vida. Ella me decía que si tiene que estudiar y trabajar, lo va a hacer. Acá la vida es tranquila pero a la vez feo porque estás alejado de todo, no tenés posibilidad de nada”, cuenta Patricia. Para llegar a la escuela, Ayelén recorre 5 kilómetros todos los días (antes en moto y ahora con un transporte escolar) y la ciudad más cerca que es Simoca, le queda a 30.
El año que viene su apuesta es irse a estudiar Psicología a San Miguel de Tucumán, y su familia no tiene los recursos para acompañarla. Su mamá es ama de casa, y su papá trabaja criando ovejas y vacas. “Quiero recibirme y encontrar un lugar para quedarme mientras estudio porque sé que eso va a ser lo más difícil. También que la mamá y el papá tengan un trabajo porque actualmente no lo tienen”, agrega Ayelén.
Adrián Quinteros, su papá, solo terminó la primaria. En su época, no había escuelas secundarias cerca y el único destino posible era el trabajo en el campo. “Trabajé siempre en la fruta, yéndome a Mendoza. Un tiempo también en el limón y sino con la caña, siendo trabajador golondrina”, cuenta.
Un alto grado de ausentismo
Esta es la realidad a la que se enfrentan los jóvenes que viven en las zonas rurales del país: las universidades y terciarios quedan en ciudades lejos de sus hogares. Eso implica que para seguir estudiando tienen que mudarse, sus familias no ganan lo suficiente como para cubrir esos gastos, y entonces terminan buscando un trabajo para sobrevivir, que en general, es precarizado. En la zona, las opciones son la cosecha de caña de azúcar o trabajo golondrina en la cosecha de frutas o tabaco.
“La educación rural está caracterizada por un alto grado de ausentismo y abandono por las cuestiones climáticas y por las distancias. También las situaciones económicas de las familias hacen que no tengan los recursos suficientes para mandarlos a la escuela y esto genera que muchos la dejen en busca de trabajo. Son trabajos informales para los que no necesitan un título secundario y eso hace que favorezca la deserción”, señala Florencia Arébalo, coordinadora de programas de Minkai, una organización que brinda becas secundarias y terciarias a chicos en situaciones de vulnerabilidad social de zonas rurales.
Ayelén es una de ellas. Desde 2020 que recibe una beca, que además de un aporte económica, implica un acompañamiento cuerpo a cuerpo. Actualmente son 100 loa becados en Tucumán y Catamarca, y su meta es llegar a más beneficiarios. “La educación es un derecho y los jóvenes de las zonas rurales tienen que tener la posibilidad de acceder a él. La lejanía de los centros de estudios es el principal desafío para que los chicos puedan seguir estudios terciarios. El transporte público es muy escaso, se tienen que acercar hasta las rutas que quedan a muchos kilómetros, sumado a las condiciones climáticas. Los días de lluvia la escuela se suspende”, agrega Arébalo.
Lo que más destaca de Ayelén es que busca superarse y está con la mirada atenta a las necesidades del otro. “Es la líder de la escuela, de su grupo de compañeros y siempre tiene esa luz interior que trata de ayudar a los que están cerca. Le encanta estudiar y sabe que para seguir, se va a tener que mudar. Tiene que estudiar y trabajar, pagar un alquiler y ver cómo se mantiene. Nuestro deseo es que todos los chicos becados de los estudios secundarios sigan estudios superiores. Hay chicos que pueden adaptarse al desarraigo y otros a los que les da miedo irse a vivir solos a la ciudad. Nosotros intentamos acompañar ese proceso emocional para que logren finalizarlo”, dice Arébalo.
Una escuela chica
En Palomino las casas están muy distanciadas, son cerca de 30 familias y casi no hay chicos de la edad de Ayelén. En su infancia, no tenía amigos ni vecinos cerca con los cuáles jugar. Ese espacio lo ocuparon sus perros, que siempre le hacen compañía y la siguen para todos lados.
“Hice el Jardín en la escuela de los Pérez y la primaria ya la arranqué en Palomino. Estoy terminando mi secundaria ahí, me encanta. Adoro la escuela. Lo que más me gusta es compartir con mis compañeros. Somos una escuela chica, nos conocemos todos. Y se genera otra relación con los profes. Es un lindo ambiente”, dice Ayelén, mientras el celular le explota de mensajes porque al mediodía están organizando un partido de fútbol a beneficio para el viaje de egresados y ella es la encargada de coordinar a sus 10 compañeros. “Dicen que yo los lidero a todos. Es como que tengo las ideas y empezamos a movernos”, dice Ayelén entre risas.
Durante tres años fue la presidenta del centro de estudiantes y hoy es la vicepresidenta. Tienen muchos proyectos y actualmente están trabajando junto a unos arquitectos en el armado de un merendero en la escuela. “Nos hace falta un espacio para almorzar o salir a leer algún libro. Hoy desayunamos y almorzamos en los cursos”, agrega Ayelén. Le fascinan los números, la materia que más le gusta es matemáticas, y participó de varios Olimpíadas Matemáticas.
A Minkai lo conoció a los 6 años cuando empezaron a hacer los viajes de estudios a su escuela. “Está bueno porque tenemos las tutorías con las que nos ayudan un montón, nos brindan contención, nos enseñan valores y a ser organizados. Mi plan A es irme a estudiar psicología. Averigüe mucho sobre la carrera, me gustó, vi las materias, me gustaría conocer todo sobre la mente que es fascinante. Tiene temas lindos como los sueños”, explica Ayelén.
En su casa tienen luz, durante la pandemia pusieron Internet para que ella pudiera seguir conectada con la escuela, pero les falta el agua potable que solo llega a hasta la escuela. “Lo que más sufrimos es el tema del agua. Tenemos que estar bombeando agua del pozo para los animales, trayéndola en baldes desde la escuela, o comprándola”, cuenta Ayelén.
El agua potable llega hasta el camino que queda a 500 metros de su casa, pero todavía no habilitaron las mangueras para que puedan tener agua en su casa. Antes tenían un motor que se rompió y eso hace que todo el trabajo sea manual. “El agua sale con arena, con color naranja, con olor, como podrida. Sale fea, es intomable. Todos los días hay que sacar el agua para los animales, regar el pasto por la tierra y llega un momento que se me lastiman las manos. Es muy sacrificado”, cuenta su papá.
Emprendedora nata
Cerca del mediodía, sus padres arrancan a cocinar para el mediodía. Su papá prende un horno con leña y su mamá a hacer la masa para las pizzas. Ella es la encargada de ponerles la salsa de tomate y de cortar el queso.
Cuando no está en la escuela, a Ayelén le gusta salir a caminar o a correr para despejarse, escuchar música o ver películas. “Siempre estoy con los auriculares. Me tranquiliza. Cuando camino se me ocurren cosas y me ayuda a pensar. También me junto con mis amigos, vamos a la cancha. No juego a la pelota pero sí acompaño a mis amigos a los campeonatos”, cuenta.
Ayelén es una emprendedora nata. Durante la pandemia empezó a comprar algunas golosinas para vender a los vecinos que están más cerca. El año pasado, con la vuelta a la presencialidad, llevó su negocio a los recreos. “Hoy ya tenemos un kiosquito en casa que es el principal ingreso familiar y nos ayuda bastante. Fuimos sumando más productos y bebidas. También hacemos recargas de celular. Está bastante difícil la situación”, dice la adolescente que cobra la beca Progresar y tiene una computadora de Conectar Igualdad.
Como en el caso de Ayelén, en general los becados son los primeros en terminar la secundaria en sus familias. “Los padres muchas veces sienten que no pueden ayudarlos porque no tienen las herramientas académicas y nosotros los potenciamos porque son un pilar fundamental para ellos. Apostamos a que ellos tomen conciencia de que el estudio es una herramienta que los desarrolla personal y profesionalmente, que es una llave que abre puertas, y ellos son conscientes. Muchas familias nos dicen que ellos no tuvieron la oportunidad y que por eso hacen todo lo que puedan para que sus hijos sí puedan”, cuenta Arébalo.
Sus papás tienen muy en claro que para poder un futuro mejor, la única salida es que Ayelén estudie. “Hay que luchar por eso”, afirma su mamá. Su papá refuerza esta idea: “A mí me gustaría que ella estudie, que se reciba y tenga un trabajo con el que se pueda mantener. Que tenga una vida distinta a la que tenemos nosotros acá porque acá no hay mucho futuro. Y se lo merece porque es muy buena y le gusta estudiar. Es muy compañera con todos, tiene muchos amigos”.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran colaborar pueden:
-comunicarse con Daniela Peña al +54 9 11 6350-5405.
-donar directamente en este link: https://donaronline.org/minkai/asociate-a-minkai