“Me recibí”: Las residencias que permiten a jóvenes de zonas rurales poder cumplir el sueño de tener un título universitario
La Fundación SI tiene 21 casas que alojan a chicos de bajos recursos en distintas provincias del país; les brindan alojamiento, acompañamiento académico y contención emocional
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Paola Sánchez nació en Fortín Dragones, un pueblito de Salta con solo 2000 habitantes. Es la más grande de cinco hermanos, que todavía viven con su mamá en una casita con piso de tierra, que no tiene puertas, ventanas, agua potable ni agua caliente. Para poder cumplir su sueño de convertirse en maestra, se mudó a principio de este año a la Residencia que la Fundación Sí tiene en Villa Mercedes, en San Luis.
“Me siento un poco mal porque yo acá tengo todo y mi familia está pasando necesidades allá”, dice esta joven de 24 años que valora todos los días el poder darse una ducha de agua caliente, tener Internet o todas las comodidades para poder concentrarse en sus estudios. “Me gusta enseñar y además considero que en el lugar en el que vivo hace falta”, agrega entusiasmada con la idea de volver.
La apuesta de las residencias de la Fundación Sí es grande: equiparar las oportunidades para que la mayor cantidad de chicos de zonas rurales del país, puedan seguir estudiando. “La idea no fue nuestra. Un día se nos acercó un chico, Néstor, a plantearnos que quería seguir estudiando y no podía. Él era de Santiago del Estero, de Punta de Pozo, un paraje de 700 habitantes y sin luz eléctrica. A los dos días nos llama una empresa para decirnos que nos donaban una casa en donde quisiéramos. Y decidimos hacerla en Santiago del Estero para hacer la primera residencia”, recuerda Manuel Lozano, presidente de la Fundación Sí.
Hoy ya son 21 las residencias ubicadas en distintas provincias del país – en general en ciudades capitales- que reciben a chicos que quieran seguir estudios terciarios o universitarios. La de Villa Mercedes es una de las más nuevas y abrió este año junto con la de Jujuy, Misiones y Santa Fé. Es una casa antigua de techos altos, que tiene varios espacios grandes comunes para que los jóvenes puedan estudiar o comer, habitaciones con camas cuchetas que comparten y un patio al que los chicos salen a practicar sus orales.
“Esto más que una oportunidad parece un sueño”, dice Bruno Araya conmovido. Se crió en Nueva Galia, San Luis, a 170 kilómetros de Villa Mercedes. Su papá es camionero y su mamá es ama de casa. “Yo no pensé que iba a poder estudiar. Con lo poco que ganaban mis papás, trataban de comprarnos los útiles y siempre nos dijeron que lo mejor es tener estudios”, cuenta.
Cuando terminara la secundaria, su idea era entrar a trabajar en una panadería para colaborar con el ingreso familiar. Pero un día escuchó sobre esta residencia y se materializó ese deseo de seguir el legado de su abuela: enfermería. Hoy Bruno está cursando el primer año de Licenciatura en Enfermería y es el cocinero de la residencia. “Mi sueño siempre fue tener lo mío y saber que me esforcé por ello”, dice con ganas de salir adelante.
El bache educativo
“En un principio pensamos que los problemas a abordar eran la distancia y lo económico. Entonces nuestra ecuación fue que la casa estuviera cerca de la universidad y que fuera gratuita. Y después nos encontramos con algunos chicos que lloraban frente a los libros porque no entendían absolutamente nada. Entonces nos dimos cuenta de que el salto a la universidad para muchos de estos chicos, termina no siendo posible”, cuenta Lozano. Fue ahí que le sumaron acompañamiento académico y emocional, clases de apoyo y tutores personalizados para cada uno de los alumnos.
Lo que más se lamentan desde la organización, es que muchos jóvenes queden afuera durante el proceso de selección, simplemente porque no tienen los conocimientos mínimos. “El salto entre el secundario y la universidad es cada vez más abismal. Yo he visto chicos en el último año del secundario viendo los colores primarios. Por más ganas que le pongan, hay herramientas que tendrían que haber adquirido antes, que no tienen. Hay muchos que con nuestro acompañamiento, logran dar el salto, y otros no”, agrega Lozano.
La pandemia profundizó esta desigualdad educativa, sobretodo para estos chicos que vienen de zonas rurales en donde la falta de conectividad los dejó casi al margen de la escuela. “La primera convocatoria la abrimos en 2013 y cada año nos preocupa más el nivel con el que llegan los jóvenes porque no tienen los conocimientos mínimos para acceder a la universidad. Nos hemos encontrado, literalmente, con chicos que terminan el secundario sin saber la tabla del 2. Por más acompañamiento y profes de apoyo que tengan, tendrían que hacer la primaria y la secundaria de vuelta para poder intentarlo”, dice Lozano.
La mamá de Cristian Molina falleció cuando tenía 11 años y su papá los dejó cuando él era chico. Su hermana mayor se tuvo que hacer cargo de él y su otra hermana. “Ella está muy contenta con que yo esté estudiando y eso me pone contento a mí. Son cinco años de carrera y estoy motivado”, agrega.
En la mayoría de los casos, estos chicos son los primeros de su familia en encarar una carrera o que terminan la secundaria y por eso es importante tener el acompañamiento de un tutor para orientarlos en la vida universitaria. Muchos nunca habían visitado una ciudad.
Después de que se visitan las escuelas para brindar la información sobre las residencias, se abren las inscripciones hasta septiembre. Hasta el momento hay 1300 inscriptos que después pasan por un proceso de selección y entrevistas. “Cuando vamos a la escuela, la mayoría te dice que quiere ser policía, maestro o enfermero porque son los profesionales que tienen cerca. Para uno poder elegir, tiene que poder conocer. Por eso vamos unos meses antes de la inscripción y les damos todo el listado de las carreras que pueden elegir, la duración y la salida laboral. Y así puedan elegir con conocimiento del real abanico de la oferta educativa”, agrega Lozano.
El objetivo es ampliar horizontes. Que los chicos pasen del “no puedo” al “yo sí puedo tener un título”. Para todos, esta es una oportunidad no solo para ellos sino también para que toda la familia pegue un salto. “Le quiero meter ganas solo para poder ayudar a mi mamá y poder seguir”, “esto más que una oportunidad es un sueño”, comparten otros de los jóvenes en Villa Mercedes.
Superar el desarraigo
Tener que dejar a su familia, a su lugar y todo lo que conocen es un desarraigo muy duro para estos chicos. Genera miedo. Incertidumbre. Pero el hecho de que todos estén en la misma situación, de alguna manera los une en la adversidad. “Como pasan a vivir juntos y todos tienen miedo de ir a la universidad, ahí se genera un grupo de pertenencia y una segunda familia que colabora a que el desarraigo no sea tan terrible. Y a que no sea una causa importante de abandono”, refuerza Lozano.
Yuliana Cuello es otra de las integrantes de la residencia de Villa Mercedes. Es de Tala Cañada, Córdoba, un paraje de cerca de 400 personas. Su papá hace changas en el campo o es ayudante de albañilería y su mamá trabaja haciendo tareas de limpieza en la escuela primaria. “Lo que más me apasiona es el deporte y empecé a pensar en carreras que tuvieran que ver con eso. Y encontré kinesiología y vi que también se puede ayudar a un montón de gente a través del área de la rehabilitación. Todavía me estoy acostumbrando a la dinámica de la casa”, dice entre risas.
Si bien hay voluntarios que acompañan a cada uno de los chicos y que los visitan todos los días, son los jóvenes los que se ocupan de todas las tareas de la casa y de organizar sus tiempos. “El principal requisito es que tengan un sueño y querer cumplirlo. No se evalúa el promedio, no tiene que ser un chico 10 y que no tengan otra posibilidad de alcanzarlo si no fuera por esto”, explica Ivana Sosa, referente del equipo de voluntarios de la residencia de Villa Mercedes.
Otra de las patas fuerzas es trabajar en la autoestima de los alumnos y sus habilidades sociales. En general arrancan siendo muy introvertidos y de a poco se van soltando a desplegar todo su potencial. “Muchos chicos cuando termina el proceso de selección te agradecen el tener que haber pensado en sus fortalezas, en sus debilidades y en su futuro. Hay chicos que arrancan muy tímidos y a los seis meses ves que empiezan a opinar y después hasta a defender su idea. Ese empoderamiento es maravilloso. Independientemente del avance académico. Y que desde nuestra perspectiva, es igual de importante. Porque los chicos adquieren otras herramientas que antes no tenían”, dice Lozano.
El sueño es extender esta iniciativa a todo el país. Y en eso están trabajando. Faltan abrir residencias en Formosa, San Juan, Entre Ríos, La Pampa y algunas provincias de la Patagonia. “Nos encantaría que todos los chicos que se anoten, tuvieran todas las herramientas que el secundario les tendría que haber dado. Esa es la parte más terrible. El pibe que se anotó, que tiene un montón de ganas pero que realmente la escuela no les dio las herramientas”, concluye Lozano esperanzado.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran aportar al proyecto de residencias universitarias pueden:
- Donar directamente a la Fundación SI a través de este link