Iara La Paz vive en una isla en Campana, sobre el canal Alem, con su pareja y su hija Evelin de un año y medio; lo que más necesita es una beca para ir a la universidad y mejorar su casa
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Tiene grabado en su cuerpo el momento en el que la Policía llegó para llevársela. Tenía 6 años y se agarraba cómo podía de su mamá para que no la arrancaran de la persona que más quería. Ella veía cómo su padrastro le pegaba —de tantos golpes su mamá quedó sorda de un oído— y las autoridades decidieron que lo mejor para ella era sacarla de ese entorno y darla en adopción.
“Un día este tipo se enteró de que mi vieja estaba embarazada de una nena y como él quería un varón le pegó a mi hermanito que era bebé. Cuando mi mamá lo llevó al hospital, le dijeron que no le iban a hacer una denuncia a ella porque también estaba golpeada pero que le iban a sacar a los pibes, a mí y a mis tres hermanos, porque había violencia en la casa”, dice Iara La Paz, hoy con 18 años, mientras carga a upa a Evelin, su hija de un año y medio. Esos nueve años agónicos de distancia forzada —cuando ella tenía 13 lograron reencontrarse— son los que hoy la llevan a levantarse todos los días para terminar la secundaria y poder seguir la carrera de abogacía: “quiero defender los derechos de los chicos a quedarse con su mamá”, dice convencida.
Con respecto a su futuro, Iara no duda: “La abogada que tenía mi vieja hizo que nos separaran de ella y nunca buscaron a otros familiares. Mi abuela estaba bien y podía llevarme. Yo quiero buscar a esos familiares que sí quieren tener a sus hijos”, explica. Su principal dificultad para poder seguir estudiando es el transporte: en la zona no hay lancha colectiva (una solar que había dejó de funcionar) y solo hay única traffic que llega hasta Campana pero con un horario muy reducido. “Mi única opción sería irme a vivir a otro lado como Campana o Zárate de lunes a viernes y estar solo los fines de semana con mi hija”, dice con tristeza.
La vida de Iara no fue fácil. Vivió con una familia adoptiva hasta que recién hace tres años consiguió lo que tanto quería: se mudó con su mamá a una isla en Campana, sobre el canal Alem, al lado del Recreo Blondeau. Se encariñó tanto con Omar Carra, la pareja de la mamá, que le dice “papá” y tiene un hermano menor llamado Adrián. “Evelin es mi nieta postiza. Y Iara es como una hija más. Yo ya crié a dos hijos así que una más, es un regalo. Somos una gran familia”, dice Omar emocionado.
Al tiempo conoció a Brian Rocha, su pareja y juntos tuvieron a Evelin. “Fue una sorpresa porque ninguno de los dos quería tener hijos ahora. Yo primero quería terminar la secundaria. Cuando empecé a hablarme con mi marido empezamos a averiguar por el chip y ahí nos enteramos de que ya estaba embarazada”, dice Iara, vestida de short y musculosa para aguantar el calor. Evelin —que tiene unos ojos verde claros heredados de la familia paterna— la sigue para todos lados y anda en pañal. Están en la casa de Zulma Rey, la abuela de su marido, en donde pasan la mayor parte del tiempo porque su casa todavía es muy precaria y no tienen lugar. Iara llena un tacho verde cortado a la mitad de agua para hacerle una pileta y Evelin se pone a chapotear.
Zulma siempre vivió en isla en Entre Ríos y en Buenos Aires porque siempre se mudaban en función del trabajo de su papá que era la madera. Terminó la primaria con 15 años y no pudo hacer la secundaria porque en esa época no había establecimientos en las islas. “Acá el tema es la salud. El enfermero viene de 9.00 a 14.30 de la tarde pero la médica viene una vez por semana. Estaría bueno tener un cardiólogo y otras especialidades. Al lado está la Policía que nos saca si hay una emergencia”, señala.
Sobre Evelin solo tiene palabras de amor y sostiene que es el tesoro de la familia. Le hace acordar mucho a Brian cuando era chico, incluso en los gestos. “Para mí era lindo criarse en la isla. Eramos siete hermanos, y como yo era la mayor, me tocó cuidar a los más chicos. A los 16 años me casé y empecé a cuidar a mis hijos. Sigue siendo lindo para mis nietos criarse en la isla, se meten en el río, usan la piragua o andan en bicicleta”, enumera Zulma mientras le hace monigotadas a su bisnieta.
Llegar a la escuela en lancha
Cuando se mudó, Iara siguió la secundaria en la Escuela N18 de Campana a la que va en una lancha colectiva que sale a las 8.00 del puerto y la junta por el muelle de su casa una hora después. El embarazo, la maternidad y la pandemia fueron obstáculos enormes en su trayectoria escolar, pero logró superarlos. “Lo que más me gusta hacer es pasar tiempo con mi hija. Es medio complicado ser mamá e ir a la escuela. Pero trato de hacer lo mejor posible para hacer las dos cosas. A la tarde cuando vuelvo de la escuela, tengo tiempo para estar con mi hija”, cuenta Iara.
Iara arranca el día temprano, a las 5 de la mañana, para desayunar con su pareja que se va a trabajar como empleado rural, ocuparse de su hija, cambiarla, darle de comer, dejársela a su mamá o a Zulma para que la cuiden y estar lista a las 9 en el muelle. En el viaje, se sienta con unos compañeros a charlar o a escuchar música. Es el único lugar en el que puede sociabilizar y tener amigos. En donde vive es un lugar bastante aislado y hay pocas familias viviendo cerca. “Es mucho mejor la vida en la isla que en la ciudad. Acá se ven muchos ciervos, carpinchos y nutrias. Mi marido hace trabajo rural, con los animales y con los tractores”, agrega.
La marea y el clima son los que determinan el horario de entrada a la escuela. Cuando está muy baja, el recorrido se hace más lento para que la lancha no se rompa. Hoy Iara llega a las 10:15 y se dispone a izar la bandera. “Cuando hay poco agua tarda mucho más. A veces llega a las 10 o más tarde a buscarme y estamos dos horas nomás en la escuela. Cuando llueve un montón y hay truenos y relámpagos no hay clases. Si está muy baja el agua, también la suspenden porque no puede pasar la lancha”, relata sobre las trabas que tienen los chicos en contextos de islas de llegar a la escuela. Y agrega: “Quiero terminar la escuela para poder seguir estudiando y tener un mejor trabajo. Lo que más me gusta es Matemáticas”.
Ser mamá y estudiar
No es la primera vez que en la escuela tienen que acompañar a madres adolescentes. Viviana del Monte, la directora, cuenta que Iara les contó que estaba embarazada cuando estaba en 4to año y ahí tuvieron que empezar a ver qué necesitaba para no dejar la escuela. “Cuando más se le complicó fue en la pandemia porque ella no tenía celular y se tenía que hacer los controles médicos. Siempre que veníamos con la lancha para hacer la entrega de mercadería le entregábamos materiales impresos. Este año cuando volvimos fue cuando ella pudo empezar a acomodarse de nuevo con la escuela. Tiene muchas capacidades y compromiso”, dice convencida.
Iara reconoce que durante la pandemia no pudo dedicarle tiempo a la escuela porque estaba todo el día ocupándose de su hija que solo tenía dos meses. Además, no tenía a nadie en su casa que la pudiera asistir con los estudios. “Este año desde la escuela me están ayudando con las tareas y los trabajos. Mi mamá no sabe leer ni escribir así que no me podría ayudar con la tarea”, afirma.
Después del desayuno, Iara y sus compañeros de 6to años participan del Programa Lazos de la Asociación Conciencia y Axion, que busca acercarlos el mundo laboral y profesional. Allí aprenden a armar un CV, a tener una entrevista laboral y a identificar sus habilidades. “Los chicos de islas tienen grandes capacidades pero pocas oportunidades. No tienen las mismas horas que los que van a escuelas de continente. No acceden a los mismos contenidos. El problema es el aislamiento, el transporte y los horarios de las lanchas. Necesitan lo básico como tener un celular e Internet. Recién nos comentaban que no tenían inglés porque no tienen profe. No tienen conocimiento sobre cómo mandar un mail, no saben manejar el Word o no pueden imprimir un CV”, señala Paola Kasianoff, responsable del Programa Lazos de la Asociación Conciencia en Campana.
Sufrir el aislamiento
El principal problema que tiene Iara y las personas que viven en las islas de Campana es el transporte. Ella y su familia no tienen ningún tipo de movilidad, más que una piragua que les sirve para cruzar el río. La lancha escolar lleva exclusivamente a chicos a la escuela, no funciona como un transporte de pasajeros. Hay una lancha solar que tiene poca frecuencia y que acaba de cerrar (los vecinos están reclamando ante la municipalidad para poder sostener este servicio esencial) y después una traffic que hace un recorrido por día hasta Campana y que sale $300.
“Falta Internet, buen transporte y mejorar la salud. Acá lo que cuesta mucho es salir. Estamos bien pero lo que nos falta es que no podés tomar un colectivo. Cuando llueve no se puede salir, se pone horrible. Es complicado. Mientras que está todo bien, no tenés ningún problema pero si tenés que hacer trámites o tenés turnos médicos es un problema. Yo perdí varios turnos porque había llovido”, dice Zulma.
Iara tiene dos grandes sostenes: su familia materna que vive cruzando el río y la familia de su marido. Entre todos, los ayudan a criar a Evelin y comparten gran parte del tiempo.
La discapacidad es una constante en su vida: su mamá tiene un retraso madurativo de nacimiento y su pareja también. “Brian tomaba una pastilla para estar más despierto y poder terminar la escuela. Se la recetó un médico. Perdieron la receta y no le pudimos volver a comprar la pastilla para que pueda contar. Yo varias veces lo quise ayudar a contar la plata y no le sale, es como que se olvida. Es el mismo retraso que tiene mi vieja pero ella con la plata no tiene problema, sabe contarla bien”, cuenta Iara.
Vivir sin baño ni cocina
El próximo desafío para Iara es mejorar su casa, que consiste en una casilla de madera y techo de chapas que recién están acondicionando para vivir. No tiene cocina ni baño, por lo que usan las instalaciones de Zulma. “Dormimos todos en la misma cama. Lo que queremos es agrandarla para que mi nena tenga su pieza y nosotros la nuestra. Quiero tener una cocina y comedor aparte. Zulma nos regaló la mesa con las sillas y el sillón para tener algo. En verano hace mucho calor, no se puede ni estar acá”, explica Iara, que no cobra la AUH porque su marido está en blanco. Lo más urgente es conseguir chapas, maderas y ventanas.
A las 14:30 Iara vuelve a su casa y Evelin la está esperando en los brazos de su abuela. Le da unos besos y aprovecha para cambiarle el pañal. Después juegan un rato a la sombra, mientras esperan a que vuelva Brian del trabajo. “A Evelin le gusta mucho el agua, le encanta cuando la baño y sino anda de acá por allá. Tenemos esa barricada de madera para que no se vaya hacia la escalera. Es muy inquieta”, cuenta.
Ser profesional: el futuro deseado
Rey también sostiene que hay muy pocas oportunidades en la isla. Y que muchas personas se fueron por culpa de la marea y la falta de trabajo. “Acá terminan la secundaria y se tienen que ir a la ciudad si quieren hacer otra carrera. Son pocos los que siguen porque a veces el nivel no les da y el cambio de vivir en la ciudad es muy fuerte”, afirma.
La única opción cercana de estudios terciarios es un Centro de Formación Docente del Obispado. Todas las demás opciones, están en la ciudad. “Y los chicos están muy cómodos en su entorno. Para irse a estudiar se tienen que pagar un departamento o ir la casa de un familiar y hay mucho miedo a la desconocido. Más allá de todas las necesidades como pueden ser luz o agua, acá se sienten muy seguros.
“Nuestro sueño es que ellos puedan cumplir sus sueños, que todos tengas la posibilidad de elegir. Y creo que no hay límites”, concluye Kasianoff.
Es que Iara no quiere estudiar solo para ella sino que también está pensando en el bienestar de su hija: “quiero que ella termine con una carrera, la voy a mandar al colegio del INTA cuando entre al secundario y con eso va a estar bien. Si quiere ir a la ciudad a estudiar algo, lo va a poder hacer. Si pudiera pedir tres deseos serían que mi familia esté bien, que yo pueda terminar bien el secundario y estudiar algo y la tercera es que mi hija tenga un lindo futuro”, concluye.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran ayudar a Iara a llegar a la universidad o a mejorar su casa, pueden:
- donar en el siguiente link: https://conciencia.org/hambredefuturo
- comunicarse con Paola Kasianoff por Whatsapp al +54 9 11 3727-6855.