Insolados y bajo la lluvia: así trabajan las familias cartoneras en el basural de San Pedro
Todos los días, en el barrio La Tosquera, adultos y niños revuelven la basura a la intemperie para sobrevivir, expuestos al calor y los incendios; reclaman que se reconozca su tarea y un galpón para poder trabajar mejor
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Son las 10 de la mañana en San Pedro. El calor empieza a salir de la tierra. Las manos entran y salen de las montañas del basural a cielo abierto de La Tosquera buscando algún tesoro. Los cuerpos encorvados separan plásticos, cartón y, si encuentran, restos de comida para darle a los animales. Se dividen por sectores y cada uno arma sus propios bolsones que después arrastra como puede hasta su rincón.
Los perros desnutridos —compiten en cantidad con las personas— meten el hocico para matar el hambre y se pelean entre ellos. Las moscas zumban apuradas sobre una ciudad de desechos que tiene cada vez más metros y está ubicada sobre la vera del Río Paraná.
Violeta Cáceres se levantó temprano y fue con sus dos hijos, Wenceslao (12) y Josué (16) a “hacerse el día”. Tiene una gorra para protegerse del sol. Sus hijos, no. El más grande dejó la escuela y “está juntado” con su novia. Wenceslao hoy no fue a clases.
“Acá venimos todos los días, llueve o truene, tenemos que venir igual para sacar a la familia adelante. Yo vengo y ya a las 11:30 me tengo que ir corriendo para bañar y mandar a los dos más chicos a la escuela. A veces vengo a la noche y otras veces a las 5 de la madrugada. Ayer vine a la noche a esperar el camión y como nunca llegó me quedé hasta las 5. Y así es la vida nuestra. Separamos el cartón, el plástico y gracias a Dios ahora estamos ganando un poquito mejor. Así que tenemos que seguir nomás. El domingo es el único día que descanso”, cuenta Violeta.
Algunos están trabajando desde la noche anterior y tienen linternas puestas en la frente. Quieren ser los primeros en recibir los camiones que llegan y no toparse con muchos compañeros. Gracias al trabajo del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) las cerca de 130 familias de cartoneros que antes sobrevivían de forma dispersa, lograron organizarse y mejorar su condiciones de vida. Ahora la mayoría usa guantes, tiene uniforme y botas para protegerse de los cortes y las pinchaduras.
Desde el municipio, explican que recién a partir del año que viene se va a crear la Dirección de Medio Ambiente que va a funcionar dentro de la Secretaría de Desarrollo Económico, para encarar de lleno la problemática de la basura. “El trabajo que están haciendo desde el MTE es enorme y sé el compromiso con el cual lo hacen. En este momento no le estamos dando un apoyo económico al trabajo de la cooperativa. Pero sí hay un compromiso de acompañarlos para conseguir un lugar físico y comprar maquinaria y herramientas para mejorar su labor”, explica Walter Sánchez, Secretario de Desarrollo Humano de San Pedro.
El marido de Violeta se ganaba la vida en la isla como nutriero y pescando. Pero se le rompió el motor hace 3 años y todavía no consiguió la plata para comprar otro. Solía pescar sábalo, bogas, dorados, surubíes y patíes. A las 12 del mediodía, se pone a preparar un guiso para su familia. “Nunca pude estudiar, de muy chiquito anduve a los golpes. Mis hijos van a la escuela. Yo no tuve suerte. Uno es pobre y no puede hacer estudiar a sus hijos. Cuando terminen la escuela van a tener que empezar a hacer el mismo trabajo que hace uno”, cuenta.
El barrio surge con población de isla, fue creciendo, tuvo su explosión demográfica en los años 90, pero siempre ligado a actividades vinculadas con la pesca, la caza de animales y el trabajo rural. “Cuando se empieza a consolidar el basural, en donde está hoy emplazado, que es lindero al barrio, surge la actividad de los recuperadores de la basura”, explica Patricio “Poli” Rosales, coordinador de la unidad productiva de la rama cartonera del MTE en San Pedro.
Bajo el sol y la lluvia
En el terreno no hay ningún árbol para protegerse del sol ni de la lluvia. Todo sucede a la intemperie y sin siquiera un baño al que poder ir. Violeta empezó a ir al basural cuando era chica de la mano de su papá. Y de a poco fue aprendiendo a hacer una rutina que repite a diario. Hoy saca alrededor de $7000 cada vez que vende, semana por medio. Además, tiene la función de “planillera” dentro del MTE: los miércoles anota los kilos que embolsa cada persona en una planilla para dejar registro de la producción de cada compañero.
“No es un trabajo limpio pero me siento orgullosa de lo que hacemos. Por lo menos uno sobrevive con esto”, dice convencida. Como ella, son muchas las mujeres que hoy honran la cultura del trabajo y se levantan todos los días para arremangarse, con la cabeza en alto. “Yo quiero que mis hijos puedan estudiar porque así aprenden, por lo menos, a leer y a escribir. Si ellos quieren ir a estudiar afuera va a ser medio imposible porque sacamos lo justo para comer y no podemos pagarles los estudios”, se lamenta Violeta.
A unos metros suyos, Cristian Ibarrola silba mientras separa las botellas de plástico para meter en el bolsón. Acaba de volver de su luna de miel y desde los 10 años que se adentra en el basural. Hoy arrancó a las 6 de la mañana. “Vivo de esto nomás. Arranqué cuando era chiquito con mis viejos. Si encontrás algo y no lo necesitás, lo dejás afuera para que lo agarre otro. Ayer casi nos agarra el agua pero terminamos justito”, cuenta sin dejar de hacer su labor mecánica.
Las latitas las separa aparte para vender a otros compradores y va juntando sus bolsones en un pilón que queda a 30 metros. Tiene un hijo de 4 años que nunca llevó al basural y su mujer trabaja en el comedor que el MTE tiene en el barrio. “Casi todos los que viven en la parte de abajo son pescadores y viven de la isla. Venden carpinchos o cazan nutrias. Yo fui hasta 2do año de la secundaria y después empecé a trabajar en el campo. Mi hijo va a tener que estudiar para salir adelante. Es un demonio”, agrega entre risas.
Desastre ambiental
El desastre ambiental es enorme. La contaminación sucede en el aire, en la tierra y en el agua, ya que el basural desemboca en unos bañados que están conectados con el Paraná. “Los compañeros sufren los incendios en verano porque la combustión de la basura con las altas temperaturas es peligrosa. Yo he estado ahí es explotan todo el tiempo aerosoles y dónde se prende un poco a la basura después no la podés controlar. Y los incendios además de ser asfixiantes porque los compañeros siguen trabajando ahí, son muy nocivos”, señala Poli.
Hace unas semanas, el MTE se juntó con el intendente de San Pedro para gestionar una planta de reciclado y mejores condiciones para las personas que trabajan en el basural. En ella, el municipio se comprometió a avanzar para que la entidad cuente con este espacio. “Nuestra respuesta es integral y consiste en avanzar en un sistema de reciclado con inclusión social. Contar con la planta, reconvertir parte de ese trabajo, dotarlo de mayor valor agregado para ese ciclo que recupera, clasifica, enfarda, y vuelve a la industria en un circuito virtuoso que mejore los precios y la calidad del trabajo. Para esa gestión social, es imprescindible el acompañamiento del Estado”, agrega Poli.
Hasta el día de hoy, San Pedro no cuenta con separación de residuos en origen por lo que todo termina yendo mezclado al basural. “Los compañeros y compañeras separan lo que se puede, antes de ser acumulado en esas montañas que pudieron ver. La geografía de un basural a cielo abierto es muy hostil y desfavorable. La tarea de construir una fuente de trabajo hasta termina siendo hasta bastante heróico. A uno no le gusta romantizar esas situaciones, todo lo contrario, pero es admirable porque han pasado generaciones de familias haciendo eso”, dice Poli.
La pelea cotidiana del MTE es que se reconozca formalmente el trabajo de los recicladores que todos los meses evitan que se entierren 100.000 kilos de basura al recuperarla. “Primero, para que la gente sepa que del otro lado del humo, del otro lado del olor y del otro lado ruido, que es la caracterización del basural, hay familias que constituyen su fuente de trabajo. Que esa tarea de separar y recuperar también tiene un impacto positivo. Ese reconocimiento tiene que ser del Estado en todos sus niveles, empezando por el municipio, que necesita llevar adelante una agenda verde porque esta realidad es urgente”, dice Poli.
Un barrio postergado
Son alrededor de 3000 las personas que viven La Tosquera, un barrio aislado de todo, que todavía no tiene sus calles pavimentadas y al que no ingresa el transporte público. Todo les queda lejos y nadie entra a su territorio más que ellos. “Sería lindo que pavimenten las calles. Me acuerdo cuando mi viejo estaba enfermo le agarró un paro y tuvimos que sacarlo a caballo en un carro porque la ambulancia no entra. A uno es como que lo tienen de menos. Vas al centro y pedís un remis, le decís que es para La Tosquera y te dicen que no pueden y vos te sentís mal. Es todo un tema”, dice Violeta.
Sánchez reconoce que La Tosquera es una población que históricamente estuvo postergada y que fue creciendo mucho en los últimos años. “Nosotros vamos todas las semanas con asistencia alimentaria y habitacional. Hay un proyecto de Hábitat que ya fue presentado para mejorar la urbanización, las calles y el acceso a servicios. La idea es abrir más calles, mejorar las que están e iluminar”, señala.
Para Poli, la deuda más urgente es que el barrio nunca tuvo una planificación urbana detrás y por eso se desarrolló en la informalidad absoluta. “La logística para tener que ir a hacer un trámite a San Pedro que está a 6 kilómetros, es tremenda. Se tiene que apelar al taxi, al remis o a ver quién entra. Una jornada de lluvia como la de ayer, prácticamente deja a sus familias en sus casas. Hay anécdotas muy tristes en de cuando la ambulancia no pudo entrar por los caminos, algunos que lamentablemente fallecieron”, resume.
Una paradoja de este barrio que vive principalmente del cartoneo es que no tiene servicio de recolección de basura. Y eso genera mucho malestar. “Las familias brindan un servicio esencial porque evitan que todos los desperdicios sean enterrado en un basural que no tiene ningún tipo de tratamiento. Así que ese servicio que brindan para afuera, hacia adentro no lo pueden resolver. Porque nunca hubo una presencia genuina del Estado, que al menos pueda garantizar eso”, dice Poli.
La Tosquera participó del Censo de Barrios Populares —son 4440 en el país— con el objetivo de reconocer que existen y que todavía tienen pendiente el acceso formal a servicios básicos. “Hoy el barrio, las conexiones de luz y agua, están en la informalidad absoluta y la idea es ir urbanizando de a poco, según lo establece la ley”, dice Poli.
Una de las grandes conquistas del MTE en el barrio, es la creación de un espacio de infancia para que los hijos de los cartoneras puedan estar bien cuidados y divirtiéndose, mientras sus familias trabajan. Empezó a funcionar a partir de octubre y lo hace en articulación con el gobierno provincial y nacional. “Aumentó muchísimo la cantidad de chicos en el basural durante la pandemia por la falta de presencialidad en la escuela. Uno los conoce y estaban ahí, acompañando, algunos también trabajando y a veces también juegan ahí. El jugar es natural, nada más que se hace en ese contexto. Se sintió mucho eso”, explica Poli con preocupación.
Marisa Elizabeth Rodriguez es una de las encargadas de la nueva guardería. Todos la conocen como “Miri” y hace tres años que llegó al barrio. Su pareja ya trabajaba en el basural y ella empezó a acompañarlo. Cuando arrancó la pandemia e hizo falta gente en el comedor del MTE, se arremangó para sacar platos de comida.
“Al basural iba de las 6 de la mañana hasta las 12 del mediodía y después volvía a la tarde. Iba con mi marido y con mis hijos porque no tenía en donde dejarlos. Mi nena sufre de deficiencia respiratoria y en el basural se sufre mucho por el calor y por el humo”, dice esta mujer que recién terminó la primaria y está por arrancar la secundaria.
Las oportunidades de futuro escasean en estos territorios. Son muchos los chicos que dejan la secundaria porque necesitan ganarse en pan. “Intentamos ofrecerles otras cosas y ellos a veces te dicen que necesitan laburar y construir su fuente de trabajo. Son un montón de cosas las que hacen que para estos chicos sea más difícil sostener la escolaridad. Son demasiados obstáculos. Por eso yo digo que hace falta emparejar la cancha”, dice.
Para los chicos que logran terminar, la única posibilidad de seguir es mudarse a San Pedro, porque no tienen como llegar todos los días. “Acá no pasan los colectivos y cuando llueve te enterrás de barro porque las calles están mal hechas. Yo a veces voy caminando al pueblo y tardo una o dos horas” cuenta Miri.
La conectividad es una utopía en el barrio, por lo que la pandemia hizo estragos en las trayectorias educativas de los chicos. “Siento que la pandemia es la creciente. Cuando está el agua es un problema pero cuando se va el agua, deja un tendal de problemas. La pospandemia, si ya se puede hablar de eso, va a requerir que nos arremanguemos mucho. Porque muchas familias no le pudieron encontrar la vuelta a la escolaridad virtual ni acompañar desde el punto de vista pedagógico a sus hijos. El saldo es bastante negativo y eso va a implicar un laburo muy fuerte”, concluye Poli.
COMO AYUDAR
Las personas que quieran ayudar a Violeta o a la cooperativa de cartoneros del MTE, pueden comunicarse con Patricio “Poli” Rosales al +54 9 3329 32-5506.