Maximiliano Reinoso vive en Colonia Jauregui, Mendoza y su sueño es ser abogado o camionero; sus papás hacen trabajos en el campo para llegar a fin de mes y quieren que sus hijos sean profesionales
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MENDOZA. Es la segunda vez que ve nevar en su vida pero la primera era tan chiquito que no se acuerda. Por eso, cuando los copos empiezan a caer sobre el patio de su casa en Colonia Jauregui, en el distrito de Villa Atuel, en San Rafael, Maximiliano Reinoso —12 años— se entusiasma con poder hacer una guerra de nieve con sus hermanos.
Son 3 kilómetros hasta llegar a la escuela, el camino de acceso es de tierra y sabe que con este clima seguramente sea el único que vaya. Su papá, Nicolás Reinoso, es el celador asi que él tiene el transporte asegurado. Se sube al auto Carat Volkswagen, color verde claro y arrancan el trayecto muy despacio. El limpiaparabrisas no funciona y Maxi saca la mano por la ventana para despejarle la vista a su papá.
“Necesitamos un auto porque este está un poco viejo y a veces anda mal. Hoy era un peligro con la nevada. A veces no nos alcanza la plata para comprar gasoil para ir a la escuela”, dice este adolescente.
Se nota que tiene un gran corazón. Por eso, cuando le pedimos que pida tres deseos, no los usa en cosas para él sino en bienes comunes: “La paz mundial, que no existieran más las enfermedades y que no hubiera que pagar por nada como el agua, el gas, la comida y las casas. Yo conozco gente a la que le falta la comida. Para allá hay una casa que viven como cinco chicos y no tienen mucha ropa ni comida. Son personas que tienen casas de barro”, dice Maxi con una madurez que sorprende.
No tiene del todo claro qué va a ser cuando sea grande, pero lo que sí sabe es que no quiere trabajar en la cosecha como sus papás. Por las tardes, Nicolás sale a meter mano entre las ciruelas, los damascos y los duraznos. “Acá la vida es dura. El clima es hostil y los inviernos son duros. Yo hago limpieza de acequias y poda. Es un trabajo pesado y cansador. El sarmiento cuando se tironea suele pegarte en la cara y en las manos. Mi mujer también sale a trabajar porque con mi sueldo de celador de $30.000 no alcanza”, dice Nicolás. Lo que cobran de la AUH por sus hijos, completa el salario familiar.
Alguna vez lo llevaron a Maxi en la temporada a ralear, a atar o a envolver y volvió todo dolorido. Por eso se esfuerza por aprender. “A mi me gusta más ir a la escuela. Soy abanderado. Mis materias favoritas son Matemáticas, inglés y física”, dice Maxi.
Su mamá, Marina Videla, trabaja en las fincas desde los 8 años y no quiere el mismo destino para sus hijos. “Mi mamá me dejaba sola con mis hermanas y me las tenía que arreglar sola. Mi sueño es que mis hijos crezcan felices y sanos. A mí me gustaría que ellos pudieran estudiar. Y que sepan del esfuerzo que estamos haciendo nosotros y sus abuelos para que ellos puedan crecer”, dice emocionada.
Por ahora Maxi sueña con ser abogado o camionero. Todas las mañanas va contento a la Escuela Pridiliano Pueyrredón Nro 1377 de Colonia Jauregui. Allí asisten 30 alumnos entre nivel inicial y primaria, agrupados en tres aulas que funcionan como grados múltiples. “Quiero ser camionero para llevarla a su mamá a pasear y conocer otros lugares. O abogado porque defienden a la gente en las cortes y ganan mucha plata. Fue difícil el año pasado con la tarea porque yo no entendía a veces y no tenía quien me explicara”, dice sobre los desafíos de la educación virtual en pandemia.
La escuela, centro de vida
La escuela —ubicada en una zona rural— es el centro de vida de Jauregui, en donde no hay una plaza que sirva como punto de encuentro. Entonces los chicos solo pueden jugar y sociabilizar cuando van a clases. “Maxi extraña un montón ir a la escuela. Ahora va dos veces por semana y el resto de los días se aburre. Allá ve a sus amigos, hace ejercicio y ve a sus maestras”, dice su mamá.
La mayoría de los padres trabajan en la finca, en la cosecha, en la limpieza de cupos, en las acequias, y en los secaderos de frutas. El año pasado, la pandemia hizo que a muchos alumnos les costara seguir conectados con la escuela. “El principal desafío acá es la tecnología. Es muy difícil que nuestros alumnos tengan las mismas oportunidades porque hay un solo celular por familia que pertenece a los papás”, explica Laura Flores, la directora.
La salida fue elaborar cuadernillos impresos que las maestras repartían en los hogares. Después buscaban las tareas y los iban guiando a través del WA. “Algo que me preocupa es que los papás no terminaron la secundaria. Entonces después no pueden acompañar a los chicos en su trayectoria. Por eso la presencia del maestro en esta zona es muy necesario para enseñarles, acompañarlos y ayudarlos y brindarles un modelo diferente”, agrega Flores.
Una de las falencias más importantes de la escuela es la falta de espacio techado. A pesar de tener un terreno de una hectárea, solos cuentan con tres aulas y una pequeña galería de entrada. Actualmente, todas las clases especiales de música, computación, plástica, educación física, y hasta el almuerzo, sucede en los grados. “Lo que más necesitamos es un SUM para que los chicos puedan desarrollar sus diferentes actividades, para cuando tenemos actos escolares y el clima está tan feo que no se puede usar el patio”, explica Flores.
Ampliar la casa
La casa de Maxi es de material y techo de chapa. Al lado viven sus abuelos. Tiene tres habitaciones, un baño, un comedor y están queriendo ampliarla para tener un ambiente más. “Lo principal es que puedan tener su pieza, una buena cama, su manta, su ropa, que no pasen frío ni hambre y que tenga buena salud. Yo siempre les digo que sean humildes, que nunca quieran sobrepasarse con los otros, que se den a los demás”, agrega su mamá.
En la zona, las familias se calefaccionan con leña que van juntando de donde pueden. Unos pocos usan garrafa. En la casa de Maxi hay una salamandra en el comedor, y él se ocupa de ir poniéndole troncos para que no se apague.
“Ahora en invierno hace mucho frío. En la entrada hay como una churrasquera en donde tenemos la leña guardada para que no se moje. Mi abuelo la trae cuando se va a trabajar o le paga a alguien para que traiga un camión con un acoplado. Yo soy el que la trae a la casa”, cuenta Maxi.
Lo que más le gusta a Maxi es jugar al fútbol o con el teléfono. También estar con sus hermanos Santiago, Abril y Betania. Su mamá lo describe como un chico bueno, tranquilo, un poco tímido, bastante cariñoso y generoso. Laura, su directora, confiesa tener una debilidad con Maxi: “Es una muy buena persona, es excelente en sus aprendizajes. Es el único que tengo en 7mo y siempre les digo que son capaces de lograr todos sus sueños si se lo proponen y se esfuerzan.
El desafío de llegar a la secundaria
Este año Maxi termina la primaria y no tiene una secundaria en su barrio. Sus opciones son ir a una en Villa Atuel que queda a 12 kilómetros o a la de Jaime Pratt, que está a 7 kilómetros. Para poder llegar, tendría que irse en colectivo o combi.
Además, tiene otro problema: no cuenta con un celular ni una computadora para estar al día con las tareas. “Nuestros teléfonos no están en condiciones. En el de mi mujer no podemos hacer videollamadas ni sacar fotos. Y el año pasado en el mío concentrábamos la tarea de todos los chicos”, aclara su papá.
Como en la zona no hay mucho futuro, sus padres están empezando a hacer el luto de que si quiere seguir una carrera, va a tener que mudarse a otra ciudad. “Ya hablé con Maxi y le expliqué como es la vida si no se estudia. Lo hemos llevado a cosechar para que sepa cómo es el trabajo, a una limpieza de acequias también y ha conocido el rigor. Y él eligió estudiar en vez de trabajar. Para mí sería un orgullo tener un hijo universitario”, concluye Nicolás, su papá.
COMO AYUDAR
- Las personas que quieran ayudar a Maxi y a su familia pueden comunicarse con Laura Flores al +54 9 2604 37-2680.